viernes, septiembre 05, 2008

Metáfora, metamorfosis, meteorología

Por Enrique Gil Calvo, profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid (EL PAÍS, 28/08/08):

La lectura es un método que permite ordenar la realidad atribuyéndole algún sentido por comparación a la secuencia leída de frases encadenadas. De ahí que la lectura propiamente dicha, y no sólo sus contenidos semánticos, suponga una metáfora en sí misma. Víctor Moreno redactó una pequeña lista de metáforas de la lectura que, entre otras, incluía compararla con una ventana, un espejo, un viaje, un océano, una aventura, un amor, una conversación, una idea… Pero la lectura no es sólo una metáfora de la vida personal, como en la novela de formación (bildungsroman) tipo Wilhelm Meister de Goethe o La educación sentimental de Flaubert, pues también plantea una metáfora sobre la vida pública: sobre la naturaleza física y la realidad social.

Esto es así por lo menos desde la invención de la escritura en Atenas, y mucho más después, tras instaurarse las grandes culturas del libro en Jerusalén, Roma y La Meca. Pero la identificación entre lectura y vida pública sólo adquirió carta de naturaleza tras la revolución de la imprenta que alumbró el nacimiento de la modernidad, imponiendo la primacía de la escritura experimental sobre la revelada. Desde entonces se cumple el dicho de que la naturaleza imita al arte, pues no podemos entender ni ordenar la realidad sin el auxilio de la letra impresa.

David Olson, continuador de McLuhan, propuso explicar el nacimiento de la ciencia moderna a partir de una metáfora inaugural que identificaba la realidad con “el libro de la naturaleza” (Francis Bacon) “escrito en el lenguaje de las matemáticas” (Galileo).

Desde entonces, el programa científico se dedicó a investigar el conocimiento a partir de dicha metáfora, entendiendo la realidad natural y social como si estuviera ordenada en forma de relato narrativo a descifrar: planteamiento, nudo y desenlace. Es decir, continuidad lineal, lógica causal consecutiva, regularidad legal, crecimiento acumulativo, predicción de futuro y conocimiento último. Un programa científico, pero en el fondo literario, cuyo paradigma es la teoría darwinista de la evolución de las especies, que puede generalizarse para explicar las distintas esferas de la realidad social: la filosofía de la historia dominada por la idea del progreso, el poder político volcado en la busca del control social, la sociología glosando los procesos de racionalización y modernización, las vanguardias artísticas creadoras de diseños cada vez más innovadores y autónomos…

Este programa científico-literario es el que está declinando en la actualidad, presto a morir de éxito tras haber cubierto con creces todos sus objetivos últimos, pues el libro de la naturaleza ya ha sido exhaustivamenteleído hasta el final. Y sin embargo, la realidad tanto física como social continúa pareciéndonos tan caótica o absurda como al principio, cuando el gran Shakespeare, una generación antes que Bacon o Galileo, la retrató con su célebre aforismo: un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que carece de sentido. Y es que la metáfora del libro de la naturaleza ya se ha agotado, tras dar de sí todo lo que podía, como ocurre siempre con las metáforas que no deben confundirse con la realidad a la que sirven.

Ahora sabemos que el presente es tan complejo que no puede ser reducido a la lógica narrativa, caracterizada por la continuidad lineal. Por eso debemos aprender de nuevo a leer el libro de la realidad pero leyéndolo ahora entre líneas, para descubrir lo ilegible que pueda latir tras ellas: una materia oscura (ni blanca como las páginas ni negra como las letras), potencial y proteica pero informe y amorfa, que nos amenaza con su brutal capacidad de mutación. Pues lo que anida detrás de la metáfora es la metamorfosis: la ruptura de la continuidad, el cambio súbito e imprevisto de la realidad hacia formas irreconocibles por monstruosas, ilógicas, deformes o grotescas.

Los relatos lineales, cuya forma canónica es el libro, no saben dar cuenta de la irrupción del acontecimiento imprevisible que destruye la continuidad narrativa arruinando para siempre su sentido último. Esto explica la profunda contradicción que conduce a la historiografía a la impotencia, debatiéndose entre la mera crónica de sucesos inconexos y la falaz invención de leyes históricas.

Pero lo mismo sucede en las demás ciencias sociales, incapaces de explicar el cambio catastrófico, lo que les impide predecir la futura evolución de los acontecimientos. Es lo que se ha bautizado con la metáfora de sociedad-riesgo (Beck), fundada en la paradoja de la crisis crónica. No sabiendo explicar acontecimientos catastróficos como el 11-S, la ciencia política se dedica a debatir el estado de excepción (recuperado por Agambem a partir de Schmitt), antítesis del imperio de la ley.

En economía ocurre algo semejante, pues la volatilidad de los mercados impide predecir el curso futuro de la economía real, más allá de su imprevista oscilación circular que se enrosca en espirales alcistas o bajistas. Respecto a la realidad física no soy competente para hablar, pero ahí está la incertidumbre del cambio climático, que impide programar cualquier escenario futuro.

En fin, hasta la misma biología ha entrado en crisis, pues cuando se cumplen 150 años del manifiesto fundador de la teoría de la evolución, su paradigma de continuidad lineal ya no se sostiene, refutado por el modelo de especiación discontinua, aleatoria y catastrófica que propuso Stephen J. Gould.

Es el ocaso de la galaxia Gütenberg, que impide seguir leyendo un libro de la naturaleza que se ha revelado tan ficticio como falaz. Pero como el homo loquax no sabe vivir sin metáforas, a la fallida del libro le han venido a sustituir otras nuevas, pugnando por dar cuenta del incierto devenir de la realidad. Es bien conocida la metáfora de la sociedad-red propuesta por Castells, también concebible por oposición a la sociedad-libro al basarse no en la continuidad lineal del relato sino en la interconexión multilateral de Internet.

Pero aquí prefiero fijarme en otra metáfora que se está haciendo cada vez más frecuente. Me refiero a la meteorología como retrato de una realidad crítica, caótica y mutante, que tiende a enroscarse en espirales borrascosas o anticiclónicas realimentadas por círculos viciosos o virtuosos. La meteorología no es lineal y continua como el relato sino circular y discontinua, dada su naturaleza volátil y disipada que crea ex nihilo emergencias catastróficas. Por eso se la usa como fuente de metáforas (como la sociedad líquida de Bauman) para describir el curso crítico de la realidad actual.

Ahí está el mantra omnipresente del cambio climático, como metáfora polivalente que sirve para todo. También la escena política parece dominada por climas de opinión que se intentan conjurar mediante acontecimientos mediáticos, espectáculos escandalosos y estrategias de crispación. Y no digamos la crisis económica presente, una tormenta perfecta que nadie sabe cómo se formó, cuánto costará ni cuándo se desvanecerá.

Se me objetará que la metáfora meteorológica es fútil, vulgar y banal, pues sólo se habla del tiempo cuando no se encuentra ningún otro tema mejor. Y es verdad, pues el clima es un lugar común que carece del prestigio del libro. Pero también puede servir de perfecta metáfora literaria. Y como prueba, nada mejor que un relato de Joseph Conrad, En la línea de sombra (1916), que trata de cómo el espíritu humano es capaz de sobreponerse a la formación de una tormenta perfecta, aprendiendo a superarla tras sucumbir y entregarse a ella. De lectura obligada en una época como la nuestra, barrida por vendavales de impotencia.

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