Por Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Facts are Subversive: Political Writing from a Decade Without a Name. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 12/04/10):
“Deberíamos comprometernos a tener una voz europea más fuerte en el mundo”, dice. “Lo decisivo es la voluntad común de actuar unidos”. Por desgracia, “la unidad europea falla en muchos aspectos”. ¿Quién es el que habla? ¿Jacques Delors? ¿Herman van Rompuy? No, es el responsable de Exteriores conservador, el famoso euroescéptico William Hague, sentado en su moderno despacho con una ventana en forma de arco que da a la londinense Plaza del Parlamento, transmitiendo un mensaje muy calibrado para tranquilizar al mundo.
¿Por qué? Por motivos de realismo estratégico y astucia electoral. El realismo está claro. Los tories estuvieron en contra del Tratado de Lisboa, pero “tenemos que trabajar con lo que hay”. Eso incluye el nuevo servicio exterior de la UE, al que enviaría, me asegura, a los mejores diplomáticos británicos. Es cierto que los conservadores quieren que se devuelvan ciertos poderes a los Estados, pero “hemos tomado la decisión estratégica de que no vamos a empezar a gobernar enfrentados con la UE”. Celebró una “reunión excelente” con el ministro de Exteriores alemán el otro día. Y así sucesivamente. Les presento al nuevo señor Hague, el pro-europeo.
No confiesa haber hecho esos cálculos electorales, pero es evidente. Lo que menos desean los conservadores en estas elecciones es hablar de Europa, que les costó votos en las anteriores. Europa es un perro que debe permanecer callado. De ahí que lo amordacen con palabras suaves.
El laborista David Miliband, por el contrario, dice: “Quiero hablar sobre Europa”. Extiende las piernas desde un sillón de cuero rojo en el enorme despacho victoriano del ministro de Exteriores y critica a los conservadores por aliarse en el Parlamento Europeo con “gente con la que no se dejarían ver ni en sueños en Reino Unido”. Los tories están “vendiendo muchas historias” sobre su propuesta de Ley de Soberanía. Dejarían a Reino Unido “desnudo en la sala de conferencias”. “Lo peor es que nos ponen en la rampa de salida”.
Apretujado en un despacho parlamentario que parece del tamaño de la mesa del ministro, Ed Davey, el portavoz de Exteriores de los demócratas liberales, está de acuerdo con Milliband. Los conservadores, dice, “pueden ser una amenaza para este país”. “No tener una política europea seria significa no tener mucha política exterior”.
Pero hablemos primero del resto del mundo. Podemos resolverlo en unas cuantas frases, porque están de acuerdo en casi todo. Aparte de Europa, a los tres les resulta difícil expresar diferencias significativas entre sus partidos en política exterior. Son “de un orden diferente”, dice Miliband. Hague habla de “una política exterior británicacaracterística” y un mejor sistema de toma de decisiones, simbolizado en el nuevo Consejo de Seguridad Nacional propuesto por los tories. (“Creemos en reuniones como es debido…, no en charlas de sofá”). Davey acusa a los dos grandes partidos de falta de respeto a las leyes internacionales.
Ahora bien, cuando se entra en el fondo, parecen los gemelos de Alicia a través del espejo; o trillizos, contando al demócrata liberal. Los tres se toman el cambio climático en serio. Los tres quieren aumentar el dinero británico dedicado a ayuda exterior hasta un 0,7% del PIB. Los tres dicen que Reino Unido está en guerra en Afganistán. Los tres apoyan esa guerra. Los demócratas liberales no son partidarios de una completa renovación del programa nuclear Trident, pero ninguno de los tres partidos va a abandonarlo.
Todos están de acuerdo con el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes que, en un informe reciente, dice que Reino Unido necesita un enfoque “pragmático” para abordar su relación con Estados Unidos. Todos reconocen que Europa es, como dice Hague, “una parte cada vez más pequeña del mundo”. Todos comprenden la importancia de las relaciones con las potencias emergentes. Cuando pregunto a Miliband que es “lo que más lamenta” de su época como ministro de Exteriores, responde que “no haber visitado Brasil”. Ninguno de los tres rechaza la etiqueta de “liberal”. “En muchos temas”, dice Hague, “existe bastante… ¿seguimos llamándolo consenso?”. Lo llamemos o no así, eso es lo que es.
Demasiado consenso, tal vez. ¿No deberían poder votar los británicos a favor de salir de Afganistán? ¿O de reducir drásticamente el gasto de defensa? ¿O de cambiar por completo la relación de Reino Unido con Washington? ¿O de abandonar la Unión Europea? Esta última opción, por supuesto, la ofrece el Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP en sus siglas en inglés).
Y eso es lo malo. Ni las mejores filigranas de Hague y Cameron pueden ocultar el hecho de que muchos votantes conservadores simpatizan de forma instintiva con la postura del UKIP. Sus prejuicios se ven reforzados a diario por la prensa euroescéptica del país, por lo que la nueva promoción de parlamentarios tories será todavía más euroescéptica que la saliente. El verano pasado, la página web conservativehome (conservativehome.blogs.com) entrevistó a los candidatos conservadores de circunscripciones ya ocupadas por ellos y consideradas fundamentales. Aunque sólo el 5% quería la “retirada total” de la UE, el 38% era partidario de “una renegociación fundamental” y el 47% de la repatriación de algunos poderes.
Pero los socios europeos de Reino Unido no están de humor para renegociar nada, y mucho menos para hacer favores al nuevo Gobierno conservador; sobre todo desde que los conservadores se salieron del grupo del Partido Popular Europeo (PPE) en el Parlamento Europeo, que les asociaba directamente con los partidos gobernantes de Alemania, Francia, Italia y Polonia. En su reciente viaje a Reino Unido, la canciller Angela Merkel ni siquiera se entrevistó con Cameron.
De modo que, aunque aceptemos que Hague y Cameron son sinceros al profesar su deseo de labrar una relación constructiva con nuestros socios en la UE, pronto se encontrarán entre la espada y la pared. Hague es un político hábil, de impecables credenciales euroescépticas que pueden aplacar a sus bases, pero no puede seguir eternamente presentando dos caras: el recio William de Yorkshire en casa y el simpático Monsieur Hague en el extranjero.
Por supuesto, no hay un nuevo Tratado de Lisboa ni ningún otro gran cambio institucional en perspectiva, pero se nos avecinan decisiones difíciles. Pocas semanas después de que tome posesión el nuevo Gobierno, Bruselas publicará una directiva sobre fondos alternativos. Los nuevos líderes británicos necesitarán todos los amigos que tienen en Europa -o que ya no tienen, en el caso de que sean los tories y el Partido Popular Europeo- para conseguir que esa directiva sea compatible con los intereses vitales de Reino Unido, que alberga la mayoría de los fondos alternativos de Europa. A finales de este año, es probable que exista una cosa llamada la Orden Europea de Investigación, que se incorporará a otros 90 acuerdos sobre terrorismo, delitos graves e inmigración ilegal a los que Reino Unido ya “se ha sumado”. ¿Será más importante para los conservadores su hostilidad ideológica a “Europa” que hacer lo necesario para combatir a terroristas, asesinos, pedófilos e inmigrantes ilegales? Luego habrá que abordar una importante negociación presupuestaria, el futuro de la eurozona, el mercado europeo de la defensa; todos ellos, elementos que afectan a intereses británicos cruciales. Y cualquiera que haya estado en Washington sabe que el peso de Reino Unido en Estados Unidos depende de su grado de influencia en Europa.
De modo que, a pesar de la invisibilidad de las preguntas sobre política exterior en el anuncio de la campaña esta semana, a pesar de los consensos, a pesar del cambio de tono de la dirección conservadora sobre Europa, sí existen grandes diferencias en política exterior sobre las que hay que decidir en estas elecciones. Son las que persiguen a Reino Unido desde hace 50 años. Afectan a todo, desde la economía hasta el medio ambiente, desde el crimen hasta nuestra relación con Washington, y serán decisivas para el destino de Albión. Los votantes británicos harán mal en ignorar el bozal de los tories. Es un perro que pronto volverá para morderles.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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