lunes, marzo 31, 2008

El paraíso está en Liechtenstein

Por José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Supremo (EL PERIÓDICO, 16/03/08):

Todos los arqueólogos pasados y presentes han soñado alguna vez en su viva que descubrían el lugar del planeta donde el Creador situó el paraíso terrenal para deleite de los padres del género humano. En él plantó además los árboles de la vida, de la ciencia y del bien y del mal. En este último, la serpiente se encargó de echarlo todo a perder.

A los que siguen obsesionados con la búsqueda les recomendaría que abandonasen toda esperanza. El verdadero paraíso terrenal está en Liechtenstein. Si entramos en las guías oficiales actualizadas, podemos encontrar datos sobre su demografía, 35.000 habitantes, capaces de acoger en su minúscula superficie a 73.700 compañías mercantiles y 75.000 fundaciones, no precisamente benéficas, sino para guardar en secreto el nombre del titular que depositó los fondos. Haciendo un modesto cálculo de 20 metros cuadrados por oficina, alcanzaríamos una superficie de 2.974 kilómetros cuadrados. Afortunadamente para sus habitantes, la inmensa mayoría de las sedes son virtuales y se manejan desde remotas terminales de la red.

SE NOS DICE también que ha desarrollado una economía próspera, altamente industrializada, de libre mercado, con un sector de servicios financieros importantísimo como ha quedado reflejado en las cifras antes manejadas. Los impuestos son bajos y las leyes muy permisivas. La permisividad y tolerancia se concentra en no preguntar por el origen del dinero que llega a sus entidades financieras, como los ríos que van a dar a la mar, aunque, como todo el mundo sabe, el Principado no tiene salida al océano.

El dinero, aunque sea virtual, no tiene capacidad de automoción, por lo que necesita intermediarios financieros que sirvan de coartada y den a las operaciones una apariencia de legalidad que se esfuma y licua en cuanto traspasa sus fronteras.
Parece que el Gobierno está trabajando para ajustar su política económica en el marco de la Unión Europea del Libre Comercio. Mientras esto se consuma, aparece el más famoso CD que se ha producido por la industria de la reproducción musical, videográfica o simplemente oral. Su precio en el mercado fue de cuatro millones de euros. Lo sabe el fiscal alemán que se lo compró a un confidente previamente provisto de fondos por el Banco Nacional Alemán, autorizado por el ministro de Finanzas. Me imagino que su nombre se habrá mantenido en secreto para que no corra el riesgo de enredarse con una cuerda al cuello en algún puente de Londres, como el banquero Roberto Calvi.

La economía de mercado y, dentro de ella, la economía financiera, se ha instalado en una contradicción peligrosa e insostenible. Mantiene la sacralización de sus reglas para después hacer tabla rasa de los principios y actuar de manera absolutamente desregulada, tratando de imponer la filosofía del secreto bancario, incluso por encima del secreto de confesión. El papa Benedicto XVI, retomando la parábola sobre la dificultad de los ricos para entrar en el reino de los cielos, nos ha recordado que acumular riqueza es pecado.

Algunos opinamos que la lista Forbes de las grandes fortunas es desmoralizadora. Los beneficios ilimitados responden al éxito y desarrollo de actividades económicas rentables. Ahora bien, estimo que en relación con los parámetros de mérito y capacidad, ninguna actividad humana por inteligente hiperactiva y deslumbrante que sea merece una justa retribución de miles de millones de euros.

Las conductas que están siendo investigadas en Alemania constituyen un inmenso fraude delictivo que perjudica a sociedades diversas y que pone en peligro la estabilidad de los sistemas de asistencia y de protección social al sustraer a los erarios públicos cantidades que deberían tributar.

LA INTENSIDAD y gravedad del impacto delictivo es de tal naturaleza que, utilizando los parámetros que señala el Código Penal para medir la gravedad del hecho delictivo y su impacto sobre la paz social, podríamos situarlo en la escala máxima, equiparable a los crímenes de terrorismo y cualquier otra forma de desestabilización social, moral y ética.

Según todos los especialistas, los delitos de terrorismo lesionan bienes indeterminados pero cuantificables que incluso pueden tener una repercusión privada, pero sobre todo se caracterizan por causar una grave alarma social y un clima de impotencia y desmoralización colectiva. Además, alteran las reglas de la seguridad pública y alcanzan relevancia internacional.

La persecución por los tribunales de los distintos países de estas conductas delictivas va a ser un test importante para reforzar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y para medir el grado de igualdad ante la ley de los criminales. La tarea no será fácil. Empiezan a escucharse voces que cuestionan la legitimidad de la prueba obtenida por la compra de un CD a un confidente. En materia de terrorismo es válida la tortura como medio de obtener pruebas. Así lo ha confirmado Bush al vetar la ley que prohíbe la asfixia simulada. Según los mejores abogados alemanes, utilizar la información contenida en un CD así obtenido puede trastocar las delicadas estructuras del derecho a un juicio justo y con todas las garantías. Vale la tortura, pero no las confidencias apoyadas por sólidos datos.


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