Por Amelia Valcárcel, filósofa (EL PAÍS, 09/04/10):
Tuve yo un decano que, enfrentado al uso que podía darse a un sótano amplio y bien ventilado de la facultad, sugirió al claustro que lo dedicáramos a ERP. Venía él de una facultad anterior en que la capilla se usaba para las clases de lógica, dadas las apreturas de aulas en las que nos movíamos. Así que, en no sabiendo qué hacer con algo que para clases no daba el mínimo, decidió confortarnos con esa broma.
Pero las siglas me resultaron tan simpáticas que las he retenido durante un par de décadas. Espacio Religioso Polivalente. Un genio del marketing resultaba ser aquel colega. Me fijé más tarde en que en algunos aeropuertos hay espacios de estos, que igual pueden ser mezquitas, que sinagogas, que iglesias o pagodas. Son, digamos, templos multiuso. En realidad, casi nadie, si no directamente nadie, los usa. De vez en cuando, si se asoma el curioso, ve a un par de homeless que hacen allí estación. O a una pareja que tiene un vuelo muy retrasado y charla. O a una lectora compulsiva. Y poco más.
Los templos como es debido están “radicados”, sobre todo si son antiguos. Y, es más, a veces se han edificado unos sobre otros. Santa María de Roma ocupa el solar del templo de Minerva. Y San Clemente de los Irlandeses tiene sucesivamente un mitraeum, una iglesia paleocristiana y otra medieval. Donde había sinagogas se hicieron iglesias y donde iglesias, mezquitas, y donde dólme-nes, capillas, porque toda santidad previa por lo común se aprovecha. Y se apropia y resignifica, por supuesto. Por ello en Córdoba la gran mezquita se apropió del suelo de San Vicente, por ejemplo. Y lo mismo se hizo en diferentes templos cristianos en todo el territorio musulmán. Donde fue posible, el cristianismo hizo lo propio. Ya fue milagro que el edificio original se salvara del derribo.
Pero el arte a veces logra tocar el alma de las gentes. Algunas grandes o bellas construcciones, simplemente, se han reutilizado una vez re-sacralizadas. En Europa son pocas y se cuentan con los dedos de una mano las que han pasado del islam al cristianismo. Y, por lo común, tienen también un pasado cristiano previo en su origen. Algunas iglesias en el norte de África están reconvertidas a uso sacro, pero otras han dado en restaurantes. Otras, como la impresionante Santa Sofía de Constantinopla, están des-sacralizadas.
En fin, que pese a los buenos deseos de esas religiones “universales y sintéticas” que siempre juntan a muy pocos fieles, los ERPs sólo llevan trazas de existir en espacios tan asombrosos y futuristas como los aeropuertos.
Dicho lo cual, conviene recordar ahora la virtud de la tolerancia por ver si puede sernos de ayuda en algunos casos. La tolerancia, cuyo origen es religioso -exactamente del fin de las guerras civiles europeas causadas por y tras la Reforma-, nos pide que respetemos cualquier culto y a sus mantenedores, siempre que ambos no pongan en riesgo la paz civil. Si los cristianos tienen iglesias, los musulmanes pueden hacer mezquitas y los judíos, sinagogas. Y los demás, lo que bien entiendan. El Estado protegerá a todos. Dará libertad al culto, porque la religión es un asunto privado, no clandestino.
Los tres monoteísmos tienen una larga historia de intolerancia que no está de más recordar. La tolerancia llegó a expresarse cuando el Estado pudo mantenerla porque dejó de comprometerse con una creencia en concreto. Y no ha sido mal sistema. En esto, unas partes del mundo llevan adelanto a otras, pero ninguna ha llegado al ERP. De modo que la tolerancia pide que respetemos las creencias de los demás y sus espacios de rezo. Pero no puede jamás ponernos en la tesitura de ceder los nuestros a otros. Los cultos conviven, si es que lo hacen, pero en espacios distintos.
Cuando Lessing escribió Natán el Sabio, imaginó la leyenda según la cual un padre que poseía un anillo poderoso y único, se lo habría dejado a cada uno de sus tres hijos, para lo cual hizo copias. Cada cual pensaba que el suyo era el verdadero. Y hasta el final de los tiempos la incógnita tendría que mantenerse. Pero nunca se dijo que los tres anillos tenían que guardarse en un mismo joyero.
A las religiones, se dice, las funda Dios, pero las carga el diablo. De modo que todo ser humano bien constituido sabe que admiten pocas bromas. Cada uno en su templo y Dios en el de todos. Los templos ajenos se pueden visitar, con el debido respeto y decoro, que varía bastante. Y punto final.
Antes de que otra oleada de falsa tolerancia nos inunde, conviene dejar sentadas algunas de estas cosas. Acuerdos puntuales para usar conjuntamente un espacio religioso pueden ser deseables, pero exigirán siempre negociaciones parsimoniosas. Habrá que asegurar que las sensibilidades no se exciten, lo que en estos asuntos es muy complicado.
Y la más elemental prudencia aconseja distinguir entre el respeto por las creencias y el respeto por los espacios en que éstas se recrean como rituales.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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