Por Xavier Sala i Martín, Columbia University, UPF y Fundació Umbele (LA VANGUARDIA, 17/04/10):
¿Han notado ustedes la cantidad extravagante de sucursales de bancos y cajas que hay en nuestras ciudades? No tengo los números exactos, pero comparando a simple vista con los países en los que he vivido, me da la sensación de que aquí sobran oficinas bancarias. De hecho, no sólo es una sensación visual, sino que el proceso de fusiones que estamos viviendo confirma que durante las últimas décadas ha habido una explosión de oficinas financieras difícilmente justificable desde la racionalidad económica. Y ahora toca deshacer los excesos del pasado.
Aunque parezca mentira, los bancos y cajas españoles también se han dejado llevar por la mentalidad de burbuja que obnubiló la mente de tantos ciudadanos de a pie que llegaron a creer que los precios de las viviendas siempre seguirían subiendo. Ese falso dogma les llevó a comprar residencias pensando que eran una inversión segura. Pues la misma creencia llevó a los expertos de bancos y cajas a pensar que el sector inmobiliario era una especie de gallina de los huevos de oro en la que tenían que invertir, por eso prestaron todo lo que pudieron a promotores y constructores. Y el negocio funcionó de manera casi milagrosa durante mucho tiempo. De hecho, funcionó tan bien que bancos y cajas se expandieron más de lo que convenía e instalaron sucursales hasta el punto de que uno tiene la sensación de que en su ciudad hay más cajas que bares…, y eso que de bares no anda corta.
El problema es que en economía no existen los milagros y a todo cerdo le llega su sanmartín (que no su Sala i Martín): los precios dejaron de subir, las familias vieron que la inversión inmobiliaria no era tan infalible como se les había prometido, dejaron de comprar viviendas, las constructoras y las promotoras se arruinaron y no pudieron devolver el dinero prestado. Los bancos y las cajas se tuvieron que quedar todo tipo de solares, parcelas, edificios e inmuebles a medio construir. Para recuperar el dinero, el sector financiero va a tener que gestionar y vender todo este patrimonio, y nadie sabe exactamente cuánto va a recobrar. Lo que está claro es que sus pérdidas serán importantes. Tan importantes, que van a obligar a más de uno y a más de dos a cerrar las puertas. El sistema financiero español, pues, tiene un problema importante.
Lo embarazoso del caso es que, aun siendo importante, todo eso que les explico no es lo más grave: ¡lo más grave está todavía por llegar! Sí, sí. De cara a los próximos meses, los bancos y cajas españoles se enfrentan a cuatro problemas muy pero que muy serios. El primero es que el negocio bancario es hoy mucho más pequeño de lo que era y lo va a seguir siendo durante bastante tiempo: centenares de miles de empresas familiares (que tradicionalmente viven del crédito bancario) están desapareciendo, la construcción (que había concentrado la parte más importante del negocio bancario) no es lo que era y no volverá a serlo en muchos años, los tipos de interés son bajos, los márgenes con los que operan los bancos son cada día menores y, finalmente, las tasas de crecimiento económico son y van a seguir siendo mucho más pequeñas que antes, por lo que menos gente se va a atrever a pedir prestado. Todo esto hace que el negocio bancario para repartir entre los que hasta ahora jugaban la partida se ha reducido, y no todos podrán sobrevivir. Todo eso se agrava por el ya mencionado fenómeno del exceso de sucursales, exceso que es incompatible con un negocio agregado mucho más reducido. Las fusiones y la progresiva eliminación de oficinas y empleados son inevitables.
El segundo gran problema es la nueva regulación. La idea de que la crisis ha sido causada por la falta de regulación financiera ha cuajado entre los políticos de todo el mundo y eso les está llevando a introducir una nueva regulación (a la que llaman Basilea III) que, entre otras cosas, va a endurecer las condiciones en las que operan: con toda probabilidad se van a reducir los préstamos que bancos y cajas pueden conceder por cada euro de capital, cosa que va a reducir obligatoriamente su volumen total de negocio.
El tercer problema es que ya hace 18 meses que comenzó la crisis. Eso quiere decir que las prestaciones de desempleo de los primeros trabajadores que perdieron su trabajo están empezando a expirar. Esa primera oleada de parados está dejando de pagar su hipoteca y contribuyendo a aumentar las tasas de morosidad. El nuevo stock de viviendas en manos de entidades financieras se suma al que dejaron las empresas promotoras y constructoras en la primera fase de la recesión. Este hecho es más grave de lo que parece, ya que ni bancos ni cajas son especialistas en gestión de patrimonio inmobiliario, por lo que sus pérdidas son potencialmente cuantiosas.
El último problema, y yo diría que el más significativo e importante, es que la crisis financiera ha dejado una gran huella grabada en la mente de bancos y cajas: ¡el miedo! El ADN de las entidades financieras ha mutado y han pasado de la alegría prestamista de los tiempos de la burbuja al actual pánico a perder dinero en cualquier operación. Esa nueva y profunda aversión al riesgo es muy perniciosa para unas empresas que viven, precisamente, de prestar dinero: sin préstamos no hay negocio y sin negocio no se puede sobrevivir.
El sector financiero español ha salido relativamente ileso de la primera oleada de la crisis causada por la quiebra de promotoras inmobiliarias y constructoras. En los próximos meses veremos qué capacidad de resistencia tiene… ante el tsunami que viene.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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