Por Zoé Valdés, escritora cubana exiliada en París (EL PAÍS, 22/07/08):
En mi libro La Ficción Fidel (Planeta, 2008) jamás propongo la venganza para el futuro de Cuba, pero sí la justicia que hace 50 años nos merecemos; justicia y transición pacífica con vergüenza. Además, cito tres países como ejemplos de transición pacífica: España, Chile y la República Checa. Esta última muy cercana a nosotros a causa del comunismo y que, además, ha crecido con gran dignidad. Ahora, a los pocos días del aniversario del hundimiento del remolcador 13 de Marzo, un 13 de julio de 1994, a manos de la dictadura cubana (74 personas perdieron la vida, entre ellas 12 niños), también comparto memoria con otras injusticias cometidas por la dictadura castrista y recuerdo a los fusilados el 13 de julio de 1989 en La Habana: el coronel Antonio de la Guardia, el general Arnaldo Ochoa y otros generales. Y también a enjuiciados en ese caso como el general Patricio de la Guardia (hasta hace poco encarcelado en Cuba y ahora bajo libertad condicionada).
Las cárceles cubanas están llenas de gente inocente. Sólo cuando se libere a los presos políticos, sólo cuando la disidencia interna y sus proyectos, y el exilio también con sus proyectos, sean reconocidos en un proceso de transición democrático, podremos hablar de cambios sustanciales. Hasta ahora esto no ha ocurrido y pienso que será un proceso difícil de conquistar por los demócratas. En una dictadura tan larga como la que está viviendo Cuba es probable que no haya tiempo para el arrepentimiento inmediato, pero sigo creyendo que, ante nuestro dolor, el dolor de las víctimas (entre las que cuento a los familiares de los militares), todos los militares cubanos deberían pedir perdón y sus hijos deberían callarse, quizás no para siempre, pero por un rato. Sería un hermoso gesto ante tantas hijas e hijos de fusilados a los que nadie ha querido escuchar (véase el documental de Luis Guardia Adiós a papá).
Alina Fernández, hija de Castro I, y otros hijos de militares cubanos, incluidos los de Patricio de la Guardia, han reservado sus opiniones durante un tiempo y después han contado las verdades que interesan desde el ángulo personal e histórico, siempre amparados por su trabajo, con sumo respeto hacia las demás víctimas. Han sabido ser discretos y han reconocido la culpa de sus padres. Nadie ha pedido fusilamiento para los hermanos Castro ni para los militares, como sí hicieron ellos ejecutando a tantos inocentes. Sólo sugiero que pidan perdón, lo considero necesario.
Es necesario que se reconozca que las víctimas del castrismo no son únicamente los propios castristas, que el pueblo cubano fue la primera víctima de la dictadura. Sin estos planteamientos será difícil llegar a una tranquilidad profunda (no olviden el caso chileno, en donde se ha reconocido hondo el sufrimiento). En el orden social, este reconocimiento es imprescindible en su esencia. Raúl Castro no ha dado ningún paso hacia ese reconocimiento y mucho menos hacia la democracia; su hermano, ahora es Fidel el que está a la sombra, tampoco. Algunas de estas realidades las apunto y las preciso en mi libro.
Nací pobre, fui pobre, no me avergüenzo de ello; mi familia fue pobre, muchos de ellos murieron pobres. La revolución no cambió para nada nuestras vidas, las empeoró. Con la revolución fuimos todavía más pobres; lo que no sucedió con algunas familias cubanas, que se enriquecieron aún más, dejaron de ser burgueses para devenir burgueses castrocomunistas. En mi libro La Ficción Fidel no hay incitación al odio, algo a no confundir con un análisis de la sociedad clasista cubana y del racismo. Dos fuertes realidades a resolver de inmediato para una Cuba futura.
Necesitamos un cambio sin venganza, pero con justicia y con vergüenza, en nombre de todos aquellos fusilados y desaparecidos en los juicios populares y públicos: de Mario Chanes (30 años de cárcel), de Eusebio Peñalver (22 años de cárcel), de Luis Boitel (asesinado en la cárcel), de Óscar Elías Biscet y de los 75 poetas y periodistas todavía encarcelados desde la Primavera Negra de Cuba de 2003.
El título de este artículo responde al de Ileana de la Guardia, Cuba, un cambio sin venganza, publicado aquí el 16 de agosto. En el mismo, la autora afirma que yo fui diplomática: falso. Durante cinco años fui esposa de diplomático ante la Unesco, que era y es escritor, nombrado diplomático a modo de castigo. En ningún momento tuve un alto cargo de funcionaria: ejercí durante dos años como jefa de redacción y otros dos años como subdirectora de la revista Cine Cubano.
Mi padre estuvo preso dos años en las cárceles cubanas, nunca le hicieron juicio, murió en el exilio sin saber por qué estuvo encarcelado; esto ocurrió en la época en la que el padre y el tío de Ileana de la Guardia gozaban de plenos poderes militares. Jamás se lo eché en cara; al contrario, le tendí la mano y la recibí en mi casa, junto a su esposo, Jorge Masetti, hijo del periodista argentino Ricardo Masetti, quien murió en Argentina, convertido en guerrillero, luego de haber creado en Cuba la agencia Prensa Latina. A los pocos años de edad, Jorge Masetti recibió la noticia por el comandante Manuel Piñero (Barba Roja) de la muerte de su padre, al que de inmediato transformaron en héroe. Todo cubano sabe lo que significa ser hijo de héroe en Cuba y en un régimen totalitario: el futuro comprometido bajo los signos de la heroicidad y la fidelidad más absoluta. Jorge Masetti, nacido en Argentina, en 1955, pero residente en Cuba, debió partir bajo la tutela de Barba Roja, convertirse también él en guerrillero, en espía, en pichón de terrorista (en época en que todavía esa palabra no poseía la connotación actual, para algunos era casi romántica); no sólo en América Latina, además en África y en Angola, como así cuenta en el libro El Furor y el Delirio (Tusquets, 1999). Es una víctima más del horror cubano. A los niños cubanos nos adoctrinaron ideológicamente, pero a un número siniestro de hijos de “héroes” los adoctrinaron para perros de presa. Es la razón por la que siento una inmensa lástima por ellos. Los apoyamos, mi marido, el cineasta Ricardo Vega, y yo cuando decidieron enjuiciar a Fidel Castro en un tribunal de París para que fuese juzgado por sus crímenes contra la humanidad.
Creo conveniente aclarar que no renunciaré nunca a mi derecho de escritora de contar las verdades que yo he vivido. No soy historiadora, la historia sólo me interesa en función de la novelista que soy.
Los hijos de los militares cubanos se preparan para tomar el relevo de sus padres. Lo vemos con Mariela Castro, hija de Raúl Castro, con Fidelito Castro, con Antonio Castro, hijos del Castro I, con Aleida Guevara, hija del Che. No me extrañaría que ahora que la vieja “guardia” ha retomado el poder, la Guardia ponga su apellido en cola y al servicio hereditario, pero antes, por un momento, que ceda la tribuna pública a las víctimas de su padre y de su tío. De cualquier modo, lo verdaderamente justo es que se ganara sus puestos en democracia y bajo elecciones libres.
En mi libro La Ficción Fidel (Planeta, 2008) jamás propongo la venganza para el futuro de Cuba, pero sí la justicia que hace 50 años nos merecemos; justicia y transición pacífica con vergüenza. Además, cito tres países como ejemplos de transición pacífica: España, Chile y la República Checa. Esta última muy cercana a nosotros a causa del comunismo y que, además, ha crecido con gran dignidad. Ahora, a los pocos días del aniversario del hundimiento del remolcador 13 de Marzo, un 13 de julio de 1994, a manos de la dictadura cubana (74 personas perdieron la vida, entre ellas 12 niños), también comparto memoria con otras injusticias cometidas por la dictadura castrista y recuerdo a los fusilados el 13 de julio de 1989 en La Habana: el coronel Antonio de la Guardia, el general Arnaldo Ochoa y otros generales. Y también a enjuiciados en ese caso como el general Patricio de la Guardia (hasta hace poco encarcelado en Cuba y ahora bajo libertad condicionada).
Las cárceles cubanas están llenas de gente inocente. Sólo cuando se libere a los presos políticos, sólo cuando la disidencia interna y sus proyectos, y el exilio también con sus proyectos, sean reconocidos en un proceso de transición democrático, podremos hablar de cambios sustanciales. Hasta ahora esto no ha ocurrido y pienso que será un proceso difícil de conquistar por los demócratas. En una dictadura tan larga como la que está viviendo Cuba es probable que no haya tiempo para el arrepentimiento inmediato, pero sigo creyendo que, ante nuestro dolor, el dolor de las víctimas (entre las que cuento a los familiares de los militares), todos los militares cubanos deberían pedir perdón y sus hijos deberían callarse, quizás no para siempre, pero por un rato. Sería un hermoso gesto ante tantas hijas e hijos de fusilados a los que nadie ha querido escuchar (véase el documental de Luis Guardia Adiós a papá).
Alina Fernández, hija de Castro I, y otros hijos de militares cubanos, incluidos los de Patricio de la Guardia, han reservado sus opiniones durante un tiempo y después han contado las verdades que interesan desde el ángulo personal e histórico, siempre amparados por su trabajo, con sumo respeto hacia las demás víctimas. Han sabido ser discretos y han reconocido la culpa de sus padres. Nadie ha pedido fusilamiento para los hermanos Castro ni para los militares, como sí hicieron ellos ejecutando a tantos inocentes. Sólo sugiero que pidan perdón, lo considero necesario.
Es necesario que se reconozca que las víctimas del castrismo no son únicamente los propios castristas, que el pueblo cubano fue la primera víctima de la dictadura. Sin estos planteamientos será difícil llegar a una tranquilidad profunda (no olviden el caso chileno, en donde se ha reconocido hondo el sufrimiento). En el orden social, este reconocimiento es imprescindible en su esencia. Raúl Castro no ha dado ningún paso hacia ese reconocimiento y mucho menos hacia la democracia; su hermano, ahora es Fidel el que está a la sombra, tampoco. Algunas de estas realidades las apunto y las preciso en mi libro.
Nací pobre, fui pobre, no me avergüenzo de ello; mi familia fue pobre, muchos de ellos murieron pobres. La revolución no cambió para nada nuestras vidas, las empeoró. Con la revolución fuimos todavía más pobres; lo que no sucedió con algunas familias cubanas, que se enriquecieron aún más, dejaron de ser burgueses para devenir burgueses castrocomunistas. En mi libro La Ficción Fidel no hay incitación al odio, algo a no confundir con un análisis de la sociedad clasista cubana y del racismo. Dos fuertes realidades a resolver de inmediato para una Cuba futura.
Necesitamos un cambio sin venganza, pero con justicia y con vergüenza, en nombre de todos aquellos fusilados y desaparecidos en los juicios populares y públicos: de Mario Chanes (30 años de cárcel), de Eusebio Peñalver (22 años de cárcel), de Luis Boitel (asesinado en la cárcel), de Óscar Elías Biscet y de los 75 poetas y periodistas todavía encarcelados desde la Primavera Negra de Cuba de 2003.
El título de este artículo responde al de Ileana de la Guardia, Cuba, un cambio sin venganza, publicado aquí el 16 de agosto. En el mismo, la autora afirma que yo fui diplomática: falso. Durante cinco años fui esposa de diplomático ante la Unesco, que era y es escritor, nombrado diplomático a modo de castigo. En ningún momento tuve un alto cargo de funcionaria: ejercí durante dos años como jefa de redacción y otros dos años como subdirectora de la revista Cine Cubano.
Mi padre estuvo preso dos años en las cárceles cubanas, nunca le hicieron juicio, murió en el exilio sin saber por qué estuvo encarcelado; esto ocurrió en la época en la que el padre y el tío de Ileana de la Guardia gozaban de plenos poderes militares. Jamás se lo eché en cara; al contrario, le tendí la mano y la recibí en mi casa, junto a su esposo, Jorge Masetti, hijo del periodista argentino Ricardo Masetti, quien murió en Argentina, convertido en guerrillero, luego de haber creado en Cuba la agencia Prensa Latina. A los pocos años de edad, Jorge Masetti recibió la noticia por el comandante Manuel Piñero (Barba Roja) de la muerte de su padre, al que de inmediato transformaron en héroe. Todo cubano sabe lo que significa ser hijo de héroe en Cuba y en un régimen totalitario: el futuro comprometido bajo los signos de la heroicidad y la fidelidad más absoluta. Jorge Masetti, nacido en Argentina, en 1955, pero residente en Cuba, debió partir bajo la tutela de Barba Roja, convertirse también él en guerrillero, en espía, en pichón de terrorista (en época en que todavía esa palabra no poseía la connotación actual, para algunos era casi romántica); no sólo en América Latina, además en África y en Angola, como así cuenta en el libro El Furor y el Delirio (Tusquets, 1999). Es una víctima más del horror cubano. A los niños cubanos nos adoctrinaron ideológicamente, pero a un número siniestro de hijos de “héroes” los adoctrinaron para perros de presa. Es la razón por la que siento una inmensa lástima por ellos. Los apoyamos, mi marido, el cineasta Ricardo Vega, y yo cuando decidieron enjuiciar a Fidel Castro en un tribunal de París para que fuese juzgado por sus crímenes contra la humanidad.
Creo conveniente aclarar que no renunciaré nunca a mi derecho de escritora de contar las verdades que yo he vivido. No soy historiadora, la historia sólo me interesa en función de la novelista que soy.
Los hijos de los militares cubanos se preparan para tomar el relevo de sus padres. Lo vemos con Mariela Castro, hija de Raúl Castro, con Fidelito Castro, con Antonio Castro, hijos del Castro I, con Aleida Guevara, hija del Che. No me extrañaría que ahora que la vieja “guardia” ha retomado el poder, la Guardia ponga su apellido en cola y al servicio hereditario, pero antes, por un momento, que ceda la tribuna pública a las víctimas de su padre y de su tío. De cualquier modo, lo verdaderamente justo es que se ganara sus puestos en democracia y bajo elecciones libres.
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