Por Alberto Priego es investigador invitado en la School of Oriental and African Studies (EL PAÍS, 06/04/10):
El último golpe de terroristas chechenos contra la sociedad rusa no ha podido llegar en peor momento. Rusia está sufriendo las consecuencias de una crisis económica que está atacando duramente a su débil economía. La población, mayoritariamente desempleada, reclama trabajo, soluciones a la corrupción y el fin de la inseguridad ciudadana. A nivel internacional, la posición de Rusia se ha visto mermada por una guerra con Georgia que ha debilitado la imagen de un país en declive comprometiendo las relaciones con sus aliados (China, Venezuela, Irán etcétera…). Los rusos señalan al presidente Medvédev como culpable y recuerdan con nostalgia los años de presidencia de Putin. Por si todo esto fuera poco, el atentado del lunes de la pasada semana debilita aún más a Medvédev cuya cuestionada política con Chechenia ha estado centrada en ir a las causas profundas del conflicto frente a la opción defendida por Putin que abogaba por una mayor contundencia. Por ello, podemos afirmar que los fantasmas chechenos merodean por los pasillos del Kremlin quitando el sueño a sus dirigentes.
Los nokhchi o chechenos son un combativo y correoso pueblo de las montañas caucásicas emparentados, tanto étnica como lingüísticamente, con los inghuses. Se agrupan en teips o clanes que articulan las relaciones de poder en la zona, siendo el Malkoy del autoproclamado Emir Umárov el más importante de ellos.
A comienzos del siglo XIX los zares fundan Grozny -la terrible- con el único fin de lanzar ofensivas siguiendo el curso del río Terek para controlar el Cáucaso. Aunque en 1859 Chechenia fue formalmente conquistada por los zares sus habitantes nunca se plegaron y bajo las órdenes de sus líderes -Mansur, Shamil, Dudayev, Bassayev…- han combatido a los rusos hasta nuestros días. Durante los años de la URSS, la mano de hierro de Stalin logró desmontar el entramado nacionalista checheno gracias a acciones tales como limpiezas étnicas y deportaciones a Asia Central. De hecho, importantes líderes como Kadyrov o Khasbulatov nacieron en las estepas centroasiáticas. Sin embargo, lejos de solucionar el problema, se generó un peligroso caldo de cultivo que hoy da aliento a los militantes chechenos.
En los años noventa, la desintegración de la URSS hizo creer a los chechenos que podían declararse independientes. A comienzos de la década estalló una guerra entre la autoproclamada República de Chechenia y la Federación Rusa que acabó con una paz en falso. Pocos años después y ya con la irrupción del islamismo radical, el entonces primer ministro Putin afrontaba una segunda guerra con un presidente Yeltsin convaleciente y un desafiante Shamil Bassayev que se codeaba con los terroristas internacionales más importantes del mundo. Si bien es cierto que la primera contienda se trató de un conflicto nacionalista, la segunda tenía abiertamente un cariz religioso. Por ello, el ya presidente Putin aprovechó la cobertura que le ofreció la War on Terror de George W. Bush para cometer algunos excesos que han agravado el conflicto.
La impune actuación de las tropas rusas contra la población chechena comenzó a generar algunos fantasmas. El primero fue la emergencia de los atentados suicidas que de la mano del wahabismo -importando por milicianos como Khattab, Malik o Kamel Rabat- hizo su aparición por primera vez en Chechenia en el año 2000. El segundo de los fantasmas chechenos han sido las temidas viudas negras. Este grupo fue presentado internacionalmente en la toma del Teatro Dubrozka, donde la mitad de los asaltantes eran viudas negras. Se trata de mujeres que bien han perdido a un hermano o un marido o bien han sido violadas por las tropas federales, por lo que el sentimiento de venganza guía sus acciones. Aunque el fenómeno no es propiamente checheno, ya que la primera mujer suicida se inmoló en Palestina en 1987, sí que se ha convertido en un macabro rasgo de la lucha contra los rusos. El tercer fantasma checheno son los atentados contra los medios de transporte, especialmente los ferroviarios. Aunque al igual que en el caso de las viudas negras no se trate de un fenómeno propio de los chechenos -de hecho, el primer atentado contra el metro de Moscú lo cometieron armenios en 1977- sí que se ha convertido en uno de sus principales modos de acción. Desde que en 1996 atacaran la línea Serpukhovskaya, podemos contabilizar hasta una decena de atentados cometidos por los terroristas chechenos contra diferentes medios de transporte de la Federación Rusa, incluyendo acciones contra aviones, trenes e incluso el secuestro de un ferry.
El pasado 29 de marzo los tres fantasmas chechenos aparecieron a la vez en las estaciones de Lubianka y Park Kultury, en pleno centro de Moscú. Dos viudas negras, se inmolaron en el metro en una de las horas más concurridas, dejando un rastro de muerte y destrucción.
Dos siglos después de la llegada de los cosacos a Chechenia, el conflicto no sólo no ha cesado sino que se ha extendido a Moscú amenazando a los propios moscovitas. En primer lugar, el ataque debe ser interpretado como un deseo de situar el conflicto checheno en la agenda internacional y, en segundo lugar, como una respuesta a las ofensivas que está llevando el Kremlin en suelo checheno.
Por un lado, la población chechena se ha quejado amarga e infructuosamente de las continuas violaciones de los derechos humanos perpetradas impunemente no tanto por las tropas federales, sino por los temidos Kadirovtsy (las fuerzas de seguridad del pro-ruso Ramza Kadyrov).
Por otro lado, durante el mes de marzo el ejército federal ha asesinado a varios terroristas chechenos como Abu Haled, un árabe responsable de las técnicas de psicología y al mismo tiempo jefe de seguridad del Emir Doku Umárov. Junto a Haled han sido asesinados otros terroristas árabes y Said Buryatski, responsable del ataque al Nevsky Express de noviembre de 2009. Estos asesinatos prueban la vinculación del terrorismo checheno con la yihad internacional.
Estas operaciones contrastan con la línea llevada a cabo hasta el momento por el presidente Medvédev, mucho más partidario de buscar las causas profundas del conflicto que Putin. De hecho, Medvédev ha recibido duras críticas por su política hacia Chechenia cuya guerra declaró terminada en abril de 2009. Por su parte, el ex presidente y hoy primer ministro Putin es partidario de una política más dura con los rebeldes chechenos, ya que presume de haber dejado solucionado el problema cuando abandonó la presidencia en 2008. Sin embargo, desde entonces la violencia ha vuelto no sólo a Chechenia sino también a Rusia. Desde 2008 la joya de la corona de los ferrocarriles rusos, el Nevski Express, ha sufrido dos atentados a los que tenemos que sumar el del metro de Moscú. Este último se ha producido justo debajo del Cuartel General de los Servicios Seguridad Rusos (FSB) lo que ha provocado que muchos lo hayan calificado como el 11-S ruso.
La aparición de los fantasmas chechenos en el Kremlin ha abierto la caja de Pandora. Por un lado, Medvédev se encuentra sitiado por una brutal crisis económica que provoca manifestaciones por todo el país. De hecho, durante el mes de marzo se han producido manifestaciones organizadas bajo el nombre de Día de la Cólera Rusa. A este hecho se le suma una galopante corrupción que muchos achacan a sus medidas liberalizadoras. Para agravar más las cosas, Medvedev tiene que asumir una débil posición internacional justo antes del inicio de las conversaciones de desarme nuclear con Estados Unidos. Por otro lado, el primer ministro Putin reclama medidas más contundentes contra los chechenos, medidas que irían en la línea de las que él mismo tomó en 2004 tras la masacre de Beslan. Estas medidas no sólo chocarían con las reformas emprendidas por Medvédev, sino que le provocarían graves críticas internacionales, restándole el único apoyo que tiene para ser reelegido presidente en 2012, puesto que desea y añora Vladímir Putin.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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