Por Fawaz A. Gerges, profesor de Política de Oriente Medio y Relaciones Internac., London School of Economics. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 13/04/10):
Las segundas elecciones parlamentarias en Iraq – coyuntura electoral infrecuente en un país árabe-han sido decepcionantes. Frente a las expectativas sobre la posibilidad de que unos primeros comicios exitosos fueran susceptibles de contagiar de fiebre democrática a Oriente Medio, las urnas en Bagdad fueron acogidas con un bostezo de cansancio. El ejercicio electoral en cuestión no sólo mostró de forma patente que la política no democrática y sectaria está vivita y coleando, sino que ha reforzado incluso la división entre chiíes y suníes respaldada por potencias extranjeras como Irán y Arabia Saudí.
Aunque una coalición de signo teóricamente laico dirigida por Ayad Alaui, un ex primer ministro, destacó en las elecciones parlamentarias de Iraq el pasado mes de marzo, los resultados pueden sumir al país en una crisis constitucional y en un vacío de liderazgo. Lejos de hacer trizas el esquema de índole sectaria, los iraquíes han votado en general según lealtades de tribu y facción. Los chiíes han votado por los candidatos chiíes, los kurdos por los kurdos y los suníes por los candidatos suníes aliados con Alaui, un nacionalista chií.
Aunque los habitantes de países vecinos siguieron de cerca el curso de los comicios a través de los canales de televisión vía satélite, no trascendió ningún sentimiento de entusiasmo o elogio al experimento electoral. La realidad iraquí se observa toda ella bajo el prisma de la polarización y violencia sectaria y del dominio ejercido por Estados Unidos e Irán sobre el país.
Los comentaristas árabes han desdeñado la cuestión electoral, que han considerado como ejercicio estéril destinado a perpetuar el control por fuerzas extranjeras y a mantener la división entre los iraquíes. El temor a que unos partidos profundamente divididos fueran incapaces de formar gobierno, dieran pie incluso a la violencia y acaso a una toma del poder de signo militar apagaron también el entusiasmo de cualquier matiz que el proceso en marcha suscitase.
Para dar con las raíces del fracaso, es menester remontarse a las políticas subsiguientes a la invasión estadounidense. En lugar de preparar el país para la democracia, la invasión del 2003 liderada por Estados Unidos ha dado lugar a un sistema político basado en facciones a semejanza del vecino Líbano, donde la facción y la etnia han triunfado sobre otras lealtades, incluida la relativa a la nación. En su esfuerzo por aupar al poder a los chiíes, una mayoría, y debilitar el electorado suní de Sadam Husein, la estrategia estadounidense posterior a la invasión asignó poder y recursos de acuerdo con las tendencias asociadas a las diversas comunidades. La autoridad ocupante estadounidense afianzó e institucionalizó inconscientemente el sistema basado en facciones, en lugar de reforzar las fuerzas progresistas. La aspiración de Washington a convertir Iraq en un modelo democrático para sus vecinos árabes y musulmanes constituyó una importante víctima de tal tesitura.
Muchos árabes y musulmanes siguen siendo presa de la conmoción por el baño de sangre de signo sectario posterior a la invasión y ocupación estadounidense del país que todavía continúa, aunque a menor escala. El auge de la influencia chií iraní en Iraq ha representado también el envío de un mensaje indebido a vecinos países suníes, buena parte de los cuales siguen convencidos de que Estados Unidos e Irán se han confabulado para debilitar y marginar a sus correligionarios en Iraq.
Aunque Alaui ha obtenido una mayoría de votos, consiguiendo 91 escaños en el Parlamento frente a 89 de Maliki, no cumple el mandato constitucional – se precisan 163 escaños-para gobernar en solitario. Alaui y Maliki deben aliarse con uno o dos bloques para formar una coalición gubernamental… que puede acabar volviendo a poner en el timón a líderes de las facciones en liza.
La Alianza Nacional Iraquí (INA), una agrupación de partidos religiosos chiíes estrechamente vinculados a Irán, que incluye el Consejo Supremo Islámico de Iraq (ISCI) y los seguidores del líder religioso chií Al Sadr, se perfila en tercer lugar con 70 escaños, mientras que la alianza kurda del presidente Jalal Barzani y Masud Talabani dominaron el panorama como se esperaba en Irbil, la región autónoma kurda, con unos 43 escaños.
Aunque la situación relativa a la seguridad ha mejorado y el temor a un conflicto civil generalizado es injustificado, las semanas venideras pondrán a prueba las frágiles instituciones de Iraq. A menos que estén a la altura del desafío y formen un gobierno reformista y de composición diversa, los líderes políticos iraquíes podrían echar a perder los inestimables avances logrados en seguridad durante los últimos tres años, dando lugar a una intervención de las fuerzas armadas para ocupar el vacío.
Tras escapársele la primera posición, Maliki reclamó un recuento nacional de todas las papeletas emitidas e invocó su rango de comandante en jefe de las fuerzas armadas, dando a entender que el país podría volver a la violencia si no se atendía su petición.
Las maniobras políticas y legales amenazan con polarizar aún más el país. Después de la publicación de resultados por parte de la Alta Comisión Electoral, Maliki los calificó de fraudulentos e “inaceptables”, y añadió que piensa apelar al Tribunal Supremo federal para solicitar un recuento manual. Maliki ya ha logrado que el TS dictamine que se elija no al líder del bloque electoral con mayor número de votos, sino al líder con mayor número de escaños una vez constituido el Parlamento, una maniobra destinada a impedir que Alaui cuente con la primera oportunidad de formar gobierno si Maliki reuniera una mayoría.
La cuestión estriba en que una democracia consolidada demanda algo más que una limpia victoria electoral. Factores esenciales como la existencia de partidos transversales con relación a las tendencias y lealtades de las distintas comunidades y etnias – capaces de sostener y mantener una auténtica democracia-son carencias de que adolece el nuevo Iraq. Con la excepción de la coalición laicista y diversa de Alaui, el equilibrio de poder favorece la orientación basada en la facción política, disimulada con distintos disfraces.
Por ejemplo, Alaui, un chií laico que ha surgido como el rival principal de Maliki, ha contado con un notable respaldo suní apelando a los marginados votantes suníes. Alaui se ha servido de la palanca de sus propias críticas a la postura sectaria y partidista – así como antiiraní-de Maliki. Alaui ha gozado asimismo del respaldo de cientos de miles de chiíes no sectarios. Consciente del descontento social frente a los partidos religiosos de signo sectario, Maliki ha adoptado el papel de nacionalista no sectario. Pero la apuesta de Maliki no ha dado resultado. Resulta plausible que las dos principales coaliciones chiíes – la del Estado de Derecho yla INA-estén debatiendo una fusión política tendente a apoyar al laicista Alaui, cuyo bloque diverso obtuvo notable apoyo de parte de la minoría suní. Irán tendrá un papel esencial, ya sea para presionar a Al Sadr para que no se oponga a Maliki o para convencer a este último de que se avenga a un candidato neutral.
La posibilidad de una fusión chií y de otro gobierno de marcada tendencia en este sentido ocasionaría un distanciamiento de los suníes que, por primera vez, han votado en gran número y amenazan con atizar el fuego sectario. Prescindiendo del grado de caos reinante en Iraq, Estados Unidos debe hacer honor a su compromiso de sacar sus fuerzas del país y dejar que los iraquíes pongan orden en su propia casa. Como ha puesto de relieve la invasión y ocupación de Iraq, intentar influir en un país desde el exterior es una actitud peligrosa y contraproducente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario