martes, septiembre 02, 2008

Caracas al vuelo

Por Mario Vargas Llosa (EL PAÍS, 24/08/08):

Hice una visita relámpago a Caracas para ver el montaje teatral que ha hecho Héctor Manrique de una obra mía, Al pie del Támesis -magnífico, por cierto-, y, pese a lo breve de mi estancia, por lo que vi, oí, leí y conversé con los amigos en esas pocas horas, salí de Venezuela convencido de que el proyecto autoritario que el comandante Chávez ha puesto en marcha con las etiquetas de “la revolución bolivariana” y “el socialismo del siglo XXI” tiene ahora menos posibilidades de materializarse que hace algunos años. Y que el tiempo y el espíritu de resistencia del pueblo venezolano va socavando poco a poco el riesgo de que la patria de Bolívar se convierta en una segunda Cuba.

¿De qué viene mi optimismo? De la libertad con que los venezolanos de toda condición critican en calles, plazas, cafés y donde sea al Gobierno sin dejarse intimidar por las represalias que éste toma contra los opositores -y que abarcan todo un abanico de atropellos, desde despedidas intempestivas de puestos públicos, multas, auditorías, cancelaciones de contratos y permisos a empresarios y comerciantes, estatizaciones y confiscaciones, hasta cierrapuertas de la radio, la televisión y los teatros públicos a los artistas, directores, guionistas y productores reacios a convertirse en instrumentos obsecuentes del poder- y por las encuestas relativas a las elecciones del próximo 23 de noviembre, en que serán elegidos 22 gobernadores y 335 alcaldes, según las cuales la oposición, unida, podría obtener un porcentaje muy alto de victorias en todo el territorio nacional.

Chávez lo sabe y ha tomado precauciones haciendo “inhabilitar” por el Contralor de la República, en flagrante violación constitucional, a casi 300 ciudadanos, la gran mayoría de la oposición. Entre ellos figuraban cuatro candidatos a los que las encuestas daban grandes posibilidades de victoria en sus estados y que han quedado fuera de la contienda. El Tribunal Supremo de Justicia, ahora al servicio del régimen, ha convalidado el legicidio. Aun así, y sabiendo que, alertado por la derrota que sufrió el 2 de diciembre de 2007, Chávez se valdrá de todos los recursos a su alcance para impedir un nuevo revés, un cierto optimismo prevalece entre los venezolanos. ¿Puede el régimen orquestar un fraude generalizado? No es fácil, ya que existe el voto electrónico, siempre y cuando, claro está, haya una vigilancia en las mesas de votación como la que ejercitaron los estudiantes en el referéndum sobre el proyecto de reforma constitucional del pasado diciembre. Y es seguro que, esta vez, habrá una movilización parecida para impedir, o al menos atenuar, el riesgo de alteración indebida de los resultados.

Pregunto a mis amigos, disfrutando de un desayuno con arepas y queso blanco -manjar que, felizmente, la revolución bolivariana no ha conseguido deteriorar todavía-, por qué el régimen chavista no ha logrado instaurar en Venezuela los instrumentos coercitivos e intimidatorios -como los Comités barriales y distritales de la Revolución en la Cuba castrista, por ejemplo- que en todas las sociedades autoritarias paralizan a la sociedad civil y la enmudecen y permiten al régimen clausurar todos los espacios de libertad y de crítica al poder. Quien me da una explicación muy convincente es Teodoro Petkoff, fundador del M.A.S. (Movimiento al Socialismo, al que renunció el mismo día que esta organización decidió apoyar a Chávez), ex guerrillero, ex preso político, con dos fugas novelescas de la prisión, y, ahora, director de periódico y uno de los más lúcidos analistas políticos de Venezuela.

Desde que cayó la dictadura de Pérez Jiménez, en enero de 1958, hasta la subida al poder del comandante Hugo Chávez, en 1999, es decir, durante unos cuarenta años, los venezolanos disfrutaron de gobiernos que, no importa cuáles fueran sus fracasos en el campo económico y social, garantizaron las libertades públicas, celebraron elecciones libres y respetaron el derecho de expresión y de crítica. Estas prácticas democráticas calaron profundamente en la sociedad venezolana, y, aunque la corrupción y las malas políticas llegaron a desencantar a un sector vasto del pueblo con los partidos tradicionales y crearon un clima favorable a la prédica populista y revolucionaria y a la figura del caudillo, el hábito de ejercitar la libertad no desapareció y los venezolanos no han renunciado a ella. Por eso, Chávez no ha podido seguir el ejemplo cubano, o soviético, o chino, o islámico, o el de las satrapías militares, de emascular mediante el miedo a una sociedad entera antes de subyugarla. Más aún, ese espíritu independiente y librepensador aclimatado a lo largo de cuatro décadas de vida democrática, se manifiesta incluso en el seno del propio partido de Hugo Chávez, donde las divisiones y las insubordinaciones contra el caudillo hacen que, en las próximas elecciones de noviembre, en algunos estados (incluido el suyo), los candidatos del partido oficialista representen opciones críticas y díscolas a las políticas del propio presidente.

¿Cuántos cubanos hay en Venezuela? Es el secreto mejor guardado del régimen. Nadie lo sabe con certeza. Los cálculos varían entre 10.000 y 30.000. Muchos de ellos son médicos y dentistas y viven, repartidos por el territorio nacional, en las “misiones” o postas sanitarias que prestan servicio en los “ranchitos” o barrios marginales de las ciudades y en el campo. Un número considerable de los cubanos avecindados en Venezuela trabajan en labores de seguridad e inteligencia y, al parecer, tienen la responsabilidad del cuidado de Chávez. Muchos han utilizado a Venezuela como un trampolín para escapar a Estados Unidos, o a Colombia y a Centroamérica, aunque no hay estadística alguna al respecto. Pero, en todo caso, lo seguro es que la presencia de esa amplia comunidad cubana en Venezuela no parece en modo alguno constituir una fuerza adoctrinadora y propagandística a favor del marxismo-leninismo y la utopía comunista. Más bien, de escepticismo y hartazgo con la “revolución”.

A este respecto, no me resisto a contar una anécdota que le escuché también a Teodoro Petkoff. Tomó un taxi en el centro de Caracas y fue reconocido por el chofer. Éste era un médico cubano que, en sus ratos libres, hacía de taxista para mejorar sus ingresos. Estaba ya un buen tiempo en Venezuela y, ciertamente, muy contento. Lo que más le alegraba era la abundancia que advertía por doquier, en los almacenes, tiendas y mercados, un gran contraste con los desvaídos y misérrimos puestos de venta de productos domésticos donde se aprovisionan en la isla los cubanos de a pie. Puestos a conversar, el médico-taxista le confesó a Petkoff esta debilidad: “Cuando llegué a Venezuela y vi por primera vez una botella de Coca-Cola, se me llenaron los ojos de lágrimas”. Si después de medio siglo de revolución, ese símbolo quintaesenciado del capitalismo despierta semejantes emociones en un cubano nacido y educado bajo la prédica ideológica de Fidel Castro, ¿quién puede dudar que el socialismo en su versión cubana tiene los días contados?

Cuando las sociedades viven períodos traumáticos, generalmente la vida artística y la cultura en general experimentan un apogeo. Venezuela no es una excepción a esta regla. Las carencias y limitaciones que se advierten en otros campos no han empobrecido el trabajo literario, intelectual y artístico, que mantiene altos niveles de creatividad. El Gobierno no ha querido o no ha sabido sobornar a la clase intelectual y artística y ponerla a su servicio. Escritores, profesores, músicos, pintores, actores, han mantenido una gran independencia respecto del régimen y, con muy escasas excepciones, no han aceptado oficiar de propagandistas. Buen número de ellos militan en la resistencia. Las universidades tampoco han sido arrolladas por el régimen y casi todas ellas, tanto públicas como privadas, conservan su independencia y son, en algunos casos, un contrapeso saludable de defensa de la cultura de la libertad a la demagogia revolucionaria gubernamental.

Es sabido que el presidente Chávez promueve su “socialismo bolivariano” a golpe de talonario, o, mejor dicho, de barriles de petróleo, que regala por doquier, o vende a precios preferenciales, a los países a los que quiere incorporar a su órbita de influencia. De este modo, un gran porcentaje de los recursos del país salen al extranjero a beneficiar a otros pueblos en vez del venezolano. Escuché en mi breve visita muchas críticas y de todo orden contra el régimen, pero ni una sola vez oí a un venezolano quejarse de esos dispendios chavistas a favor de bolivianos, nicaragüenses, argentinos, ahora paraguayos, etcétera. ¿Por qué? Sin duda porque aquel espíritu solidario, sacrificado y generoso que llevó a ese pequeño y pobre país que era la Venezuela de donde salieron a regar su sangre por la libertad de América tantos millares de venezolanos a comienzos del siglo XIX, sigue llameando en los corazones de sus descendientes.

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