Por Joschka Fischer. Fue ministro de Relaciones Exteriores, vicecanciller de Alemania y líder del Partido Verde. © Project Syndicate / Institute of Human Sciences, 2009. Traducción de Kena Nequiz (EL PAÍS, 05/03/09):
El legendario inversor estadounidense Warren Buffet dijo alguna vez: “Cuando baja la marea es cuando uno ve quién estaba nadando desnudo”. Ese comentario aludía a la situación de las empresas en una crisis económica. Pero también se puede aplicar a los países y sus economías.
En Europa, la actual situación causa una preocupación creciente, porque la crisis económica global está dejando al descubierto de manera implacable los defectos y limitaciones de la Unión Europea. Ahora resulta evidente qué fue lo primero y más importante que perdió Europa con el rechazo del Tratado Constitucional: su fe en sí misma y en su futuro común.
En medio de la peor crisis desde 1929, Estados Unidos ha optado por un nuevo comienzo con la elección de Barack Obama y está ahora en el proceso de reinventarse. En contraste, cada día que pasa parece que los miembros de la UE se alejan más. En lugar de reinventarse, Europa, bajo la presión de la crisis y sus propias contradicciones internas, amenaza con volver al egoísmo nacional y al proteccionismo del pasado.
Actualmente, Europa tiene una moneda común y el Banco Central Europeo (BCE), que han resultado ser baluartes de la estabilidad monetaria durante la crisis financiera. Cualquier debilitamiento de estas dos instituciones causaría daños graves a los intereses comunes europeos. Pero la conducta de los Gobiernos europeos estos últimos meses plantea serias dudas de que vean así las cosas.
A medida que la crisis se prolonga, resulta más claro que la moneda común y el BCE no bastan por sí solos para defender el mercado común y la integración europea. Sin políticas económicas y financieras comunes, coordinadas al menos entre los miembros de la zona del euro, la cohesión de la moneda común y de la UE -de hecho, su misma existencia- corren un riesgo sin precedentes. Es cierto que la crisis está asfixiando a muchos países en el mundo. Pero dentro de la UE, e incluso de la misma zona del euro, se evidencian diferencias significativas y serios desequilibrios económicos.
En Italia, España, Irlanda, Portugal y Grecia la confianza se está evaporando rápidamente, mientras que a las economías más fuertes del norte de Europa, aunque también tienen problemas, les ha ido mejor. Si esto continúa y se terminan de facto los criterios de Maastricht y aumenta el proteccionismo nacional en forma de subsidios industriales, el euro estaría en serio peligro. Es fácil imaginar lo que el fracaso del euro significaría para la UE: un desastre de proporciones históricas.
Además, los nuevos Estados miembros de la Unión procedentes de la Europa del Este, que no tienen ni la fortaleza económica ni la estabilidad política de los más antiguos, están empezando a caer en picado. Esperar a ver qué sucede es la estrategia equivocada.
No hay razón para creer que la actual crisis económica global ya ha tocado fondo. Así pues, suponiendo que se intensifique más aún, Europa se enfrentará pronto a alternativas difíciles: o bien las economías más ricas y estables del Norte -principalmente la economía más grande, Alemania- utilizan sus recursos financieros, más cuantiosos, para ayudar a las economías más débiles de la zona del euro, o bien el euro estará en peligro y, con él, todo el proyecto de integración europea.
Entonces, ¿por qué no introducir rápidamente instrumentos nuevos como los eurobonos o crear un mecanismo de la UE comparable al FMI? Ambos serían costosos -sobre todo para Alemania- y por tanto no serían populares, pero las alternativas son mucho más costosas; de hecho, no son opciones políticas serias.
Institucionalmente, no hay manera de evitar un “gobierno económico europeo”, una “coordinación económica mejorada” o como se le quiera llamar, que incluso sería posible de modo informal, sin necesidad de cambiar los tratados.
Desafortunadamente, resulta claro que el motor franco-alemán, esencial para que la UE actúe al unísono, está bloqueado en este momento. La retórica que utilizan Francia y Alemania indica que tienen mucho en común, pero los hechos dicen otra cosa totalmente distinta. En casi todos los aspectos estratégicos del manejo de la crisis, Alemania y Francia se están bloqueando mutuamente, aunque ambos están haciendo casi lo mismo, lo que no deja de ser irónico. Están pensando en primer lugar en ellos mismos, no en Europa, que como consecuencia carece de un liderazgo efectivo.
La UE fue y es la mutua concesión institucionalizada y debe seguir siéndolo ahora en medio de una crisis económica global. Si Alemania y Francia no resuelven sus diferencias y encuentran una respuesta estratégica común, se dañarán a sí mismos y a Europa en su conjunto.
Nunca debe olvidarse que la UE es un proyecto diseñado para el progreso económico mutuo. Si este vínculo económico desaparece, los intereses nacionales volverán a imponerse y harán trizas el proyecto. Europa no carece hoy de fortaleza económica, sino de voluntad política para actuar al unísono. Aquí es donde Alemania y Francia deben tomar la iniciativa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El legendario inversor estadounidense Warren Buffet dijo alguna vez: “Cuando baja la marea es cuando uno ve quién estaba nadando desnudo”. Ese comentario aludía a la situación de las empresas en una crisis económica. Pero también se puede aplicar a los países y sus economías.
En Europa, la actual situación causa una preocupación creciente, porque la crisis económica global está dejando al descubierto de manera implacable los defectos y limitaciones de la Unión Europea. Ahora resulta evidente qué fue lo primero y más importante que perdió Europa con el rechazo del Tratado Constitucional: su fe en sí misma y en su futuro común.
En medio de la peor crisis desde 1929, Estados Unidos ha optado por un nuevo comienzo con la elección de Barack Obama y está ahora en el proceso de reinventarse. En contraste, cada día que pasa parece que los miembros de la UE se alejan más. En lugar de reinventarse, Europa, bajo la presión de la crisis y sus propias contradicciones internas, amenaza con volver al egoísmo nacional y al proteccionismo del pasado.
Actualmente, Europa tiene una moneda común y el Banco Central Europeo (BCE), que han resultado ser baluartes de la estabilidad monetaria durante la crisis financiera. Cualquier debilitamiento de estas dos instituciones causaría daños graves a los intereses comunes europeos. Pero la conducta de los Gobiernos europeos estos últimos meses plantea serias dudas de que vean así las cosas.
A medida que la crisis se prolonga, resulta más claro que la moneda común y el BCE no bastan por sí solos para defender el mercado común y la integración europea. Sin políticas económicas y financieras comunes, coordinadas al menos entre los miembros de la zona del euro, la cohesión de la moneda común y de la UE -de hecho, su misma existencia- corren un riesgo sin precedentes. Es cierto que la crisis está asfixiando a muchos países en el mundo. Pero dentro de la UE, e incluso de la misma zona del euro, se evidencian diferencias significativas y serios desequilibrios económicos.
En Italia, España, Irlanda, Portugal y Grecia la confianza se está evaporando rápidamente, mientras que a las economías más fuertes del norte de Europa, aunque también tienen problemas, les ha ido mejor. Si esto continúa y se terminan de facto los criterios de Maastricht y aumenta el proteccionismo nacional en forma de subsidios industriales, el euro estaría en serio peligro. Es fácil imaginar lo que el fracaso del euro significaría para la UE: un desastre de proporciones históricas.
Además, los nuevos Estados miembros de la Unión procedentes de la Europa del Este, que no tienen ni la fortaleza económica ni la estabilidad política de los más antiguos, están empezando a caer en picado. Esperar a ver qué sucede es la estrategia equivocada.
No hay razón para creer que la actual crisis económica global ya ha tocado fondo. Así pues, suponiendo que se intensifique más aún, Europa se enfrentará pronto a alternativas difíciles: o bien las economías más ricas y estables del Norte -principalmente la economía más grande, Alemania- utilizan sus recursos financieros, más cuantiosos, para ayudar a las economías más débiles de la zona del euro, o bien el euro estará en peligro y, con él, todo el proyecto de integración europea.
Entonces, ¿por qué no introducir rápidamente instrumentos nuevos como los eurobonos o crear un mecanismo de la UE comparable al FMI? Ambos serían costosos -sobre todo para Alemania- y por tanto no serían populares, pero las alternativas son mucho más costosas; de hecho, no son opciones políticas serias.
Institucionalmente, no hay manera de evitar un “gobierno económico europeo”, una “coordinación económica mejorada” o como se le quiera llamar, que incluso sería posible de modo informal, sin necesidad de cambiar los tratados.
Desafortunadamente, resulta claro que el motor franco-alemán, esencial para que la UE actúe al unísono, está bloqueado en este momento. La retórica que utilizan Francia y Alemania indica que tienen mucho en común, pero los hechos dicen otra cosa totalmente distinta. En casi todos los aspectos estratégicos del manejo de la crisis, Alemania y Francia se están bloqueando mutuamente, aunque ambos están haciendo casi lo mismo, lo que no deja de ser irónico. Están pensando en primer lugar en ellos mismos, no en Europa, que como consecuencia carece de un liderazgo efectivo.
La UE fue y es la mutua concesión institucionalizada y debe seguir siéndolo ahora en medio de una crisis económica global. Si Alemania y Francia no resuelven sus diferencias y encuentran una respuesta estratégica común, se dañarán a sí mismos y a Europa en su conjunto.
Nunca debe olvidarse que la UE es un proyecto diseñado para el progreso económico mutuo. Si este vínculo económico desaparece, los intereses nacionales volverán a imponerse y harán trizas el proyecto. Europa no carece hoy de fortaleza económica, sino de voluntad política para actuar al unísono. Aquí es donde Alemania y Francia deben tomar la iniciativa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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