Por Salvador Giner, presidente del Institut d’Estudis Catalans (EL PERIÓDICO, 18/04/10):
En 1940, cuando más desesperada estaba Polonia en su heroica lucha contra la invasión nazi, Stalin ordenó asesinar a todo el cuerpo de oficiales del Ejército polaco. Unos 22.000 murieron en la matanza del bosque de Katyn. Setenta años después, este mismo abril, la actual presidencia de Rusia ha reconocido el crimen y ha abierto la vía de la reconciliación entre ambos países eslavos. Hasta hoy, la versión oficial era que el Ejército alemán, a las órdenes de Hitler, fue el autor del exterminio. Decir la verdad era aceptar una patraña urdida por la CIA contra la sacrosanta Unión Soviética.
Los abundantes –se cuentan por millares– casos de pederastia cometidos por curas católicos en diversos países se pierden sin duda en la noche de los tiempos, pero hoy muchas de sus víctimas están llevando a la Iglesia a los tribunales, aportando todas las pruebas que sea menester. Aunque tímida y poco categórica aún en sus excusas, la vía de la confesión pública se abre en el seno de la Iglesia. Se abre mal a veces, puesto que el cardenal Tarsicio Bertone, hace unos días, se sumió y nos sumió en la confusión al relacionar peregrinamente homosexualidad con pederastia. Su Eminencia había sido precedido por unas declaraciones no menos surrealistas del fraile confesor personal del Papa.
Los ejemplos de confesión pública tarde y mal podrían multiplicarse. Así, en estos momentos de crispación ideológica en España, en que un magistrado como Baltasar Garzón es llevado a los tribunales por Falange Española para oprobio de la decencia pública, no habría que ir muy lejos para encontrarlos. Las víctimas de la barbarie franquista no solo están exigiendo el levantamiento de la acusación contra él, sino también el reconocimiento público de aquellos crímenes. El clamor se ha extendido por el mundo, para estupor de la prensa internacional más solvente. Spain is different? Va a resultar que tenía razón el egregio inventor del eslogan, don Manuel Fraga Iribarne.
Las confesiones públicas retrasadas y a regañadientes sirven de poco. Entre otras cosas, porque en la inmensa mayoría de los casos las emiten gentes que no estaban cuando se cometió el desmán, o que, compungidas, son ya muy mayores. Cuando no toman medidas blandas e insuficientes, o se refugian en subterfugios y lo estropean todo pidiendo perdón por un pasado inaprensible. Durante las celebraciones de los 500 años del Descubrimiento de América, en Sevilla, hubo quien exigió que España pidiera perdón por haber creado su imperio. Aparte de que ningún imperio conocido ha sido creado por las Hermanitas de los Pobres, si empezáramos a pedir perdón por los crímenes de hace 500 años no iríamos a ninguna parte. Solo puede pedir perdón quien cometió el crimen, no sus descendientes. Ni siquiera los turcos de hoy son responsables del genocidio de Armenia. Ya no queda un solo anciano asesino vivo.
Hay solo una respuesta aceptable para la moral de los tiempos modernos, y solo una: asumir responsabilidades y actuar en consecuencia. Reparar lo que sea reparable con energía y reconocer sin ambages la culpa, sobre todo por aquellas instituciones que se presentan a sí mismas como intérpretes precisamente de la culpa, el perdón, la reparación. Es, sorprendentemente, una solución práctica. Útil.
En la reacción responsable ante crímenes como los señalados hay que actuar castigando a los culpables sin esperar a que una denuncia los lleve a los tribunales. La huida hacia adelante les exonera: es la reacción más conveniente precisamente para ellos. La moral laica, vinculada a los derechos humanos y a su universalidad, sirve a unos y otros en esta tarea. Hay quien piensa que la laica es enemiga de otras posibles morales, y no es así. Porque la moral laica, por ejemplo, no es anticlerical, sino que afirma la laicidad a la vez que respeta las creencias de todos. Su universalidad no solo permite que un juez español pueda llevar a un tirano golpista extranjero como el general Augusto Pinochet ante la justicia. Pone en tela de juicio, también, que un país tan notable como Estados Unidos se escabulla de la justicia del Tribunal de la Haya y se crea totalmente soberano para autorregularse en estos asuntos. Como si Guantánamo fuera aceptable por parte de nadie. De poco servirá que algún futuro presidente de aquel país pida perdón, dentro de unos años, por los crímenes cometidos antaño.
Se comprende la dificultad humana para reconocer la culpa, sobre todo cuando ello conlleva un daño a los propios intereses. Se entiende mucho menos, sin embargo, cuando reconocerla y tomar las medidas necesarias para enmendar lo hecho solo puede redundar en salvar la propia piel así como aquello al servicio de lo que uno está. Es bueno y conveniente para las instituciones y colectividades culpables hacerlo. Y, sin embargo, solo lo hacen tarde y mal. Un enigma que no logro desvelar.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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