martes, septiembre 02, 2008

Cáucaso: ¿y ahora qué?

Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 24/08/08):

Tras el reciente conflicto en el Cáucaso, ¿qué sucederá a continuación? Finalizados los combates, Georgia habrá de admitir que ha perdido definitivamente Abjasia y Osetia del Sur. Estas regiones separatistas formarán ahora parte de Rusia, de hecho si no en breve de derecho. ¿Qué esperaba el presidente de Georgia? Tíbet no quiere formar parte de China y Chechenia no quiere pertenecer a Rusia. Pero Georgia no es una potencia como China o Rusia y no debería haber confiado en recibir ayuda de Estados Unidos y Europa. Pobre Europa. No posee una política exterior ni de defensa común y depende notablemente del petróleo y gas rusos. En tales circunstancias, ¿qué relevancia tiene que los políticos europeos se dediquen a ir y volver de la zona de conflicto y simulen que ejercen algún tipo de influencia sobre Moscú?

El presidente georgiano quedó a expensas de las autoridades rusas y sirvió en bandeja un pretexto para que le enseñaran una lección; y no únicamente a él, sino a todos aquellos que no han entendido que Rusia se ha recuperado de su periodo de debilidad, vuelve a ser una gran potencia y quiere ser tratada como tal.

Putin ha dicho en varias ocasiones que la caída de la Unión Soviética fue la mayor catástrofe del siglo XX. De ser así, es lógico que se intente devolverle su antigua condición y, si ello es imposible, poner al menos a buen recaudo la máxima porción del poder e influencia de Rusia. Ello no implica la reconquista de todas las repúblicas que se separaron hace quince años. Lógicamente, sería contraproducente reconquistar las repúblicas de Asia Central. Sus dirigentes necesitan a Rusia de todos modos por razones económicas y políticas y anhelarán mantener relaciones amistosas. Tampoco sería muy sensato apoderarse de las repúblicas bálticas: no vale la pena.

Sin embargo, Ucrania es un caso distinto (y también Moldavia): un tercio de su población es de origen étnico ruso. Kiev fue la cuna del Estado y la civilización rusos, por no referirse al hecho de que controlar Ucrania equivale a dominar el mar Negro. Lo sucedido en Georgia inducirá al Gobierno de Kiev a proceder con mayor cautela en el futuro sin contrariar a los rusos, factor igualmente de aplicación en el caso de los países de Europa del Este. En cuanto al resto de Europa, se halla dividida; Alemania considera a Rusia “socio estratégico” y a Francia o Italia no les interesa demasiado lo que les suceda a los vecinos más pequeños de Rusia. Y, aunque les importara, poco pueden hacer por ellos a menos que aminoren su dependencia del petróleo y gas rusos y las importaciones de Oriente Medio. Por otra parte, la dependencia en cuestión aumentará, dado que los yacimientos del mar del Norte se agotarán más rápidamente que los rusos. Sin embargo, a la hora de esforzarse e invertir para encontrar fuentes alternas de energía no se observa mucha voluntad de poner manos a la obra salvo a escala reducida. Tal vez es menester un esfuerzo europeo combinado, pero hasta ahora nadie ha dado un paso al frente ni probablemente promoverá tal iniciativa hasta que la situación sea realmente crítica.

Cabría hablar ciertamente de una política más hábil e inteligente en caso de que el Kremlin avanzara con lentitud en la tarea de devolver a Rusia su condición de potencia grande y fuerte para no asustar a otros países y provocar posiblemente una reacción. Tal fue el error de Stalin después de 1945 y condujo a la creación de la OTAN.

De todos modos, hay que añadir que los rusos también se sienten apremiados al menos por tres razones. En primer lugar, figura la satisfacción emocional alcanzada al cobrar conciencia de que “hemos vuelto a ser una potencia fuerte, por lo que exigimos que se nos preste el respeto debido”. En segundo lugar, los rusos saben que su poder actual descansa en una sola fuente, el petróleo y el gas, que no durarán siempre. En tercer lugar y quizá factor más importante, figura la debilidad demográfica. La población de Rusia disminuye con rapidez; la duración del servicio militar hubo de reducirse a la mitad por insuficiente número de reclutas. De cada cuatro reclutas uno es musulmán y dentro de unos años la proporción será de uno de cada tres reclutas.

Rusia carece de aliados en quien confiar. Uno de los últimos zares, Alejandro III, dijo una vez que Rusia tiene sólo dos aliados en quien confiar realmente: sus fuerzas armadas y su artillería. Y lo cierto es que a Putin le agrada citarle. Rusia ha impuesto a Ramzan Kadirov como hombre fuerte de Chechenia y desde entonces la situación ha sido mucho más tranquila.

Sin embargo, de puertas adentro Kadirov se desenvuelve con notable independencia. Hasta cierto punto, la charia se ha convertido en ley del territorio y el Kremlin sabe muy bien que en una situación de emergencia no puede tener confianza plena en este dirigente. Daguestán, vecino de Chechenia, atraviesa una situación similar. Algunos expertos rusos han pronosticado que tarde o temprano Rusia perderá la zona norte del Cáucaso por la sencilla razón de que quedarán pocos rusos en la zona. Pero Rusia necesita el Cáucaso, aunque sólo sea para proteger los oleoductos y gasoductos hacia el oeste y el sur.

Hace unos cuantos años, numerosos libros y artículos pronosticaban que el siglo XXI sería una era en la que prevalecerían la paz y los derechos humanos y Europa sería la potencia dominante no por su fuerza militar, política o económica, sino porque podría presentarse como ejemplo perfecto a ojos del mundo. Tales pronósticos, por desgracia, eran prematuros.

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