Por Josep Piqué, economista y ex ministro (LA VANGUARDIA, 18/03/08):
Los europeos solemos interpretar a Rusia desde una enorme distancia y, lo que es peor, desde una enorme ignorancia. Y no estaría mal recordar que, en 1815, después de la derrota de Napoleón, Rusia era la potencia preeminente en Europa y que determinó, en gran medida, los parámetros básicos del congreso de Viena - gracias a ese gran político injustamente olvidado de la diplomacia que fue Metternich-, que, a su vez, fijó la Europa - y el mundo- del siglo XIX. (Por cierto, los rus eran los vikingos que, en el siglo IX, crearon el primer germen de Rusia, a partir de la actual capital ucraniana, Kiev).
Y debemos recordar que, desde la revolución de octubre de 1917 y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, Rusia, a través de su imperio - la Unión Soviética-, fue la otra superpotencia frente a Estados Unidos, contra quien confrontó su visión del mundo, su voluntad hegemónica y, por supuesto, su poderío militar. Confrontación que dominó, sin duda, el escenario geoestratégico del mundo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.
Todo esto entró en una profunda crisis al caer el muro de Berlín en 1989. El imperio soviético (es decir, ruso) se desmoronó. Y la Unión Soviética desaparece en 1991. Y se convierte en nada menos que en quince nuevos estados (dicho entre paréntesis: ¡Rusia sigue siendo el país más grande del mundo y países como Kazajistán tienen una extensión de casi seis Españas!).
Pero el resultado era claro: la Unión Soviética, y por tanto Rusia, habían perdido la llamada guerra fría. Ya no eran una superpotencia que competía con Estados Unidos. Eran un país arruinado, nada competitivo, y que veía como otras naciones, como China o India, ocupaban el espacio vacío para responder a la evidente y, aparentemente indiscutible, hegemonía norteamericana.
Los rusos, así, se dieron cuenta, brutalmente, de que no sólo no eran una superpotencia, sino de que, además, dejaban de ser relevantes en un nuevo mundo dominado por la globalización y por el claro desplazamiento del centro de gravedad hacia el Pacífico y el Índico. La frustración fue terrible. Y la pérdida de autoestima también. Y vieron cómo, después de la desaparición del Partido Comunista de la Unión Soviética, no quedaba sino el vacío que fue ocupado por las mafias. Terrible. Por ello, alguien tan admirado en Occidente como Gorbachov es tan despreciado en Rusia.
Y, en ese contexto, debemos interpretar a Putin. Recuperar la autoestima y la voluntad de ser algo en el mundo. Nada menos. Y eso va de la mano de la energía, pero también de la estrategia de defensa.
Sobre la energía poco cabe añadir. El debate sobre el Caspio, los pipelines para abastecer a la Unión Europea o qué papel juega el Cáucaso están a la orden del día. Veremos qué gasoductos priman. Si los que pasan necesariamente por Rusia o los que siguen rutas alternativas.
Sobre el tema militar sí que puede añadirse algo. Rusia vuelve a hacer un esfuerzo presupuestario muy importante. Pero debemos contextualizarlo: es apenas el 5% del de Estados Unidos y la séptima parte - en términos de PIB- del que efectuaba la antigua Unión Soviética. Es similar al que hace India. Y la mitad del que está gastando China. Pero es cierto que se está restableciendo un cierto clima de guerra fría. O de paz fría, si se quiere. Rusia y Estados Unidos ya no son enemigos, pero tampoco son necesariamente amigos. El debate o la confrontación ya no son ideológicos. Es todo más pragmático. Hablamos de intereses y de posicionamientos estratégicos.
Y conviene no olvidar que en la mitad de los actuales estados de la antigua Unión Soviética - es decir, en siete de catorce- hay bases militares norteamericanas. Y Rusia quiere volver a fidelizarlos. Y es lógico. Porque son estratégicamente muy importantes. Rusia percibe, no sin razón, que el escudo antimisiles norteamericano que se quiere implantar en la antigua Europa del Este es una amenaza a su propia seguridad. Lo que era suyo, ahora está enfrente. Y así se percibe.
Y sé que es muy fácil, y políticamente correcto, y probablemente cierto, deslegitimar a Putin como un personaje autoritario, antidemócrata y potencialmente peligroso. Pero pediría un ejercicio intelectual y político adicional, aunque sólo sea para interpretar qué está pasando. Y nos conviene. Porque todo es mucho más complejo. Putin está devolviendo la autoestima al pueblo ruso. Quiere que Rusia sea un Estado con todas sus prerrogativas, después de superar el enorme vacío producido por la desaparición del antiguo Partido Comunista y que fue ocupado por las mafias, en tiempos de Yeltsin, Está recuperando para Rusia un papel de potencia relevante. Tiene la ambición de ser tenido en cuenta en todas las decisiones. Y por ello, con todas las reservas democráticas que se quiera, ha ganado, a través de su delfín, Medvedev, las recientes elecciones, y va a seguir teniendo un papel esencial como primer ministro. Y, previsiblemente, controlando la llave del instrumento clave de la recuperación del papel de Rusia en el mundo: la energía y, fundamentalmente, el gas.
No insistiré en el papel esencial de la energía ahora. Pero sí que quisiera enfatizar el protagonismo de Rusia en este contexto. Y Putin ha sabido aprovecharlo.
Rusia vuelve a ser un Estado. Y no es poco. Rusia vuelve a ser estratégica. Y todavía es más. ¿Tenemos algo que decir desde aquí?
Los europeos solemos interpretar a Rusia desde una enorme distancia y, lo que es peor, desde una enorme ignorancia. Y no estaría mal recordar que, en 1815, después de la derrota de Napoleón, Rusia era la potencia preeminente en Europa y que determinó, en gran medida, los parámetros básicos del congreso de Viena - gracias a ese gran político injustamente olvidado de la diplomacia que fue Metternich-, que, a su vez, fijó la Europa - y el mundo- del siglo XIX. (Por cierto, los rus eran los vikingos que, en el siglo IX, crearon el primer germen de Rusia, a partir de la actual capital ucraniana, Kiev).
Y debemos recordar que, desde la revolución de octubre de 1917 y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, Rusia, a través de su imperio - la Unión Soviética-, fue la otra superpotencia frente a Estados Unidos, contra quien confrontó su visión del mundo, su voluntad hegemónica y, por supuesto, su poderío militar. Confrontación que dominó, sin duda, el escenario geoestratégico del mundo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.
Todo esto entró en una profunda crisis al caer el muro de Berlín en 1989. El imperio soviético (es decir, ruso) se desmoronó. Y la Unión Soviética desaparece en 1991. Y se convierte en nada menos que en quince nuevos estados (dicho entre paréntesis: ¡Rusia sigue siendo el país más grande del mundo y países como Kazajistán tienen una extensión de casi seis Españas!).
Pero el resultado era claro: la Unión Soviética, y por tanto Rusia, habían perdido la llamada guerra fría. Ya no eran una superpotencia que competía con Estados Unidos. Eran un país arruinado, nada competitivo, y que veía como otras naciones, como China o India, ocupaban el espacio vacío para responder a la evidente y, aparentemente indiscutible, hegemonía norteamericana.
Los rusos, así, se dieron cuenta, brutalmente, de que no sólo no eran una superpotencia, sino de que, además, dejaban de ser relevantes en un nuevo mundo dominado por la globalización y por el claro desplazamiento del centro de gravedad hacia el Pacífico y el Índico. La frustración fue terrible. Y la pérdida de autoestima también. Y vieron cómo, después de la desaparición del Partido Comunista de la Unión Soviética, no quedaba sino el vacío que fue ocupado por las mafias. Terrible. Por ello, alguien tan admirado en Occidente como Gorbachov es tan despreciado en Rusia.
Y, en ese contexto, debemos interpretar a Putin. Recuperar la autoestima y la voluntad de ser algo en el mundo. Nada menos. Y eso va de la mano de la energía, pero también de la estrategia de defensa.
Sobre la energía poco cabe añadir. El debate sobre el Caspio, los pipelines para abastecer a la Unión Europea o qué papel juega el Cáucaso están a la orden del día. Veremos qué gasoductos priman. Si los que pasan necesariamente por Rusia o los que siguen rutas alternativas.
Sobre el tema militar sí que puede añadirse algo. Rusia vuelve a hacer un esfuerzo presupuestario muy importante. Pero debemos contextualizarlo: es apenas el 5% del de Estados Unidos y la séptima parte - en términos de PIB- del que efectuaba la antigua Unión Soviética. Es similar al que hace India. Y la mitad del que está gastando China. Pero es cierto que se está restableciendo un cierto clima de guerra fría. O de paz fría, si se quiere. Rusia y Estados Unidos ya no son enemigos, pero tampoco son necesariamente amigos. El debate o la confrontación ya no son ideológicos. Es todo más pragmático. Hablamos de intereses y de posicionamientos estratégicos.
Y conviene no olvidar que en la mitad de los actuales estados de la antigua Unión Soviética - es decir, en siete de catorce- hay bases militares norteamericanas. Y Rusia quiere volver a fidelizarlos. Y es lógico. Porque son estratégicamente muy importantes. Rusia percibe, no sin razón, que el escudo antimisiles norteamericano que se quiere implantar en la antigua Europa del Este es una amenaza a su propia seguridad. Lo que era suyo, ahora está enfrente. Y así se percibe.
Y sé que es muy fácil, y políticamente correcto, y probablemente cierto, deslegitimar a Putin como un personaje autoritario, antidemócrata y potencialmente peligroso. Pero pediría un ejercicio intelectual y político adicional, aunque sólo sea para interpretar qué está pasando. Y nos conviene. Porque todo es mucho más complejo. Putin está devolviendo la autoestima al pueblo ruso. Quiere que Rusia sea un Estado con todas sus prerrogativas, después de superar el enorme vacío producido por la desaparición del antiguo Partido Comunista y que fue ocupado por las mafias, en tiempos de Yeltsin, Está recuperando para Rusia un papel de potencia relevante. Tiene la ambición de ser tenido en cuenta en todas las decisiones. Y por ello, con todas las reservas democráticas que se quiera, ha ganado, a través de su delfín, Medvedev, las recientes elecciones, y va a seguir teniendo un papel esencial como primer ministro. Y, previsiblemente, controlando la llave del instrumento clave de la recuperación del papel de Rusia en el mundo: la energía y, fundamentalmente, el gas.
No insistiré en el papel esencial de la energía ahora. Pero sí que quisiera enfatizar el protagonismo de Rusia en este contexto. Y Putin ha sabido aprovecharlo.
Rusia vuelve a ser un Estado. Y no es poco. Rusia vuelve a ser estratégica. Y todavía es más. ¿Tenemos algo que decir desde aquí?
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