Por Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN (LA VANGUARDIA, 11/04/10):
El nuevo tratado de reducción de armas estratégicas (START, por su sigla en inglés) que el presidente ruso, Dimitri Medvedev, y el presidente norteamericano, Barack Obama, acaban de firmar en Praga es un logro histórico, y una inspiración para un futuro progreso en materia de control de armas a nivel global.
La proliferación de armas de destrucción masiva y sus medios de distribución es una amenaza tanto para los aliados de la OTAN como para Rusia. Más de 30 países tienen o están desarrollando capacidades misilísticas. En muchos casos, esos misiles podrían llegar a amenazar las poblaciones y territorios de Europa. Irán es un buen ejemplo. Ha firmado el tratado de No Proliferación Nuclear, y está desarrollando un programa nuclear que, según dice, persigue exclusivamente fines civiles. Pero Irán ha ido mucho más allá de lo que se necesita para un programa puramente civil. Ha escondido varias instalaciones nucleares de la Agencia Internacional de Energía Atómica, ha jugado al escondite con la comunidad internacional y ha rechazado todos los ofrecimientos de cooperación de parte de EE. UU. y la UE, entre otros. Más recientemente, el Gobierno iraní dio a conocer sus planes de enriquecer uranio a niveles que parecen incompatibles con el uso civil y que desafían varias resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Irán cuenta con un amplio programa de desarrollo de misiles. Teherán declara que el alcance de sus misiles Shahab-3 modificados es de dos mil kilómetros, lo que pone al alcance a países aliados como Turquía, Grecia, Rumanía y Bulgaria. En febrero del 2009, Irán introdujo el vehículo de lanzamiento espacial Safir 2. Si Irán completa este desarrollo, toda Europa, y toda Rusia estarán en su alcance de tiro.
Los proliferadores deben saber que los aliados de la OTAN son inquebrantables en su compromiso con la defensa colectiva, incluida la disuasión nuclear. Frente a la propagación de tecnología de misiles, y regímenes y líderes impredecibles, estamos obligados con nuestras poblaciones a complementar nuestras capacidades de disuasión con una capacidad efectiva de defensa misilística. Ya hace tiempo que los aliados de la OTAN vienen analizando varias opciones de defensa antimisiles. La propia OTAN está desarrollando protecciones para nuestras tropas en el frente.
Una verdadera defensa de misiles euroatlántica, si fuera conjunta, demostraría la voluntad colectiva de la OTAN, no sólo de defenderse de las nuevas amenazas de hoy y mañana, sino también de enviar un claro mensaje de que con la proliferación de misiles no se gana nada. También puede ofrecer una oportunidad para que los europeos demuestren una vez más a EE. UU. su voluntad de invertir en capacidades de autodefensa, y de desempeñar un papel activo.
Pero existe otra razón para desarrollar una defensa de misiles: crear una nueva dinámica en la seguridad europea y euroatlántica. Se habla mucho estos días sobre la arquitectura de la seguridad euroatlántica. Rusia, en particular, se ha concentrado en tratados, conferencias y acuerdos políticos. Claramente, estas cosas pueden ser útiles e importantes. Es necesario que hablemos de ellas. Pero, a mi entender, una arquitectura de seguridad conjunta debe ir más allá de los proyectos. Hay que poner manos a la obra. Y la defensa antimisiles es un modo concreto de hacerlo.
En este sentido, que EE. UU. y Rusia hayan llegado a un acuerdo sobre un nuevo tratado START que reducirá sustancialmente los arsenales nucleares de ambos países ofrece un buen telón de fondo.
Desde que asumí el cargo, invertí considerable tiempo y esfuerzo en revitalizar la relación OTAN-Rusia, y se hicieron progresos en varias áreas, entre ellas una revisión conjunta de las amenazas y los desafíos comunes. Pero es hora de analizar la defensa de misiles como otra oportunidad para aunar esfuerzos.
Necesitamos un sistema de defensa misilística que incluya no sólo a todos los países de la OTAN, sino también a Rusia. Cuanto más se considere la defensa antimisiles como un techo de seguridad compartido que nos proteja a todos, más consciente será la gente desde Vancouver hasta Vladivostok de que forma parte de una comunidad. Ese techo de seguridad sería un símbolo político contundente de que Rusia es un miembro pleno de la familia euroatlántica, compartiendo costos y beneficios.
Por supuesto, existen desafíos prácticos. Tendríamos que hacer que nuestros sistemas fueran interoperativos, compartir evaluaciones de inteligencia y asociar tecnologías sensibles. Llegó la hora de avanzar en el terreno de la defensa misilística. Necesitamos que en la próxima cumbre de la OTAN en noviembre se tome la decisión de que la defensa de misiles es una misión de la Alianza, y que exploraremos todas las oportunidades posibles de cooperar con Rusia.
Pero Rusia también debe decidirse a ver la defensa misilística como una oportunidad más que como una amenaza. Si esto sucede, podemos avanzar para crear un sistema que no sólo defienda a la comunidad euroatlántica sino que también la una. El fin de la guerra fría nos ha dado una oportunidad enorme de alcanzar nuestro objetivo de una Europa unida, libre y en paz. Aún no hemos alcanzado esa meta, pero estamos acercándonos a ella.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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