Por Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Facts are Subversive: Political Writing from a Decade Without a Name. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 17/04/10):
Espejito, espejito, ¿quién es el menos creíble de todos? Es difícil decidirlo. Ninguno de los candidatos que se presentan está siendo sincero con los votantes británicos sobre la devastadora política de austeridad que va a haber que emprender en los próximos años. Para hacerse una idea de lo que nos aguarda, no deberíamos ver los debates de los candidatos en televisión, sino visitar Irlanda.
Mientras tanto, mi premio provisional a la propuesta de campaña más inverosímil de todas va a parar a los conservadores por la página 62 de su programa electoral. En ella aparece una figura en sombras que sostiene una pancarta en la que se lee “Poder popular”. He sido testigo de unos cuantos momentos históricos de “poder popular” y, si las propuestas de reforma política que presenta el programa conservador constituyen una defensa del poder popular, yo soy filipino.
La verdad es que nos encontramos ante un interesante farol por partida triple. Se llaman conservadores (paso 1) pero (paso 2) emplean un lenguaje de cambio radical ante el que Edmund Burke se revolvería en su tumba y Tom Paine estaría encantado. Necesitamos una “reforma política radical”, dice el programa, en negrita. “Necesitamos cambiar la forma de gobernar este país”. Debe haber “una redistribución total del poder”. “Debilitaremos a las viejas élites políticas y daremos el poder al pueblo…”. ¡Que les corten la cabeza! O, mejor dicho -dado que no se me ocurren mejores representantes de las viejas élites políticas de este país que el ex alumno de Eton David Cameron y sus colegas-, ¡que nos corten la cabeza!
Sin embargo, al leer las propuestas detalladas que figuran a continuación, uno se da cuenta de que (paso 3) no hablan en serio. Son conservadores que fingen ser jacobinos pero en realidad son eso, conservadores. Burke disfrazado de Paine. Estarían dispuestos a introducir el derecho de los votantes de una circunscripción concreta a “retirar” a su representante parlamentario, restricciones a la financiación de los partidos y los grupos de presión, que las leyes que afectan a Reino Unido se aprueben en cierta medida con votos ingleses y la esperada posibilidad de que se puedan presentar peticiones populares al Parlamento; pero, por lo demás, la antigua estructura del régimen de un Ejecutivo topoderoso que gobierna en nombre de la corona parlamentaria seguiría como hasta ahora. De hecho, se reafirmaría este orden frente a “Europa” en una Ley de Soberanía.
Las reformas del “voto justo” que proponen los conservadores corregirían -con razón- la desventaja que sufren en el mapa de circunscripciones actual, pero cambiarían poca cosa más. Mantendrían el sistema de escrutinio uninominal mayoritario (first-past-the-post). Las medidas que se comprometen a tomar para reforzar la independencia de la Cámara de los Comunes no alcanzan el nivel de lo que ya propuso un comité presidido por Tony Wright, con representantes de todos los partidos. Lo que dicen sobre la reforma de la Cámara de los Lores es un ejemplo perfecto del lenguaje que suele emplear el Lord presidente de la Cámara -”trabajaremos para construir un consenso sobre una segunda cámara elegida en su mayoría”- y, de hecho, en los últimos tiempos del viejo Parlamento, los conservadores votaron a favor de conservar a los lores hereditarios que seguían existiendo. Como demostró Tony Blair, cuando uno llega al Número 10 de Downing Street, la tentación de gobernar siguiendo el viejo estilo es irresistible. No tenemos más que esperar a que Cameron haga sus primeros nombramientos para una Cámara de los Lores sin reformar.
Aplaudo el deseo de los conservadores de dar más poder a las instancias locales, pero también en este caso sus propuestas son menos radicales de lo que parecen. Que los alcaldes de las 12 mayores ciudades de Inglaterra fueran elegidos sería estupendo, pero el derecho simbólico a promover referendos locales no es suficiente para reemplazar unos poderes serios e independientes que permitan recaudar fondos.
Los laboristas resultan casi tan inverosímiles como los tories, aunque en otro sentido. Sus propuestas de reforma política son más audaces y más específicas. Entre ellas está la de un doble referéndum sobre la introducción de un sistema de voto alternativo para las elecciones a la Cámara de los Comunes y sobre una segunda cámara electa, leyes para establecer periodos parlamentarios fijos y, lo más interesante de todo, una comisión de todos los partidos encargada de “trazar un plan para avanzar hacia una constitución escrita”. Todo magnífico. Ahora bien, ¿dónde han estado estos últimos 13 años? En el poder. ¿Y por qué no han hecho todo eso? Ya en 1992, el programa del partido laborista prometía acabar con el abuso de la Prerrogativa real, convertir los Lores en una segunda cámara electa e introducir el periodo parlamentario fijo. En 1998, una comisión encabezada por el veterano político Roy Jenkins, formada a petición del primer Gobierno de Blair, recomendó un sistema electoral de “voto alternativo plus”. Si un tío borracho lleva 13 años diciendo que va a dejar la bebida -”de verdad que esta vez lo digo en serio”-, al final cuesta un poco creerle. “De verdad que esta vez lo digo en serio”, asegura el tío Gordon, con una sonrisa como la de Jack Nicholson cuando hacía de Joker. Seamos justos: en estos 13 años hemos conseguido cosas sin precedentes como el reparto de competencias a Escocia, Gales e Irlanda del Norte, la independencia del Banco de Inglaterra, la Ley de la Libertad de Información y la Ley de Derechos Humanos (que los conservadores quieren revocar). Pero a la hora de la verdad -en el caso de Irak o de las leyes autoritarias que restringen las libertades civiles-, el ejecutivo todopoderoso ha seguido avasallando a un Parlamento abúlico. El laborismo ha desmantelado elementos importantes del viejo orden constitucional, pero no ha construido otro nuevo en su lugar.
En cuanto a los demócratas liberales, también son poco creíbles, pero en su caso resulta enternecedor. Su programa propone grandes cambios -como la representación proporcional y una constitución escrita- que, si se hicieran realidad, transformarían nuestro sistema político. ¿Pero alguien cree que tienen la capacidad de llevarlos a la práctica?
Escojamos, pues. ¿Qué variante de lo increíble prefieren? Como nota positiva, una consecuencia no del todo lógica de la indignación popular -alimentada por los medios- a propósito de los gastos de los parlamentarios es que todos los partidos tienen que prestar ahora más atención a ese asunto de una política “nueva” y “más limpia”. Es interesante que hablaran de ello los candidatos el jueves en el debate televisado; si hubiera habido debates en las elecciones anteriores, seguramente ni habrían tocado el tema. Pero no será un elemento decisivo en las elecciones. Importarán más las políticas económicas, el argumento de que “ha llegado la hora del cambio”, su imagen televisiva, incluso las esposas de los candidatos. Además, al hablar de la reforma política, los votantes británicos suelen hacer una desconexión mental entre cómo ven la enfermedad y cuál opinan que puede ser la cura. Si se les dice que “nuestros políticos son unos corruptos”, se mostrarán completamente de acuerdo. Si se empieza a hablar de reforma constitucional, se les ponen los ojos vidriosos, como si acabaran de llamar a su puerta unos predicadores mormones.
¿Y qué pasa con los electores británicos a los que, como a mí, sí les importa la reforma política? Desde hace 30 años, esta esperanza que revolotea entre bastidores de la política británica es una de las preocupaciones favoritas del centro izquierda liberal. Pareció una posibilidad real en la campaña electoral de 1997. Y ahora puede volver a serlo. Sin embargo, la alianza entre liberales y laboristas sólo podría reanimarse de forma inmediata si, el 6 de mayo, estos últimos obtuvieran más escaños que los conservadores pero sin alcanzar la mayoría absoluta. Y, aun entonces, ¿cuántos votantes lo considerarían legítimo? En cualquier caso, los sondeos más recientes parecen indicar que no es probable. Y uno no puede poner en duda una ecuación compleja sólo con su voto personal.
No obstante, estoy de acuerdo con el veterano partidario de la reforma constitucional Anthony Barnett en que cualquiera interesado por estos temas debe votar a los candidatos reformistas, ya sean demócratas liberales, representantes de partidos pequeños, independientes o conservadores y laboristas disidentes, que contribuyan a aumentar las posibilidades de tener un Parlamento fuerte y capaz de impulsar el cambio estructural que Reino Unido necesita. Este viaje ya ha sido más largo de lo que hacía falta y con un Gobierno conservador duraría todavía más; pero acabaremos llegando a la meta. Hasta ahora, no llevamos más que 30 años de travesía del desierto.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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