Por Sara Roy, investigadora del Centro de Estudios sobre Oriente Medio de la Universidad de Harvard. Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 15/04/10):
Viajé a Gaza en agosto del año pasado, en mi primera visita al territorio desde el anterior ataque de Israel. Me abrumó lo que presencié en un lugar que he conocido íntimamente a lo largo de casi un cuarto de siglo: una tierra desgarrada y plagada de cicatrices cuyos habitantes viven una existencia hecha trizas. Gaza se despeña por la pendiente bajo el peso de la ruina y desolación permanentes que se abaten sobre ella, incapaz de funcionar con normalidad. No obstante, me impactó más si cabe la ausencia de culpa de estas personas, más de la mitad niños, como también la dimensión criminal del maltrato permanente a la población.
La franja de Gaza muestra una economía y sociedad cuya decadencia y discapacidad actuales han sido provocadas y cuyas privaciones y penurias conforman una política de Estado; es decir, políticas planificadas y ejecutadas. Aunque Israel carga con la mayor parte de responsabilidad, Estados Unidos y la UE, entre otros, también son culpables, como la Autoridad Palestina en Cisjordania. Todos son cómplices de la destrucción de este antaño apacible paraje.
La desolación de la franja adopta numerosas formas. El comercio, en su forma acostumbrada (del que la frágil economía de Gaza depende de modo apremiante), sigue prohibido, y las importaciones y exportaciones tradicionales han desaparecido prácticamente. De hecho, con algunas excepciones, no se ha permitido la entrada en Gaza de materiales de construcción o materias primas desde el 14 de junio del 2007.
Incluso antes del ataque de Israel del invierno del 2008, el cierre prolongado de Gaza ha dado lugar a la contracción del sector privado, motor del crecimiento económico. Entre junio del 2005 y septiembre del 2008, por ejemplo, el número de centros fabriles y talleres en activo se redujo de 3.900 a 23, con una pérdida de al menos 100.000 puestos de trabajo.
Las tremendas cortapisas al comercio han contribuido también al deterioro constante del sector agrícola de Gaza, agravado por la destrucción de unas 5.000 hectáreas de suelo agrícola – incluyendo más de 310.000 árboles frutales-y de 305 pozos durante el ataque israelí. El sector agrícola de Gaza se ha visto aún más dañado por la existencia de la zona de interposición (espacio tampón) impuesta por Israel en los perímetros norte y este de la franja (y por Egipto en la frontera sur de Gaza), que alberga algunas de las tierras más fértiles de Gaza. La zona tiene, oficialmente, 300 metros de anchura por 55 kilómetros de longitud, pero, según las Naciones Unidas, los agricultores situados en un tramo de 1.000 metros de distancia de la frontera con Israel han sido tiroteados en ocasiones por el ejército israelí. Aproximadamente, el 30%-40% del total de las tierras agrícolas de Gaza se encuentra en la citada zona de interposición. El sector agrícola, efectivamente, se ha ido al traste.
Tales factores, entre otros, explican las profundas distorsiones que afligen a la economía de Gaza y a su población, cuyo cambio de signo en caso de producirse exigirá la inversión de miles de millones de dólares y el esfuerzo de generaciones de palestinos. En los últimos años, la economía en su día relativamente productiva (aunque cautiva) de Gaza se ha convertido en una economía ampliamente dependiente del empleo en el sector público, de la ayuda humanitaria y del contrabando, realidades que ilustran claramente la tendencia a la economía sumergida. Una convincente expresión de tal situación es el floreciente tránsito de artículos a través de los túneles existentes en la franja, fenómeno que representaba un cordón umbilical vital para una población en estado de sitio. Según economistas locales, un 80% como mínimo de las importaciones de Gaza llega a través de estos túneles. Sin embargo, es posible que incluso este cordón umbilical se rompa pronto, dado que Egipto, con el concurso de ingenieros del Gobierno estadounidense, está a punto de dar fin a la construcción de una impenetrable barrera metálica a lo largo de su frontera con Gaza en un intento de reducir la práctica del contrabando. La barrera tendrá aproximadamente 10 kilómetros de largo y estará situada a unos 18 metros bajo tierra. Los túneles, que Israel tolera a fin de mantener intacto el asedio en sus términos actuales, se han convertido también en una fuente importante de ingresos para el gobierno de Hamas y sus empresas filiales, factor que debilita una actividad empresarial normal y dificulta el fomento de un sector empresarial viable. De esta manera, el asedio de Gaza ha llevado a la lenta pero constante sustitución del sector empresarial habitual por otro que opera fundamentalmente en un mercado negro sin registro, regulación ni transparencia.
La economía de Gaza carece ahora en buena parte de una actividad productiva, sustituida por la práctica del consumo entre pobres y ricos por igual, aunque son los primeros quienes a duras penas pueden satisfacer sus necesidades. Pese a los miles de millones de dólares prometidos a escala internacional que aún están por llegar, la gran mayoría de los habitantes de Gaza siguen en la pobreza. La combinación de un sector privado paralizado y una economía estancada ha provocado altos niveles de paro, sumiendo en la pobreza a la mayoría de la población. Oficialmente, el índice de paro oscila entre un 31,6% y un 44,1%, aunque, de hecho, se acerca al 65%. Un problema crucial es la falta de poder adquisitivo. En consecuencia, al menos el 75% de los 1,5 millones de habitantes de Gaza precisa ayuda humanitaria para satisfacer sus necesidades de alimentos.
Además, el acceso a cantidades suficientes de alimento sigue constituyendo un problema vital. Datos internos correspondientes al periodo de septiembre del 2009 a principios de enero del 2010, por ejemplo, revelan que Israel permite a los habitantes de Gaza recibir no más (y, a veces, menos) de un 25% de los suministros alimentarios precisos, con niveles que han descendido incluso hasta un 16%. Durante las últimas dos semanas de enero, estos niveles se redujeron aún más. Entre el 16 y el 29 de enero del 2010 entró una media de 24,5 camiones de alimentos y suministros diariamente en Gaza. Pese a que la franja precisa 400 camiones de alimentos diarios para mantener a la población, Israel sólo permitió una entrada no superior a un 6% de suministros alimentarios necesarios durante este periodo.
Y, sin embargo, el sufrimiento de Gaza no acaba aquí. El 90%-95% del agua suministrada por los acuíferos de Gaza es “no apta para el consumo” y Gaza ya no posee ninguna fuente regular de agua limpia. La mayoría de los suministros procedentes de aguas subterráneas de Gaza están contaminados por nitratos muy por encima de los niveles aceptables según la Organización Mundial de la Salud o presentan excesiva salinización para el uso humano.
Tal vez los altos niveles de nitratos han contribuido a un cambio escandaloso del índice de mortalidad infantil entre la población palestina de la franja de Gaza y de Cisjordania. Tal índice muestra ahora signos de hallarse de hecho en aumento. Ello obedece a que las principales causas de mortalidad infantil han evolucionado de las enfermedades infecciosas y diarreicas a la prematuridad, bajo peso al nacer y malformaciones congénitas.
La población de Gaza merma ante nuestros ojos mientras la comunidad internacional sigue consintiendo esta situación. Si a los palestinos se les niega lo que todos queremos para nosotros mismos – la dignidad, una vida normal, el sustento, la seguridad y un hogar donde criar a los hijos-,la consecuencia inevitable consistirá en una mayor y más extrema violencia. Y si esto sucede – tal vez ya ha sucedido-, todos habremos de correr con los gastos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario