Por Xavier Sala i Martín, Columbia University, Fundació Umbele y UPF (LA VANGUARDIA, 17/03/10):
Nottingham, Inglaterra, 11 de marzo de 1811. Son los albores de la revolución industrial y las empresas del textil están adoptando una nueva tecnología de tejido. Miles de artesanos entran en las fábricas y destruyen las nuevas tejedoras. Las manifestaciones se generalizan por todo el país en lo que se da en llamar “movimiento luddita” (llamado así porque aseguran estar liderados por un tal Ned Ludd a quien, todo sea dicho de paso, nadie ha visto jamás). El rey inglés, temiendo una revolución parecida a la que acabó guillotinando a sus aristocráticos colegas franceses, envía 35.000 soldados a Nottingham. Las batallas campales se saldan con cientos de trabajadores ejecutados o desterrados a Australia. El movimiento luddita desaparece trágicamente.
A raíz de la crisis económica actual, sin embargo, una especie de neoluddismo parece haber reaparecido con fuerza, pero no entre los ignorantes artesanos del siglo XIX que defendían sus puestos de trabajo, sino entre economistas serios del siglo XXI. Los intelectuales dicen que la modernización y el cambio tecnológico hacen que las máquinas produzcan lo que antes hacían los trabajadores y eso genera desempleo crónico. El luddismo del siglo XIX era comprensible porque defendía sus puestos de trabajo. El del siglo XXI carece de sentido porque se basa en una falacia económica.
Me explicaré con un ejemplo: imaginemos un país con 6 millones de trabajadores que sólo produce dos bienes, pan y tomate (resulta que a los ciudadanos les encanta comer las dos cosas juntas ya que han inventado el “pan con tomate”). Las empresas panaderas emplean a 3 millones de trabajadores, cada uno de los cuales produce una barra cada día. Las tomateras emplean a los otros 3 millones de trabajadores y cada uno produce un tomate diario. Total, cada día se producen 3 millones de panes y 3 millones de tomates. Hasta aquí todo es sencillo.
Imaginemos ahora que al sector pan llega una máquina que permite a cada trabajador producir no una sino dos barras al día. La productividad de los trabajadores se dobla y eso es fantástico, ¿no? Pues no: un catedrático neoluddita explica que, dado que el sector tomate no ha mejorado y seguirá produciendo sólo 3 millones de tomates al día y dado que, con la nueva tecnología, el sector pan puede producir los 3 millones de panes con la mitad de trabajadores, los empresarios despedirán a la mitad de sus empleados. Es decir, el progreso tecnológico habrá destruido 1,5 millones de puestos de trabajo y el paro subirá hasta el 25%. ¡La innovación es una tragedia!
Todo esto sería correcto si no fuera por el hecho de que es incorrecto. Y es que el catedrático debería saber que, en un mundo donde los ciudadanos se buscan la vida, aparecerán emprendedores que verán una buena oportunidad de negocio: si crean nuevas empresas de tomate que contraten a un millón de trabajadores y crean nuevas empresas de pan que contraten al medio millón restante, podrán producir y vender en total un millón adicional de unidades de pan con tomate y el paro desaparecerá. El progreso tecnológico, pues, no habrá generado desempleo sino que la producción (el PIB) habrá aumentado en un… ¡33%! Los neoludditas, pues, caen en la “falacia de la composición” que dice que lo que es verdad en un sector, también lo es para la economía en su conjunto. En realidad, aunque es cierto que el sector del pan pierde empleo en primera instancia, una vez producidos los ajustes, la macroeconomía no pierde empleo sino que gana riqueza.
Naturalmente, el ejemplo es muy sencillo y no refleja completamente la compleja realidad de nuestro país, pero si ustedes sustituyen la palabra pan por la palabra industria y la palabra tomate por la palabra servicios verán que eso es más o menos lo que ha pasado en nuestra economía en los últimos cien años: el progreso tecnológico en la industria ha hecho que el empleo en ese sector haya ido cayendo. Pero, a diferencia de lo que dicen los neoludditas, eso no ha provocado masivas tasas de paro, sino que los trabajadores se han ido recolocando en el sector servicios al tiempo que la riqueza del país aumentaba.
Todo esto es todavía más cierto si tenemos en cuenta que la mayor parte del progreso tecnológico no consiste en aumentar la productividad en sectores tradicionales, sino en crear nuevos productos que requieren trabajo: desde iPods hasta Nespressos pasando por Googles, Viagras o YouTubes. Ahora bien, el ejemplo demuestra que, incluso cuando el cambio tecnológico tiende a ahorrar mano de obra, se crea riqueza y el desempleo no aumenta. Aquí es donde ustedes se preguntan: si cuando hay desempleo, rápidamente aparecen empresas nuevas que crean puestos de trabajo, ¿por qué hay un 20% de paro en España? Pues porque en España esas empresas no aparecen rápidamente. Y no lo hacen porque existen muchas barreras prohibitivas, entre las que destacan el exceso de regulación, la rigidez de los convenios, una banca excesivamente obsesionada con el negocio hipotecario ignorando a los emprendedores y un sistema educativo que permite a los trabajadores adaptarse a los cambios impuestos por la innovación. Y todo eso no sólo hace que las tasas de paro sean altas, sino que hace que sean crónicas. Para arreglarlo hay que liberalizar esos mercados, facilitar la actividad empresarial y conseguir que los trabajadores sean más productivos. La productividad, pues, no sólo no es el problema que causa el paro, sino que es exactamente la solución… por más que digan los intelectuales del neoluddismo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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