Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 10/07/08):
El próximo 13 de julio tendrá lugar en París la primera cumbre de la Unión por el Mediterráneo. Todos los países interesados (los 27 de la Unión Europea y los 11 ribereños del sur de Mediterráneo y la Autoridad Nacional Palestina) estarán representados. Pende una incógnita sobre el nivel de tal representación. ¿Cuántos jefes de Estado y de Gobierno estarán presentes en la reunión?
El proyecto faro de Nicolas Sarkozy de la UPM ha suscitado reservas en Europa desde un principio. Berlín no quiere que los países del sur de Europa monopolicen las relaciones con sus vecinos mediterráneos.
En la actualidad, algunos países árabes lamentan una ampliación que a su juicio diluye en exceso el proyecto inicial. Se alegran, sin embargo, de que se consolide el carácter estratégico del Mediterráneo. Los países del sur, sin embargo, abrigan otros motivos de reticencia: temen que la cuestión de la seguridad se limite a la guerra contra el terrorismo y que el proyecto sea demasiado restrictivo en lo concerniente a los grupos migratorios. Además, muestran reservas sobre un proyecto que a su juicio favorece a Israel, ya que da paso a que este país se presente como socio con relaciones normales con los países árabes sin haber señales de solución del conflicto palestinoisraelí.
El proceso de Barcelona ha fracasado en parte debido al bloqueo del proceso de paz. Nicolas Sarkozy ha querido lanzar el proyecto de la UPM entre otras cosas para esquivar de alguna manera el conflicto. La idea consiste en impulsar proyectos de cooperación que no sean rehenes del conflicto. ¿Es menester aguardar el término del conflicto palestino-israelí para luchar contra la contaminación en el Mediterráneo? ¡No, sin duda! No obstante, ¿se puede impulsar la cooperación con Israel dejando de lado la cuestión palestina? Eso es imposible, piensa la mayoría de los países árabes.
La comparación que se ha hecho entre la Unión por el Mediterráneo y la Unión Europea no es adecuada. Si los países europeos han podido desarrollar históricamente juntos proyectos concretos, ello se debe a que antes habían decidido hacer las paces. Pero tal reafirmación de la paz no fue el requisito sino el resultado de la paz. Proyectos de similar importancia en la cooperación mediterránea tendrán alcance limitado mientras el conflicto palestino-israelí no se halle en vías de solución.
Por otra parte, Nicolas Sarkozy ha reconocido el carácter fundamental del conflicto, cosa que no hacía antes de lanzar el proyecto. Ahí radica, en efecto, la paradoja de la relación entre el conflicto palestino-israelí y la cooperación en el Mediterráneo. Su importancia estratégica de primer orden corre el riesgo de eclipsar todo lo demás. De ahí la tentación de disociar las dos cuestiones y ocultar la cuestión palestina a la hora de abordar los problemas de la cooperación en el Mediterráneo. Pero ¿no es hoy menos patente el conflicto? ¿No procede, entonces, acomodarse a un denominado conflicto de baja intensidad? Es una tentación en los países occidentales, Israel y algunos países árabes.
¿Por qué no disociar la solución del conflicto por una parte de las relaciones con Israel y por otra de las relaciones con los países árabes, de forma que el fracaso de las primeras no repercutiera negativamente en las segundas? Las opiniones públicas de los países del sur rechazarán la Unión por el Mediterráneo si advierten que su objetivo, o sus efectos, consistirán en confinar a un determinado marco el conflicto actual, ratificando su perpetuación. Los países árabes comparten tal sentimiento. Pero he aquí que, invitada a abandonar la mesa para no incomodar a los comensales, la cuestión palestina vuelve a solicitud de unos invitados imprescindibles para el éxito de la operación.
Algunos países árabes amenazan con boicotear esta primera cumbre a nivel de jefes de Estado y de Gobierno para no dar la impresión de reconocer implícitamente a Israel. Temen dar ventajas unilaterales al Estado israelí sin que medien esfuerzos suficientes para avanzar hacia el proceso de paz. No pueden aceptar una cooperación normal con Israel si la situación en los territorios palestinos sigue tan deteriorada y sin perspectivas de paz ni de mejora de la situación cotidiana de los palestinos, cuestión sobre la que son tan sensibles sus propios ciudadanos. Claro que podrían proceder de otro modo, decidiendo trasladarse colectivamente a París para poner sobre la mesa la cuestión palestinoisraelí.
Los países de la Liga Árabe ya han propuesto a París un plan de paz que prevé su reconocimiento y un compromiso relativo a su seguridad a cambio de la creación de un Estado palestino, con Jerusalén como capital de ambos estados. ¿Por qué los países mediterráneos de la Liga de los Estados Árabes no podrían decidir ir a París para proponer de forma solemne este plan el 13 de julio? La política de la silla vacía no es acaso la mejor actitud. La participación no equivale a la aquiescencia de la continuación del conflicto. Al contrario, una participación activa reconstituiría el lazo entre cooperación mediterránea y conflicto palestino-israelí, ya no en el sentido del bloqueo, sino en el de las iniciativas razonadas y argumentadas.
El próximo 13 de julio tendrá lugar en París la primera cumbre de la Unión por el Mediterráneo. Todos los países interesados (los 27 de la Unión Europea y los 11 ribereños del sur de Mediterráneo y la Autoridad Nacional Palestina) estarán representados. Pende una incógnita sobre el nivel de tal representación. ¿Cuántos jefes de Estado y de Gobierno estarán presentes en la reunión?
El proyecto faro de Nicolas Sarkozy de la UPM ha suscitado reservas en Europa desde un principio. Berlín no quiere que los países del sur de Europa monopolicen las relaciones con sus vecinos mediterráneos.
En la actualidad, algunos países árabes lamentan una ampliación que a su juicio diluye en exceso el proyecto inicial. Se alegran, sin embargo, de que se consolide el carácter estratégico del Mediterráneo. Los países del sur, sin embargo, abrigan otros motivos de reticencia: temen que la cuestión de la seguridad se limite a la guerra contra el terrorismo y que el proyecto sea demasiado restrictivo en lo concerniente a los grupos migratorios. Además, muestran reservas sobre un proyecto que a su juicio favorece a Israel, ya que da paso a que este país se presente como socio con relaciones normales con los países árabes sin haber señales de solución del conflicto palestinoisraelí.
El proceso de Barcelona ha fracasado en parte debido al bloqueo del proceso de paz. Nicolas Sarkozy ha querido lanzar el proyecto de la UPM entre otras cosas para esquivar de alguna manera el conflicto. La idea consiste en impulsar proyectos de cooperación que no sean rehenes del conflicto. ¿Es menester aguardar el término del conflicto palestino-israelí para luchar contra la contaminación en el Mediterráneo? ¡No, sin duda! No obstante, ¿se puede impulsar la cooperación con Israel dejando de lado la cuestión palestina? Eso es imposible, piensa la mayoría de los países árabes.
La comparación que se ha hecho entre la Unión por el Mediterráneo y la Unión Europea no es adecuada. Si los países europeos han podido desarrollar históricamente juntos proyectos concretos, ello se debe a que antes habían decidido hacer las paces. Pero tal reafirmación de la paz no fue el requisito sino el resultado de la paz. Proyectos de similar importancia en la cooperación mediterránea tendrán alcance limitado mientras el conflicto palestino-israelí no se halle en vías de solución.
Por otra parte, Nicolas Sarkozy ha reconocido el carácter fundamental del conflicto, cosa que no hacía antes de lanzar el proyecto. Ahí radica, en efecto, la paradoja de la relación entre el conflicto palestino-israelí y la cooperación en el Mediterráneo. Su importancia estratégica de primer orden corre el riesgo de eclipsar todo lo demás. De ahí la tentación de disociar las dos cuestiones y ocultar la cuestión palestina a la hora de abordar los problemas de la cooperación en el Mediterráneo. Pero ¿no es hoy menos patente el conflicto? ¿No procede, entonces, acomodarse a un denominado conflicto de baja intensidad? Es una tentación en los países occidentales, Israel y algunos países árabes.
¿Por qué no disociar la solución del conflicto por una parte de las relaciones con Israel y por otra de las relaciones con los países árabes, de forma que el fracaso de las primeras no repercutiera negativamente en las segundas? Las opiniones públicas de los países del sur rechazarán la Unión por el Mediterráneo si advierten que su objetivo, o sus efectos, consistirán en confinar a un determinado marco el conflicto actual, ratificando su perpetuación. Los países árabes comparten tal sentimiento. Pero he aquí que, invitada a abandonar la mesa para no incomodar a los comensales, la cuestión palestina vuelve a solicitud de unos invitados imprescindibles para el éxito de la operación.
Algunos países árabes amenazan con boicotear esta primera cumbre a nivel de jefes de Estado y de Gobierno para no dar la impresión de reconocer implícitamente a Israel. Temen dar ventajas unilaterales al Estado israelí sin que medien esfuerzos suficientes para avanzar hacia el proceso de paz. No pueden aceptar una cooperación normal con Israel si la situación en los territorios palestinos sigue tan deteriorada y sin perspectivas de paz ni de mejora de la situación cotidiana de los palestinos, cuestión sobre la que son tan sensibles sus propios ciudadanos. Claro que podrían proceder de otro modo, decidiendo trasladarse colectivamente a París para poner sobre la mesa la cuestión palestinoisraelí.
Los países de la Liga Árabe ya han propuesto a París un plan de paz que prevé su reconocimiento y un compromiso relativo a su seguridad a cambio de la creación de un Estado palestino, con Jerusalén como capital de ambos estados. ¿Por qué los países mediterráneos de la Liga de los Estados Árabes no podrían decidir ir a París para proponer de forma solemne este plan el 13 de julio? La política de la silla vacía no es acaso la mejor actitud. La participación no equivale a la aquiescencia de la continuación del conflicto. Al contrario, una participación activa reconstituiría el lazo entre cooperación mediterránea y conflicto palestino-israelí, ya no en el sentido del bloqueo, sino en el de las iniciativas razonadas y argumentadas.
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