Por Juan Antonio Herrero Brasas, profesor de Etica Social en la Universidad del Estado de California, EEUU (EL MUNDO, 05/07/08):
Hoy sábado tendrá lugar en Madrid la ya tradicional manifestación estatal del Orgullo Gay, ese acontecimiento de visibilidad colectiva en que se conmemora la violenta sublevación contra el abuso policial que estalló en Nueva York la noche del 28 de junio de 1969. Una redada policial en el ahora célebre bar Stonewall fue el detonante de aquellos disturbios, que se prolongaron a lo largo de varios días y que dieron lugar al actual movimiento de liberación gay.
Por motivos puramente comerciales, este año la manifestación que algunos ingenuamente ya denominan «cabalgata», por primera vez no tendrá lugar en torno al 28 de junio: la gente tiene más dinero para gastar a principios de mes que a finales. Esto es claramente indicativo de los intereses que empiezan a dominar en lo que hasta hace poco era fundamentalmente un acto reivindicativo por la justicia y la igualdad.
Aunque la expresión Orgullo Gay da por sobreentendido que incluye a hombres y mujeres, este año más que nunca habría que hablar específicamente de Orgullo Lésbico, pues el centro de atención serán las mujeres. En el mundo gay, las lesbianas permanecen aún muy en segundo plano, en buena parte debido a la extraordinaria visibilidad de los gays, y hasta podríamos decir que a su exhibicionismo. Basta pensar en el número de establecimientos y publicaciones dirigidas a los gays, así como el descomunal negocio de la pornografía gay, para darse cuenta de que las lesbianas son comparativamente invisibles. También contribuye a esa falta de visibilidad el hecho de que numéricamente -tanto en términos relativos como absolutos- hay menos lesbianas que gays (aproximadamente la mitad).
Este año la celebración del Orgullo viene precedida de la sensacional noticia de que un grupo de científicos del Instituto Karolinska de Suecia ha descubierto diferencias entre el cerebro de las personas homosexuales y heterosexuales. Concretamente, dicen que el cerebro del hombre gay presenta características que son típicamente femeninas, tales como el tamaño del hemisferio derecho, y ciertos patrones neuronales que influyen en cómo se procesan las emociones. También dicen haber observado características inversas en el cerebro de las lesbianas, que lo hace similar al de los hombres heterosexuales.
Esas supuestas observaciones, acompañadas de la manera ramplona y simplista con que se han proyectado sobre una opinión pública desconocedora de las extraordinarias complejidades de la anatomía cerebral, han tenido el mero efecto de una difamación -una más- contra las personas de orientación gay y lésbica. El cerebro es un órgano mucho más misterioso de lo que tanta información simplista -a veces promovida interesadamente por los mismos científicos- nos pretende hacer ver. Como bien ha señalado algún experto español en sus comentarios a la mencionada noticia, cuando se trata de la relación conducta-fisiología cerebral es prácticamente imposible saber cuál es la causa y cuál el efecto, o si nos encontramos ante una mera correlación.
Dicho de otro modo, en los cerebros de un gran pianista, un gran deportista o de una persona con intensos sentimientos religiosos podremos encontrar determinadas protuberancias, diferencias de tamaño entre los hemisferios o estructuras microscópicas que los diferencian de otras personas sin tales aptitudes artísticas, deportivas o sin tal fervor religioso. Dada la plasticidad del cerebro, sin embargo, no es posible saber con certeza si esas protuberancias, estructuras neuronales o diferencias de tamaño son la causa o el resultado de las conductas artísticas, deportivas o religiosas que observamos. La duda se basa en que se sabe con certeza que la cultura y las conductas humanas producen efectos adaptatorios en la anatomía cerebral. La permanente agresión cultural y la sutil represión social a que están sometidos el hombre y la mujer de orientación homosexual -cada uno de modo diferente- dan lugar a estrategias de superviviencia que podrían explicar las diferencias que se observan en sus cerebros, si es que se puede llegar a constatar que tales diferencias son auténticas.
El hombre de orientación gay se ve obligado desde pequeño a esconder sus sentimientos, a sufrir en silencio una brutal agresión cultural a través de los medios de comunicación, el sistema educativo y la Iglesia, que excluyen su realidad de forma sistemática. Y, claro, siempre está presente el temor a ser rechazado por su familia, sus amigos o sus compañeros de trabajo. Esas condiciones de vida hacen necesariamente del hombre de orientación gay una persona profundamente introspectiva, que desde pequeño se ve obligado a calcular y medir escrupulosamente cada palabra y cada expresión de sus sentimientos para no ser descubierto. Y es precisamente a esa intensa vida intelectual que desarrolla como estrategia de supervivencia a lo que se atribuye el que el hombre homosexual puntúe más alto que el hombre heterosexual en los tests de inteligencia, como muestran los varios estudios comparativos que se han llevado a cabo. Ese tipo de gimnasia intelectual e intensidad emocional que se ve obligado a desarrollar el hombre de orientación gay es lo que puede explicar esas supuestas diferencias en su cerebro. En otras palabras: no es gay porque su cerebro sea así, sino que su cerebro es así por las condiciones intelectuales y emocionales que le impone la sociedad.
En el caso de las lesbianas se puede hacer el mismo tipo de análisis. Pero hay que tener en cuenta que la forma de represión a que están sometidas es diferente. Entre los expertos, el término «homofobia» se considera ya desfasado. Hay una lesbofobia y una gayfobia, y ambos fenómenos se manifiestan de modo muy diferente. En una sociedad donde rige de modo absoluto, en lo cultural y en todo aspecto, la supremacía del hombre heterosexual y su visión del mundo es imposible que el gay y la lesbiana sean mirados con los mismos ojos y sufran el mismo tipo de represión. La experiencia de la mujer lesbiana dará lugar a sus propios mecanismos de supervivencia, que posiblemente se plasmen de modo diferente en su cerebro.
Pero la cuestión previa a estas explicaciones es si las observaciones del Instituto Karolinska son fiables o no. Como es sabido, para que un descubrimiento tenga auténtica validez ha de ser corroborado por grupos independientes de científicos. A principios de los años 90, Simon LeVay dijo haber encontrado diferencias entre los cerebros de hombres homosexuales y heterosexuales, concretamente en una sección del hipotálamo (INAH-3) que controla la conducta sexual. Su supuesto descubrimiento dio la vuelta al mundo, fue noticia de portada en los principales periódicos, y LeVay fue invitado a dar conferencias en muchos países, incluido España. Sin embargo, aparte del consabido problema de si esas supuestas diferencias cerebrales eran causa o efecto, las observaciones de LeVay nunca fueron corroboradas por ningún otro laboratorio, con lo cual perdieron validez y cayeron en el olvido. Exactamente lo mismo se puede decir de las observaciones de Dean Hamer, que, también en los 90, dijo haber encontrado el «gen gay.» Poco después, LeVay, gran amigo mío, publicó Queer Science un libro que recomiendo lean los interesados en esta cuestión. En él pasa revista a todas las disparatadas teorías «científicas» sobre la homosexualidad que hubo a lo largo del siglo XX.
Lo preocupante, en última instancia, es el empeño por averiguar la causa de la homosexualidad. Eso es en sí un signo de fobia hacia gays y lesbianas, y una forma más de opresión. ¿Por qué no preguntarse qué causa la heterosexualidad? La cuestión es igual de intrigante: ¿por qué se siente un hombre atraído por una mujer o una mujer por un hombre? Sabemos que no son las hormonas, que sólo regulan la intensidad del deseo, pero no la dirección. ¿Es acaso una estructura cerebral?, ¿una disposición genética?
No tenemos ni idea de lo que causa la heterosexualidad. Y lo sorprendente es que no haya ninguna teoría ni nadie trabajando en ello. Es a todas luces obvio que es más urgente averiguar la causa de la heterosexualidad pues afecta a muchas más personas.
Hoy sábado tendrá lugar en Madrid la ya tradicional manifestación estatal del Orgullo Gay, ese acontecimiento de visibilidad colectiva en que se conmemora la violenta sublevación contra el abuso policial que estalló en Nueva York la noche del 28 de junio de 1969. Una redada policial en el ahora célebre bar Stonewall fue el detonante de aquellos disturbios, que se prolongaron a lo largo de varios días y que dieron lugar al actual movimiento de liberación gay.
Por motivos puramente comerciales, este año la manifestación que algunos ingenuamente ya denominan «cabalgata», por primera vez no tendrá lugar en torno al 28 de junio: la gente tiene más dinero para gastar a principios de mes que a finales. Esto es claramente indicativo de los intereses que empiezan a dominar en lo que hasta hace poco era fundamentalmente un acto reivindicativo por la justicia y la igualdad.
Aunque la expresión Orgullo Gay da por sobreentendido que incluye a hombres y mujeres, este año más que nunca habría que hablar específicamente de Orgullo Lésbico, pues el centro de atención serán las mujeres. En el mundo gay, las lesbianas permanecen aún muy en segundo plano, en buena parte debido a la extraordinaria visibilidad de los gays, y hasta podríamos decir que a su exhibicionismo. Basta pensar en el número de establecimientos y publicaciones dirigidas a los gays, así como el descomunal negocio de la pornografía gay, para darse cuenta de que las lesbianas son comparativamente invisibles. También contribuye a esa falta de visibilidad el hecho de que numéricamente -tanto en términos relativos como absolutos- hay menos lesbianas que gays (aproximadamente la mitad).
Este año la celebración del Orgullo viene precedida de la sensacional noticia de que un grupo de científicos del Instituto Karolinska de Suecia ha descubierto diferencias entre el cerebro de las personas homosexuales y heterosexuales. Concretamente, dicen que el cerebro del hombre gay presenta características que son típicamente femeninas, tales como el tamaño del hemisferio derecho, y ciertos patrones neuronales que influyen en cómo se procesan las emociones. También dicen haber observado características inversas en el cerebro de las lesbianas, que lo hace similar al de los hombres heterosexuales.
Esas supuestas observaciones, acompañadas de la manera ramplona y simplista con que se han proyectado sobre una opinión pública desconocedora de las extraordinarias complejidades de la anatomía cerebral, han tenido el mero efecto de una difamación -una más- contra las personas de orientación gay y lésbica. El cerebro es un órgano mucho más misterioso de lo que tanta información simplista -a veces promovida interesadamente por los mismos científicos- nos pretende hacer ver. Como bien ha señalado algún experto español en sus comentarios a la mencionada noticia, cuando se trata de la relación conducta-fisiología cerebral es prácticamente imposible saber cuál es la causa y cuál el efecto, o si nos encontramos ante una mera correlación.
Dicho de otro modo, en los cerebros de un gran pianista, un gran deportista o de una persona con intensos sentimientos religiosos podremos encontrar determinadas protuberancias, diferencias de tamaño entre los hemisferios o estructuras microscópicas que los diferencian de otras personas sin tales aptitudes artísticas, deportivas o sin tal fervor religioso. Dada la plasticidad del cerebro, sin embargo, no es posible saber con certeza si esas protuberancias, estructuras neuronales o diferencias de tamaño son la causa o el resultado de las conductas artísticas, deportivas o religiosas que observamos. La duda se basa en que se sabe con certeza que la cultura y las conductas humanas producen efectos adaptatorios en la anatomía cerebral. La permanente agresión cultural y la sutil represión social a que están sometidos el hombre y la mujer de orientación homosexual -cada uno de modo diferente- dan lugar a estrategias de superviviencia que podrían explicar las diferencias que se observan en sus cerebros, si es que se puede llegar a constatar que tales diferencias son auténticas.
El hombre de orientación gay se ve obligado desde pequeño a esconder sus sentimientos, a sufrir en silencio una brutal agresión cultural a través de los medios de comunicación, el sistema educativo y la Iglesia, que excluyen su realidad de forma sistemática. Y, claro, siempre está presente el temor a ser rechazado por su familia, sus amigos o sus compañeros de trabajo. Esas condiciones de vida hacen necesariamente del hombre de orientación gay una persona profundamente introspectiva, que desde pequeño se ve obligado a calcular y medir escrupulosamente cada palabra y cada expresión de sus sentimientos para no ser descubierto. Y es precisamente a esa intensa vida intelectual que desarrolla como estrategia de supervivencia a lo que se atribuye el que el hombre homosexual puntúe más alto que el hombre heterosexual en los tests de inteligencia, como muestran los varios estudios comparativos que se han llevado a cabo. Ese tipo de gimnasia intelectual e intensidad emocional que se ve obligado a desarrollar el hombre de orientación gay es lo que puede explicar esas supuestas diferencias en su cerebro. En otras palabras: no es gay porque su cerebro sea así, sino que su cerebro es así por las condiciones intelectuales y emocionales que le impone la sociedad.
En el caso de las lesbianas se puede hacer el mismo tipo de análisis. Pero hay que tener en cuenta que la forma de represión a que están sometidas es diferente. Entre los expertos, el término «homofobia» se considera ya desfasado. Hay una lesbofobia y una gayfobia, y ambos fenómenos se manifiestan de modo muy diferente. En una sociedad donde rige de modo absoluto, en lo cultural y en todo aspecto, la supremacía del hombre heterosexual y su visión del mundo es imposible que el gay y la lesbiana sean mirados con los mismos ojos y sufran el mismo tipo de represión. La experiencia de la mujer lesbiana dará lugar a sus propios mecanismos de supervivencia, que posiblemente se plasmen de modo diferente en su cerebro.
Pero la cuestión previa a estas explicaciones es si las observaciones del Instituto Karolinska son fiables o no. Como es sabido, para que un descubrimiento tenga auténtica validez ha de ser corroborado por grupos independientes de científicos. A principios de los años 90, Simon LeVay dijo haber encontrado diferencias entre los cerebros de hombres homosexuales y heterosexuales, concretamente en una sección del hipotálamo (INAH-3) que controla la conducta sexual. Su supuesto descubrimiento dio la vuelta al mundo, fue noticia de portada en los principales periódicos, y LeVay fue invitado a dar conferencias en muchos países, incluido España. Sin embargo, aparte del consabido problema de si esas supuestas diferencias cerebrales eran causa o efecto, las observaciones de LeVay nunca fueron corroboradas por ningún otro laboratorio, con lo cual perdieron validez y cayeron en el olvido. Exactamente lo mismo se puede decir de las observaciones de Dean Hamer, que, también en los 90, dijo haber encontrado el «gen gay.» Poco después, LeVay, gran amigo mío, publicó Queer Science un libro que recomiendo lean los interesados en esta cuestión. En él pasa revista a todas las disparatadas teorías «científicas» sobre la homosexualidad que hubo a lo largo del siglo XX.
Lo preocupante, en última instancia, es el empeño por averiguar la causa de la homosexualidad. Eso es en sí un signo de fobia hacia gays y lesbianas, y una forma más de opresión. ¿Por qué no preguntarse qué causa la heterosexualidad? La cuestión es igual de intrigante: ¿por qué se siente un hombre atraído por una mujer o una mujer por un hombre? Sabemos que no son las hormonas, que sólo regulan la intensidad del deseo, pero no la dirección. ¿Es acaso una estructura cerebral?, ¿una disposición genética?
No tenemos ni idea de lo que causa la heterosexualidad. Y lo sorprendente es que no haya ninguna teoría ni nadie trabajando en ello. Es a todas luces obvio que es más urgente averiguar la causa de la heterosexualidad pues afecta a muchas más personas.
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