Por Gregorio Morán (LA VANGUARDIA, 19/07/08):
Estamos como ese enfermo al que acaban de hacer una biopsia y nadie se atreve a decirle la terrible verdad. De un lado los médicos le advierten que sea cual sea el resultado todo tiene solución y que nunca hay nada tan definitivo que no pueda ser abordado, ya sea por la medicina pública o en nuestra consulta privada;más caro, aseguran, pero mejor atendido. Los familiares, por su parte, no hacen otra cosa que dar ánimos al enfermo, y lo hacen de esa manera tan contraproducente de las comparaciones. Por alguna razón que se me escapa todos los parientes de un ingresado siempre recurren a los ejemplos; cada cual tiene a alguien a quien le ha ocurrido esto o lo otro, de donde deducen que aplicado a su caso, y en un desbordante ejercicio de empirismo, nada puede suceder que sea peor de lo que le pasó a fulano, zutano o perengano. No obstante, lo más patético es observar el rostro del enfermo, porque no sabe a ciencia cierta si es que la cosa pinta rematadamente mal o si sencillamente le ha tocado un equipo médico incompetente y una familia impresentable. Resumiendo: lo peor que le puede ocurrir a un paciente al que acaban de hacer una biopsia es que no pueda fiarse ni de sus médicos ni de sus allegados. Entonces aparece esa angustia que se denomina verle las orejas al lobo.
Llevo años sugiriendo que la expresión ya te lo decía yo sea incorporada como agravante en los casos de divorcio y en cualquier relación humana, la amistad incluida. Ese marido o esa señora que repiten a su cónyuge, como mínimo una vez al día, el consabido ya te lo decía yo deben ser considerados agresores de género, como se diría ahora.
Y podría añadirse que también de número y de caso, según se estudiaba en la gramática anterior a la ciencia del sintagma. Y si esto es verdad en el caso de las parejas de hecho, qué no será respecto al mundo económico, donde resulta que ahora todos ya lo habían dicho pero nadie se había tomado la molestia de escribirlo, y menos aún de abordarlo políticamente, y así resulta que nos encontramos ante una de las situaciones más cómicas si no fuera por sus consecuencias dramáticas: metidos en el comienzo de una crisis brutal dentro de un mundo cuyas formas exigen que a nada se le llame según su nombre. Por ejemplo, ¿qué es una burbuja inmobiliaria?
Una burbuja inmobiliaria es una estafa con espoleta retardada, que gracias a la distancia que media entre la estafa propiamente dicha y el momento de la explosión, o pinchazo de la burbuja, hace muy difícil que sea considerada delito. Me explico. Primero se crearon las condiciones para que adquirir una vivienda fuera no sólo una ambición legítima sino una obligación para todo ser humano - o humana- español - o española- (la verdad es que escribir en lenguaje políticamente correcto nos hará a todos dignos herederos de Marx, Groucho). Luego se animaron en la concesión de créditos los bancos y cajas, empresas que desde su nacimiento se han dedicado y con gran éxito a la usura, en el sentido genuino que da a esta palabra el Diccionario de la Real Academia, por más que desde hace un par de décadas y gracias al generoso reparto de aguinaldos entre el gremio de la pluma se denominan, para descojone de la razón, entidades financieras.
Pues bien, estas entidades se dispusieron no a hacer operaciones financieras sino a prestar a particulares para que se compraran un piso y haciéndolo por cantidades superiores a la tasación, ya de por sí desproporcionada con el valor real de la vivienda. Y así se consiguió no sé si uno de los milagros económicos más notables de la historia de España, pero sí al menos una novedad sociológica que no se daba desde la llamada revolución del 600 - me refiero al diminuto coche, no al terrible siglo XVII-. Todo ciudadano español, soltero o casado, nacionalista o acojonado, pepero o socialista, creyente o ateo, todos, casi sin excepción a menos de aceptar la condición de friki,todos disfrutaban del dudoso privilegio de haber firmado una hipoteca; como mínimo una. Con la particularidad de que cuanto más despreciara la política, a los partidos, a las instituciones, cuanto más ácrata y despegado fuera, más animoso se mostraba hacia el crédito, el préstamo y la hipoteca, tal como si hubieran leído y sacado sus consecuencias de ese texto capital de la literatura y el pensamiento que es El banquero anarquista,del gran Pessoa.
Nadie quiere explicarlo por lo menudo pero ese mismo crédito holgado que permitía usarlo como si fuera la cuerda para saltar a la comba se fue cerrando, se fue cerrando, y se convirtió en un nudo corredizo sobre el cuello de una inmensa cola de pacientes de las entidades financieras.No es que seamos una sociedad que ha vivido en el milagro de la burbuja inmobiliaria, como dicen los cínicos del optimismo, somos una sociedad que sobrevive y se desvive para conseguir pagar sus hipotecas. Y parece obvio que si resulta difícil cubrir el pago contraído con las entidades financieras,menos aún podrá cubrir con éxito las hipotecas con la vida. No hace falta añadir que una sociedad hipotecada hasta las cachas, en la que la inmensa mayoría vive obsesionada con cubrir sus compromisos y que no les descubran el milagro de la supervivencia, esa sociedad, digo, es ideal para los gobernantes mediocres. Porque el más llamativo de los cambios sociológicos en España no es la democracia en sí, por la que dudo mucho que alguien hoy empeñara su vida - si alguien tose puedo recordarle el 23-F de 1981 y la flacidez de las protestas-, lo realmente nuevo es que por primera vez en nuestra historia la gente, el común, tiene propiedades que defender - empeñadas, pero suyas, o al menos eso cree-. Y eso se traduce en una fábrica de conservadores. Por primera vez en nuestra historia, España es una sociedad conservadora no por imposición dictatorial ni represiva, sino por voluntad propia. ¿Que alguien lo duda? ¿En qué está basada la campaña de los socialistas sino en explicar que una victoria del PP pondría en peligro lo conseguido? Exactamente lo mismo que la contraofensiva de Rajoy sobre el PSOE. Nosotros, asegura, consolidaremos lo que tanto trabajo costó obtener. Fíjense si será imposible cualquier política de progreso real, que la consigna del presidente Zapatero al terminar su congreso ha sido nada menos que incitarnos a consumir. Debo confesar que cuando lo escuché no daba crédito a lo que había oído, incluso llegué a pensar en una incipiente sordera. Fue necesario un vídeo, y los periódicos, para darme cuenta de que estamos ante uno de los fenómenos más surrealistas de nuestra vida política. También por primera vez en la historia del socialismo español - qué digo español, en la historia de la socialdemocracia desde Lassalle- un líder cierra el congreso del partido de la izquierda con un llamamiento a consumir. ¡A consumir! En este sentido, sí que creo que no hay precedentes a una figura como la de Zapatero, porque no sé aún si estamos ante un cínico redomado o ante un idiota con fortuna.Para las instituciones financieras y políticas la gran ventaja que tiene nuestra situación de hipoteca generalizada es que hace muy difícil cualquier revuelta, ni siquiera individual. Resulta difícil imaginarse una rebelión antihipotecaria, entre otras cosas porque todos los que firmaron lo hicieron libremente y pensaron incluso, en su candor, que conseguían engañar a las avezadas entidades de crédito. Ahora, cuando aparece de nuevo la usura en su aspecto más esplendoroso, nadie puede llamarse a andanas. O pagas o pierdes. Para ser más preciso: pagas y pierdes.
Estaba escrito. Un negocio es toda operación económica según la cual uno gana más dinero del que ha invertido. Un gran negocio es cuando se gana mucho dinero con muy poca inversión. Y una burbuja económica quizá pueda definirse como aquello que empieza siendo un negocio fabuloso hasta que te pilla la explosión y no queda más que una estafa en forma de documento, donde la única firma que se puede leer claramente es la tuya. ¿Acaso tiene usted alguna duda de que la burbuja inmobiliaria la pagaremos nosotros? A las entidades financieras las ayudará el Estado.
Estamos como ese enfermo al que acaban de hacer una biopsia y nadie se atreve a decirle la terrible verdad. De un lado los médicos le advierten que sea cual sea el resultado todo tiene solución y que nunca hay nada tan definitivo que no pueda ser abordado, ya sea por la medicina pública o en nuestra consulta privada;más caro, aseguran, pero mejor atendido. Los familiares, por su parte, no hacen otra cosa que dar ánimos al enfermo, y lo hacen de esa manera tan contraproducente de las comparaciones. Por alguna razón que se me escapa todos los parientes de un ingresado siempre recurren a los ejemplos; cada cual tiene a alguien a quien le ha ocurrido esto o lo otro, de donde deducen que aplicado a su caso, y en un desbordante ejercicio de empirismo, nada puede suceder que sea peor de lo que le pasó a fulano, zutano o perengano. No obstante, lo más patético es observar el rostro del enfermo, porque no sabe a ciencia cierta si es que la cosa pinta rematadamente mal o si sencillamente le ha tocado un equipo médico incompetente y una familia impresentable. Resumiendo: lo peor que le puede ocurrir a un paciente al que acaban de hacer una biopsia es que no pueda fiarse ni de sus médicos ni de sus allegados. Entonces aparece esa angustia que se denomina verle las orejas al lobo.
Llevo años sugiriendo que la expresión ya te lo decía yo sea incorporada como agravante en los casos de divorcio y en cualquier relación humana, la amistad incluida. Ese marido o esa señora que repiten a su cónyuge, como mínimo una vez al día, el consabido ya te lo decía yo deben ser considerados agresores de género, como se diría ahora.
Y podría añadirse que también de número y de caso, según se estudiaba en la gramática anterior a la ciencia del sintagma. Y si esto es verdad en el caso de las parejas de hecho, qué no será respecto al mundo económico, donde resulta que ahora todos ya lo habían dicho pero nadie se había tomado la molestia de escribirlo, y menos aún de abordarlo políticamente, y así resulta que nos encontramos ante una de las situaciones más cómicas si no fuera por sus consecuencias dramáticas: metidos en el comienzo de una crisis brutal dentro de un mundo cuyas formas exigen que a nada se le llame según su nombre. Por ejemplo, ¿qué es una burbuja inmobiliaria?
Una burbuja inmobiliaria es una estafa con espoleta retardada, que gracias a la distancia que media entre la estafa propiamente dicha y el momento de la explosión, o pinchazo de la burbuja, hace muy difícil que sea considerada delito. Me explico. Primero se crearon las condiciones para que adquirir una vivienda fuera no sólo una ambición legítima sino una obligación para todo ser humano - o humana- español - o española- (la verdad es que escribir en lenguaje políticamente correcto nos hará a todos dignos herederos de Marx, Groucho). Luego se animaron en la concesión de créditos los bancos y cajas, empresas que desde su nacimiento se han dedicado y con gran éxito a la usura, en el sentido genuino que da a esta palabra el Diccionario de la Real Academia, por más que desde hace un par de décadas y gracias al generoso reparto de aguinaldos entre el gremio de la pluma se denominan, para descojone de la razón, entidades financieras.
Pues bien, estas entidades se dispusieron no a hacer operaciones financieras sino a prestar a particulares para que se compraran un piso y haciéndolo por cantidades superiores a la tasación, ya de por sí desproporcionada con el valor real de la vivienda. Y así se consiguió no sé si uno de los milagros económicos más notables de la historia de España, pero sí al menos una novedad sociológica que no se daba desde la llamada revolución del 600 - me refiero al diminuto coche, no al terrible siglo XVII-. Todo ciudadano español, soltero o casado, nacionalista o acojonado, pepero o socialista, creyente o ateo, todos, casi sin excepción a menos de aceptar la condición de friki,todos disfrutaban del dudoso privilegio de haber firmado una hipoteca; como mínimo una. Con la particularidad de que cuanto más despreciara la política, a los partidos, a las instituciones, cuanto más ácrata y despegado fuera, más animoso se mostraba hacia el crédito, el préstamo y la hipoteca, tal como si hubieran leído y sacado sus consecuencias de ese texto capital de la literatura y el pensamiento que es El banquero anarquista,del gran Pessoa.
Nadie quiere explicarlo por lo menudo pero ese mismo crédito holgado que permitía usarlo como si fuera la cuerda para saltar a la comba se fue cerrando, se fue cerrando, y se convirtió en un nudo corredizo sobre el cuello de una inmensa cola de pacientes de las entidades financieras.No es que seamos una sociedad que ha vivido en el milagro de la burbuja inmobiliaria, como dicen los cínicos del optimismo, somos una sociedad que sobrevive y se desvive para conseguir pagar sus hipotecas. Y parece obvio que si resulta difícil cubrir el pago contraído con las entidades financieras,menos aún podrá cubrir con éxito las hipotecas con la vida. No hace falta añadir que una sociedad hipotecada hasta las cachas, en la que la inmensa mayoría vive obsesionada con cubrir sus compromisos y que no les descubran el milagro de la supervivencia, esa sociedad, digo, es ideal para los gobernantes mediocres. Porque el más llamativo de los cambios sociológicos en España no es la democracia en sí, por la que dudo mucho que alguien hoy empeñara su vida - si alguien tose puedo recordarle el 23-F de 1981 y la flacidez de las protestas-, lo realmente nuevo es que por primera vez en nuestra historia la gente, el común, tiene propiedades que defender - empeñadas, pero suyas, o al menos eso cree-. Y eso se traduce en una fábrica de conservadores. Por primera vez en nuestra historia, España es una sociedad conservadora no por imposición dictatorial ni represiva, sino por voluntad propia. ¿Que alguien lo duda? ¿En qué está basada la campaña de los socialistas sino en explicar que una victoria del PP pondría en peligro lo conseguido? Exactamente lo mismo que la contraofensiva de Rajoy sobre el PSOE. Nosotros, asegura, consolidaremos lo que tanto trabajo costó obtener. Fíjense si será imposible cualquier política de progreso real, que la consigna del presidente Zapatero al terminar su congreso ha sido nada menos que incitarnos a consumir. Debo confesar que cuando lo escuché no daba crédito a lo que había oído, incluso llegué a pensar en una incipiente sordera. Fue necesario un vídeo, y los periódicos, para darme cuenta de que estamos ante uno de los fenómenos más surrealistas de nuestra vida política. También por primera vez en la historia del socialismo español - qué digo español, en la historia de la socialdemocracia desde Lassalle- un líder cierra el congreso del partido de la izquierda con un llamamiento a consumir. ¡A consumir! En este sentido, sí que creo que no hay precedentes a una figura como la de Zapatero, porque no sé aún si estamos ante un cínico redomado o ante un idiota con fortuna.Para las instituciones financieras y políticas la gran ventaja que tiene nuestra situación de hipoteca generalizada es que hace muy difícil cualquier revuelta, ni siquiera individual. Resulta difícil imaginarse una rebelión antihipotecaria, entre otras cosas porque todos los que firmaron lo hicieron libremente y pensaron incluso, en su candor, que conseguían engañar a las avezadas entidades de crédito. Ahora, cuando aparece de nuevo la usura en su aspecto más esplendoroso, nadie puede llamarse a andanas. O pagas o pierdes. Para ser más preciso: pagas y pierdes.
Estaba escrito. Un negocio es toda operación económica según la cual uno gana más dinero del que ha invertido. Un gran negocio es cuando se gana mucho dinero con muy poca inversión. Y una burbuja económica quizá pueda definirse como aquello que empieza siendo un negocio fabuloso hasta que te pilla la explosión y no queda más que una estafa en forma de documento, donde la única firma que se puede leer claramente es la tuya. ¿Acaso tiene usted alguna duda de que la burbuja inmobiliaria la pagaremos nosotros? A las entidades financieras las ayudará el Estado.
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