Por Jorge Sampaio, ex presidente de la República Portuguesa, y alto representante de Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 14/07/08):
El nacimiento en París de la Unión del Mediterráneo supone una importante noticia no sólo para los países ribereños de ese mar, sino también para Europa en su conjunto y para el resto del mundo. Atravesado por las turbulencias de la historia, teatro de numerosos conflictos pero, sobre todo, lugar de intercambios y encuentros entre culturas, el espacio mediterráneo está perdiendo velocidad, desgarrado por intereses que tienen dificultades para conciliarse. Sin embargo, su importancia geopolítica, económica y cultural no necesita demostración. Y para la Alianza de Civilizaciones es crucial.
Fundada bajo los auspicios de Naciones Unidas en 2005, gracias a la iniciativa de España y Turquía, la Alianza cuenta hoy con 89 miembros, entre países y organizaciones internacionales. Su vocación es reafirmar un paradigma de respeto mutuo entre pueblos de tradiciones culturales y religiosas distintas, e instar a que se emprenda una actuación coordinada en ese sentido. La Alianza refleja la voluntad de la gran mayoría de los pueblos de rechazar el extremismo y defender el respeto a la diversidad cultural y religiosa.
¿Cómo pueden vivir juntos pueblos diferentes, respetándose mutuamente en sus diferencias? Ésa es la pregunta a la que la Alianza pretende dar respuesta mediante la puesta en marcha de proyectos concretos en los ámbitos de la juventud, la educación, los medios de comunicación y las migraciones.
Si la Alianza otorga especial importancia a los países del Mediterráneo, es porque, en virtud de su mandato, debe centrar su acción en los lugares en los que las divisiones -en los terrenos de los principios y los valores, las religiones, las costumbres, las concepciones de vida y los niveles de desarrollo- se manifiestan de forma más acuciante, allí donde hay muchas disputas negociables que corren peligro de convertirse en conflictos irresolubles. Pero hay más. Porque esta región es asimismo donde las posibilidades de reconciliación y cooperación son más profundas, donde los intercambios constructivos han permitido a la humanidad dar verdaderos pasos adelante. Aquí, en el espacio mediterráneo, se desarrolla el diálogo entre dos mundos, un diálogo que puede unir o separar, alejar o aproximar.
Si este diálogo nos sale bien, habremos avanzado en el camino de la paz y la estabilidad. Al demostrar que es posible una cooperación económica beneficiosa para todos, al probar que unos proyectos comunes en materia de educación, medio ambiente y cultura pueden dar frutos, los países ribereños del Mediterráneo estarán en condiciones de erigir un muro contra la intolerancia, el integrismo y el extremismo, y demostrar al resto del mundo que se puede vencer al odio y la violencia.
El reto es inmenso. Para ganar esta apuesta, es preciso ir más allá de las declaraciones de intenciones. Las palabras tienen su peso, por supuesto. Pero su impacto sólo es duradero cuando se apoyan en acciones concretas. La Alianza puede actuar de manera complementaria con la Unión del Mediterráneo y puede proponerle el desarrollo conjunto de políticas de buen gobierno de la diversidad cultural.
La Alianza está asociada ya a varios proyectos dirigidos a fortalecer el diálogo y el desarrollo en los países del perímetro mediterráneo, como, por ejemplo, Silatech, cuyo objeto es fomentar el empleo de los jóvenes. Por otra parte, con el fin de animar a los medios a desempeñar su papel de transmisores de la interculturalidad, la Alianza ha puesto en funcionamiento un mecanismo que pone a su disposición nombres de expertos, para que hagan las aclaraciones y matizaciones necesarias sobre una serie de cuestiones sociales de orden cultural y religioso que caracterizan nuestra convivencia.
La Alianza de Civilizaciones asimismo trabaja con todos sus miembros para que desarrollen y pongan en práctica estrategias nacionales para el diálogo intercultural que incluyan medidas en las áreas de la educación, juventud, medios e integración de las minorías. Además, está en estudio un conjunto de iniciativas de cooperación entre ciudades.
“Si tuviera que volver a hacerlo, empezaría por la cultura”. Estas palabras suelen atribuirse a Jean Monnet, aunque son apócrifas. En cualquier caso, tienen una actualidad aplastante. El espacio mediterráneo es el lugar en el que está en juego el futuro del diálogo entre las culturas y las religiones. A todos nos beneficia que estos intercambios progresen sobre la base de la reciprocidad y la transparencia. Desde luego, los problemas de naturaleza política exigen soluciones políticas y la solución de los conflictos armados tampoco es competencia de la Alianza de Civilizaciones. La Alianza debe actuar antes y después de las situaciones de tensión, con una vocación de prevenir y sanar los conflictos, y es, en ese sentido, un instrumento de la paz.
La gran apuesta de la Unión del Mediterráneo es el multilateralismo y el desarrollo compartido. En mi opinión, es un objetivo que abre la vía del porvenir. Ése es el motivo por el que la Unión Mediterránea y la Alianza de Civilizaciones pueden reforzarse mutuamente y sus acciones deben desarrollarse de manera complementaria.
El nacimiento en París de la Unión del Mediterráneo supone una importante noticia no sólo para los países ribereños de ese mar, sino también para Europa en su conjunto y para el resto del mundo. Atravesado por las turbulencias de la historia, teatro de numerosos conflictos pero, sobre todo, lugar de intercambios y encuentros entre culturas, el espacio mediterráneo está perdiendo velocidad, desgarrado por intereses que tienen dificultades para conciliarse. Sin embargo, su importancia geopolítica, económica y cultural no necesita demostración. Y para la Alianza de Civilizaciones es crucial.
Fundada bajo los auspicios de Naciones Unidas en 2005, gracias a la iniciativa de España y Turquía, la Alianza cuenta hoy con 89 miembros, entre países y organizaciones internacionales. Su vocación es reafirmar un paradigma de respeto mutuo entre pueblos de tradiciones culturales y religiosas distintas, e instar a que se emprenda una actuación coordinada en ese sentido. La Alianza refleja la voluntad de la gran mayoría de los pueblos de rechazar el extremismo y defender el respeto a la diversidad cultural y religiosa.
¿Cómo pueden vivir juntos pueblos diferentes, respetándose mutuamente en sus diferencias? Ésa es la pregunta a la que la Alianza pretende dar respuesta mediante la puesta en marcha de proyectos concretos en los ámbitos de la juventud, la educación, los medios de comunicación y las migraciones.
Si la Alianza otorga especial importancia a los países del Mediterráneo, es porque, en virtud de su mandato, debe centrar su acción en los lugares en los que las divisiones -en los terrenos de los principios y los valores, las religiones, las costumbres, las concepciones de vida y los niveles de desarrollo- se manifiestan de forma más acuciante, allí donde hay muchas disputas negociables que corren peligro de convertirse en conflictos irresolubles. Pero hay más. Porque esta región es asimismo donde las posibilidades de reconciliación y cooperación son más profundas, donde los intercambios constructivos han permitido a la humanidad dar verdaderos pasos adelante. Aquí, en el espacio mediterráneo, se desarrolla el diálogo entre dos mundos, un diálogo que puede unir o separar, alejar o aproximar.
Si este diálogo nos sale bien, habremos avanzado en el camino de la paz y la estabilidad. Al demostrar que es posible una cooperación económica beneficiosa para todos, al probar que unos proyectos comunes en materia de educación, medio ambiente y cultura pueden dar frutos, los países ribereños del Mediterráneo estarán en condiciones de erigir un muro contra la intolerancia, el integrismo y el extremismo, y demostrar al resto del mundo que se puede vencer al odio y la violencia.
El reto es inmenso. Para ganar esta apuesta, es preciso ir más allá de las declaraciones de intenciones. Las palabras tienen su peso, por supuesto. Pero su impacto sólo es duradero cuando se apoyan en acciones concretas. La Alianza puede actuar de manera complementaria con la Unión del Mediterráneo y puede proponerle el desarrollo conjunto de políticas de buen gobierno de la diversidad cultural.
La Alianza está asociada ya a varios proyectos dirigidos a fortalecer el diálogo y el desarrollo en los países del perímetro mediterráneo, como, por ejemplo, Silatech, cuyo objeto es fomentar el empleo de los jóvenes. Por otra parte, con el fin de animar a los medios a desempeñar su papel de transmisores de la interculturalidad, la Alianza ha puesto en funcionamiento un mecanismo que pone a su disposición nombres de expertos, para que hagan las aclaraciones y matizaciones necesarias sobre una serie de cuestiones sociales de orden cultural y religioso que caracterizan nuestra convivencia.
La Alianza de Civilizaciones asimismo trabaja con todos sus miembros para que desarrollen y pongan en práctica estrategias nacionales para el diálogo intercultural que incluyan medidas en las áreas de la educación, juventud, medios e integración de las minorías. Además, está en estudio un conjunto de iniciativas de cooperación entre ciudades.
“Si tuviera que volver a hacerlo, empezaría por la cultura”. Estas palabras suelen atribuirse a Jean Monnet, aunque son apócrifas. En cualquier caso, tienen una actualidad aplastante. El espacio mediterráneo es el lugar en el que está en juego el futuro del diálogo entre las culturas y las religiones. A todos nos beneficia que estos intercambios progresen sobre la base de la reciprocidad y la transparencia. Desde luego, los problemas de naturaleza política exigen soluciones políticas y la solución de los conflictos armados tampoco es competencia de la Alianza de Civilizaciones. La Alianza debe actuar antes y después de las situaciones de tensión, con una vocación de prevenir y sanar los conflictos, y es, en ese sentido, un instrumento de la paz.
La gran apuesta de la Unión del Mediterráneo es el multilateralismo y el desarrollo compartido. En mi opinión, es un objetivo que abre la vía del porvenir. Ése es el motivo por el que la Unión Mediterránea y la Alianza de Civilizaciones pueden reforzarse mutuamente y sus acciones deben desarrollarse de manera complementaria.
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