Por Carlos Mendo (EL PAÍS, 06/03/08):
Evidentemente, no hay “nada nuevo bajo el sol”. En España, los dos partidos mayoritarios se acusan mutuamente de haber crispado el ambiente político en estos cuatro años hasta límites insospechados. Y pretenden que la situación es única en el mundo democrático. Se nota a), la juventud de nuestra democracia, sólo tres décadas desde su restauración tras la dictadura, y b) la escasa experiencia exterior de los máximos líderes. Porque si quieren crispación, tensión y polarización de verdad, vayan a Washington y estudien los comportamientos de republicanos y demócratas durante las presidencias de William Jefferson Clinton y George W. Bush, que cubren nada menos que los últimos 16 años en la historia de la democracia con la Constitución vigente más antigua del mundo. De la inmisericordia de la lucha política y de la soledad del político en la capital federal se hacía eco Harry S. Truman cuando, al regresar a su Misuri natal en 1953 tras siete años en la Casa Blanca, recordaba a Oscar Wilde con la frase: “Si quieres un amigo en Washington, cómprate un perro”. U otra, todavía más gráfica, de un célebre abogado washingtoniano, Robert Benett, amigo del matrimonio Clinton, que en su libro In the ring, de reciente aparición, escribe: “Un amigo en Washington es el que te apuñala por el pecho en lugar de hacerlo por la espalda”.
John McCain acaba de comprobar en su propia carne la veracidad de las afirmaciones de Truman y Bennett con la aparición de una información en el New York Times el pasado 20 de febrero, en la que, citando fuentes no identificadas, se acusa al senador por Arizona y candidato indiscutible a la nominación presidencial por su partido, de haber intervenido en 1999 con la Comisión Federal de Comunicación a favor de un cliente de la lobbista Vicky Iseman con la que, pretendidamente, mantenía un romance. Senador, cliente e Iseman han negado tanto los pretendidos favores como la presunta relación sentimental y, por el momento, la credibilidad del periódico neoyorquino ha sufrido más que la honestidad de McCain. Hasta el Defensor del Lector, Clark Hoyt, ha criticado duramente desde las páginas del Times la publicación de una información tan sensible sin contrastarla antes con fuentes independientes.
Puede que el incidente no tenga más recorrido. Si lo tuviera, significaría el fin de la carrera de McCain, paradigma ante la opinión pública de la integridad y la transparencia de los políticos. Y en cualquier caso, muestra el clima explosivo de las campañas electorales estadounidenses y el estudio microscópico al que son sometidos todos los cargos públicos a nivel local, estatal y federal. Especialmente, los aspirantes a la Casa Blanca.
Todo lo que concierne a los candidatos se examina con lupa, desde los historiales médicos a las declaraciones anuales de la renta, y cuando alguien no los hace públicos, como ocurre ahora con los ingresos del año pasado del matrimonio Clinton, el periodismo de investigación entra en acción hasta que las preguntas encuentran respuesta.
Naturalmente, el historial del aspirante republicano es del dominio público desde hace muchos años. McCain era de sobra conocido por la opinión pública mucho antes de entrar en política en 1982, primero como congresista y, cuatro años más tarde, como senador por Arizona, el Estado del suroeste donde reside. Desde 1973, el futuro senador, hijo y nieto de almirantes, era aclamado como un héroe por sus conciudadanos por su increíble comportamiento durante los cinco años y medio que pasó como prisionero de guerra en cárceles norvietnamitas, tras ser derribado su A-4 Skyhawk por un misil tierra-aire soviético en octubre de 1967. Torturado primero en la prisión de Hoa Loa, sarcásticamente bautizada por los prisioneros americanos como Hanoi Hilton, y trasladado después a un campo de concentración en las afueras de Hanoi, conocido como la Plantación, el entonces capitán de corbeta estuvo dos años aislado en una celda de castigo por negarse a facilitar información militar. Cuando su padre fue nombrado jefe de las fuerzas navales en el Pacífico, los norvietnamitas le ofrecieron la libertad en un intento de apuntarse un tanto propagandístico y, al mismo tiempo, desmoralizar al resto de los prisioneros. McCain se negó a aceptar la oferta, si no eran liberados también el resto de sus compañeros de celda. El resultado de la negativa fueron dos años más de torturas con rotura de dientes y huesos incluida. La huella de la tortura ha durado hasta hoy. El ex piloto de la Marina no puede elevar sus brazos por encima de los hombros y su mandíbula todavía hoy muestra las secuelas de las palizas. Su increíble resistencia y carácter fueron incluso alabados por el delegado vietnamita en las conversaciones de paz de París, Le Duc Tho. En 1973, McCain regresó a Estados Unidos en medio del cariño y la admiración de sus compatriotas, que no ha cesado de manifestarse hasta nuestros días.
A sus 71 años, este llanero solitario, indómito y rebelde durante toda su vida, incluida su estancia en la Academia Naval de Annapolis, donde tiene anotadas 100 faltas leves y donde se graduó en el nada brillante puesto de quinto por la cola de su promoción, aspira, por segunda vez en su vida política -la primera fue hace ocho años-, a conseguir la nominación de su partido en septiembre y a ganar las presidenciales el tradicional “primer martes después del primer lunes de noviembre”, fecha en la que, de acuerdo con lo establecido en la Constitución, se viene eligiendo ininterrumpidamente desde hace 219 años al jefe del Ejecutivo estadounidense. Y, ¿qué ofrece John McCain al Partido Republicano, un partido en el que una parte considerable de su base cristiana y ultraconservadora considera al senador un peligroso liberal, a pesar de su conocido conservadurismo, probado a lo largo de 28 años en el Congreso? Sencillamente, la única esperanza de retener la Casa Blanca en manos republicanas, tras los dos mandatos de George W. Bush, que, en opinión casi unánime de los historiadores, ha protagonizado una de las más desastrosas presidencias desde la inauguración de George Washington en 1789 como primer presidente de la naciente Unión americana.
McCain ofrece a los electores un liderazgo de sobra probado tanto en la vida militar como en la civil; una amplia experiencia no sólo en política nacional, sino también internacional, a través de su pertenencia presente y pasada a los comités de Asuntos Exteriores y de Defensa del Senado y de su continua presencia en los foros internacionales de debate, como las reuniones anuales de Davos y de seguridad de Múnich; una independencia de criterio frente a las posiciones tradicionales de su partido, que le ha ganado el apodo de Maverick (rebelde, independiente) en la opinión pública y la enemistad de los elementos fundamentalistas dentro del partido; y, una integridad por nadie discutida hasta ahora.
Para la ultraderecha republicana, McCain ha osado copatrocinar varios proyectos de ley con senadores demócratas, tales como la legalización de los 12 millones de inmigrantes ilegales, la imposición de un impuesto energético para luchar contra el cambio climático y la reforma de las contribuciones económicas a las campañas electorales, por citar sólo las tres más sonadas. Y, vade retro, durante un tiempo John Kerry, su compañero de Senado, candidato presidencial demócrata en 2004 -y como McCain veterano de Vietnam- pensó seriamente en ofrecerle compartir candidatura como vicepresidente.
Precisamente es esa independencia de McCain frente a los dogmas de los neocons lo que hace su candidatura especialmente atractiva para los votantes independientes. Si en noviembre, John McCain se convirtiera en el 44 presidente de Estados Unidos, esperen un pragmático y no un ideólogo en la Casa Blanca. Muy en línea con otros presidentes republicanos pragmáticos como Theodore Roosevelt, Dwight Eisenhower y Ronald Reagan, precisamente los ídolos de McCain.
Evidentemente, no hay “nada nuevo bajo el sol”. En España, los dos partidos mayoritarios se acusan mutuamente de haber crispado el ambiente político en estos cuatro años hasta límites insospechados. Y pretenden que la situación es única en el mundo democrático. Se nota a), la juventud de nuestra democracia, sólo tres décadas desde su restauración tras la dictadura, y b) la escasa experiencia exterior de los máximos líderes. Porque si quieren crispación, tensión y polarización de verdad, vayan a Washington y estudien los comportamientos de republicanos y demócratas durante las presidencias de William Jefferson Clinton y George W. Bush, que cubren nada menos que los últimos 16 años en la historia de la democracia con la Constitución vigente más antigua del mundo. De la inmisericordia de la lucha política y de la soledad del político en la capital federal se hacía eco Harry S. Truman cuando, al regresar a su Misuri natal en 1953 tras siete años en la Casa Blanca, recordaba a Oscar Wilde con la frase: “Si quieres un amigo en Washington, cómprate un perro”. U otra, todavía más gráfica, de un célebre abogado washingtoniano, Robert Benett, amigo del matrimonio Clinton, que en su libro In the ring, de reciente aparición, escribe: “Un amigo en Washington es el que te apuñala por el pecho en lugar de hacerlo por la espalda”.
John McCain acaba de comprobar en su propia carne la veracidad de las afirmaciones de Truman y Bennett con la aparición de una información en el New York Times el pasado 20 de febrero, en la que, citando fuentes no identificadas, se acusa al senador por Arizona y candidato indiscutible a la nominación presidencial por su partido, de haber intervenido en 1999 con la Comisión Federal de Comunicación a favor de un cliente de la lobbista Vicky Iseman con la que, pretendidamente, mantenía un romance. Senador, cliente e Iseman han negado tanto los pretendidos favores como la presunta relación sentimental y, por el momento, la credibilidad del periódico neoyorquino ha sufrido más que la honestidad de McCain. Hasta el Defensor del Lector, Clark Hoyt, ha criticado duramente desde las páginas del Times la publicación de una información tan sensible sin contrastarla antes con fuentes independientes.
Puede que el incidente no tenga más recorrido. Si lo tuviera, significaría el fin de la carrera de McCain, paradigma ante la opinión pública de la integridad y la transparencia de los políticos. Y en cualquier caso, muestra el clima explosivo de las campañas electorales estadounidenses y el estudio microscópico al que son sometidos todos los cargos públicos a nivel local, estatal y federal. Especialmente, los aspirantes a la Casa Blanca.
Todo lo que concierne a los candidatos se examina con lupa, desde los historiales médicos a las declaraciones anuales de la renta, y cuando alguien no los hace públicos, como ocurre ahora con los ingresos del año pasado del matrimonio Clinton, el periodismo de investigación entra en acción hasta que las preguntas encuentran respuesta.
Naturalmente, el historial del aspirante republicano es del dominio público desde hace muchos años. McCain era de sobra conocido por la opinión pública mucho antes de entrar en política en 1982, primero como congresista y, cuatro años más tarde, como senador por Arizona, el Estado del suroeste donde reside. Desde 1973, el futuro senador, hijo y nieto de almirantes, era aclamado como un héroe por sus conciudadanos por su increíble comportamiento durante los cinco años y medio que pasó como prisionero de guerra en cárceles norvietnamitas, tras ser derribado su A-4 Skyhawk por un misil tierra-aire soviético en octubre de 1967. Torturado primero en la prisión de Hoa Loa, sarcásticamente bautizada por los prisioneros americanos como Hanoi Hilton, y trasladado después a un campo de concentración en las afueras de Hanoi, conocido como la Plantación, el entonces capitán de corbeta estuvo dos años aislado en una celda de castigo por negarse a facilitar información militar. Cuando su padre fue nombrado jefe de las fuerzas navales en el Pacífico, los norvietnamitas le ofrecieron la libertad en un intento de apuntarse un tanto propagandístico y, al mismo tiempo, desmoralizar al resto de los prisioneros. McCain se negó a aceptar la oferta, si no eran liberados también el resto de sus compañeros de celda. El resultado de la negativa fueron dos años más de torturas con rotura de dientes y huesos incluida. La huella de la tortura ha durado hasta hoy. El ex piloto de la Marina no puede elevar sus brazos por encima de los hombros y su mandíbula todavía hoy muestra las secuelas de las palizas. Su increíble resistencia y carácter fueron incluso alabados por el delegado vietnamita en las conversaciones de paz de París, Le Duc Tho. En 1973, McCain regresó a Estados Unidos en medio del cariño y la admiración de sus compatriotas, que no ha cesado de manifestarse hasta nuestros días.
A sus 71 años, este llanero solitario, indómito y rebelde durante toda su vida, incluida su estancia en la Academia Naval de Annapolis, donde tiene anotadas 100 faltas leves y donde se graduó en el nada brillante puesto de quinto por la cola de su promoción, aspira, por segunda vez en su vida política -la primera fue hace ocho años-, a conseguir la nominación de su partido en septiembre y a ganar las presidenciales el tradicional “primer martes después del primer lunes de noviembre”, fecha en la que, de acuerdo con lo establecido en la Constitución, se viene eligiendo ininterrumpidamente desde hace 219 años al jefe del Ejecutivo estadounidense. Y, ¿qué ofrece John McCain al Partido Republicano, un partido en el que una parte considerable de su base cristiana y ultraconservadora considera al senador un peligroso liberal, a pesar de su conocido conservadurismo, probado a lo largo de 28 años en el Congreso? Sencillamente, la única esperanza de retener la Casa Blanca en manos republicanas, tras los dos mandatos de George W. Bush, que, en opinión casi unánime de los historiadores, ha protagonizado una de las más desastrosas presidencias desde la inauguración de George Washington en 1789 como primer presidente de la naciente Unión americana.
McCain ofrece a los electores un liderazgo de sobra probado tanto en la vida militar como en la civil; una amplia experiencia no sólo en política nacional, sino también internacional, a través de su pertenencia presente y pasada a los comités de Asuntos Exteriores y de Defensa del Senado y de su continua presencia en los foros internacionales de debate, como las reuniones anuales de Davos y de seguridad de Múnich; una independencia de criterio frente a las posiciones tradicionales de su partido, que le ha ganado el apodo de Maverick (rebelde, independiente) en la opinión pública y la enemistad de los elementos fundamentalistas dentro del partido; y, una integridad por nadie discutida hasta ahora.
Para la ultraderecha republicana, McCain ha osado copatrocinar varios proyectos de ley con senadores demócratas, tales como la legalización de los 12 millones de inmigrantes ilegales, la imposición de un impuesto energético para luchar contra el cambio climático y la reforma de las contribuciones económicas a las campañas electorales, por citar sólo las tres más sonadas. Y, vade retro, durante un tiempo John Kerry, su compañero de Senado, candidato presidencial demócrata en 2004 -y como McCain veterano de Vietnam- pensó seriamente en ofrecerle compartir candidatura como vicepresidente.
Precisamente es esa independencia de McCain frente a los dogmas de los neocons lo que hace su candidatura especialmente atractiva para los votantes independientes. Si en noviembre, John McCain se convirtiera en el 44 presidente de Estados Unidos, esperen un pragmático y no un ideólogo en la Casa Blanca. Muy en línea con otros presidentes republicanos pragmáticos como Theodore Roosevelt, Dwight Eisenhower y Ronald Reagan, precisamente los ídolos de McCain.
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