Por Jesús Neira, profesor de Derecho Constitucional (EL MUNDO, 11/04/10):
El Reino Unido posee un régimen político que permite que el Gobierno disfrute de una posición estable en la Cámara de los Comunes de la que depende. Basta recordar los últimos 30 años y observar que ha disfrutado de amplias mayorías tanto cuando lo ha liderado el Partido Conservador como cuando lo ha hecho, como ahora, el Laborista. Lo logró Margaret Thatcher en repetidas elecciones y también, años después, Tony Blair. El hecho es que unos y otros han podido enfrentar los diversos problemas del país desde una posición de firmeza ante la Cámara.
El régimen parlamentario fue un invento de Inglaterra. Y es allí donde mejor se ha conseguido que este sistema ofrezca estabilidad al Ejecutivo, que con una muy alta frecuencia se apoya en una sólida mayoría parlamentaria. Pero aun tratándose la británica de una fórmula de parlamentarismo actuante sobre un sistema electoral de distrito uninominal -que es muy superior a otras fórmulas de proporcionalidad corregida o pura-, no por ello deja de ser un régimen parlamentario.
Tras largas etapas de gabinetes con mayorías absolutas, a tenor de las últimas encuestas se presenta ahora como muy probable un escenario en el que el futuro Gobierno británico sólo tendrá el apoyo de una mayoría simple. Y la simple mención de esa posibilidad ha provocado alarma y preocupación. Si en las próximas elecciones legislativas en el Reino Unido -que se celebrarán en abril o mayo- se diese una situación de empate o muy cercana a ese resultado, la consecuencia para el Gabinete sería inmediata. Y podría dar lugar incluso a la necesidad de convocar nuevas elecciones. Sería una crisis política de demora factible hasta que se consiguiera un Gobierno estable.
Esta realidad, que en estos momentos se plantea como una hipótesis en Inglaterra, no es algo nuevo. Ya ocurrió en los años 70. Una brevísima nota puede aclarar algo lo que decimos. En las elecciones del 1 de marzo de 1974 ganó H. Wilson (del Labour Party). Pero el resultado no le permitía dirigir el Gabinete y tuvo que convocar nuevas elecciones. El 10 de octubre venció Wilson. Los mediados de los 70 fueron años dinámicos en la política inglesa. Thatcher venció a W. Whitelaw en febrero de 1975. Se rearmaba el Partido Conservador con una nueva figura de inequívoco empuje. El gabinete de Wilson era débil y no podía con la crisis económica. La tensión política provocó la dimisión de Wilson el 16 de marzo de 1976. Le sucedió Callaghan, que poseía experiencia en política exterior e interior y que había sido ministro de Hacienda. Pudo capear el temporal volcándose en los pozos del mar del Norte y en un acuerdo con los sindicatos para aminorar la inflación. En septiembre logró que el FMI le concediese un préstamo por valor de 3.900 millones de dólares. Pero la situación seguía siendo muy delicada. Con todo, el Gabinete laborista logró un pacto con el Partido Liberal de D. Steel en febrero de 1977. Catorce meses después, en mayo de 1978, el Partido Liberal retiró el apoyo al Labour. Callaghan quedó desasistido parlamentariamente. El Gabinete que se había apuntalado por ese pacto sólo pudo alcanzar a marzo de 1979. Entonces llegó la derrota parlamentaria de Callaghan, que se vio en la necesidad de convocar nuevas elecciones.
El 3 de mayo de 1979 Thatcher logró una mayoría absoluta con 339 escaños del Partido Conservador frente a los 268 del Laborista. La mayoría absoluta puso fin a la inestabilidad del Gabinete y la crisis permanente. El balance es fácil de sintetizar. En cinco años, tres elecciones generales, dos jefes del Gabinete y algo más de un año de un Gobierno asistido por un pacto con el Partido Liberal. Ésa fue la realidad de entonces con el mismo régimen político de la actualidad.
Lo que pasó entonces, ¿puede volver a presentarse? Por supuesto, porque las reglas de juego son las mismas. Y el régimen parlamentario, aun bajo su mejor configuración como es la de Inglaterra, no siempre ofrece un Gabinete sólido. Depende de la Cámara. Ésa es la entraña misma del régimen y del problema que no se puede resolver sin eliminar la dependencia del Gabinete de la Cámara. Sin división del poder no hay solución y los problemas de ayer se volverán a presentar ahora o dentro de unos años. Es cuestión de tiempo. El ejemplo de los 70 no es una excepción a la repetición de las crisis, como habían demostrado las elecciones de 1885, 1886, 1922, 1923, 1929, 1931, 1950, 1951, 1964 o 1966.
Por unas u otras causas siempre aparece lo que puede aparecer. Lo curioso en realidad es que los ingleses se extrañen de lo que ofrecen las propias entrañas de su régimen. ¿Qué creían, que estaban a salvo de pactos, crisis y componendas por haber disfrutado de gabinetes apoyados en mayorías absolutas? Y si se acaban éstas, ¿qué creen que vendrá? Lo que se temen. ¿Por qué será? Es la tendencia natural del parlamentarismo, que no tiene arreglo ni siquiera con el mejor sistema electoral. «Se dijo -como hiciese Max Weber- que el verdadero parlamentarismo sólo es posible en un sistema de dos partidos». Pues tampoco, porque el empate existe y lo hace imposible. Que es lo que ahora se teme en Inglaterra.
Los problemas económicos y sociales existen, pero lo peor es que vengan agravados por la inestabilidad de un Gobierno, provocada por la pésima organización de los poderes del Estado como es propio en todo parlamentarismo, del que Inglaterra siempre ha sido un ejemplo, un mal ejemplo. Después de casi dos siglos de existencia de ese régimen, mal se acomodan las críticas, temores e hipótesis de una fría perspectiva, se vea desde su pasado o desde su próximo futuro. Como ya apuntase Hume, y como entre nosotros dijese Madariaga, «mal se queja quien se deja».
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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