Por Bishara Khader, profesor facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Sociales de la Univ. Católica de Lovaina (LA VANGUARDIA, 12/07/08):
Mañana domingo la presidencia francesa de la Unión Europea organiza en París la cumbre de lanzamiento de la Unión por el Mediterráneo. Los franceses confían en convertir esta cumbre en el trampolín de un nuevo compromiso europeo en el espacio mediterráneo. Sin embargo, y aunque no lo exteriorizan para no incomodar a nadie, experimentan una gran decepción al ver el proyecto inicial de Nicolas Sarkozy recuperado por la Unión Europea y rebautizado Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo.
Nicolas Sarkozy mencionó por primera vez la idea de una Unión por el Mediterráneo en febrero del 2007, idea reiterada en varias ocasiones tras las elecciones presidenciales y presentada como la clave de bóveda de la diplomacia francesa en el Mediterráneo. Más de un año después, es menester admitir que este proyecto, presentado de entrada como una iniciativa francesa, se ha trastocado hasta tal punto que se ha vuelto casi irreconocible.
Hay que reconocer que la propuesta inicial de Sarkozy contaba con todos los ingredientes para incomodar. La Comisión Europea no ha acogido positivamente los rudos términos vertidos por el presidente francés sobre el proceso de Barcelona, considerado “un fracaso”. Los países miembros de la Unión Europea no ribereños se han sentido rechazados, Turquía ha apreciado en la iniciativa en cuestión un subterfugio y una alternativa a su proyecto de ingreso en la UEy los árabes, un sustitutivo de “la política árabe de Francia”, al tiempo que España e Italia han experimentado inquietud ante un activismo francés en solitario en una zona donde ambos países poseen asimismo intereses considerables.
Fueron, en consecuencia, estos dos países europeos y ribereños los que convencieron a Sarkozy de que procediera a “revisar su ejemplar” de la propuesta e introdujera las primeras modificaciones que constan en el llamamiento de Roma firmado el 20 de diciembre del 2007 por el presidente Sarkozy, el entonces primer ministro Romano Prodi y el presidente español Zapatero. Gracias a la insistencia de este último, la Unión Mediterránea se ha convertido en la Unión por el Mediterráneo. No es un cambio anodino, pues este deslizamiento semántico elimina una dificultad: no se trata de un proyecto de Unión, sino de una Unión de proyectos. Al proceder de esta forma, los signatarios del llamamiento intentan tranquilizar a las instituciones europeas y presentan el proyecto como un “complemento” de las demás políticas europeas en el Mediterráneo, dándoles un “impulso adicional”. Y, por último, el llamamiento de Roma transforma la Unión por el Mediterráneo en una iniciativa tripartita de los tres grandes países europeos del Mediterráneo.
Estas matizaciones no han mitigado sin embargo las sospechas y susceptibilidades de los países europeos no ribereños del Mediterráneo, sobre todo de Alemania. Alemania considera, en efecto, que es triplemente mediterránea: por su apoyo constante a las políticas mediterráneas de la Unión Europea, por el hecho de que es un importante socio comercial de los países del sur del Mediterráneo y por la presencia en su suelo de tres a cuatro millones de inmigrados de origen mediterráneo, sobre todo turcos. A fin de neutralizar una crisis que amenazaba con dañar las relaciones entre los dos países que constituyen los pilares de la Unión Europea, el presidente francés viajó a Hannover el 2 de marzo de este año para especificar su postura a la canciller alemana, y acabó incluso por aceptar lo que siempre había rehusado; a saber, una Unión por el Mediterráneo ampliada a todos los países de la Unión Europea.
Resuelto momentáneamente el desacuerdo, el Consejo Europeo del 13-14 de marzo aprobó pues el proyecto denominado en adelante Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo. La iniciativa francesa vuelve al regazo europeo: sencillamente, se ha comunitarizado. Ha pasado de concernir a los 24 países ribereños a englobar en lo sucesivo a 43 países. Constituirá una enésima política mediterránea de la Unión Europea. ¿Más eficaz, más igualitaria, más coherente que las anteriores? El porvenir nos lo dirá. De todos modos, una cosa es cierta: quienes habrían deseado un marco moderado, más pequeño que la política europea de vecindad con sus 43 vecinos, y más eficaz que el proceso de Barcelona con sus 39 socios (con la inclusión de Albania y Mauritania en el 2007) se sentirán sin duda decepcionados. Se tratará, pues, de una política de vecindad bis o bien de más Barcelona, pero sin garantía alguna de que el recién nacido sea más vigoroso que sus hermanos mayores.
La cumbre de París pone fin a las disensiones intraeuropeas. Pero la senda del futuro no será un camino de rosas. La distribución de la carga financiera, la presidencia bicéfala y las funciones del comité permanente y del secretariado, la selección de los proyectos prioritarios y, en suma, la implicación de países en constante conflicto constituirán los escollos capaces de volcar la embarcación.
Mañana domingo la presidencia francesa de la Unión Europea organiza en París la cumbre de lanzamiento de la Unión por el Mediterráneo. Los franceses confían en convertir esta cumbre en el trampolín de un nuevo compromiso europeo en el espacio mediterráneo. Sin embargo, y aunque no lo exteriorizan para no incomodar a nadie, experimentan una gran decepción al ver el proyecto inicial de Nicolas Sarkozy recuperado por la Unión Europea y rebautizado Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo.
Nicolas Sarkozy mencionó por primera vez la idea de una Unión por el Mediterráneo en febrero del 2007, idea reiterada en varias ocasiones tras las elecciones presidenciales y presentada como la clave de bóveda de la diplomacia francesa en el Mediterráneo. Más de un año después, es menester admitir que este proyecto, presentado de entrada como una iniciativa francesa, se ha trastocado hasta tal punto que se ha vuelto casi irreconocible.
Hay que reconocer que la propuesta inicial de Sarkozy contaba con todos los ingredientes para incomodar. La Comisión Europea no ha acogido positivamente los rudos términos vertidos por el presidente francés sobre el proceso de Barcelona, considerado “un fracaso”. Los países miembros de la Unión Europea no ribereños se han sentido rechazados, Turquía ha apreciado en la iniciativa en cuestión un subterfugio y una alternativa a su proyecto de ingreso en la UEy los árabes, un sustitutivo de “la política árabe de Francia”, al tiempo que España e Italia han experimentado inquietud ante un activismo francés en solitario en una zona donde ambos países poseen asimismo intereses considerables.
Fueron, en consecuencia, estos dos países europeos y ribereños los que convencieron a Sarkozy de que procediera a “revisar su ejemplar” de la propuesta e introdujera las primeras modificaciones que constan en el llamamiento de Roma firmado el 20 de diciembre del 2007 por el presidente Sarkozy, el entonces primer ministro Romano Prodi y el presidente español Zapatero. Gracias a la insistencia de este último, la Unión Mediterránea se ha convertido en la Unión por el Mediterráneo. No es un cambio anodino, pues este deslizamiento semántico elimina una dificultad: no se trata de un proyecto de Unión, sino de una Unión de proyectos. Al proceder de esta forma, los signatarios del llamamiento intentan tranquilizar a las instituciones europeas y presentan el proyecto como un “complemento” de las demás políticas europeas en el Mediterráneo, dándoles un “impulso adicional”. Y, por último, el llamamiento de Roma transforma la Unión por el Mediterráneo en una iniciativa tripartita de los tres grandes países europeos del Mediterráneo.
Estas matizaciones no han mitigado sin embargo las sospechas y susceptibilidades de los países europeos no ribereños del Mediterráneo, sobre todo de Alemania. Alemania considera, en efecto, que es triplemente mediterránea: por su apoyo constante a las políticas mediterráneas de la Unión Europea, por el hecho de que es un importante socio comercial de los países del sur del Mediterráneo y por la presencia en su suelo de tres a cuatro millones de inmigrados de origen mediterráneo, sobre todo turcos. A fin de neutralizar una crisis que amenazaba con dañar las relaciones entre los dos países que constituyen los pilares de la Unión Europea, el presidente francés viajó a Hannover el 2 de marzo de este año para especificar su postura a la canciller alemana, y acabó incluso por aceptar lo que siempre había rehusado; a saber, una Unión por el Mediterráneo ampliada a todos los países de la Unión Europea.
Resuelto momentáneamente el desacuerdo, el Consejo Europeo del 13-14 de marzo aprobó pues el proyecto denominado en adelante Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo. La iniciativa francesa vuelve al regazo europeo: sencillamente, se ha comunitarizado. Ha pasado de concernir a los 24 países ribereños a englobar en lo sucesivo a 43 países. Constituirá una enésima política mediterránea de la Unión Europea. ¿Más eficaz, más igualitaria, más coherente que las anteriores? El porvenir nos lo dirá. De todos modos, una cosa es cierta: quienes habrían deseado un marco moderado, más pequeño que la política europea de vecindad con sus 43 vecinos, y más eficaz que el proceso de Barcelona con sus 39 socios (con la inclusión de Albania y Mauritania en el 2007) se sentirán sin duda decepcionados. Se tratará, pues, de una política de vecindad bis o bien de más Barcelona, pero sin garantía alguna de que el recién nacido sea más vigoroso que sus hermanos mayores.
La cumbre de París pone fin a las disensiones intraeuropeas. Pero la senda del futuro no será un camino de rosas. La distribución de la carga financiera, la presidencia bicéfala y las funciones del comité permanente y del secretariado, la selección de los proyectos prioritarios y, en suma, la implicación de países en constante conflicto constituirán los escollos capaces de volcar la embarcación.
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