Por Enrique V. Iglesias, secretario general Iberoamericano (EL PAÍS, 14/03/09):
Aunque la crisis económica internacional aún no ha castigado tanto a América Latina como a los países más desarrollados, sus efectos ya empiezan a sentirse. La región, que junto a España, Portugal y Andorra constituye la Comunidad Iberoamericana, necesita compartir ideas y fijar posiciones.
Por eso, a primeros de este mes se celebró en Oporto (Portugal) una reunión extraordinaria de ministros de Finanzas y gobernadores de los bancos centrales de nuestros 22 países.
El encuentro fue convocado por el Gobierno portugués en su calidad de Secretaría Pro-Tempore de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que este año se celebra en Estoril. Y en este encuentro se intercambiaron ideas con los cuatro países iberoamericanos (Argentina, Brasil, España y México) que estarán presentes en la próxima reunión que celebra el G-20 en abril. Se contó, además, con la participación de representantes de organismos internacionales como el FMI, BID, CEPAL, CAF, OCDE, Banco Mundial y BEI.
La reunión se centró en tres temas: la situación de América Latina y las medidas que están adoptando los distintos países para afrontar la crisis; los principios de una reforma de los mercados financieros, y el papel que pueden y deben desempeñar en estas circunstancias los organismos financieros internacionales.
Sobre el primer punto, quedó claro que, como dije al principio, si bien América Latina no está experimentando esa especie de tsunami que afecta a los países desarrollados, las olas pronto llegarán a sus playas. Sus efectos vendrán por el lado del crédito, del comercio, de las expectativas y de las depreciaciones de los tipos de cambio.
En relación al crédito, la fuerte contracción afecta tanto al sector público como al privado; crédito escaso o inexistente y, por cierto, mucho más caro. Empresas que se venían financiando a tasas del 1% o el 2% por encima del Líbor deben pagar ahora del 5% al 6%. Esto se nota, sobre todo, en la tasa de financiamiento de las exportaciones.
Por lo que se refiere al comercio, la dramática bajada de la actividad económica ha provocado una caída muy fuerte de los altos niveles de precios que tenían las materias primas en los últimos tiempos.
Pensando en las expectativas, el ambiente de incertidumbre y la falta de respuesta a los estímulos convencionales crean un clima general de desconfianza. Un aspecto claro es el relativo a las nuevas inversiones. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, este año sólo serán un tercio de las de 2008 y apenas el 15% de las de 2007. La caída de las remesas de emigrantes agrega, ade-más, su fuerte impacto en el bolsillo de las familias más pobres.
En cuanto a las medidas, las políticas de estímulo a la demanda interna que están ejecutando los Gobiernos podrían no ser suficientes, así que quizá haya que preparar medidas adicionales. Es fundamental defender los logros sociales de los últimos años para no perder terreno en la lucha contra la pobreza. Lo peor de todo es el desempleo, que ha alcanzado y alcanzará niveles alarmantes en todo el mundo. También en América Latina.
Lo que se espera del G-20 es claro: crear una nueva arquitectura económica basada en marcos regulatorios universales para el sistema financiero; implementar más estrictos mecanismos de supervisión, y reforzar el papel del Fondo Monetario Internacional. Hace falta un auténtico banco central mundial con recursos adicionales. Los 250.000 millones actuales son muy limitados para la magnitud del problema. Deberían, como mínimo, duplicarse, y deberían activarse los derechos especiales de giro, que hoy serían un poderoso instrumento de apoyo financiero, especialmente a las economías emergentes.
Las economías industrializadas están sufriendo efectos brutales en términos de destrucción de riqueza y empleo. América Latina, por primera vez en décadas, ni ha provocado la crisis ni está peor que sus homólogos en crecimiento, inflación o déficit público. Pero el riesgo de que algunos países de la región tengan que abandonar las políticas anticíclicas no es despreciable. El aumento de la pobreza y el freno a la emergencia de nuevas clases medias son muy preocupantes.
Las instituciones multilaterales son un vehículo para financiar las políticas anticíclicas y evitar programas de ajuste ante deterioros de la situación económica y financiera internacional. Sin embargo, su efectividad requiere nuevos instrumentos y mayor capacidad de préstamo. Los procesos de ampliación de capital de estas instituciones son lentos y, quizás, llegarían tarde. Por ello, se necesitan mecanismos que ofrezcan opciones de inversión a los países acreedores que tienen reservas acumuladas.
El problema central del mundo hoy es la gran erosión de la confianza a todos los niveles de la sociedad y de los actores económicos. Restaurarla no es nada fácil, pero hay que centrarse en ese objetivo. Las rápidas reacciones de los Gobiernos a la crisis son elementos positivos que debieran dar sus frutos. Pero habrá que hacer mucho más.
En primer lugar, restablecer la solidez de los sistemas bancarios, continuar, especialmente en los países centrales, con políticas proactivas y concertadas de tipo fiscal, pero también hacer frente a los rebrotes de proteccionismo comercial y financiero. Se oyen muchas voces de rechazo al proteccionismo, pero luego se contradicen con la realidad.
Hay que afrontar los problemas con medidas concretas que apunten a objetivos claros: muchas veces, la urgencia de los problemas lleva a actuar en múltiples direcciones que desdibujan el objetivo central y generan más incertidumbre.
La experiencia nos enseña a valorar la gran contribución que pueden hacer a la confianza pública, los acuerdos políticos de amplio espectro y la concertación de políticas económicas básicas entre los sectores públicos y privados. Como se ha hecho recientemente en países como México y la República Dominicana.
Es necesario que en la reu-nión del G-20 en abril y en los debates de la Asamblea Extraordinaria de Naciones Unidas de septiembre se aborden estas cruciales reformas para responder a las cuestiones que mucho tienen que ver con los orígenes de esta crisis. Y que se escuche la voz de Iberoamérica que, sin duda, ayudará a encontrar soluciones.
A este propósito contribuyeron los debates en Oporto. Pero hay una iniciativa de este encuentro que no ha estado en los trabajos iniciales del G-20: la necesidad de aumentar sustancialmente el capital de trabajo, no sólo del Fondo y el Banco sino, especialmente, de bancos regionales como el BID y la CAF. Para los países pequeños y medios de la región con difícil acceso a los mercados de capital internacional -sobre todo en estos momentos en que están fuertemente demandados por las necesidades financieras de los países más desarrollados-, contar con el apoyo de la banca regional es muy importante para afrontar los impactos de la crisis internacional.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Aunque la crisis económica internacional aún no ha castigado tanto a América Latina como a los países más desarrollados, sus efectos ya empiezan a sentirse. La región, que junto a España, Portugal y Andorra constituye la Comunidad Iberoamericana, necesita compartir ideas y fijar posiciones.
Por eso, a primeros de este mes se celebró en Oporto (Portugal) una reunión extraordinaria de ministros de Finanzas y gobernadores de los bancos centrales de nuestros 22 países.
El encuentro fue convocado por el Gobierno portugués en su calidad de Secretaría Pro-Tempore de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que este año se celebra en Estoril. Y en este encuentro se intercambiaron ideas con los cuatro países iberoamericanos (Argentina, Brasil, España y México) que estarán presentes en la próxima reunión que celebra el G-20 en abril. Se contó, además, con la participación de representantes de organismos internacionales como el FMI, BID, CEPAL, CAF, OCDE, Banco Mundial y BEI.
La reunión se centró en tres temas: la situación de América Latina y las medidas que están adoptando los distintos países para afrontar la crisis; los principios de una reforma de los mercados financieros, y el papel que pueden y deben desempeñar en estas circunstancias los organismos financieros internacionales.
Sobre el primer punto, quedó claro que, como dije al principio, si bien América Latina no está experimentando esa especie de tsunami que afecta a los países desarrollados, las olas pronto llegarán a sus playas. Sus efectos vendrán por el lado del crédito, del comercio, de las expectativas y de las depreciaciones de los tipos de cambio.
En relación al crédito, la fuerte contracción afecta tanto al sector público como al privado; crédito escaso o inexistente y, por cierto, mucho más caro. Empresas que se venían financiando a tasas del 1% o el 2% por encima del Líbor deben pagar ahora del 5% al 6%. Esto se nota, sobre todo, en la tasa de financiamiento de las exportaciones.
Por lo que se refiere al comercio, la dramática bajada de la actividad económica ha provocado una caída muy fuerte de los altos niveles de precios que tenían las materias primas en los últimos tiempos.
Pensando en las expectativas, el ambiente de incertidumbre y la falta de respuesta a los estímulos convencionales crean un clima general de desconfianza. Un aspecto claro es el relativo a las nuevas inversiones. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, este año sólo serán un tercio de las de 2008 y apenas el 15% de las de 2007. La caída de las remesas de emigrantes agrega, ade-más, su fuerte impacto en el bolsillo de las familias más pobres.
En cuanto a las medidas, las políticas de estímulo a la demanda interna que están ejecutando los Gobiernos podrían no ser suficientes, así que quizá haya que preparar medidas adicionales. Es fundamental defender los logros sociales de los últimos años para no perder terreno en la lucha contra la pobreza. Lo peor de todo es el desempleo, que ha alcanzado y alcanzará niveles alarmantes en todo el mundo. También en América Latina.
Lo que se espera del G-20 es claro: crear una nueva arquitectura económica basada en marcos regulatorios universales para el sistema financiero; implementar más estrictos mecanismos de supervisión, y reforzar el papel del Fondo Monetario Internacional. Hace falta un auténtico banco central mundial con recursos adicionales. Los 250.000 millones actuales son muy limitados para la magnitud del problema. Deberían, como mínimo, duplicarse, y deberían activarse los derechos especiales de giro, que hoy serían un poderoso instrumento de apoyo financiero, especialmente a las economías emergentes.
Las economías industrializadas están sufriendo efectos brutales en términos de destrucción de riqueza y empleo. América Latina, por primera vez en décadas, ni ha provocado la crisis ni está peor que sus homólogos en crecimiento, inflación o déficit público. Pero el riesgo de que algunos países de la región tengan que abandonar las políticas anticíclicas no es despreciable. El aumento de la pobreza y el freno a la emergencia de nuevas clases medias son muy preocupantes.
Las instituciones multilaterales son un vehículo para financiar las políticas anticíclicas y evitar programas de ajuste ante deterioros de la situación económica y financiera internacional. Sin embargo, su efectividad requiere nuevos instrumentos y mayor capacidad de préstamo. Los procesos de ampliación de capital de estas instituciones son lentos y, quizás, llegarían tarde. Por ello, se necesitan mecanismos que ofrezcan opciones de inversión a los países acreedores que tienen reservas acumuladas.
El problema central del mundo hoy es la gran erosión de la confianza a todos los niveles de la sociedad y de los actores económicos. Restaurarla no es nada fácil, pero hay que centrarse en ese objetivo. Las rápidas reacciones de los Gobiernos a la crisis son elementos positivos que debieran dar sus frutos. Pero habrá que hacer mucho más.
En primer lugar, restablecer la solidez de los sistemas bancarios, continuar, especialmente en los países centrales, con políticas proactivas y concertadas de tipo fiscal, pero también hacer frente a los rebrotes de proteccionismo comercial y financiero. Se oyen muchas voces de rechazo al proteccionismo, pero luego se contradicen con la realidad.
Hay que afrontar los problemas con medidas concretas que apunten a objetivos claros: muchas veces, la urgencia de los problemas lleva a actuar en múltiples direcciones que desdibujan el objetivo central y generan más incertidumbre.
La experiencia nos enseña a valorar la gran contribución que pueden hacer a la confianza pública, los acuerdos políticos de amplio espectro y la concertación de políticas económicas básicas entre los sectores públicos y privados. Como se ha hecho recientemente en países como México y la República Dominicana.
Es necesario que en la reu-nión del G-20 en abril y en los debates de la Asamblea Extraordinaria de Naciones Unidas de septiembre se aborden estas cruciales reformas para responder a las cuestiones que mucho tienen que ver con los orígenes de esta crisis. Y que se escuche la voz de Iberoamérica que, sin duda, ayudará a encontrar soluciones.
A este propósito contribuyeron los debates en Oporto. Pero hay una iniciativa de este encuentro que no ha estado en los trabajos iniciales del G-20: la necesidad de aumentar sustancialmente el capital de trabajo, no sólo del Fondo y el Banco sino, especialmente, de bancos regionales como el BID y la CAF. Para los países pequeños y medios de la región con difícil acceso a los mercados de capital internacional -sobre todo en estos momentos en que están fuertemente demandados por las necesidades financieras de los países más desarrollados-, contar con el apoyo de la banca regional es muy importante para afrontar los impactos de la crisis internacional.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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