Por Josep Borrell, presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia (EL PERIÓDICO, 06/04/10):
El acuerdo de los países del euro para ayudar a Grecia a financiar su déficit público se presta a múltiples interpretaciones. Pero refleja bien las dificultades de la Unión Europea para hacer frente a este tipo de crisis, porque no dispone de instrumentos ni de sistemas de decisión adecuados. Los 16 del euro no han hecho sino ratificar un acuerdo franco-alemán tomado horas antes en una reunión bilateral Sarkozy-Merkel. Y Alemania ha conseguido que incluyese todo lo que la cancillera de hierro, como se empieza a llamar a Merkel por analogía con Bismarck, había venido exigiendo.
Leyendo el texto oficial, y no los comentarios oficiosos, parece que Alemania ha escrito el guión y Francia ha hecho la puesta en escena, con Sarkozy prodigándose para asegurar que era un gran éxito histórico para Europa y que abría las puertas del tan anhelado gobierno económico. Alemania ha impuesto la intervención del FMI por razones de política interior, algunas de ellas comprensibles. Como que Europa solo actúe en última instancia y que se establezcan criterios más estrictos para garantizar la estabilidad de la zona del euro. Ciertamente, hacía falta un compromiso entre los que querían que solo fuese el FMI el encargado de salvar al soldado griego y los que querían una solución estrictamente europea. Al final, todos contentos: se acuerda que el FMI tenga una intervención «sustancial» en los préstamos que haya que conceder a Grecia si no consigue colocar su deuda o si los mercados le exigen unos tipos «extravagantes».
¿Y qué es «sustancial»? Según Sarkozy, más de un tercio, aunque esa precisión no figura en el acuerdo. ¿Y qué son unos tipos «extravagantes»? El calificativo deja un amplio margen de interpretación para que los países del euro decidan por unanimidad –es decir, con el permiso de Alemania– que ha llegado el momento de conceder a Grecia préstamos bilaterales.
Ahora Grecia paga por su deuda el 6,5%, unos 350 puntos básicos más que el bono alemán a 10 años, muy superior al 4% que, por el momento, paga Portugal o al 3 % de los préstamos que podría obtener del FMI. Para un país en su situación, esos tipos no son soportables y el sobrecoste que los mercados le imponen se come buena parte de su esfuerzo de ajuste presupuestario. Pero podrían no considerarse «extravagantes» si se comparan con los mil puntos básicos adicionales que pagaba Grecia antes del euro.
Además, los préstamos bilaterales de los gobiernos europeos no deben ser subvencionados, es decir, su tipo debe ser parecido al de un mercado normal. En la práctica, su precio y cantidad se deberán decidir políticamente, pero en realidad este tipo de mecanismo de ayuda está pensado para que no haya que aplicarlo.
Es como el arma atómica, que sirve para disuadir y que se espera no tener que utilizar. Si no, mal vamos. Así se ha presentado, como una forma de hacer ver a los mercados que sus exigencias tendrán un límite. Todos han insistido en el carácter «preventivo» del plan de ayuda, especialmente el presidente del BCE, hasta la víspera del pacto totalmente contrario a la intervención del FMI, pero que tiene que aceptar que un no acuerdo hubiera sido mucho peor. Aunque aparte de la decisión sobre la intervención del FMI, no vaya mucho más lejos que el del 11 de febrero. Y aunque no sea muy glorioso para la imagen simbólica del euro: una moneda, que está basada en la confianza que inspira, tiene mucho que ver con los símbolos.
Se pueden comprender los sentimientos de la opinión pública alemana, que piensa que le tocará pagar por países que no han hecho los mismos esfuerzos para garantizar la estabilidad y mejorar la competitividad económica. Y que sigue teniendo nostalgia del marco, que sacrificó en el altar de la integración europea como precio por su reunificación. Pero habría que explicar que no se trata de ayudas a fondo perdido, como si de un nuevo fondo de cohesión se tratara, sino de préstamos a un tipo de interés razonable que contribuyan a resolver un problema que afecta a la estabilidad del euro y también a la solvencia de los bancos alemanes, que son los grandes poseedores de deuda pública griega. El euro no ha sido peor que el marco desde el punto de vista de la estabilidad, como recordaba Trichet, y ha permitido una expansión de la economía europea que ha tirado de las exportaciones alemanas.
El problema no es económico, sino político, y tiene que ver con la concepción que se tenga del papel del euro y de los lazos que deben unir entre sí a los países que lo comparten. Es saber si los europeos somos capaces de resolver solos nuestros propios problemas.
De momento, sin hacer mucho ruido, el BCE es el que más está ayudando al aceptar la deuda griega como garantía de los préstamos que concede a los bancos, dando un verdadero balón de oxígeno a Grecia. Porque, en el fondo, si los gobiernos europeos son tan reacios a prestar a Grecia, ¿por qué tendrían que hacerlo los mercados financieros sin pedir la prima de riesgo que este acuerdo disuasorio trata de evitar?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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