Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 06/07/08):
El Departamento de Estado de EE. UU. ha manifestado que resulta estúpido dar por supuesto que hay otra guerra en Oriente Medio a la vuelta de la esquina. Probablemente tiene razón por lo que al mes que viene se refiere, pero yo no apostaría que siga siendo cierto durante un periodo más largo, digamos que hasta finales de año.
Las cuestiones en liza son de todos conocidas. El presidente iraní ha amenazado con borrar a Israel del mapa. Algunos sostienen que se le tradujo mal, pero lo ha dicho más de una vez y en cualquier caso la traducción procedía de Teherán, no de Tel Aviv. Los israelíes después del holocausto no están dispuestos a esperar a que Teherán se halle en condiciones de cumplir su amenaza. Han llegado a la conclusión de que las negociaciones europeas con Teherán, de años de duración, son infructuosas y resulta dudoso que los estadounidenses adopten una iniciativa eficaz; por otra parte, las sanciones pueden perjudicar a Irán, pero ¿le harán cambiar de política?
Los israelíes experimentan una notable presión, política y militar, para actuar en un futuro inmediato. Los riesgos que entraña un ataque israelí contra Irán son, evidentemente, enormes, pero ellos no ven otra opción. Existe mucha mayor unanimidad que en 1981, cuando bombardearon el reactor iraquí de Osirak. En aquella época (como ahora sabemos) numerosas figuras importantes políticas israelíes, generales de las fuerzas armadas y todos los responsables de los servicios de inteligencia fueron contrarios a la iniciativa. Actualmente existe la extendida convicción de que como Israel, en cualquier caso, será censurado por la ONU y la opinión pública mundial, ya actúe o no actúe, ¿qué tiene que perder?
Los israelíes consideran que se han exagerado la magnitud de las dificultades involucradas y la probable reacción subsiguiente. No es correcto ni atinado afirmar que deban ser atacadas todas y cada una de las instalaciones nucleares de Irán; bastaría destruir un puñado de emplazamientos clave. ¿Qué represalias podrían adoptar los iraníes? Disparar unos cuantos misiles contra Israel; algunos serían interceptados, otros causarían daño limitado. Podrían decir a Hizbulah que lanzara un ataque contra Israel: tampoco sería un daño letal. Podrían (como amenazaron) bloquear el estrecho de Ormuz por el que se transporta buena parte del petróleo del mundo. Ello provocaría - creen- una crisis económica mundial ya que el precio del petróleo subiría astronómicamente.
Existen razones de peso contra un ataque israelí aparte del hecho de que el éxito en la guerra nunca es totalmente seguro y de que una operación fracasada constituiría para ellos un notable desastre. Ahmadineyad, señalan algunos expertos, no es Hitler sino a lo sumo un Mussolini en pequeño, un bocazas que exagera enormemente la capacidad militar de su país. Se recordará que durante la guerra irano-iraquí, antes de que Israel destruyera Osirak, los iraníes intentaron tres veces hacer lo propio pero no lo lograron. Verdad es que su capacidad ha mejorado desde entonces, pero sigue siendo sobrevalorada.
Los iraníes saben que sería suicida lanzar un ataque nuclear contra Israel y aunque el fanatismo de sus líderes es indudable, sigue siendo improbable que estén dispuestos a sacrificar a su país en aras de una yihad que no es realmente la suya. Resulta mucho más probable que pasen material nuclear a algunos de sus patrocinados como Hizbulah para amenazar a Israel con alguna “bomba sucia” (de dispersión de material radiactivo).
Mohamed el Baradei, responsable egipcio del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha predicho que un ataque israelí sería como una gigantesca bola de fuego que daría paso a una conflagración que se tragaría no sólo Oriente Medio sino todo el planeta. Sin embargo, El Baradei probablemente exagera; hubo un silencio general cuando los israelíes destruyeron a principios de año una instalación nuclear en Siria. La mayoría de países árabes y otros vecinos de Irán han comprendido que la ambición de este país se cifra en convertirse en la potencia dominante en Oriente Medio y, si es posible, hacerse con el control del petróleo de la región. No les apenaría demasiado contemplar las instalaciones nucleares iraníes destruidas. Indudablemente la solución ideal, desde su punto de vista, estribaría en que Irán e Israel se destruyeran recíprocamente (y hay gente en Europa que coincidiría al respecto). Sin embargo, actualmente consideran que Irán representa la mayor amenaza para su independencia, simplemente porque Israel es un pequeño y aislado país de ambiciones políticas limitadas.
Puede ser que todos estos razonamientos contra un ataque israelí no sean del todo convincentes; sin embargo, existe uno mucho más concluyente. ¿Cabe detener la proliferación nuclear, o sólo diferirla unos años? Las bombas nucleares pueden seguir comprándose o bien robarse, y los conocimientos necesarios para su fabricación no pueden ser destruidos mediante un ataque militar. En suma, a menos que Israel y los países árabes encuentren algún tipo de mutuo acomodo en los próximos años, el futuro presenta un aspecto más bien desolador. Por lo demás, y en lo concerniente a la proliferación de armas de destrucción masiva, lo cierto y verdadero en Oriente Medio es también cierto y verdadero para el resto del mundo.
El Departamento de Estado de EE. UU. ha manifestado que resulta estúpido dar por supuesto que hay otra guerra en Oriente Medio a la vuelta de la esquina. Probablemente tiene razón por lo que al mes que viene se refiere, pero yo no apostaría que siga siendo cierto durante un periodo más largo, digamos que hasta finales de año.
Las cuestiones en liza son de todos conocidas. El presidente iraní ha amenazado con borrar a Israel del mapa. Algunos sostienen que se le tradujo mal, pero lo ha dicho más de una vez y en cualquier caso la traducción procedía de Teherán, no de Tel Aviv. Los israelíes después del holocausto no están dispuestos a esperar a que Teherán se halle en condiciones de cumplir su amenaza. Han llegado a la conclusión de que las negociaciones europeas con Teherán, de años de duración, son infructuosas y resulta dudoso que los estadounidenses adopten una iniciativa eficaz; por otra parte, las sanciones pueden perjudicar a Irán, pero ¿le harán cambiar de política?
Los israelíes experimentan una notable presión, política y militar, para actuar en un futuro inmediato. Los riesgos que entraña un ataque israelí contra Irán son, evidentemente, enormes, pero ellos no ven otra opción. Existe mucha mayor unanimidad que en 1981, cuando bombardearon el reactor iraquí de Osirak. En aquella época (como ahora sabemos) numerosas figuras importantes políticas israelíes, generales de las fuerzas armadas y todos los responsables de los servicios de inteligencia fueron contrarios a la iniciativa. Actualmente existe la extendida convicción de que como Israel, en cualquier caso, será censurado por la ONU y la opinión pública mundial, ya actúe o no actúe, ¿qué tiene que perder?
Los israelíes consideran que se han exagerado la magnitud de las dificultades involucradas y la probable reacción subsiguiente. No es correcto ni atinado afirmar que deban ser atacadas todas y cada una de las instalaciones nucleares de Irán; bastaría destruir un puñado de emplazamientos clave. ¿Qué represalias podrían adoptar los iraníes? Disparar unos cuantos misiles contra Israel; algunos serían interceptados, otros causarían daño limitado. Podrían decir a Hizbulah que lanzara un ataque contra Israel: tampoco sería un daño letal. Podrían (como amenazaron) bloquear el estrecho de Ormuz por el que se transporta buena parte del petróleo del mundo. Ello provocaría - creen- una crisis económica mundial ya que el precio del petróleo subiría astronómicamente.
Existen razones de peso contra un ataque israelí aparte del hecho de que el éxito en la guerra nunca es totalmente seguro y de que una operación fracasada constituiría para ellos un notable desastre. Ahmadineyad, señalan algunos expertos, no es Hitler sino a lo sumo un Mussolini en pequeño, un bocazas que exagera enormemente la capacidad militar de su país. Se recordará que durante la guerra irano-iraquí, antes de que Israel destruyera Osirak, los iraníes intentaron tres veces hacer lo propio pero no lo lograron. Verdad es que su capacidad ha mejorado desde entonces, pero sigue siendo sobrevalorada.
Los iraníes saben que sería suicida lanzar un ataque nuclear contra Israel y aunque el fanatismo de sus líderes es indudable, sigue siendo improbable que estén dispuestos a sacrificar a su país en aras de una yihad que no es realmente la suya. Resulta mucho más probable que pasen material nuclear a algunos de sus patrocinados como Hizbulah para amenazar a Israel con alguna “bomba sucia” (de dispersión de material radiactivo).
Mohamed el Baradei, responsable egipcio del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha predicho que un ataque israelí sería como una gigantesca bola de fuego que daría paso a una conflagración que se tragaría no sólo Oriente Medio sino todo el planeta. Sin embargo, El Baradei probablemente exagera; hubo un silencio general cuando los israelíes destruyeron a principios de año una instalación nuclear en Siria. La mayoría de países árabes y otros vecinos de Irán han comprendido que la ambición de este país se cifra en convertirse en la potencia dominante en Oriente Medio y, si es posible, hacerse con el control del petróleo de la región. No les apenaría demasiado contemplar las instalaciones nucleares iraníes destruidas. Indudablemente la solución ideal, desde su punto de vista, estribaría en que Irán e Israel se destruyeran recíprocamente (y hay gente en Europa que coincidiría al respecto). Sin embargo, actualmente consideran que Irán representa la mayor amenaza para su independencia, simplemente porque Israel es un pequeño y aislado país de ambiciones políticas limitadas.
Puede ser que todos estos razonamientos contra un ataque israelí no sean del todo convincentes; sin embargo, existe uno mucho más concluyente. ¿Cabe detener la proliferación nuclear, o sólo diferirla unos años? Las bombas nucleares pueden seguir comprándose o bien robarse, y los conocimientos necesarios para su fabricación no pueden ser destruidos mediante un ataque militar. En suma, a menos que Israel y los países árabes encuentren algún tipo de mutuo acomodo en los próximos años, el futuro presenta un aspecto más bien desolador. Por lo demás, y en lo concerniente a la proliferación de armas de destrucción masiva, lo cierto y verdadero en Oriente Medio es también cierto y verdadero para el resto del mundo.
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