Por MOISÉS NAÍM 02/03/2008
El mundo árabe vive tres booms: uno demográfico, otro de terrorismo y otro económico. En el norte de África y en Oriente Próximo la población, especialmente los jóvenes, crece aceleradamente; el radicalismo político y religioso que conduce al terrorismo, también. Estos dos primeros no son novedad. Pero el boom económico del mundo árabe abarca ahora a los países sin petróleo, lo cual es nuevo. Estamos acostumbrados a ver cómo los países que exportan petróleo tienen un boom cada vez que sube el precio del barril. Lo que no habíamos visto desde hace décadas es que países como Egipto, Jordania y otros que no son exportadores experimenten una sustancial y prolongada expansión económica. Y esto es lo que está sucediendo.
Desde 2001, las economías del norte de África y Oriente Próximo se han venido expandiendo a un ritmo del 5% anual. Durante la década de los noventa, su crecimiento fue de un magro 2,7% al año.
Con una población que crece muy rápido, las economías deben crecer aún más rápido para que la pobreza no aumente. En los países árabes esto llevaba más de 20 años sin suceder. Pero el año pasado el ingreso promedio por persona en toda la región creció más del 4%, un récord histórico (durante la década de los noventa el promedio anual fue del 1,7%). El aumento de los ingresos personales se debe principalmente a la aparición de nuevos puestos de trabajo.
Las causas del actual boom económico árabe son muchas y varían en cada país. Obviamente el petróleo es un factor importante. Pero hay otros. Los países exportadores de productos agrícolas, minerales y otras materias primas se están beneficiando de la gran demanda mundial. El auge del turismo y de las remesas de los emigrantes y el aumento en las inversiones tanto de los países petroleros vecinos como de China, Europa y Estados Unidos han ayudado a la reactivación económica. Al igual que lo han hecho los mayores intercambios comerciales y financieros con Europa. En menor medida, también han ayudado las reformas gubernamentales que han reducido en algo las asfixiantes reglas que articulan y corrompen al sector privado.
Este boom económico es una muy buena noticia. Más que nada porque muestra que el mundo árabe es perfectamente capaz de acelerar su hasta ahora lento ritmo de progreso. Y este ritmo hay que acelerarlo aún más si se quiere impedir que los dos otros dos booms conduzcan a situaciones catastróficas.
Tener en el norte de África y Oriente Próximo economías más capaces de generar empleos a gran velocidad no es tan sólo una posibilidad interesante, es un requisito crítico para la estabilidad de estos países y hasta del resto del mundo.
Los países árabes tienen el mayor número de jóvenes, y de jóvenes desempleados, del planeta. Esta región -donde dos tercios de la población vive en países sin petróleo- deberá generar 55 millones de nuevos empleos en los próximos 12 años, además de los 15 millones de empleos necesarios para darle trabajo a quienes ya hoy están en paro. Este boom de población joven y desempleada es una fuente importante de peligros para ellos y para todos nosotros. Y este peligro obviamente tiene que ver con el otro boom que viven los países árabes: radicalismo y violencia política y religiosa. Si bien el autoritarismo, la represión política y el control policial de los grupos opositores a los gobiernos de esa región son la norma, también lo es que el extremismo islámico parece no sólo inmune a la represión, sino que parece estarse beneficiando de ella, ya que le hace ganar adeptos.
La otra fuente del radicalismo político es la desesperanza. Una economía que produzca más empleos y mejor calidad de vida no elimina el terrorismo, pero disminuye el número de desesperados que prefiere el asesinato y el suicidio como estilo de vida. Y ya sabemos que el paro, la miseria crónica y la ignorancia son fáciles de aprovechar por quienes saben cómo transformar la desesperanza en fanatismo criminal.
Los gobernantes árabes harían bien en entender que el coste de reformar sus economías, hacerlas más competitivas y menos monopolizadas por sus familiares y amigos es mucho menor que el coste de seguir teniendo millones de jóvenes desesperados y sin empleo.
El mundo árabe vive tres booms: uno demográfico, otro de terrorismo y otro económico. En el norte de África y en Oriente Próximo la población, especialmente los jóvenes, crece aceleradamente; el radicalismo político y religioso que conduce al terrorismo, también. Estos dos primeros no son novedad. Pero el boom económico del mundo árabe abarca ahora a los países sin petróleo, lo cual es nuevo. Estamos acostumbrados a ver cómo los países que exportan petróleo tienen un boom cada vez que sube el precio del barril. Lo que no habíamos visto desde hace décadas es que países como Egipto, Jordania y otros que no son exportadores experimenten una sustancial y prolongada expansión económica. Y esto es lo que está sucediendo.
Desde 2001, las economías del norte de África y Oriente Próximo se han venido expandiendo a un ritmo del 5% anual. Durante la década de los noventa, su crecimiento fue de un magro 2,7% al año.
Con una población que crece muy rápido, las economías deben crecer aún más rápido para que la pobreza no aumente. En los países árabes esto llevaba más de 20 años sin suceder. Pero el año pasado el ingreso promedio por persona en toda la región creció más del 4%, un récord histórico (durante la década de los noventa el promedio anual fue del 1,7%). El aumento de los ingresos personales se debe principalmente a la aparición de nuevos puestos de trabajo.
Las causas del actual boom económico árabe son muchas y varían en cada país. Obviamente el petróleo es un factor importante. Pero hay otros. Los países exportadores de productos agrícolas, minerales y otras materias primas se están beneficiando de la gran demanda mundial. El auge del turismo y de las remesas de los emigrantes y el aumento en las inversiones tanto de los países petroleros vecinos como de China, Europa y Estados Unidos han ayudado a la reactivación económica. Al igual que lo han hecho los mayores intercambios comerciales y financieros con Europa. En menor medida, también han ayudado las reformas gubernamentales que han reducido en algo las asfixiantes reglas que articulan y corrompen al sector privado.
Este boom económico es una muy buena noticia. Más que nada porque muestra que el mundo árabe es perfectamente capaz de acelerar su hasta ahora lento ritmo de progreso. Y este ritmo hay que acelerarlo aún más si se quiere impedir que los dos otros dos booms conduzcan a situaciones catastróficas.
Tener en el norte de África y Oriente Próximo economías más capaces de generar empleos a gran velocidad no es tan sólo una posibilidad interesante, es un requisito crítico para la estabilidad de estos países y hasta del resto del mundo.
Los países árabes tienen el mayor número de jóvenes, y de jóvenes desempleados, del planeta. Esta región -donde dos tercios de la población vive en países sin petróleo- deberá generar 55 millones de nuevos empleos en los próximos 12 años, además de los 15 millones de empleos necesarios para darle trabajo a quienes ya hoy están en paro. Este boom de población joven y desempleada es una fuente importante de peligros para ellos y para todos nosotros. Y este peligro obviamente tiene que ver con el otro boom que viven los países árabes: radicalismo y violencia política y religiosa. Si bien el autoritarismo, la represión política y el control policial de los grupos opositores a los gobiernos de esa región son la norma, también lo es que el extremismo islámico parece no sólo inmune a la represión, sino que parece estarse beneficiando de ella, ya que le hace ganar adeptos.
La otra fuente del radicalismo político es la desesperanza. Una economía que produzca más empleos y mejor calidad de vida no elimina el terrorismo, pero disminuye el número de desesperados que prefiere el asesinato y el suicidio como estilo de vida. Y ya sabemos que el paro, la miseria crónica y la ignorancia son fáciles de aprovechar por quienes saben cómo transformar la desesperanza en fanatismo criminal.
Los gobernantes árabes harían bien en entender que el coste de reformar sus economías, hacerlas más competitivas y menos monopolizadas por sus familiares y amigos es mucho menor que el coste de seguir teniendo millones de jóvenes desesperados y sin empleo.
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