Por Samuel Hadas, analista diplomático, primer embajador de Israel en España y la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 05/03/09):
Más de treinta gobiernos en 60 años de vida. Papeletas de treinta y un partidos diferentes en las urnas. Doce partidos en la próxima Kneset. Un balance para descorazonar a cualquiera. A las elecciones del 10 de febrero los israelíes concurrieron con sentimientos encontrados, cumpliendo de mala gana una obligación ciudadana y exponiendo nuevamente su frustración respecto a sus políticos, la que se manifestó en el bajo porcentaje de votantes en estas y anteriores elecciones, en las que apenas poco más del 60% de los israelíes llegaron a las urnas. Desde que se dieron a conocer los resultados, los israelíes se debaten entre la preocupación y el pesimismo.
Los resultados electorales imposibilitarán devolver a corto plazo la estabilidad política a un país que vive un momento crucial y que debe enfrentar complejos desafíos, como la amenaza existencial representada por la carrera nuclear de un país cuyo régimen teocrático proclama, un día sí y otro también, que “Israel debe ser borrado del mapa”. Un país que deberá decidir entre apoyar decididamente, con hechos, la implementación de la solución de dos estados soberanos para los pueblos israelí y palestino o mantener una insostenible ocupación posibilitando que en una década la demografía se encargue de que los palestinos sean la mayoría. En esta situación, el Estado judío dejará de serlo o aquellos que se oponen a la división del territorio entre israelíes y palestinos intentarán recurrir a un régimen de apartheid para evitar que ello suceda. La amenaza inmediata a su seguridad representada por fanáticas organizaciones islamistas como Hamas y Hizbulah seguirá siendo tema prioritario en la agenda israelí. El Gobierno que surja del regateo político postelectoral deberá asimismo enfrentarse a una comunidad internacional hastiada de un conflicto que amenaza la seguridad regional y cuyas consecuencias repercuten muy lejos de ella.
Las urnas demostraron que la inestabilidad política es inherente a un sistema de gobierno democrático, basado en un sistema electoral proporcional que ha alentado la proliferación y fragmentación de partidos, entre los que sobresalen partidos étnicos y confesionales, algunos guiados por intereses sectoriales y que, al ser fiel de la balanza, se han especializado en el chantaje político. El sistema ha llevado a una situación en la que los pequeños partidos tienen una fuerza desproporcional a su dimensión, un minifundismo político, como lo definió un editorial de este periódico. De la docena de partidos que ocuparán los escaños de la Kneset, ninguno ha obtenido siquiera un cuarto de los votos, lo que hará que el próximo gobierno viva a merced de los partidos bisagra. Lo más probable es que corra la misma suerte de los que le precedieron, que no completaron su mandato. ¿Ha comenzado ya la cuenta regresiva para las próximas elecciones? “Un gobierno imposible, las próximas elecciones a las puertas”, es uno de los muchos titulares que anticipan elecciones en poco tiempo.
En estas elecciones quedó demostrado nuevamente, si hacía falta, que la escala de prioridades de los israelíes gira alrededor de la seguridad: su preocupación es la de elegir a quien considera la persona más apropiada para manejar la seguridad nacional y su seguridad personal. “¡No es la economía, estúpido!”, escribió un analista político en vísperas de las elecciones. Los resultados de las elecciones han sido consecuencia del papel predominante del conflicto palestino-israelí en la sociedad israelí y en la orientación de la política del Estado. La guerra de Gaza y los largos años de la inacabable lluvia de misiles disparados desde este territorio palestino bajo el régimen de fuerza de Hamas influyeron negativamente en el estado de ánimo de los israelíes y tuvieron consecuencias adversas para los partidos de un gobierno acusado por sus críticos de incapacidad para poner fin a este azote. El fracaso del proceso de paz ha menoscabado seriamente el caudal electoral de los partidos de izquierda que en el pasado dominaron la política israelí, cuya principal dificultad deviene del hecho de que hoy los israelíes más que responder a programas y grandes ideas prefieren un líder cuya personalidad inspire “seguridad”. Los israelíes no votaron contra el proceso de paz, sino por el liderazgo que en su opinión está mejor capacitado para manejar los temas de seguridad, dejándose seducir por quienes exigen “una política de fuerza frente al terrorismo”. El giro del electorado hacia los partidos de la derecha fue masivo en las ciudades golpeadas por el terrorismo de los cohetes de Hamas en el sur y de Hizbulah en el norte.
Los israelíes siguen expectantes las tortuosas negociaciones para la integración del nuevo gobierno. Pero la situación no invita al optimismo por cuanto la elección está entre una mala alternativa y otra peor: un gobierno de derecha atado de pies y manos por los ultranacionalistas que intentarán impedir la reconducción del proceso de paz o un gobierno de “unidad nacional” similar a los que en el pasado más que gobiernos de unidad nacional fueron gobiernos de paralización nacional.
Estas elecciones han tenido ganadores. Pero también grandes perdedores: la sociedad israelí y el proceso de paz. Sacar del fango el proceso de paz - anhelado por la gran mayoría de los israelíes-sólo será posible si la comunidad internacional, bajo la égida del nuevo presidente estadounidense, se implica a fondo y decide salvar a israelíes y palestinos de sí mismos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Más de treinta gobiernos en 60 años de vida. Papeletas de treinta y un partidos diferentes en las urnas. Doce partidos en la próxima Kneset. Un balance para descorazonar a cualquiera. A las elecciones del 10 de febrero los israelíes concurrieron con sentimientos encontrados, cumpliendo de mala gana una obligación ciudadana y exponiendo nuevamente su frustración respecto a sus políticos, la que se manifestó en el bajo porcentaje de votantes en estas y anteriores elecciones, en las que apenas poco más del 60% de los israelíes llegaron a las urnas. Desde que se dieron a conocer los resultados, los israelíes se debaten entre la preocupación y el pesimismo.
Los resultados electorales imposibilitarán devolver a corto plazo la estabilidad política a un país que vive un momento crucial y que debe enfrentar complejos desafíos, como la amenaza existencial representada por la carrera nuclear de un país cuyo régimen teocrático proclama, un día sí y otro también, que “Israel debe ser borrado del mapa”. Un país que deberá decidir entre apoyar decididamente, con hechos, la implementación de la solución de dos estados soberanos para los pueblos israelí y palestino o mantener una insostenible ocupación posibilitando que en una década la demografía se encargue de que los palestinos sean la mayoría. En esta situación, el Estado judío dejará de serlo o aquellos que se oponen a la división del territorio entre israelíes y palestinos intentarán recurrir a un régimen de apartheid para evitar que ello suceda. La amenaza inmediata a su seguridad representada por fanáticas organizaciones islamistas como Hamas y Hizbulah seguirá siendo tema prioritario en la agenda israelí. El Gobierno que surja del regateo político postelectoral deberá asimismo enfrentarse a una comunidad internacional hastiada de un conflicto que amenaza la seguridad regional y cuyas consecuencias repercuten muy lejos de ella.
Las urnas demostraron que la inestabilidad política es inherente a un sistema de gobierno democrático, basado en un sistema electoral proporcional que ha alentado la proliferación y fragmentación de partidos, entre los que sobresalen partidos étnicos y confesionales, algunos guiados por intereses sectoriales y que, al ser fiel de la balanza, se han especializado en el chantaje político. El sistema ha llevado a una situación en la que los pequeños partidos tienen una fuerza desproporcional a su dimensión, un minifundismo político, como lo definió un editorial de este periódico. De la docena de partidos que ocuparán los escaños de la Kneset, ninguno ha obtenido siquiera un cuarto de los votos, lo que hará que el próximo gobierno viva a merced de los partidos bisagra. Lo más probable es que corra la misma suerte de los que le precedieron, que no completaron su mandato. ¿Ha comenzado ya la cuenta regresiva para las próximas elecciones? “Un gobierno imposible, las próximas elecciones a las puertas”, es uno de los muchos titulares que anticipan elecciones en poco tiempo.
En estas elecciones quedó demostrado nuevamente, si hacía falta, que la escala de prioridades de los israelíes gira alrededor de la seguridad: su preocupación es la de elegir a quien considera la persona más apropiada para manejar la seguridad nacional y su seguridad personal. “¡No es la economía, estúpido!”, escribió un analista político en vísperas de las elecciones. Los resultados de las elecciones han sido consecuencia del papel predominante del conflicto palestino-israelí en la sociedad israelí y en la orientación de la política del Estado. La guerra de Gaza y los largos años de la inacabable lluvia de misiles disparados desde este territorio palestino bajo el régimen de fuerza de Hamas influyeron negativamente en el estado de ánimo de los israelíes y tuvieron consecuencias adversas para los partidos de un gobierno acusado por sus críticos de incapacidad para poner fin a este azote. El fracaso del proceso de paz ha menoscabado seriamente el caudal electoral de los partidos de izquierda que en el pasado dominaron la política israelí, cuya principal dificultad deviene del hecho de que hoy los israelíes más que responder a programas y grandes ideas prefieren un líder cuya personalidad inspire “seguridad”. Los israelíes no votaron contra el proceso de paz, sino por el liderazgo que en su opinión está mejor capacitado para manejar los temas de seguridad, dejándose seducir por quienes exigen “una política de fuerza frente al terrorismo”. El giro del electorado hacia los partidos de la derecha fue masivo en las ciudades golpeadas por el terrorismo de los cohetes de Hamas en el sur y de Hizbulah en el norte.
Los israelíes siguen expectantes las tortuosas negociaciones para la integración del nuevo gobierno. Pero la situación no invita al optimismo por cuanto la elección está entre una mala alternativa y otra peor: un gobierno de derecha atado de pies y manos por los ultranacionalistas que intentarán impedir la reconducción del proceso de paz o un gobierno de “unidad nacional” similar a los que en el pasado más que gobiernos de unidad nacional fueron gobiernos de paralización nacional.
Estas elecciones han tenido ganadores. Pero también grandes perdedores: la sociedad israelí y el proceso de paz. Sacar del fango el proceso de paz - anhelado por la gran mayoría de los israelíes-sólo será posible si la comunidad internacional, bajo la égida del nuevo presidente estadounidense, se implica a fondo y decide salvar a israelíes y palestinos de sí mismos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario