Por John Pilger, reconocido periodista de investigación y director de documentales cinematográficos. Su último libro en castellano es Basta de mentiras, Editorial RBA (EL MUNDO / THE GUARDIAN, 04/07/08):
Hace dos semanas hice entrega del Premio de Periodismo Martha Gellhorn 2008 a un joven palestino, Mohammed Omer. Otorgado en memoria de la gran corresponsal de guerra estadounidense, el premio se destina a periodistas que pongan de manifiesto la labor propagandística de las instancias oficiales, «las chorradas oficiales», como las denominaba Gellhorn. Mohammed compartió los más de 6.250 euros del premio con Dahr Jamail. A sus 24 años, ha sido su ganador más joven. Como se lee en la exposición de motivos del premio, «informa cada día desde una zona en guerra en la que él es además un prisionero. Su tierra natal, Gaza, sufre un asedio, hambre, ataques y olvido. El es un testigo profundamente humano de una de las grandes injusticias de nuestro tiempo. Es la voz de los que no la tienen». Mohammed, el mayor de ocho hermanos, ha visto cómo la mayoría de ellos han caído muertos, heridos o han resultado mutilados. Una excavadora israelí arrasó su casa mientras su familia estaba dentro e hirió de gravedad a su madre. Aún así, según el ex embajador holandés Jan Wijenberg, «es una voz moderada que insta a los jóvenes palestinos no a cultivar el odio sino a buscar la paz con Israel».
Llevar a Mohammed a Londres para que recibiera el premio requirió una operación diplomática de gran envergadura. Israel ejerce un control insidioso sobre las fronteras de Gaza y sólo se le permitió salir con la escolta del embajador holandés. El 26 de junio, en su viaje de vuelta, tenía que encontrarse en el paso fronterizo del Puente de Allenby con un representante del Gobierno holandés, que esperaba a las puertas del edificio israelí, ignorante de que Mohammed había sido detenido por el Shin Bet, los servicios israelíes de seguridad, de triste fama. Mohammed fue conminado a desconectar su teléfono móvil y a quitarle la batería. Preguntó si podía hacer una llamada a su escolta de la embajada holandesa y, de manera brusca, se lo negaron. Un hombre empezó a curiosear en su equipaje, rebuscando minuciosamente entre sus documentos. «¿Dónde está el dinero?», preguntó. Mohammed sacó unos pocos dólares estadounidenses. «¿Dónde están esas libras inglesas que tienes?».
«Caí en la cuenta -ha manifestado Mohammed- de que iba detrás del importe del premio Martha Gellhorn. Le respondí que no lo llevaba conmigo. ‘¡Estás mintiendo!’, exclamó. Yo estaba rodeado por ocho agentes del Shin Bet, todos ellos armados. El hombre al que llamaban Avi me ordenó que me quitara toda la ropa. Ya me habían hecho pasar por una máquina de rayos X. Me quité toda la ropa menos los calzoncillos y me insistió en que tenía que quitarme absolutamente todo. Cuando me negué, Avi echó mano a su arma. Yo empecé a sollozar: ‘¿Por qué me tratan así ustedes? Yo soy un ser humano’. ‘Esto no es nada comparado con lo que vas a ver ahora’, dijo. Desenfundó su pistola, me apretó el cañón contra la cabeza y, dejando caer todo el peso de su corpachón sobre mí, me quitó los calzoncillos a la fuerza. A continuación, me obligó a bailar una especie de danza. Otro hombre, que se reía a carcajadas, me preguntó ‘¿Por qué has traído perfumes?’. Le contesté ‘Son regalos para personas que quiero’. ‘¡Vaya, vaya! ¿En vuestra cultura sabéis qué es el amor?’, replicó».
«Cuando se mofaban de mí -ha contado Mohammed-, con lo que más disfrutaban era burlándose de las cartas que había recibido de lectores en Inglaterra. En aquel momento llevaba 12 horas sin comer ni beber, y sin ir al retrete, y como me habían obligado a estar de pie, las piernas se me doblaban. Vomité y perdí el conocimiento. Sólo recuerdo a uno de ellos que me clavaba las uñas en las ojeras, debajo de los ojos, y me arañaba y me desgarraba. Me cogió la cabeza y me hundió los dedos con fuerza por detrás de las orejas, en el nervio auditivo, entre la cabeza y el tímpano. El dolor se volvió insoportable cuando me clavó dos dedos a la vez. Otro hombre me pisó en el cuello, presionando fuerte contra el suelo. Estuve así, tirado, más de una hora. La habitación me pareció un compendio de dolor, ruido y terror».
Llamaron a una ambulancia y encargaron que trasladaran a Mohammed al hospital, pero sólo después de que hubiera firmado una declaración que eximía a los israelíes de los padecimientos sufridos durante su detención. El médico palestino, en un alarde de valor, se negó y advirtió que iba a ponerse en contacto con el acompañante de la embajada holandesa. Alarmados, los israelíes permitieron que se marchara la ambulancia. La respuesta israelí ha sido la habitual en estos casos, que Mohammed era «sospechoso» de contrabando y que «perdió el equilibrio» en el curso de un interrogatorio realizado con todas las garantías, según informó el martes la agencia de noticias Reuters.
Grupos israelíes de defensa de los derechos humanos han documentado las torturas que sufren los palestinos por agentes del Shin Bet con «palizas, inmovilizaciones dolorosas, flexión de la espalda, potro y privación prolongada del sueño». Amnistía Internacional ha informado en numerosas ocasiones de que Israel recurre generalmente a la tortura, cuyas víctimas terminan saliendo de ella como meras sombras de lo que en su día fueron; algunas ni siquiera aparecen. Israel figura en uno de los lugares más altos de la clasificación internacional en asesinatos de periodistas, especialmente de periodistas palestinos, que no reciben más que una atención mínima en comparación con la información prestada al caso de Alan Johnston, de la BBC.
El Gobierno holandés ha manifestado su conmoción por el trato dado a Mohammed Omer. El ex embajador Jan Wijenberg ha declarado que «no se trata de un incidente aislado sino que forma parte de una estrategia a largo plazo para acabar con la vida social, económica y cultural de los palestinos. Soy consciente de la posibilidad de que en un futuro no lejano Mohammed Omer caiga asesinado a manos de cualquier francotirador israelí o por un bombardeo».
Mientras Mohammed recibía el premio en Londres, el nuevo embajador de Israel en Gran Bretaña, Ron Proser, se quejaba públicamente de que hay muchos británicos que ya no aprecian como antes la singularidad de la democracia israelí. Quizá ahora ya la aprecien.
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Two weeks ago, I presented a young Palestinian, Mohammed Omer, with the 2008 Martha Gellhorn Prize for Journalism. Awarded in memory of the great US war correspondent, the prize goes to journalists who expose establishment propaganda, or “official drivel”, as Gellhorn called it. Mohammed shares the prize of £5,000 with Dahr Jamail. At 24, he is the youngest winner. His citation reads: “Every day, he reports from a war zone, where he is also a prisoner. His homeland, Gaza, is surrounded, starved, attacked, forgotten. He is a profoundly humane witness to one of the great injustices of our time. He is the voice of the voiceless.” The eldest of eight, Mohammed has seen most of his siblings killed or wounded or maimed. An Israeli bulldozer crushed his home while the family were inside, seriously injuring his mother. And yet, says a former Dutch ambassador, Jan Wijenberg, “he is a moderating voice, urging Palestinian youth not to court hatred but seek peace with Israel”.
Getting Mohammed to London to receive his prize was a major diplomatic operation. Israel has perfidious control over Gaza’s borders, and only with a Dutch embassy escort was he allowed out. Last Thursday, on his return journey, he was met at the Allenby Bridge crossing (to Jordan) by a Dutch official, who waited outside the Israeli building, unaware Mohammed had been seized by Shin Bet, Israel’s infamous security organisation. Mohammed was told to turn off his mobile and remove the battery. He asked if he could call his embassy escort and was told forcefully he could not. A man stood over his luggage, picking through his documents. “Where’s the money?” he demanded. Mohammed produced some US dollars. “Where is the English pound you have?”
“I realised,” said Mohammed, “he was after the award stipend for the Martha Gellhorn prize. I told him I didn’t have it with me. ‘You are lying’, he said. I was now surrounded by eight Shin Bet officers, all armed. The man called Avi ordered me to take off my clothes. I had already been through an x-ray machine. I stripped down to my underwear and was told to take off everything. When I refused, Avi put his hand on his gun. I began to cry: ‘Why are you treating me this way? I am a human being.’ He said, ‘This is nothing compared with what you will see now.’ He took his gun out, pressing it to my head and with his full body weight pinning me on my side, he forcibly removed my underwear. He then made me do a concocted sort of dance. Another man, who was laughing, said, ‘Why are you bringing perfumes?’ I replied, ‘They are gifts for the people I love’. He said, ‘Oh, do you have love in your culture?’
“As they ridiculed me, they took delight most in mocking letters I had received from readers in England. I had now been without food and water and the toilet for 12 hours, and having been made to stand, my legs buckled. I vomited and passed out. All I remember is one of them gouging, scraping and clawing with his nails at the tender flesh beneath my eyes. He scooped my head and dug his fingers in near the auditory nerves between my head and eardrum. The pain became sharper as he dug in two fingers at a time. Another man had his combat boot on my neck, pressing into the hard floor. I lay there for over an hour. The room became a menagerie of pain, sound and terror.”
An ambulance was called and told to take Mohammed to a hospital, but only after he had signed a statement indemnifying the Israelis from his suffering in their custody. The Palestinian medic refused, courageously, and said he would contact the Dutch embassy escort. Alarmed, the Israelis let the ambulance go. The Israeli response has been the familiar line that Mohammed was “suspected” of smuggling and “lost his balance” during a “fair” interrogation, Reuters reported yesterday.
Israeli human rights groups have documented the routine torture of Palestinians by Shin Bet agents with “beatings, painful binding, back bending, body stretching and prolonged sleep deprivation”. Amnesty has long reported the widespread use of torture by Israel, whose victims emerge as mere shadows of their former selves. Some never return. Israel is high in an international league table for its murder of journalists, especially Palestinian journalists, who receive barely a fraction of the kind of coverage given to the BBC’s Alan Johnston.
The Dutch government says it is shocked by Mohammed Omer’s treatment. The former ambassador Jan Wijenberg said: “This is by no means an isolated incident, but part of a long-term strategy to demolish Palestinian social, economic and cultural life … I am aware of the possibility that Mohammed Omer might be murdered by Israeli snipers or bomb attack in the near future.”
While Mohammed was receiving his prize in London, the new Israeli ambassador to Britain, Ron Proser, was publicly complaining that many Britons no longer appreciated the uniqueness of Israel’s democracy. Perhaps they do now.
Hace dos semanas hice entrega del Premio de Periodismo Martha Gellhorn 2008 a un joven palestino, Mohammed Omer. Otorgado en memoria de la gran corresponsal de guerra estadounidense, el premio se destina a periodistas que pongan de manifiesto la labor propagandística de las instancias oficiales, «las chorradas oficiales», como las denominaba Gellhorn. Mohammed compartió los más de 6.250 euros del premio con Dahr Jamail. A sus 24 años, ha sido su ganador más joven. Como se lee en la exposición de motivos del premio, «informa cada día desde una zona en guerra en la que él es además un prisionero. Su tierra natal, Gaza, sufre un asedio, hambre, ataques y olvido. El es un testigo profundamente humano de una de las grandes injusticias de nuestro tiempo. Es la voz de los que no la tienen». Mohammed, el mayor de ocho hermanos, ha visto cómo la mayoría de ellos han caído muertos, heridos o han resultado mutilados. Una excavadora israelí arrasó su casa mientras su familia estaba dentro e hirió de gravedad a su madre. Aún así, según el ex embajador holandés Jan Wijenberg, «es una voz moderada que insta a los jóvenes palestinos no a cultivar el odio sino a buscar la paz con Israel».
Llevar a Mohammed a Londres para que recibiera el premio requirió una operación diplomática de gran envergadura. Israel ejerce un control insidioso sobre las fronteras de Gaza y sólo se le permitió salir con la escolta del embajador holandés. El 26 de junio, en su viaje de vuelta, tenía que encontrarse en el paso fronterizo del Puente de Allenby con un representante del Gobierno holandés, que esperaba a las puertas del edificio israelí, ignorante de que Mohammed había sido detenido por el Shin Bet, los servicios israelíes de seguridad, de triste fama. Mohammed fue conminado a desconectar su teléfono móvil y a quitarle la batería. Preguntó si podía hacer una llamada a su escolta de la embajada holandesa y, de manera brusca, se lo negaron. Un hombre empezó a curiosear en su equipaje, rebuscando minuciosamente entre sus documentos. «¿Dónde está el dinero?», preguntó. Mohammed sacó unos pocos dólares estadounidenses. «¿Dónde están esas libras inglesas que tienes?».
«Caí en la cuenta -ha manifestado Mohammed- de que iba detrás del importe del premio Martha Gellhorn. Le respondí que no lo llevaba conmigo. ‘¡Estás mintiendo!’, exclamó. Yo estaba rodeado por ocho agentes del Shin Bet, todos ellos armados. El hombre al que llamaban Avi me ordenó que me quitara toda la ropa. Ya me habían hecho pasar por una máquina de rayos X. Me quité toda la ropa menos los calzoncillos y me insistió en que tenía que quitarme absolutamente todo. Cuando me negué, Avi echó mano a su arma. Yo empecé a sollozar: ‘¿Por qué me tratan así ustedes? Yo soy un ser humano’. ‘Esto no es nada comparado con lo que vas a ver ahora’, dijo. Desenfundó su pistola, me apretó el cañón contra la cabeza y, dejando caer todo el peso de su corpachón sobre mí, me quitó los calzoncillos a la fuerza. A continuación, me obligó a bailar una especie de danza. Otro hombre, que se reía a carcajadas, me preguntó ‘¿Por qué has traído perfumes?’. Le contesté ‘Son regalos para personas que quiero’. ‘¡Vaya, vaya! ¿En vuestra cultura sabéis qué es el amor?’, replicó».
«Cuando se mofaban de mí -ha contado Mohammed-, con lo que más disfrutaban era burlándose de las cartas que había recibido de lectores en Inglaterra. En aquel momento llevaba 12 horas sin comer ni beber, y sin ir al retrete, y como me habían obligado a estar de pie, las piernas se me doblaban. Vomité y perdí el conocimiento. Sólo recuerdo a uno de ellos que me clavaba las uñas en las ojeras, debajo de los ojos, y me arañaba y me desgarraba. Me cogió la cabeza y me hundió los dedos con fuerza por detrás de las orejas, en el nervio auditivo, entre la cabeza y el tímpano. El dolor se volvió insoportable cuando me clavó dos dedos a la vez. Otro hombre me pisó en el cuello, presionando fuerte contra el suelo. Estuve así, tirado, más de una hora. La habitación me pareció un compendio de dolor, ruido y terror».
Llamaron a una ambulancia y encargaron que trasladaran a Mohammed al hospital, pero sólo después de que hubiera firmado una declaración que eximía a los israelíes de los padecimientos sufridos durante su detención. El médico palestino, en un alarde de valor, se negó y advirtió que iba a ponerse en contacto con el acompañante de la embajada holandesa. Alarmados, los israelíes permitieron que se marchara la ambulancia. La respuesta israelí ha sido la habitual en estos casos, que Mohammed era «sospechoso» de contrabando y que «perdió el equilibrio» en el curso de un interrogatorio realizado con todas las garantías, según informó el martes la agencia de noticias Reuters.
Grupos israelíes de defensa de los derechos humanos han documentado las torturas que sufren los palestinos por agentes del Shin Bet con «palizas, inmovilizaciones dolorosas, flexión de la espalda, potro y privación prolongada del sueño». Amnistía Internacional ha informado en numerosas ocasiones de que Israel recurre generalmente a la tortura, cuyas víctimas terminan saliendo de ella como meras sombras de lo que en su día fueron; algunas ni siquiera aparecen. Israel figura en uno de los lugares más altos de la clasificación internacional en asesinatos de periodistas, especialmente de periodistas palestinos, que no reciben más que una atención mínima en comparación con la información prestada al caso de Alan Johnston, de la BBC.
El Gobierno holandés ha manifestado su conmoción por el trato dado a Mohammed Omer. El ex embajador Jan Wijenberg ha declarado que «no se trata de un incidente aislado sino que forma parte de una estrategia a largo plazo para acabar con la vida social, económica y cultural de los palestinos. Soy consciente de la posibilidad de que en un futuro no lejano Mohammed Omer caiga asesinado a manos de cualquier francotirador israelí o por un bombardeo».
Mientras Mohammed recibía el premio en Londres, el nuevo embajador de Israel en Gran Bretaña, Ron Proser, se quejaba públicamente de que hay muchos británicos que ya no aprecian como antes la singularidad de la democracia israelí. Quizá ahora ya la aprecien.
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Two weeks ago, I presented a young Palestinian, Mohammed Omer, with the 2008 Martha Gellhorn Prize for Journalism. Awarded in memory of the great US war correspondent, the prize goes to journalists who expose establishment propaganda, or “official drivel”, as Gellhorn called it. Mohammed shares the prize of £5,000 with Dahr Jamail. At 24, he is the youngest winner. His citation reads: “Every day, he reports from a war zone, where he is also a prisoner. His homeland, Gaza, is surrounded, starved, attacked, forgotten. He is a profoundly humane witness to one of the great injustices of our time. He is the voice of the voiceless.” The eldest of eight, Mohammed has seen most of his siblings killed or wounded or maimed. An Israeli bulldozer crushed his home while the family were inside, seriously injuring his mother. And yet, says a former Dutch ambassador, Jan Wijenberg, “he is a moderating voice, urging Palestinian youth not to court hatred but seek peace with Israel”.
Getting Mohammed to London to receive his prize was a major diplomatic operation. Israel has perfidious control over Gaza’s borders, and only with a Dutch embassy escort was he allowed out. Last Thursday, on his return journey, he was met at the Allenby Bridge crossing (to Jordan) by a Dutch official, who waited outside the Israeli building, unaware Mohammed had been seized by Shin Bet, Israel’s infamous security organisation. Mohammed was told to turn off his mobile and remove the battery. He asked if he could call his embassy escort and was told forcefully he could not. A man stood over his luggage, picking through his documents. “Where’s the money?” he demanded. Mohammed produced some US dollars. “Where is the English pound you have?”
“I realised,” said Mohammed, “he was after the award stipend for the Martha Gellhorn prize. I told him I didn’t have it with me. ‘You are lying’, he said. I was now surrounded by eight Shin Bet officers, all armed. The man called Avi ordered me to take off my clothes. I had already been through an x-ray machine. I stripped down to my underwear and was told to take off everything. When I refused, Avi put his hand on his gun. I began to cry: ‘Why are you treating me this way? I am a human being.’ He said, ‘This is nothing compared with what you will see now.’ He took his gun out, pressing it to my head and with his full body weight pinning me on my side, he forcibly removed my underwear. He then made me do a concocted sort of dance. Another man, who was laughing, said, ‘Why are you bringing perfumes?’ I replied, ‘They are gifts for the people I love’. He said, ‘Oh, do you have love in your culture?’
“As they ridiculed me, they took delight most in mocking letters I had received from readers in England. I had now been without food and water and the toilet for 12 hours, and having been made to stand, my legs buckled. I vomited and passed out. All I remember is one of them gouging, scraping and clawing with his nails at the tender flesh beneath my eyes. He scooped my head and dug his fingers in near the auditory nerves between my head and eardrum. The pain became sharper as he dug in two fingers at a time. Another man had his combat boot on my neck, pressing into the hard floor. I lay there for over an hour. The room became a menagerie of pain, sound and terror.”
An ambulance was called and told to take Mohammed to a hospital, but only after he had signed a statement indemnifying the Israelis from his suffering in their custody. The Palestinian medic refused, courageously, and said he would contact the Dutch embassy escort. Alarmed, the Israelis let the ambulance go. The Israeli response has been the familiar line that Mohammed was “suspected” of smuggling and “lost his balance” during a “fair” interrogation, Reuters reported yesterday.
Israeli human rights groups have documented the routine torture of Palestinians by Shin Bet agents with “beatings, painful binding, back bending, body stretching and prolonged sleep deprivation”. Amnesty has long reported the widespread use of torture by Israel, whose victims emerge as mere shadows of their former selves. Some never return. Israel is high in an international league table for its murder of journalists, especially Palestinian journalists, who receive barely a fraction of the kind of coverage given to the BBC’s Alan Johnston.
The Dutch government says it is shocked by Mohammed Omer’s treatment. The former ambassador Jan Wijenberg said: “This is by no means an isolated incident, but part of a long-term strategy to demolish Palestinian social, economic and cultural life … I am aware of the possibility that Mohammed Omer might be murdered by Israeli snipers or bomb attack in the near future.”
While Mohammed was receiving his prize in London, the new Israeli ambassador to Britain, Ron Proser, was publicly complaining that many Britons no longer appreciated the uniqueness of Israel’s democracy. Perhaps they do now.
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