Por Albert Branchadell, profesor de Sociolingüística en la UAB, y Ferran Requejo, profesor de Ciencia Política en la UPF (LA VANGUARDIA, 23/03/08):
Siempre que el espacio se ensancha - escribe Stefan Zweig en Montaigne-el alma se tensa”. El Espacio Europeo de Educación Superior (modelo Bolonia) supone la extensión del horizonte universitario más allá de las fronteras estatales. Y es un proceso no exento de tensiones. Uno de sus atractivos es la promoción de la movilidad y del multilingüismo, propósitos que se solapan con una formación de calidad y la excelencia en investigación. Y no siempre resulta fácil armonizar todos estos objetivos.
Las políticas lingüísticas de las universidades europeas dibujan un mapa muy variado y en transformación. Hay universidades que siguen ofreciendo sus cursos sólo en la(s) lengua (s) propia (s) de su entorno, otras apuestan por combinar estas últimas con el inglés, otras optan por un multilingüismo más amplio. Una tendencia común es hacia la adopción del inglés como lengua franca en las enseñanzas de posgrado (máster y doctorado). Son las universidades quienes diseñan su propia política. La principal conclusión es que no existe un solo modelo adecuado para todos los contextos. El multilingüismo es un fenómeno multidimensional, y los problemas multidimensionales difícilmente tienen una solución única. Así, las políticas lingüísticas universitarias necesitan tanto decisiones de macropolítica (de orientación general) como de micropolítica (de modulación). Y las primeras no pueden suplantar a las segundas. Poner, por ejemplo, un número de créditos mínimo en inglés para todos los estudios no parece muy pertinente.
Es conveniente tener ideas claras sobre dos cosas: 1) hacia dónde se quiere ir, y 2) cómo se quiere ir hacia donde se quiere ir. De ahí la importancia de los liderazgos en los gobiernos y en los equipos directivos de las universidades.
En el caso de Catalunya, ¿hacia dónde se quiere ir? A nuestro entender, hay que rehuir el modelo californiano del English only.No deja de ser curioso que cuando los británicos se han dado cuenta de que el inglés no es suficiente para hacer negocios en Europa (informe ELAN), algunos europeos todavía estemos pensando en jugar exclusivamente esa carta lingüística. El multilingüismo es una inversión de país que no puede limitarse a una sola lengua. En la universidad habría que discernir quién necesita el inglés y, sobre todo, para qué. Desde aquí proponemos ir hacia un modelo de multilingüismo estratégico, con un mínimo de tres lenguas vehiculares: el catalán como centro de gravedad, el castellano, y al menos una lengua extranjera - no necesariamente el inglés-, especialmente en másters i doctorados. Es un modelo asimétrico, pues las lenguas no tienen el mismo peso, y un modelo plural porque este peso varía según el nivel (grado, máster y doctorado) y el tipo de titulación.
¿Cómo se debe ir hacia ahí? Algunos criterios en la dirección propuesta serían los siguientes:
1) No confundir la universidad con una escuela de idiomas. La universidad puede elevar la competencia y especialización en lenguas extranjeras de sus estudiantes, pero no puede emplear sus recursos en proporcionarles una competencia lingüística básica. Si la enseñanza de idiomas en la enseñanza secundaria es deficiente, lo que hay que hacer es reformarla en serio, no aplazar el problema. Una mayor imbricación entre estos dos niveles de enseñanza resulta hoy una necesidad flagrante.
2) Establecer en las universidades planes lingüísticos con una graduación de objetivos realistas adecuados a cada titulación.
3) Ofrecer una política de seguridad lingüística:establecer información pública y vinculante sobre el régimen lingüístico de cada asignatura (lengua o lenguas que utilizará oralmente el profesor; lengua o lenguas que deberán conocer los estudiantes, sea de modo pasivo o activo; lengua o lenguas de los materiales docentes, etcétera).
4) Conviene que las universidades tengan órganos específicos para lograr los objetivos lingüísticos propuestos. Incentivar una cultura de la evaluación (evaluaciones internas y externas), aún muy incipiente en nuestro contexto, que compare objetivos con resultados y que permita corregir lo que no va bien.
5) Encauzar las resistencias detectadas (estudiantes, profesorado y personal administrativo). Los incentivos suelen ser muchas veces más exitosos que las normas.
En este tema debe avanzarse con liderazgo a través de criterios claros y realistas - y no sólo anglicanizando un ingente número de asignaturas-, con dotaciones presupuestarias, medidas de incentivación y voluntad de rectificación cuando sea necesario. Debería evitarse que en unos años fuera aplicable el dicho de Mark Twain: “El púlpito y los optimistas no dejan de hablar sobre la firme marcha de la humanidad hacia la perfección final. Como siempre, se saltan a la torera las estadísticas”.
Siempre que el espacio se ensancha - escribe Stefan Zweig en Montaigne-el alma se tensa”. El Espacio Europeo de Educación Superior (modelo Bolonia) supone la extensión del horizonte universitario más allá de las fronteras estatales. Y es un proceso no exento de tensiones. Uno de sus atractivos es la promoción de la movilidad y del multilingüismo, propósitos que se solapan con una formación de calidad y la excelencia en investigación. Y no siempre resulta fácil armonizar todos estos objetivos.
Las políticas lingüísticas de las universidades europeas dibujan un mapa muy variado y en transformación. Hay universidades que siguen ofreciendo sus cursos sólo en la(s) lengua (s) propia (s) de su entorno, otras apuestan por combinar estas últimas con el inglés, otras optan por un multilingüismo más amplio. Una tendencia común es hacia la adopción del inglés como lengua franca en las enseñanzas de posgrado (máster y doctorado). Son las universidades quienes diseñan su propia política. La principal conclusión es que no existe un solo modelo adecuado para todos los contextos. El multilingüismo es un fenómeno multidimensional, y los problemas multidimensionales difícilmente tienen una solución única. Así, las políticas lingüísticas universitarias necesitan tanto decisiones de macropolítica (de orientación general) como de micropolítica (de modulación). Y las primeras no pueden suplantar a las segundas. Poner, por ejemplo, un número de créditos mínimo en inglés para todos los estudios no parece muy pertinente.
Es conveniente tener ideas claras sobre dos cosas: 1) hacia dónde se quiere ir, y 2) cómo se quiere ir hacia donde se quiere ir. De ahí la importancia de los liderazgos en los gobiernos y en los equipos directivos de las universidades.
En el caso de Catalunya, ¿hacia dónde se quiere ir? A nuestro entender, hay que rehuir el modelo californiano del English only.No deja de ser curioso que cuando los británicos se han dado cuenta de que el inglés no es suficiente para hacer negocios en Europa (informe ELAN), algunos europeos todavía estemos pensando en jugar exclusivamente esa carta lingüística. El multilingüismo es una inversión de país que no puede limitarse a una sola lengua. En la universidad habría que discernir quién necesita el inglés y, sobre todo, para qué. Desde aquí proponemos ir hacia un modelo de multilingüismo estratégico, con un mínimo de tres lenguas vehiculares: el catalán como centro de gravedad, el castellano, y al menos una lengua extranjera - no necesariamente el inglés-, especialmente en másters i doctorados. Es un modelo asimétrico, pues las lenguas no tienen el mismo peso, y un modelo plural porque este peso varía según el nivel (grado, máster y doctorado) y el tipo de titulación.
¿Cómo se debe ir hacia ahí? Algunos criterios en la dirección propuesta serían los siguientes:
1) No confundir la universidad con una escuela de idiomas. La universidad puede elevar la competencia y especialización en lenguas extranjeras de sus estudiantes, pero no puede emplear sus recursos en proporcionarles una competencia lingüística básica. Si la enseñanza de idiomas en la enseñanza secundaria es deficiente, lo que hay que hacer es reformarla en serio, no aplazar el problema. Una mayor imbricación entre estos dos niveles de enseñanza resulta hoy una necesidad flagrante.
2) Establecer en las universidades planes lingüísticos con una graduación de objetivos realistas adecuados a cada titulación.
3) Ofrecer una política de seguridad lingüística:establecer información pública y vinculante sobre el régimen lingüístico de cada asignatura (lengua o lenguas que utilizará oralmente el profesor; lengua o lenguas que deberán conocer los estudiantes, sea de modo pasivo o activo; lengua o lenguas de los materiales docentes, etcétera).
4) Conviene que las universidades tengan órganos específicos para lograr los objetivos lingüísticos propuestos. Incentivar una cultura de la evaluación (evaluaciones internas y externas), aún muy incipiente en nuestro contexto, que compare objetivos con resultados y que permita corregir lo que no va bien.
5) Encauzar las resistencias detectadas (estudiantes, profesorado y personal administrativo). Los incentivos suelen ser muchas veces más exitosos que las normas.
En este tema debe avanzarse con liderazgo a través de criterios claros y realistas - y no sólo anglicanizando un ingente número de asignaturas-, con dotaciones presupuestarias, medidas de incentivación y voluntad de rectificación cuando sea necesario. Debería evitarse que en unos años fuera aplicable el dicho de Mark Twain: “El púlpito y los optimistas no dejan de hablar sobre la firme marcha de la humanidad hacia la perfección final. Como siempre, se saltan a la torera las estadísticas”.
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