Por Norman Birnbaum, catedrático emérito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 16/03/08):
Según la mayoría de los indicios, lo normal es que los demócratas venzan en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos y, al mismo tiempo, aumenten sus actuales ajustadas mayorías en las dos cámaras del Congreso. En las primarias, hasta ahora, han participado 25 millones de votantes en el lado demócrata y sólo 19 millones en el republicano. Los sondeos señalan que la mayoría considera a los demócratas más competentes en todo tipo de cuestiones, tanto nacionales como internacionales.
Los republicanos han dejado caer en el olvido a su supuesto líder, el presidente Bush. Y el candidato republicano, el senador McCain, hace hincapié en su rechazo a la absoluta lealtad de partido. Los grandes grupos ideológicos republicanos (los tradicionalistas religiosos y culturales y los enemigos de los impuestos, que reniegan de las regulaciones y la intervención del gobierno en la economía) están furiosos con él. McCain es partidario de integrar a los inmigrantes, dice que los problemas ambientales exigen acciones de gobierno y se resiste a declarar la guerra cultural contra el Estados Unidos laico. Incluso critica a los bancos y la industria farmacéutica.
Eso sí, el candidato republicano, héroe de la guerra de Vietnam, se declara partidario de la acción internacional unilateral y del uso ilimitado del poder militar. Busca la “victoria” en Irak y está dispuesto a atacar Irán. Sin embargo, la opinión pública piensa hoy que la guerra de Irak fue un grave error, y muestra escaso entusiasmo por nuevas aventuras. Además, McCain ha confesado que entiende muy poco de economía, precisamente cuando la inflación y el desempleo crecientes, y la angustia económica en general, preocupan tanto al hombre de la calle. Su programa económico se reduce a un fundamentalismo de mercado apenas modificado.
Ahora bien, los estadounidenses, independientemente de lo que digan al acabar el invierno, se reservan el derecho a votar otra cosa distinta en noviembre. Los sondeos actuales dan a Clinton y Obama un ligero margen de ventaja sobre McCain. Pero la elección, cuando los demócratas hayan escogido por fin a su candidato, será muy apretada.
Es imposible medir los efectos de la relativa juventud y la mezcla étnica de Obama, del papel de Clinton como mujer y de la edad y la condición de blanco protestante de McCain, en una sociedad joven y cada vez más multicultural. Los historiadores discuten aún sobre las elecciones de los dos siglos anteriores, y ésta no será distinta.
La coalición republicana se formó a partir de la victoria de Eisenhower sobre los herederos de Franklin Roosevelt en 1952. Sus tres grandes componentes son los tradicionalistas cultura les y religiosos (tanto católicos como protestantes), los que pien
-san que el mercado es más eficaz (y más justo) que el Estado como última instancia económica, y los que consideran que el país tiene el deber y el derecho de ejercer la hegemonía en el mundo. Existe un cuarto elemento muchas veces inconfeso: la resistencia a la igualdad de los negros y su integración en la economía y la sociedad.
La eficacia de la coalición se ha visto aumentada por su extraordinaria capacidad de movilización cultural y social, por los servicios prestados por los gobiernos republicanos a los intereses económicos, étnicos, ideológicos y regionales más variados y por el hecho de que los medios de comunicación han aceptado de forma casi absoluta la versión republicana de la historia reciente. A pesar de la oposición de los republicanos al “gran gobierno”, son ellos quienes han aumentado de forma sistemática los poderes de la presidencia de EE UU, que han ocupado durante 36 de los 56 años transcurridos desde 1952.
Las mayorías de las que históricamente disfrutaban los demócratas en el Congreso se han ido reduciendo poco a poco, pero además, en las últimas décadas, cuando los demócratas han dominado las Cámaras, muchos de ellos han aceptado las premisas políticas de los republicanos, hasta el punto de llegar a bloquear iniciativas de su propio partido. Eso es lo que ha convertido la mayoría demócrata actual en el Congreso en un grupo que protesta ruidosamente… para luego aceptar con pasividad las medidas de la Casa Blanca.
Ahora, la coalición en la que debe apoyarse un candidato republicano para poder vencer está desgarrada y parece exhausta. Los tradicionalistas culturales y religiosos se han ganado la antipatía de la mayoría de los ciudadanos con su hipocresía y su agresividad, así como con su oposición a los avances en investigación médica. Las amenazas económicas que se ciernen sobre la existencia de decenas de millones de familias son demasiado serias como para responder con referencias despreciativas al sistema de bienestar social europeo. La idea de la omnipotencia de Estados Unidos se ha desvanecido en Afganistán e Irak, y la población es consciente de que el mundo no va a considerar la retirada de Bush como una tragedia. (Los neoconservadores llegaron más tarde a la coalición y, en cualquier caso, su compromiso fundamental es con Israel).
No obstante, los demócratas se han mostrado demasiado dubitativos y lentos a la hora de proponer alternativas. Obama se ha presentado como el líder que encabezará la búsqueda nacional de un nuevo consenso político, como alguien diferente dentro de su partido. Pero más de uno de cada 10 estadounidenses cree que es musulmán y, por tanto, inaceptable, y muchos demócratas de clase obrera le tienen miedo por ser negro.
Los hombres blancos han votado siempre, en su mayoría, a presidentes republicanos. Se sienten amenazados por la independencia de sus esposas y sus hijas, el traslado de sus puestos de trabajo en las fábricas a otros países y los vecinos que de pronto hablan español… y reaccionan ante ese desposeimiento cultural y económico con indignación. Han aceptado la explicación de que los responsables de sus problemas no están en Wall Street sino en Harvard. La historia personal del veterano de Vietnam le permite simbolizar las virtudes que estos votantes -muchos de los cuales lucharon en aquella guerra- consideran mancilladas. Lo sorprendente es que la oposición al belicismo de McCain está muy extendida entre los altos mandos militares, tanto en activo como retirados.
Es posible que las propias fisuras en la coalición republicana le permitan a McCain crear una nueva. No tiene por qué durar mucho; sólo hasta la medianoche del 4 de noviembre. Los diversos grupos republicanos, al final, terminarán votando por él. Los que preferirían a un presidente más activo en su cristianismo tal vez se conformarán con el apoyo profano que pueden obtener de una Casa Blanca republicana. Los que tienen unas ideas económicas que empiezan y acaban con la bajada de impuestos y la reducción del gasto público temerán lo que pueden costar las ideas de solidaridad social de los demócratas. Y los que se identifican con el poder de Estados Unidos verán en McCain la personificación de la fuerza nacional. Con esa capacidad de atraer a demócratas e independientes, McCain tiene grandes posibilidades de ser elegido.
Según la mayoría de los indicios, lo normal es que los demócratas venzan en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos y, al mismo tiempo, aumenten sus actuales ajustadas mayorías en las dos cámaras del Congreso. En las primarias, hasta ahora, han participado 25 millones de votantes en el lado demócrata y sólo 19 millones en el republicano. Los sondeos señalan que la mayoría considera a los demócratas más competentes en todo tipo de cuestiones, tanto nacionales como internacionales.
Los republicanos han dejado caer en el olvido a su supuesto líder, el presidente Bush. Y el candidato republicano, el senador McCain, hace hincapié en su rechazo a la absoluta lealtad de partido. Los grandes grupos ideológicos republicanos (los tradicionalistas religiosos y culturales y los enemigos de los impuestos, que reniegan de las regulaciones y la intervención del gobierno en la economía) están furiosos con él. McCain es partidario de integrar a los inmigrantes, dice que los problemas ambientales exigen acciones de gobierno y se resiste a declarar la guerra cultural contra el Estados Unidos laico. Incluso critica a los bancos y la industria farmacéutica.
Eso sí, el candidato republicano, héroe de la guerra de Vietnam, se declara partidario de la acción internacional unilateral y del uso ilimitado del poder militar. Busca la “victoria” en Irak y está dispuesto a atacar Irán. Sin embargo, la opinión pública piensa hoy que la guerra de Irak fue un grave error, y muestra escaso entusiasmo por nuevas aventuras. Además, McCain ha confesado que entiende muy poco de economía, precisamente cuando la inflación y el desempleo crecientes, y la angustia económica en general, preocupan tanto al hombre de la calle. Su programa económico se reduce a un fundamentalismo de mercado apenas modificado.
Ahora bien, los estadounidenses, independientemente de lo que digan al acabar el invierno, se reservan el derecho a votar otra cosa distinta en noviembre. Los sondeos actuales dan a Clinton y Obama un ligero margen de ventaja sobre McCain. Pero la elección, cuando los demócratas hayan escogido por fin a su candidato, será muy apretada.
Es imposible medir los efectos de la relativa juventud y la mezcla étnica de Obama, del papel de Clinton como mujer y de la edad y la condición de blanco protestante de McCain, en una sociedad joven y cada vez más multicultural. Los historiadores discuten aún sobre las elecciones de los dos siglos anteriores, y ésta no será distinta.
La coalición republicana se formó a partir de la victoria de Eisenhower sobre los herederos de Franklin Roosevelt en 1952. Sus tres grandes componentes son los tradicionalistas cultura les y religiosos (tanto católicos como protestantes), los que pien
-san que el mercado es más eficaz (y más justo) que el Estado como última instancia económica, y los que consideran que el país tiene el deber y el derecho de ejercer la hegemonía en el mundo. Existe un cuarto elemento muchas veces inconfeso: la resistencia a la igualdad de los negros y su integración en la economía y la sociedad.
La eficacia de la coalición se ha visto aumentada por su extraordinaria capacidad de movilización cultural y social, por los servicios prestados por los gobiernos republicanos a los intereses económicos, étnicos, ideológicos y regionales más variados y por el hecho de que los medios de comunicación han aceptado de forma casi absoluta la versión republicana de la historia reciente. A pesar de la oposición de los republicanos al “gran gobierno”, son ellos quienes han aumentado de forma sistemática los poderes de la presidencia de EE UU, que han ocupado durante 36 de los 56 años transcurridos desde 1952.
Las mayorías de las que históricamente disfrutaban los demócratas en el Congreso se han ido reduciendo poco a poco, pero además, en las últimas décadas, cuando los demócratas han dominado las Cámaras, muchos de ellos han aceptado las premisas políticas de los republicanos, hasta el punto de llegar a bloquear iniciativas de su propio partido. Eso es lo que ha convertido la mayoría demócrata actual en el Congreso en un grupo que protesta ruidosamente… para luego aceptar con pasividad las medidas de la Casa Blanca.
Ahora, la coalición en la que debe apoyarse un candidato republicano para poder vencer está desgarrada y parece exhausta. Los tradicionalistas culturales y religiosos se han ganado la antipatía de la mayoría de los ciudadanos con su hipocresía y su agresividad, así como con su oposición a los avances en investigación médica. Las amenazas económicas que se ciernen sobre la existencia de decenas de millones de familias son demasiado serias como para responder con referencias despreciativas al sistema de bienestar social europeo. La idea de la omnipotencia de Estados Unidos se ha desvanecido en Afganistán e Irak, y la población es consciente de que el mundo no va a considerar la retirada de Bush como una tragedia. (Los neoconservadores llegaron más tarde a la coalición y, en cualquier caso, su compromiso fundamental es con Israel).
No obstante, los demócratas se han mostrado demasiado dubitativos y lentos a la hora de proponer alternativas. Obama se ha presentado como el líder que encabezará la búsqueda nacional de un nuevo consenso político, como alguien diferente dentro de su partido. Pero más de uno de cada 10 estadounidenses cree que es musulmán y, por tanto, inaceptable, y muchos demócratas de clase obrera le tienen miedo por ser negro.
Los hombres blancos han votado siempre, en su mayoría, a presidentes republicanos. Se sienten amenazados por la independencia de sus esposas y sus hijas, el traslado de sus puestos de trabajo en las fábricas a otros países y los vecinos que de pronto hablan español… y reaccionan ante ese desposeimiento cultural y económico con indignación. Han aceptado la explicación de que los responsables de sus problemas no están en Wall Street sino en Harvard. La historia personal del veterano de Vietnam le permite simbolizar las virtudes que estos votantes -muchos de los cuales lucharon en aquella guerra- consideran mancilladas. Lo sorprendente es que la oposición al belicismo de McCain está muy extendida entre los altos mandos militares, tanto en activo como retirados.
Es posible que las propias fisuras en la coalición republicana le permitan a McCain crear una nueva. No tiene por qué durar mucho; sólo hasta la medianoche del 4 de noviembre. Los diversos grupos republicanos, al final, terminarán votando por él. Los que preferirían a un presidente más activo en su cristianismo tal vez se conformarán con el apoyo profano que pueden obtener de una Casa Blanca republicana. Los que tienen unas ideas económicas que empiezan y acaban con la bajada de impuestos y la reducción del gasto público temerán lo que pueden costar las ideas de solidaridad social de los demócratas. Y los que se identifican con el poder de Estados Unidos verán en McCain la personificación de la fuerza nacional. Con esa capacidad de atraer a demócratas e independientes, McCain tiene grandes posibilidades de ser elegido.
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