Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 13/04/09):
La gira por Europa de Barack Obama, el presidente más popular entre los europeos desde John Kennedy, se desarrolló en una atmósfera excelente, incluso calurosa, que contrasta con sus modestos resultados. El Financial Times lamentó en un titular: “Obama consigue menos de lo que merece”, y el editor del semanario alemán Die Zeit explicó que “todo el mundo lo ama porque parece vagamente que no fuera un americano”. El encanto y el buen entendimiento se quebraron, no obstante, a propósito de Turquía, cuyo ingreso en la UE, patrocinado por Washington, suscita una aguda controversia.
Cuando el Gobierno turco se opuso al nombramiento del danés Anders Fogh Rasmussen como secretario general de la OTAN, la disputa saltó de los bastidores a las candilejas. Ankara alegó la conducta de Rasmussen en el episodio de las caricaturas de Mahoma, por haber defendido la libertad de expresión y negarse a ejercer la censura que le exigían incluso los musulmanes moderados, expresión del abismo cultural y político. Muchos europeos partidarios de la adhesión de Turquía a la UE se sintieron frustrados por la conducta otomana, como afirmó el ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner: “Me inquieta la evolución de Turquía en el sentido, digamos, de una religión más reforzada, de un laicismo menos afirmado”.
LUEGO DE la forzada palinodia de Rasmussen, Obama ofreció algunas concesiones en la estructura de mando de la OTAN para vencer la resistencia obstinada de los turcos, pero no pudo evitar que Sarkozy recusara su llamamiento para el ingreso de Turquía en la UE y se quejara de la injerencia. En Alemania, donde el rechazo está muy extendido, el Frankfurter Allgemeine Zeitung inquirió: “¿Hasta dónde está dispuesto a ceder Obama a las exigencias musulmanas sin parecer servil?”. Frente a Londres, que desea una UE lo más amplia y lo menos integrada posible, vaga frontera comercial, París y Berlín abogan por una asociación económicamente ventajosa, pero políticamente inocua.
Desde que Turquía combatió en la guerra de Corea e ingresó en la OTAN (1952), vigía de las fronteras de la URSS, sus relaciones con EEUU estuvieron presididas por el anticomunismo y la égida militar que preservaba el legado de Atatürk: la vía secular para modernizar al orbe islámico y, por ende, la asunción de la primacía de la civilización occidental. Con el triunfo electoral de Erdogan en el 2002, el régimen de laicismo oficial y uniformado entró en vía muerta y la promoción del islamismo se convirtió en el factor político dominante. La vestimenta musulmana proscrita por el kemalismo progresó incluso en Estambul, escaparate occidentalizado.
Obama se presentó en Ankara con las contradicciones personales y diplomáticas derivadas de las conflictivas relaciones con el mundo árabe-musulmán y el endiablado tablero medio-oriental, cuando aún no se han extinguido los ecos de la última conferencia de Davos, cuando Erdogan tomó partido por Hamás y fustigó a Israel en unos términos poco diplomáticos. Desde que el Partido de la Justicia y el Desarrollo asumió el poder en el 2003, el primer ministro procura ensanchar sin tregua el espacio público del islam, la reislamización galopante pese a la resistencia de los laicos.
Todos los pasos de Obama en Ankara y Estambul fueron muy meditados. En sus discursos trató de huir de la expresión “república islámica moderada”, sin duda promovida por el partido gobernante, pero que resulta ofensiva en los ámbitos secularizados. La declaración retórica en el Parlamento de que “EEUU no está ni estará en guerra con el islam” no fue óbice para que ensalzara “la visión de Atatürk de una Turquía como moderna y próspera democracia”, según escribió en el libro de visitas del mausoleo del líder que abolió el califato. Sobre las matanzas de armenios en 1915, eludió pronunciar la palabra genocidio, que sí utilizó en su campaña electoral, quizá porque molesta por igual a laicos e islamistas.
“RESULTA maravilloso que el presidente Obama recuerde a los europeos que el lugar de Turquía está en Europa, pero esperemos que también recuerde a los turcos que el llegar allí exigirá más tolerancia y reforma”, escribe un periodista turco en The New York Times. El problema del islam moderado es que allí donde es hegemónico desemboca en el integrismo, ya sea por la imposición de la ley musulmana (sharia) o los mecanismos de control social sustitutorios. Pero no hay que olvidar que junto a la Turquía islámica se alzan la secular y la nacionalista unidas en la nostalgia del kemalismo, como confirman las recientes elecciones municipales.
Las negociaciones de la UE con Turquía están atascadas, debido a que las reformas prometidas por Erdogan no progresan. El conservadurismo social sofocante del Gobierno, combinado con la presión islamista, alejan a Turquía de Europa de manera insidiosa: retroceden la libertad de conciencia y opinión, se acosa a los periodistas, se degrada a las mujeres y se sitúa a los liberales en la sospecha antipatriótica, como a la minoría kurda perseguida o marginada. Obama no ignora que Ankara debe asumir el acervo comunitario e introducir las reformas que garanticen su homologación política. Por tanto, las exhortaciones y las argucias geoestratégicas no deben dirigirse a Bruselas sino a la misma Turquía, hasta saber si es capaz de fraguarse un destino europeo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La gira por Europa de Barack Obama, el presidente más popular entre los europeos desde John Kennedy, se desarrolló en una atmósfera excelente, incluso calurosa, que contrasta con sus modestos resultados. El Financial Times lamentó en un titular: “Obama consigue menos de lo que merece”, y el editor del semanario alemán Die Zeit explicó que “todo el mundo lo ama porque parece vagamente que no fuera un americano”. El encanto y el buen entendimiento se quebraron, no obstante, a propósito de Turquía, cuyo ingreso en la UE, patrocinado por Washington, suscita una aguda controversia.
Cuando el Gobierno turco se opuso al nombramiento del danés Anders Fogh Rasmussen como secretario general de la OTAN, la disputa saltó de los bastidores a las candilejas. Ankara alegó la conducta de Rasmussen en el episodio de las caricaturas de Mahoma, por haber defendido la libertad de expresión y negarse a ejercer la censura que le exigían incluso los musulmanes moderados, expresión del abismo cultural y político. Muchos europeos partidarios de la adhesión de Turquía a la UE se sintieron frustrados por la conducta otomana, como afirmó el ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner: “Me inquieta la evolución de Turquía en el sentido, digamos, de una religión más reforzada, de un laicismo menos afirmado”.
LUEGO DE la forzada palinodia de Rasmussen, Obama ofreció algunas concesiones en la estructura de mando de la OTAN para vencer la resistencia obstinada de los turcos, pero no pudo evitar que Sarkozy recusara su llamamiento para el ingreso de Turquía en la UE y se quejara de la injerencia. En Alemania, donde el rechazo está muy extendido, el Frankfurter Allgemeine Zeitung inquirió: “¿Hasta dónde está dispuesto a ceder Obama a las exigencias musulmanas sin parecer servil?”. Frente a Londres, que desea una UE lo más amplia y lo menos integrada posible, vaga frontera comercial, París y Berlín abogan por una asociación económicamente ventajosa, pero políticamente inocua.
Desde que Turquía combatió en la guerra de Corea e ingresó en la OTAN (1952), vigía de las fronteras de la URSS, sus relaciones con EEUU estuvieron presididas por el anticomunismo y la égida militar que preservaba el legado de Atatürk: la vía secular para modernizar al orbe islámico y, por ende, la asunción de la primacía de la civilización occidental. Con el triunfo electoral de Erdogan en el 2002, el régimen de laicismo oficial y uniformado entró en vía muerta y la promoción del islamismo se convirtió en el factor político dominante. La vestimenta musulmana proscrita por el kemalismo progresó incluso en Estambul, escaparate occidentalizado.
Obama se presentó en Ankara con las contradicciones personales y diplomáticas derivadas de las conflictivas relaciones con el mundo árabe-musulmán y el endiablado tablero medio-oriental, cuando aún no se han extinguido los ecos de la última conferencia de Davos, cuando Erdogan tomó partido por Hamás y fustigó a Israel en unos términos poco diplomáticos. Desde que el Partido de la Justicia y el Desarrollo asumió el poder en el 2003, el primer ministro procura ensanchar sin tregua el espacio público del islam, la reislamización galopante pese a la resistencia de los laicos.
Todos los pasos de Obama en Ankara y Estambul fueron muy meditados. En sus discursos trató de huir de la expresión “república islámica moderada”, sin duda promovida por el partido gobernante, pero que resulta ofensiva en los ámbitos secularizados. La declaración retórica en el Parlamento de que “EEUU no está ni estará en guerra con el islam” no fue óbice para que ensalzara “la visión de Atatürk de una Turquía como moderna y próspera democracia”, según escribió en el libro de visitas del mausoleo del líder que abolió el califato. Sobre las matanzas de armenios en 1915, eludió pronunciar la palabra genocidio, que sí utilizó en su campaña electoral, quizá porque molesta por igual a laicos e islamistas.
“RESULTA maravilloso que el presidente Obama recuerde a los europeos que el lugar de Turquía está en Europa, pero esperemos que también recuerde a los turcos que el llegar allí exigirá más tolerancia y reforma”, escribe un periodista turco en The New York Times. El problema del islam moderado es que allí donde es hegemónico desemboca en el integrismo, ya sea por la imposición de la ley musulmana (sharia) o los mecanismos de control social sustitutorios. Pero no hay que olvidar que junto a la Turquía islámica se alzan la secular y la nacionalista unidas en la nostalgia del kemalismo, como confirman las recientes elecciones municipales.
Las negociaciones de la UE con Turquía están atascadas, debido a que las reformas prometidas por Erdogan no progresan. El conservadurismo social sofocante del Gobierno, combinado con la presión islamista, alejan a Turquía de Europa de manera insidiosa: retroceden la libertad de conciencia y opinión, se acosa a los periodistas, se degrada a las mujeres y se sitúa a los liberales en la sospecha antipatriótica, como a la minoría kurda perseguida o marginada. Obama no ignora que Ankara debe asumir el acervo comunitario e introducir las reformas que garanticen su homologación política. Por tanto, las exhortaciones y las argucias geoestratégicas no deben dirigirse a Bruselas sino a la misma Turquía, hasta saber si es capaz de fraguarse un destino europeo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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