Por Andrew Wilson, analista principal sobre asuntos políticos del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (LA VANGUARDIA, 05/03/08):
En el 2001, George W. Bush afirmó que había mirado a los ojos a Vladimir Putin y había visto un alma gemela para Occidente. Después Putin se puso a restaurar el gobierno autoritario en Rusia. Hoy los dirigentes occidentales pueden estar a punto de repetir el mismo error con Dimitri Medvedev.
Su elección el domingo fue una coronación más que una competición. Los únicos oponentes de Medvedev eran viejas glorias del decenio de 1990, como Vladimir Zhirinovsky, que hace mucho se convirtió de protofascista en leal al Kremlin, y Andrei Bogdanov, un sucedáneo de demócrata a quien el Kremlin ha permitido presentarse como candidato para hacer creer a Occidente que se trataba de una auténtica contienda.
Así pues, resulta asombroso que en Occidente muchos lo aclamen como a un “liberal”. ¿Se deberá a que se nos ha hecho temer engañosamente a alguien peor, un bravucón silovik (miembro pasado o presente de los servicios de seguridad), como el ex ministro de Defensa Serguei Ivanov? ¿O representa Medvedev una verdadera oportunidad de descongelar la actual miniguerra fría entre Rusia y Occidente?
Medvedev es una persona agradable. Es un abogado que ha atacado el “nihilismo jurídico” de Rusia y ha denunciado el concepto en boga de “democracia soberana”. Tras siete años de presidente del consejo de administración de Gazprom, Medvedev está familiarizado con el mundo de los negocios. No desentona en Davos. Viste con trajes elegantes. No parece el arquetípico burócrata o agente del KGB postsoviético. Es un gran admirador del grupo de rock Deep Purple del decenio de 1970.
Pero, antes de apresurarnos a acoger una nueva cara que puede resultar ser simplemente una mejora cosmética, debemos entender el sistema que hizo a Medvedev. El problema de Rusia no es el de ser una democracia imperfecta, sino el de que su forma de gobierno está corrompida por la llamada “tecnología política”, que entraña algo más que llenar las urnas con votos fraudulentos. La tecnología política significa el patrocinio secreto de políticos falsificados como Bogdanov, la creación de ONG falsas y falsos movimientos juveniles patrióticos, como Nashi (Nuestro), para impedir una versión rusa de la revolución naranja de Ucrania y la movilización de los votantes contra un enemigo cuidadosamente fabricado. En 1996, el enemigo eran los comunistas; en 1999-2000, los chechenos; en el 2003-04, los oligarcas. Ahora somos nosotros: el Occidente supuestamente hostil y la amenaza representada por las “revoluciones de color” para la estabilidad de Rusia, que tanto ha costado lograr.
El propio Medvedev puede considerar esa política total o parcialmente desagradable, ahora Rusia tiene toda una industria de la manipulación política cuya desaparición de la noche a la mañana no es probable. En el marco ruso, ser liberal no significa poco más que oponerse a los siloviki.Significa pertenecer a un clan diferente, a una parte diferente del abrevadero.
Las incertidumbres de la sucesión han creado una guerra encubierta por la propiedad y la influencia entre un puñado de clanes diferentes, pero el sistema no puede permitirse el lujo de que haya un vencedor indiscutible.
En los últimos meses, el clan más poderoso, encabezado por el subdirector de la Administración del Kremlin, Igor Sechin, cuya compañía, Rosneft, recibió el pedazo mayor de Yukos en el 2004, ha amenazado con devorar a las demás. Otra compañía, Russneft, cuyos activos ascienden a entre 8.000 y 9.000 millones de dólares, parece ir por el mismo camino, después de que su propietario, Mijail Gutseriyev, fue desalojado mediante el mismo procedimiento de amenazas jurídicas y embargos fiscales que se utilizó contra Yukos.
Corren rumores de que el clan de Sechin tiene puestas sus miras en el Fondo de Estabilización de Rusia, cuyo valor han inflado hasta más de 140.000 millones de dólares los desorbitados precios de la energía.
Dicho de otro modo, la de reequilibrar el sistema - y no deseo repentino alguno de invertir el rumbo cada vez menos liberal que Rusia ha seguido desde el 2003- fue la razón principal para elegir a Medvedev. La ambición de Putin de permanecer en el poder como primer ministro tiene que ver también con esa operación de reequilibrio. Debe permanecer como niñero de Medvedev para impedir que un clan domine a los demás. Sechin e Ivanov lo vigilarán estrechamente para advertir cualquier señal de debilidad.
Así, pues, los gobiernos europeos pueden acoger con agrado la elección de Medvedev, pero su respuesta debe ser cuidadosamente calibrada conforme a los cambios reales que este pueda hacer. Europa debe procurar no repetir la exagerada reacción de muchos dirigentes cuando Putin sucedió al enfermo Yeltsin en el 2000. No debe haber una carrera para ser el nuevo mejor amigo de Medvedev ni se debe mirarlo a los ojos y elucubrar sobre su alma. Debemos centrarnos en lo que Medvedev haga y no en lo que diga, porque hasta que empiece a determinar el sistema, si es que lo hace, en lugar de verse determinado por él, no puede haber transición en Rusia.
En el 2001, George W. Bush afirmó que había mirado a los ojos a Vladimir Putin y había visto un alma gemela para Occidente. Después Putin se puso a restaurar el gobierno autoritario en Rusia. Hoy los dirigentes occidentales pueden estar a punto de repetir el mismo error con Dimitri Medvedev.
Su elección el domingo fue una coronación más que una competición. Los únicos oponentes de Medvedev eran viejas glorias del decenio de 1990, como Vladimir Zhirinovsky, que hace mucho se convirtió de protofascista en leal al Kremlin, y Andrei Bogdanov, un sucedáneo de demócrata a quien el Kremlin ha permitido presentarse como candidato para hacer creer a Occidente que se trataba de una auténtica contienda.
Así pues, resulta asombroso que en Occidente muchos lo aclamen como a un “liberal”. ¿Se deberá a que se nos ha hecho temer engañosamente a alguien peor, un bravucón silovik (miembro pasado o presente de los servicios de seguridad), como el ex ministro de Defensa Serguei Ivanov? ¿O representa Medvedev una verdadera oportunidad de descongelar la actual miniguerra fría entre Rusia y Occidente?
Medvedev es una persona agradable. Es un abogado que ha atacado el “nihilismo jurídico” de Rusia y ha denunciado el concepto en boga de “democracia soberana”. Tras siete años de presidente del consejo de administración de Gazprom, Medvedev está familiarizado con el mundo de los negocios. No desentona en Davos. Viste con trajes elegantes. No parece el arquetípico burócrata o agente del KGB postsoviético. Es un gran admirador del grupo de rock Deep Purple del decenio de 1970.
Pero, antes de apresurarnos a acoger una nueva cara que puede resultar ser simplemente una mejora cosmética, debemos entender el sistema que hizo a Medvedev. El problema de Rusia no es el de ser una democracia imperfecta, sino el de que su forma de gobierno está corrompida por la llamada “tecnología política”, que entraña algo más que llenar las urnas con votos fraudulentos. La tecnología política significa el patrocinio secreto de políticos falsificados como Bogdanov, la creación de ONG falsas y falsos movimientos juveniles patrióticos, como Nashi (Nuestro), para impedir una versión rusa de la revolución naranja de Ucrania y la movilización de los votantes contra un enemigo cuidadosamente fabricado. En 1996, el enemigo eran los comunistas; en 1999-2000, los chechenos; en el 2003-04, los oligarcas. Ahora somos nosotros: el Occidente supuestamente hostil y la amenaza representada por las “revoluciones de color” para la estabilidad de Rusia, que tanto ha costado lograr.
El propio Medvedev puede considerar esa política total o parcialmente desagradable, ahora Rusia tiene toda una industria de la manipulación política cuya desaparición de la noche a la mañana no es probable. En el marco ruso, ser liberal no significa poco más que oponerse a los siloviki.Significa pertenecer a un clan diferente, a una parte diferente del abrevadero.
Las incertidumbres de la sucesión han creado una guerra encubierta por la propiedad y la influencia entre un puñado de clanes diferentes, pero el sistema no puede permitirse el lujo de que haya un vencedor indiscutible.
En los últimos meses, el clan más poderoso, encabezado por el subdirector de la Administración del Kremlin, Igor Sechin, cuya compañía, Rosneft, recibió el pedazo mayor de Yukos en el 2004, ha amenazado con devorar a las demás. Otra compañía, Russneft, cuyos activos ascienden a entre 8.000 y 9.000 millones de dólares, parece ir por el mismo camino, después de que su propietario, Mijail Gutseriyev, fue desalojado mediante el mismo procedimiento de amenazas jurídicas y embargos fiscales que se utilizó contra Yukos.
Corren rumores de que el clan de Sechin tiene puestas sus miras en el Fondo de Estabilización de Rusia, cuyo valor han inflado hasta más de 140.000 millones de dólares los desorbitados precios de la energía.
Dicho de otro modo, la de reequilibrar el sistema - y no deseo repentino alguno de invertir el rumbo cada vez menos liberal que Rusia ha seguido desde el 2003- fue la razón principal para elegir a Medvedev. La ambición de Putin de permanecer en el poder como primer ministro tiene que ver también con esa operación de reequilibrio. Debe permanecer como niñero de Medvedev para impedir que un clan domine a los demás. Sechin e Ivanov lo vigilarán estrechamente para advertir cualquier señal de debilidad.
Así, pues, los gobiernos europeos pueden acoger con agrado la elección de Medvedev, pero su respuesta debe ser cuidadosamente calibrada conforme a los cambios reales que este pueda hacer. Europa debe procurar no repetir la exagerada reacción de muchos dirigentes cuando Putin sucedió al enfermo Yeltsin en el 2000. No debe haber una carrera para ser el nuevo mejor amigo de Medvedev ni se debe mirarlo a los ojos y elucubrar sobre su alma. Debemos centrarnos en lo que Medvedev haga y no en lo que diga, porque hasta que empiece a determinar el sistema, si es que lo hace, en lugar de verse determinado por él, no puede haber transición en Rusia.
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