Por Xavier Sala i Martín, Columbia University y Fundació Umbele (LA VANGUARDIA, 17/02/10):
Lo confieso: cuando en los años noventa se discutía la conveniencia de adoptar el euro yo era de los que pensaban que era una mala idea por varias razones, entre las que destaco dos. La primera es que estaba convencido de que llegaría el día en que algunos de los países de la zona euro estarían inmersos en una gran crisis económica al tiempo que los otros estarían bien. Esa asimetría sería un problema porque la política monetaria debía ser la misma para todos, a pesar de que lo que conviene a los que están en crisis es distinto de lo que necesitan los que no. Eso generaría tensiones inaguantables.
La segunda era que la histórica voracidad fiscal de países periféricos como España, Portugal, Grecia o Italia resultaba incómoda para los estados fiscalmente disciplinados como Alemania u Holanda hasta el punto de que estos tendrían que acabar pagando la polifagia de los primeros para no hundir la moneda común. Es más, pensaba que el mero hecho de saber que acabarían siendo rescatados incentivaba a los indisciplinados a excederse fiscalmente cuando llegara la primera gran crisis.
Y la primera gran crisis llegó y también llegó la temida situación: la periferia está en recesión mientras que el centro ya ha salido de ella. Es más, como estaba previsto, para intentar salir del agujero algunos países generaron unos déficits fiscales tan extravagantes y pidieron prestadas tan ingentes cantidades de dinero que les será difícil devolver el crédito. De momento, nadie sabe de dónde sacará el dinero Grecia para afrontar los pagos de las próximas semanas… aunque todo el mundo mira hacia la economía más solvente de Europa, Alemania, para que pague la factura. Y Alemania no sonríe.
Resumiendo, los temores que me llevaron a concluir hace diez años que el euro era una mala idea se han hecho realidad. Pero no me voy a poner ninguna medalla porque… ¡he cambiado de opinión!: en mi análisis de entonces infravaloré algo que hoy me lleva a pensar que la moneda única puede haber sido y puede seguir siendo buena para sus países miembros. Me explico. El proceso de europeización de España permitió hacer necesarias e importantes reformas bajo la excusa de que “Europa lo requería”. Por ejemplo, los criterios de Maastricht para entrar en el euro requerían que el déficit fiscal fuera inferior al 3% del PIB. La reducción del déficit impuso una disciplina fiscal que, a la postre, fue muy beneficiosa para el país. Cuando los diferentes grupos de presión se dirigían al Gobierno pidiendo subsidios y ayudas, este se podía negar con la excusa perfecta: “yo te daría el dinero… pero es que Europa no me lo permite”. Bajo ese pretexto se eliminó el déficit fiscal, se redujo la deuda pública, se rebajó la inflación hasta niveles civilizados y se abarataron los tipos de interés. Nada de eso hubiera sucedido sin el euro.
Pues bien, España se encuentra en una nueva encrucijada y el euro puede ser otra vez la solución. La crisis actual ha puesto de manifiesto que la productividad de muchos trabajadores españoles es preocupantemente baja, hasta el punto de que no compensa el salario que cobran. Cuando los salarios son más altos que la productividad, las empresas despiden trabajadores y el paro se dispara. Hay que volver a equiparar salarios y productividad.
Para ello sólo hay dos posibilidades: reducir los salarios y aumentar la productividad. No hay más. Algunos analistas (entre los que destacan importantes y barbudos economistas de izquierda con premio Nobel incluido) abogan por las reducciones salariales. En mi modesta opinión de economista sin premio Nobel, creo que se equivocan: hay que apostar por la productividad. Ahora bien, que quede claro que eso no va a ser fácil ya que requiere unas reformas que van a chocar frontalmente con los intereses de importantes grupos de presión: habrá que reformar el sistema educativo y eso molestará a los profesores, habrá que reformar el mercado laboral y eso contará con la oposición de los sindicatos, habrá que reducir el exceso de regulación y eso fastidiará a ecologistas, habrá que reformar el sistema financiero y eso incomodará a cajas y bancos, habrá que reformar la función pública y eso enfurecerá a funcionarios o habrá que reformar el Estado de bienestar (incluido el sistema de pensiones y asistencia sanitaria) y eso alienará a los votantes progresistas.
¡Sí! Todas estas reformas van a levantar ampollas políticas. Pero es imperativo que se lleven a cabo porque la alternativa es o la reducción masiva de salarios o unos niveles de paro inaceptablemente altos durante décadas. La pregunta es: ¿se pueden implementar tan impopulares medidas cuando los líderes políticos tienen miedo de enfrentarse a los grupos de presión? No lo sé, pero se podría intentar la solución de los años noventa: ¡darle las culpas a Europa! Para ello sería importante que los países de la verdadera Champions League europea (y en particular Alemania) pidieran que las ayudas que van a tener que dar a los otrora fanfarrones de la periferia para salvar el euro, tengan como contrapartida la implementación de reformas de fomento de la competitividad. Los gobiernos de Grecia, España, Portugal e Italia, por su parte, deberían aprovechar esas imposiciones europeas para sacarse de encima la presión de los lobbies interesados.
Es muy fácil ser líder cuando el viento sopla a favor. Ahora bien, cuando la cosa está cuesta arriba los fachendas se paralizan y entonces sólo queda lo único que ha funcionado bien en Europa en los últimos cincuenta años: el liderazgo alemán.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario