Por Sami Nair, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad París VIII (EL PERIÓDICO,
Cuarenta y dos jefes de Estado y de Gobierno de toda la ribera mediterránea presentes en la cumbre de París; proclamación del nacimiento de la Unión por el Mediterráneo (UPM); propuesta de seis proyectos de cooperación concretos aprobados por unanimidad y de un acuerdo sobre el establecimiento en Oriente Próximo de “una zona exenta de armas de destrucción masiva, nucleares, químicas y biológicas” para lograr “un espacio de paz y estabilidad en el Mediterráneo” y condena del “terrorismo bajo todas sus formas y en todas sus manifestaciones”; compromiso de los presidentes de Siria y el Líbano de restablecer plenas relaciones diplomáticas, y, por fin, seguimiento de los contactos entre Israel y Siria a través de Turquía. ¡Éxito!
Lo dice sin vacilar uno de los principales comparsas del encuentro: para Hosni Mubarak, presidente democrático de Egipto y copresidente de la reunión, es un “paso de gigante” que abre “una nueva página en la cooperación euromediterránea”, y este nuevo marco llevará “más paz y más estabilidad”. Según Manuel Barroso, siempre contento, la UPM abre la vía a “una auténtica integración regional” y pone el Mediterráneo en el centro de la geopolítica europea. Nada menos. Y para el Sarkozy de siempre, cuya visión superlativa de lo que él mismo propone es legendaria y nunca desmentida, se trata de un éxito total: “Todos lo habíamos soñado. Ahora la UPM es una realidad”. Por favor.
Pero ahora que las trompetas mediáticas se han acallado, ¿qué hay más allá de esta retórica casi rococó sobre el pobre Mediterráneo? Primero, los proyectos: descontaminar el Mediterráneo; desarrollar las llamadas autopistas del mar para facilitar los intercambios comerciales e “incrementar el flujo y la libertad de circulación de las personas”; poner en marcha un programa común de protección civil en contra de las catástrofes naturales; un plan de desarrollo de la energía solar; crear una universidad euromediterránea en Portoroz (Eslovenia) y desarrollar los intercambios de estudiantes en la región (Erasmus euromediterráneo); finalmente, una iniciativa mediterránea de desarrollo de las empresas, abanderada por España e Italia, y que consiste en planes de ayuda a las pymes. Pero ¿no existe esto en los programas de la UE?
TODO ESO parece mucho, pero en la práctica es más complejo, pues los proyectos son vagos, limitados en su alcance y de poco efecto sobre los retos actuales de los países del sur del Mediterráneo. Hay una imprecisión total en cuanto a los medios de financiación. Aunque Sarkozy y Hosni Mubarak coinciden en decir que “no falta dinero” y que “el problema no es de financiación, sino de confianza y estabilidad”, la Unión Europea ha dejado claro que no financiará más que algunos de estos proyectos, iniciados hace años, como el plan solar, la lucha en contra de la contaminación y el plan de ayuda a las pymes, y solo de manera limitada.
¿Quién va a financiar estos proyectos en su conjunto? El sector privado, dice Sarkozy. Pero ¿por qué este sector no ha movido el dedo hasta la fecha y por qué va a cambiar de papel? Esperamos la repuesta, que, según los augurios, vendrá con la próxima reunión del secretariado permanente de la UPM.
En realidad, hemos asistido a una demostración diplomática en torno a un proyecto desgraciadamente confuso y vacío de contenido. La UPM evita con cautela los graves problemas que se plantean al Mediterráneo hoy en día. No contesta a los grandes retos, que son:
1) La paz en Oriente Próximo: a pesar de los compromisos retóricos, la UPM no lleva soluciones o adelantos, porque tanto los israelís como los árabes saben que todo depende de los Estados Unidos y nada se podrá hacer antes de la llegada de la nueva Administración.
2) La organización de la circulación migratoria, queja permanente del Sur y más estancada que nunca con la adopción por el Parlamento Europeo de la directiva de retorno.
3) Por fin, el desarrollo económico, social y democrático de los países de la ribera sur: todo el mundo sabe que la situación actual es muy crítica. Si las inversiones privadas, aunque ridículamente escasas, han aumentado estos últimos años es porque proceden de los países árabes del Golfo o de los países asiáticos. Además, se centran en Oriente Próximo y se relacionan con sectores poco creadores de empleo. De manera general, Europa invierte en los países del sur del Mediterráneo menos del 5% de sus inversiones directas en el extranjero (IDE) mundiales. La señora Merkel lo dijo: nada se cambiará en este marco. Y no hablemos de la situación social y política en el sur: sin democracia, no habrá desarrollo.
EN REALIDAD, esta demostración mediática aparece como el resultado forzado de una iniciativa improvisada, sin coherencia estratégica y que desemboca en una cortina de humo para esconder el fracaso de la primera versión de la iniciativa francesa, pues Sarkozy quería una UPM para arrinconar a Turquía en la esquina de la UE y, a la vez, dar a los países árabes la impresión de que Francia se ocupa de ellos en el contexto de la ampliación al este. Pero ni los alemanes, ni los españoles, ni los italianos aceptaron entrar en el juego. Es muy fácil decir que el proceso de Barcelona ha fallecido cuando los países más importantes de Europa –Francia, Alemania y el Reino Unido–, que nunca hicieron nada para que este proceso tuviera una proyección más amplia, dan finalmente el visto bueno para una ¡Unión por el Mediterráneo en el contexto de los Acuerdos de Barcelona! Y dejaron en el aire la articulación jurídica entre dicha unión y la UE. Esperemos que, sin embargo, se concrete en algo, pues lo necesita el Mediterráneo. Aun así, los escépticos pueden volver a leer la magnífica obra de teatro de Shakespeare Much ado for nothing (Mucho ruido y pocas nueces).
Cuarenta y dos jefes de Estado y de Gobierno de toda la ribera mediterránea presentes en la cumbre de París; proclamación del nacimiento de la Unión por el Mediterráneo (UPM); propuesta de seis proyectos de cooperación concretos aprobados por unanimidad y de un acuerdo sobre el establecimiento en Oriente Próximo de “una zona exenta de armas de destrucción masiva, nucleares, químicas y biológicas” para lograr “un espacio de paz y estabilidad en el Mediterráneo” y condena del “terrorismo bajo todas sus formas y en todas sus manifestaciones”; compromiso de los presidentes de Siria y el Líbano de restablecer plenas relaciones diplomáticas, y, por fin, seguimiento de los contactos entre Israel y Siria a través de Turquía. ¡Éxito!
Lo dice sin vacilar uno de los principales comparsas del encuentro: para Hosni Mubarak, presidente democrático de Egipto y copresidente de la reunión, es un “paso de gigante” que abre “una nueva página en la cooperación euromediterránea”, y este nuevo marco llevará “más paz y más estabilidad”. Según Manuel Barroso, siempre contento, la UPM abre la vía a “una auténtica integración regional” y pone el Mediterráneo en el centro de la geopolítica europea. Nada menos. Y para el Sarkozy de siempre, cuya visión superlativa de lo que él mismo propone es legendaria y nunca desmentida, se trata de un éxito total: “Todos lo habíamos soñado. Ahora la UPM es una realidad”. Por favor.
Pero ahora que las trompetas mediáticas se han acallado, ¿qué hay más allá de esta retórica casi rococó sobre el pobre Mediterráneo? Primero, los proyectos: descontaminar el Mediterráneo; desarrollar las llamadas autopistas del mar para facilitar los intercambios comerciales e “incrementar el flujo y la libertad de circulación de las personas”; poner en marcha un programa común de protección civil en contra de las catástrofes naturales; un plan de desarrollo de la energía solar; crear una universidad euromediterránea en Portoroz (Eslovenia) y desarrollar los intercambios de estudiantes en la región (Erasmus euromediterráneo); finalmente, una iniciativa mediterránea de desarrollo de las empresas, abanderada por España e Italia, y que consiste en planes de ayuda a las pymes. Pero ¿no existe esto en los programas de la UE?
TODO ESO parece mucho, pero en la práctica es más complejo, pues los proyectos son vagos, limitados en su alcance y de poco efecto sobre los retos actuales de los países del sur del Mediterráneo. Hay una imprecisión total en cuanto a los medios de financiación. Aunque Sarkozy y Hosni Mubarak coinciden en decir que “no falta dinero” y que “el problema no es de financiación, sino de confianza y estabilidad”, la Unión Europea ha dejado claro que no financiará más que algunos de estos proyectos, iniciados hace años, como el plan solar, la lucha en contra de la contaminación y el plan de ayuda a las pymes, y solo de manera limitada.
¿Quién va a financiar estos proyectos en su conjunto? El sector privado, dice Sarkozy. Pero ¿por qué este sector no ha movido el dedo hasta la fecha y por qué va a cambiar de papel? Esperamos la repuesta, que, según los augurios, vendrá con la próxima reunión del secretariado permanente de la UPM.
En realidad, hemos asistido a una demostración diplomática en torno a un proyecto desgraciadamente confuso y vacío de contenido. La UPM evita con cautela los graves problemas que se plantean al Mediterráneo hoy en día. No contesta a los grandes retos, que son:
1) La paz en Oriente Próximo: a pesar de los compromisos retóricos, la UPM no lleva soluciones o adelantos, porque tanto los israelís como los árabes saben que todo depende de los Estados Unidos y nada se podrá hacer antes de la llegada de la nueva Administración.
2) La organización de la circulación migratoria, queja permanente del Sur y más estancada que nunca con la adopción por el Parlamento Europeo de la directiva de retorno.
3) Por fin, el desarrollo económico, social y democrático de los países de la ribera sur: todo el mundo sabe que la situación actual es muy crítica. Si las inversiones privadas, aunque ridículamente escasas, han aumentado estos últimos años es porque proceden de los países árabes del Golfo o de los países asiáticos. Además, se centran en Oriente Próximo y se relacionan con sectores poco creadores de empleo. De manera general, Europa invierte en los países del sur del Mediterráneo menos del 5% de sus inversiones directas en el extranjero (IDE) mundiales. La señora Merkel lo dijo: nada se cambiará en este marco. Y no hablemos de la situación social y política en el sur: sin democracia, no habrá desarrollo.
EN REALIDAD, esta demostración mediática aparece como el resultado forzado de una iniciativa improvisada, sin coherencia estratégica y que desemboca en una cortina de humo para esconder el fracaso de la primera versión de la iniciativa francesa, pues Sarkozy quería una UPM para arrinconar a Turquía en la esquina de la UE y, a la vez, dar a los países árabes la impresión de que Francia se ocupa de ellos en el contexto de la ampliación al este. Pero ni los alemanes, ni los españoles, ni los italianos aceptaron entrar en el juego. Es muy fácil decir que el proceso de Barcelona ha fallecido cuando los países más importantes de Europa –Francia, Alemania y el Reino Unido–, que nunca hicieron nada para que este proceso tuviera una proyección más amplia, dan finalmente el visto bueno para una ¡Unión por el Mediterráneo en el contexto de los Acuerdos de Barcelona! Y dejaron en el aire la articulación jurídica entre dicha unión y la UE. Esperemos que, sin embargo, se concrete en algo, pues lo necesita el Mediterráneo. Aun así, los escépticos pueden volver a leer la magnífica obra de teatro de Shakespeare Much ado for nothing (Mucho ruido y pocas nueces).
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