Por Joseph S. Nye, catedrático de la Universidad de Harvard. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 05/07/08):
George W. Bush se aproxima al final de su presidencia envuelto en unos bajísimos índices de popularidad, en parte como consecuencia de sus políticas en Oriente Próximo. Sin embargo, en Asia, Bush deja un legado mejor. Las relaciones de Estados Unidos con Japón y China siguen siendo sólidas, y han mejorado enormemente las relaciones con India, el segundo país más poblado del mundo.
En 2005, la secretaria de Estado Condoleezza Rice preparó una visita de Bush a Delhi que éste llevó a cabo el año siguiente y en la que anunció un importante acuerdo de cooperación nuclear civil entre Estados Unidos e India, así como varias medidas de cooperación comercial y de defensa.
El acuerdo de cooperación nuclear fue criticado en el Congreso estadounidense por no ser suficientemente estricto en materia de no proliferación, pero seguramente habría acabado aprobándose. En India, el Partido Comunista, que forma parte pequeña (pero importante) del Gobierno de coalición del primer ministro, Manmohan Singh, ha bloqueado el pacto. Pero, como me explicó un amigo indio, se trata sobre todo de una medida política simbólica por parte de la izquierda.
Aunque el acuerdo nuclear fracase, la mejoría en las relaciones Estados Unidos-India probablemente continuará. Algunos atribuyen este hecho a que estos dos países son las dos mayores democracias del mundo. Pero lo mismo ocurría durante gran parte de la guerra fría, y fue frecuente que se ignorasen.
Más importante es que, con el final de la guerra fría, la Unión Soviética dejó de estar disponible como aliado de India, y Estados Unidos empezó a valorar India y Pakistán en función de sus intereses separados, y no como dos países unidos en un equilibrio de poder en el sur de Asia. Como dijo hace poco Evan Feigenbaum, el máximo responsable para dicha región en el Departamento de Estado, “el mundo de 2008 no es el mundo de 1948. Hoy, India tiene verdaderamente la capacidad y, creemos, el interés de trabajar con Estados Unidos y otros socios en diversos asuntos de dimensión regional y mundial”. El cambio comenzó bajo el Gobierno de Clinton, y seguramente continuará, independientemente de quién sea elegido presidente de Estados Unidos el próximo otoño.
Los contactos personales entre indios y estadounidenses han tenido un gran incremento. Hay más de 80.000 estudiantes indios en Estados Unidos, y muchos se han quedado y han creado sus propias empresas. La diáspora india en EE UU está formada por unos tres millones de personas, que tienen una gran participación en la vida política.Por ejemplo, el gobernador de Luisiana, al que se ha mencionado como posible compañero de candidatura de John McCain, es de origen indio. Además, la economía india ha empezado a crecer un 8% anual, por lo que resulta más atractiva para las inversiones extranjeras. El comercio entre India y Estados Unidos está aumentando y en 2006 alcanzó 26.000 millones de dólares (el 11% del comercio total de India).
Junto a estos motivos prácticos para mejorar las relaciones bilaterales, el ascenso de China plantea una reflexión estratégica. Bill Emmott, ex director de The Economist, explica en su libro The Rivals que, “si Nixon utilizó China como contrapeso a la Unión Soviética, Bush ha utilizado India como contrapeso a China. Visto en retrospectiva, el acercamiento de Bush a India tenía todo el sentido, como el acercamiento de Nixon”. Y del lado indio hay un interés recíproco. Un alto funcionario del Ministerio de Exteriores indio declaró a Emmott en 2007: “Lo que tiene que comprender es que los dos países pensamos que el futuro nos pertenece. No podemos tener los dos razón”.
Las declaraciones oficiales subrayan las relaciones de amistad entre India y China, y algunos analistas de mercado afirman que, dado su rápido crecimiento, los dos gigantes se convertirán en una Chindia económica. Cuando el primer ministro chino, Wen Jiabao, visitó India en 2005, firmó 11 acuerdos, entre ellos, un amplio pacto de cooperación estratégica de cinco años. Además, Wen anunció que China apoyaría la inclusión de India como miembro permanente de un Consejo de Seguridad ampliado en Naciones Unidas y se opondría a la inclusión de Japón, que apoya Estados Unidos. Como dijo Singh durante la visita de Wen: “India y China, unidas, pueden transformar el orden mundial”.
El reciente acercamiento de ambos países supone un cambio considerable respecto a la hostilidad que llenó sus relaciones tras la guerra de 1962, por una disputa fronteriza en el Himalaya. No obstante, bajo la superficie acecha una inquietud estratégica, especialmente en India. El PIB de China es el triple del de India, su índice de crecimiento es mayor y su presupuesto de defensa creció en casi un 18% el año pasado. La disputa fronteriza no está resuelta, y los dos países se pelean por la influencia sobre Estados vecinos como Myanmar.
La ascensión china también suscita inquietud en Japón, pese a las declaraciones sobre una buena relación entre los dos países durante la reciente visita del presidente chino, Hu Jintao, a Tokio. Por ese motivo, Japón ha aumentado su ayuda y su comercio con India. El año pasado, Estados Unidos sugirió unos ejercicios cuadrilaterales de defensa en los que participaran unidades navales estadounidenses, japonesas, indias y australianas, pero el recién elegido primer ministro australiano, Kevin Rudd, ha apartado a su país de cualquier acuerdo de ese tipo.
Rudd opina, con razón, que la reacción más apropiada a la ascensión de China es incorporar al país a las instituciones internacionales. O, como dijo el actual presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, cuando era un funcionario del Departamento de Estado, Estados Unidos debería invitar a China a convertirse en “accionista responsable” del sistema internacional.
Unas relaciones mejores entre India y Estados Unidos pueden estructurar la situación internacional de tal forma que fomente una evolución de ese tipo en la política china; en cambio, tratar de aislar a China sería un error. Si se administra como es debido, la ascensión simultánea de China e India podría ser positiva para todos los países.
George W. Bush se aproxima al final de su presidencia envuelto en unos bajísimos índices de popularidad, en parte como consecuencia de sus políticas en Oriente Próximo. Sin embargo, en Asia, Bush deja un legado mejor. Las relaciones de Estados Unidos con Japón y China siguen siendo sólidas, y han mejorado enormemente las relaciones con India, el segundo país más poblado del mundo.
En 2005, la secretaria de Estado Condoleezza Rice preparó una visita de Bush a Delhi que éste llevó a cabo el año siguiente y en la que anunció un importante acuerdo de cooperación nuclear civil entre Estados Unidos e India, así como varias medidas de cooperación comercial y de defensa.
El acuerdo de cooperación nuclear fue criticado en el Congreso estadounidense por no ser suficientemente estricto en materia de no proliferación, pero seguramente habría acabado aprobándose. En India, el Partido Comunista, que forma parte pequeña (pero importante) del Gobierno de coalición del primer ministro, Manmohan Singh, ha bloqueado el pacto. Pero, como me explicó un amigo indio, se trata sobre todo de una medida política simbólica por parte de la izquierda.
Aunque el acuerdo nuclear fracase, la mejoría en las relaciones Estados Unidos-India probablemente continuará. Algunos atribuyen este hecho a que estos dos países son las dos mayores democracias del mundo. Pero lo mismo ocurría durante gran parte de la guerra fría, y fue frecuente que se ignorasen.
Más importante es que, con el final de la guerra fría, la Unión Soviética dejó de estar disponible como aliado de India, y Estados Unidos empezó a valorar India y Pakistán en función de sus intereses separados, y no como dos países unidos en un equilibrio de poder en el sur de Asia. Como dijo hace poco Evan Feigenbaum, el máximo responsable para dicha región en el Departamento de Estado, “el mundo de 2008 no es el mundo de 1948. Hoy, India tiene verdaderamente la capacidad y, creemos, el interés de trabajar con Estados Unidos y otros socios en diversos asuntos de dimensión regional y mundial”. El cambio comenzó bajo el Gobierno de Clinton, y seguramente continuará, independientemente de quién sea elegido presidente de Estados Unidos el próximo otoño.
Los contactos personales entre indios y estadounidenses han tenido un gran incremento. Hay más de 80.000 estudiantes indios en Estados Unidos, y muchos se han quedado y han creado sus propias empresas. La diáspora india en EE UU está formada por unos tres millones de personas, que tienen una gran participación en la vida política.Por ejemplo, el gobernador de Luisiana, al que se ha mencionado como posible compañero de candidatura de John McCain, es de origen indio. Además, la economía india ha empezado a crecer un 8% anual, por lo que resulta más atractiva para las inversiones extranjeras. El comercio entre India y Estados Unidos está aumentando y en 2006 alcanzó 26.000 millones de dólares (el 11% del comercio total de India).
Junto a estos motivos prácticos para mejorar las relaciones bilaterales, el ascenso de China plantea una reflexión estratégica. Bill Emmott, ex director de The Economist, explica en su libro The Rivals que, “si Nixon utilizó China como contrapeso a la Unión Soviética, Bush ha utilizado India como contrapeso a China. Visto en retrospectiva, el acercamiento de Bush a India tenía todo el sentido, como el acercamiento de Nixon”. Y del lado indio hay un interés recíproco. Un alto funcionario del Ministerio de Exteriores indio declaró a Emmott en 2007: “Lo que tiene que comprender es que los dos países pensamos que el futuro nos pertenece. No podemos tener los dos razón”.
Las declaraciones oficiales subrayan las relaciones de amistad entre India y China, y algunos analistas de mercado afirman que, dado su rápido crecimiento, los dos gigantes se convertirán en una Chindia económica. Cuando el primer ministro chino, Wen Jiabao, visitó India en 2005, firmó 11 acuerdos, entre ellos, un amplio pacto de cooperación estratégica de cinco años. Además, Wen anunció que China apoyaría la inclusión de India como miembro permanente de un Consejo de Seguridad ampliado en Naciones Unidas y se opondría a la inclusión de Japón, que apoya Estados Unidos. Como dijo Singh durante la visita de Wen: “India y China, unidas, pueden transformar el orden mundial”.
El reciente acercamiento de ambos países supone un cambio considerable respecto a la hostilidad que llenó sus relaciones tras la guerra de 1962, por una disputa fronteriza en el Himalaya. No obstante, bajo la superficie acecha una inquietud estratégica, especialmente en India. El PIB de China es el triple del de India, su índice de crecimiento es mayor y su presupuesto de defensa creció en casi un 18% el año pasado. La disputa fronteriza no está resuelta, y los dos países se pelean por la influencia sobre Estados vecinos como Myanmar.
La ascensión china también suscita inquietud en Japón, pese a las declaraciones sobre una buena relación entre los dos países durante la reciente visita del presidente chino, Hu Jintao, a Tokio. Por ese motivo, Japón ha aumentado su ayuda y su comercio con India. El año pasado, Estados Unidos sugirió unos ejercicios cuadrilaterales de defensa en los que participaran unidades navales estadounidenses, japonesas, indias y australianas, pero el recién elegido primer ministro australiano, Kevin Rudd, ha apartado a su país de cualquier acuerdo de ese tipo.
Rudd opina, con razón, que la reacción más apropiada a la ascensión de China es incorporar al país a las instituciones internacionales. O, como dijo el actual presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, cuando era un funcionario del Departamento de Estado, Estados Unidos debería invitar a China a convertirse en “accionista responsable” del sistema internacional.
Unas relaciones mejores entre India y Estados Unidos pueden estructurar la situación internacional de tal forma que fomente una evolución de ese tipo en la política china; en cambio, tratar de aislar a China sería un error. Si se administra como es debido, la ascensión simultánea de China e India podría ser positiva para todos los países.
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