Por Francesc Reguant, economista (EL PERIÓDICO, 05/07/08):
Se ha modificado el escenario de precios internacionales. Los alimentos y la energía han pasado a ocupar el banquillo de los acusados, compartiendo como causa la explosión de la demanda y compitiendo por un espacio común a través de los agrocarburantes. Estos, que debían ser parte de la solución para la producción de combustibles en términos medioambientales mucho más aceptables, han acabado siendo una pesadilla, al friccionar con algo tan sensible como son los alimentos. Por fin, entre un cúmulo de intereses contradictorios, aparece la palabra mágica: la especulación. Tranquilos, aquí no ha pasado nada, era solo la especulación.
Hablemos de especulación. Supongamos que tenemos un conjunto organizado de piezas de dominó. Demasiado juntas, por tanto, en situación de riesgo. Tocamos una de ellas y esta hace caer la siguiente, y así sucesivamente. El aleteo de la mariposa ha provocado el huracán. Llega la hora de deshacer el desaguisado, pero no basta con levantar la primera pieza que ha caído, la única que hemos tocado. Las consecuencias ya desbordan la causa, y rehacer el desajuste exige una multiplicidad de acciones con resultados a veces imprevistos.
EN EL escenario real, la demanda creciente y la disminución consecuente de estocs alimentarios convierte la situación en explosiva. Cualquier suceso restrictivo puede provocar el desajuste, ya sean unas inundaciones en EEUU o un tifón en Birmania. En este punto, los agrocarburantes regalan argumentos sobrados a las expectativas de tensión de oferta. Más aún cuando desde el corazón de la economía mundial se expresa la voluntad de imponer, por norma legal, un creciente consumo de etanol o biodiésel en el próximo futuro. En definitiva, unas expectativas de demanda confirmadas por decreto abren la brecha de la especulación alimentaria. Pero, tras la especulación, en buena parte de base financiera, a través de la compra de futuros, la siguiente pieza que cae es la subida de precios y con ella la desviación de comercio de los países productores de cereales y materias primas alimentarias básicas. Aparece el fantasma de la inseguridad alimentaria o, dicho con rotundidad, el hambre, con todas sus consecuencias humanitarias, sociales y políticas.
La expectativa del desabastecimiento provoca una nueva actuación especulativa de signo defensivo: algunos países limitan sus exportaciones de alimentos básicos para garantizar el proveimiento interno. El hipotético desabastecimiento de los mercados aumenta sus probabilidades y con ella aparece el acaparamiento individual, tal como ha sucedido con el arroz en algún país. Otra actuación defensiva de carácter especulativo. Había cereales para todos, pero el desajuste provoca un real desabastecimiento que acaba movilizando a todos los centros de poder mundiales.
Uno de los activos financieros clave en este embrollo han sido los futuros. En este caso también merece la pena separar el grano de la paja. Los mercados de futuros aparecieron precisamente para la compra de cereales. El Chicago Board of Trade, fundado en 1848, fue el primer mercado organizado de futuros. Mediante estos contratos se garantiza el precio al agricultor antes de la cosecha, por lo que, en este sentido, es un instrumento de estabilización de los mercados alimentarios. Pero el comprador tiene en sus manos un activo cuyo valor puede variar en base a las expectativas sobre el resultado de la cosecha. Y este activo puede comprarse y venderse. Es decir, hay un espacio para el especulador.
Sin embargo, los futuros agrícolas tienen al final del proceso una mercancía física: en este caso, un producto que, en mayor o menor grado, es perecedero. Dicho en otras palabras, la especulación en base a activos agrícolas tiene fecha de caducidad y, si las expectativas han sido sobrevaloradas, supondrán pérdidas para el último tenedor. Ahora bien, por el camino, las expectativas vinculadas a futuros pueden haber distorsionado muy gravemente los mercados.
NO TIENE sentido que un simple juego especulativo pueda desequilibrar el proveimiento alimentario y las bases del desarrollo y la estabilidad mundial. Ni tiene sentido que el beneficio fugaz de unos pocos pueda tener como contrapartida un perjuicio tan grave para la mayoría. Del papel pernicioso de los fondos especulativos en los mercados de futuros se es consciente desde hace muchos años pero, tal como afirma Michael W. Masters en sus recientes e impactantes declaraciones al Senado de Estados Unidos, poco se ha hecho para evitarlo. Es fundamental regular los mercados de futuros, especialmente los referidos a alimentos básicos, limitando drásticamente la participación de agentes no vinculados a la real comercialización física del producto.
Desactivando la especulación financiera puede lograrse una mayor estabilidad de los mercados evitando los graves desajustes que pueda provocar. Pero los problemas de base subsisten con una demanda alimentaria creciente y una inmensa demanda potencial de agrocarburantes, estimulada por los altos precios del petróleo y la previsión estratégica de escasez futura. Es hora, por tanto, de planificar teniendo en cuenta el balance alimentario como prioridad ante cualquier opción productiva alternativa.
Se ha modificado el escenario de precios internacionales. Los alimentos y la energía han pasado a ocupar el banquillo de los acusados, compartiendo como causa la explosión de la demanda y compitiendo por un espacio común a través de los agrocarburantes. Estos, que debían ser parte de la solución para la producción de combustibles en términos medioambientales mucho más aceptables, han acabado siendo una pesadilla, al friccionar con algo tan sensible como son los alimentos. Por fin, entre un cúmulo de intereses contradictorios, aparece la palabra mágica: la especulación. Tranquilos, aquí no ha pasado nada, era solo la especulación.
Hablemos de especulación. Supongamos que tenemos un conjunto organizado de piezas de dominó. Demasiado juntas, por tanto, en situación de riesgo. Tocamos una de ellas y esta hace caer la siguiente, y así sucesivamente. El aleteo de la mariposa ha provocado el huracán. Llega la hora de deshacer el desaguisado, pero no basta con levantar la primera pieza que ha caído, la única que hemos tocado. Las consecuencias ya desbordan la causa, y rehacer el desajuste exige una multiplicidad de acciones con resultados a veces imprevistos.
EN EL escenario real, la demanda creciente y la disminución consecuente de estocs alimentarios convierte la situación en explosiva. Cualquier suceso restrictivo puede provocar el desajuste, ya sean unas inundaciones en EEUU o un tifón en Birmania. En este punto, los agrocarburantes regalan argumentos sobrados a las expectativas de tensión de oferta. Más aún cuando desde el corazón de la economía mundial se expresa la voluntad de imponer, por norma legal, un creciente consumo de etanol o biodiésel en el próximo futuro. En definitiva, unas expectativas de demanda confirmadas por decreto abren la brecha de la especulación alimentaria. Pero, tras la especulación, en buena parte de base financiera, a través de la compra de futuros, la siguiente pieza que cae es la subida de precios y con ella la desviación de comercio de los países productores de cereales y materias primas alimentarias básicas. Aparece el fantasma de la inseguridad alimentaria o, dicho con rotundidad, el hambre, con todas sus consecuencias humanitarias, sociales y políticas.
La expectativa del desabastecimiento provoca una nueva actuación especulativa de signo defensivo: algunos países limitan sus exportaciones de alimentos básicos para garantizar el proveimiento interno. El hipotético desabastecimiento de los mercados aumenta sus probabilidades y con ella aparece el acaparamiento individual, tal como ha sucedido con el arroz en algún país. Otra actuación defensiva de carácter especulativo. Había cereales para todos, pero el desajuste provoca un real desabastecimiento que acaba movilizando a todos los centros de poder mundiales.
Uno de los activos financieros clave en este embrollo han sido los futuros. En este caso también merece la pena separar el grano de la paja. Los mercados de futuros aparecieron precisamente para la compra de cereales. El Chicago Board of Trade, fundado en 1848, fue el primer mercado organizado de futuros. Mediante estos contratos se garantiza el precio al agricultor antes de la cosecha, por lo que, en este sentido, es un instrumento de estabilización de los mercados alimentarios. Pero el comprador tiene en sus manos un activo cuyo valor puede variar en base a las expectativas sobre el resultado de la cosecha. Y este activo puede comprarse y venderse. Es decir, hay un espacio para el especulador.
Sin embargo, los futuros agrícolas tienen al final del proceso una mercancía física: en este caso, un producto que, en mayor o menor grado, es perecedero. Dicho en otras palabras, la especulación en base a activos agrícolas tiene fecha de caducidad y, si las expectativas han sido sobrevaloradas, supondrán pérdidas para el último tenedor. Ahora bien, por el camino, las expectativas vinculadas a futuros pueden haber distorsionado muy gravemente los mercados.
NO TIENE sentido que un simple juego especulativo pueda desequilibrar el proveimiento alimentario y las bases del desarrollo y la estabilidad mundial. Ni tiene sentido que el beneficio fugaz de unos pocos pueda tener como contrapartida un perjuicio tan grave para la mayoría. Del papel pernicioso de los fondos especulativos en los mercados de futuros se es consciente desde hace muchos años pero, tal como afirma Michael W. Masters en sus recientes e impactantes declaraciones al Senado de Estados Unidos, poco se ha hecho para evitarlo. Es fundamental regular los mercados de futuros, especialmente los referidos a alimentos básicos, limitando drásticamente la participación de agentes no vinculados a la real comercialización física del producto.
Desactivando la especulación financiera puede lograrse una mayor estabilidad de los mercados evitando los graves desajustes que pueda provocar. Pero los problemas de base subsisten con una demanda alimentaria creciente y una inmensa demanda potencial de agrocarburantes, estimulada por los altos precios del petróleo y la previsión estratégica de escasez futura. Es hora, por tanto, de planificar teniendo en cuenta el balance alimentario como prioridad ante cualquier opción productiva alternativa.
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