Por Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos. Ocupa la cátedra Isaiah Berlin en el St. Antony’s College, en Oxford, y es profesor titular de la Hoover Institution, en Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 02/04/10):
Este Sábado de Pascua, Helmut Kohl, el canciller de la unidad alemana, cumplirá 80 años. Para conmemorar la ocasión, la canciller Angela Merkel y muchas otras figuras alemanas pronunciarán bellas palabras de homenaje al viejo rey Kohl; pero la estrategia actual de su país respecto a Europa, sobre todo respecto a la atribulada eurozona, corre peligro de desmantelar su legado. Si nos preguntamos por qué hoy está tambaleándose el proyecto europeo, una de las principales razones es que el motor alemán se ha parado. Y si nos preguntamos por qué ha sucedido eso, la respuesta es: porque Alemania se ha convertido en un país “normal”, como Francia y Gran Bretaña. Si es que se nos puede considerar normales, claro está.
Siguiendo las huellas de su mentor, Konrad Adenauer, Kohl insistió siempre en que la unidad alemana y la unidad europea eran “dos caras de la misma moneda”. Una moneda que acabó siendo el euro. Kohl, como la mayoría de sus predecesores, estaba empeñado en la integración europea por dos motivos: porque, debido a su experiencia personal durante la guerra, creía en ella, y porque comprendía que era buena para los intereses nacionales de Alemania. Garantizar a los países vecinos que Alemania había cambiado y estaba completamente dispuesta a integrarse en Europa era la única forma de aspirar a conseguir su objetivo nacional: su reunificación libre y pacífica. Y así fue. Cuando surgió la inesperada oportunidad en 1989, Kohl la aprovechó sin dudarlo un instante; y toda Europa salió beneficiada. No podríamos tener una Europa libre y completa sin una Alemania libre y completa en su centro.
Por eso he colgado un mensaje de felicitación de cumpleaños en una página web creada con ese fin por el partido -a veces agradecido y a veces no- de Kohl (http://www.helmut-kohl.cdu.de/). Independientemente de que Kohl haya sido un gran hombre o no, sí hizo una gran obra, y la historia le recordará por ella. Entre los demás personajes que figuran como autores de felicitaciones en esa página web está Konrad Adenauer. Llama un poco la atención, salvo para quienes crean en el espiritismo, puesto que Adenauer murió en 1967; pero supongo que es uno de los nietos del gran canciller, que también se llama Konrad y es notario en Colonia.
Una de las consecuencias más trascendentales de la política de dos vías de Kohl fue que Alemania renunció a su amado marco por el euro. Tal vez ése era el objetivo de Kohl en cualquier caso, pero, al examinar con detalle los documentos históricos relacionados con la unificación alemana, queda claro que se comprometió explícitamente a ello para vencer la hostilidad de Mitterrand a la unificación. “La mitad de Alemania para contentar a Kohl, el marco para contentar a Mitterrand”, era una frase ingeniosa que corría en aquel tiempo. Después, Kohl utilizó la inmensa autoridad de la que disfrutaba en su país para impulsar el euro pese a la resistencia o la falta de entusiasmo de la mayoría de sus compatriotas.
Muchos economistas advirtieron que no era posible tener una unión monetaria duradera sin una política fiscal única o al menos más coordinada, que impusiera la misma disciplina a todos los Estados miembros, además de la posibilidad de hacer transferencias importantes a las zonas de la unión que estuvieran pasándolo peor. Es algo que nunca se hizo, aunque Kohl confiaba en lograrlo.
Igual que en las etapas anteriores de la Unión Europea, se suponía que la integración económica debía servir de catalizador para la integración política. La eurozona iba a ser el centro magnético de la unificación política. Sin embargo, en lo que se convirtió fue en un gran mercado para las exportaciones alemanas. Así que, en un magnífico ejemplo de la ley de las consecuencias imprevistas, aunque no hubo los beneficios políticos que se esperaban, sí unos beneficios económicos que no se esperaban tanto. Pero los fallos fundamentales del diseño de la unión monetaria europea no desaparecieron. Y este año han vuelto a aparecer, en forma de némesis griega.
Si fuera canciller hoy, Kohl seguramente habría reaccionado yendo un poco más allá: poniendo la política de la unidad europea a largo plazo por encima del coste inmediato, pero también avanzando hacia una unión fiscal -y, por extensión, política- más fuerte. Lo que ocurre es que, mientras tanto, Alemania ha cambiado. Antes de la unificación, era un país que quería ser supereuropeo, por razones de memoria personal, idealismo y un sentido de la responsabilidad histórica, pero también necesitaba serlo por su propio interés nacional. Después de la unificación, cuando se transformó en un país, por fin, plenamente independiente y soberano, esa necesidad se desvaneció. A partir de ese momento, todo pasó a depender del puro deseo, de la voluntad.
Los estudiosos de Alemania observaron con interés para descubrir si iba a mantener el excepcional compromiso europeo de la República Federal desde Adenauer hasta Kohl. ¿O acaso se convertiría en una Nación-Estado más “normal”, como Francia y Gran Bretaña, pendiente de sus intereses nacionales, partidaria de emplear los cauces europeos cuando le conviniera pero con sus propias condiciones, incluso a expensas de otros cuando le pareciera necesario? La relación especial que estableció con Rusia, incluido el acuerdo bilateral para cubrir sus necesidades energéticas, indicó con claridad hacia dónde se inclinaba la Alemania unificada. Ahora, su reacción ante la primera crisis histórica de la eurozona confirma esa conclusión.
Algunos critican y responsabilizan personalmente a Merkel por esta situación. El ex ministro de Exteriores Joschka Fischer dice que la que en otro tiempo era Señora Europa parece haberse convertido en Frau Germania. Desde luego, esta “canciller del centro”, precavida y aficionada a los consensos, carece de la audacia estratégica de un Adenauer o un Kohl; pero ni siquiera un líder más valiente podría hacer gran cosa cuando tiene a la opinión nacional en contra. Y, desde los estridentes titulares del diario sensacionalista Bild hasta las decisiones a regañadientes del Tribunal Constitucional alemán, es indudable que los alemanes no están dispuestos a hacer más sacrificios por “Europa”. Si pudieran, seguramente preferirían que les devolvieran el marco. O, a falta de eso, un pequeño nordo (o quizás neuro) sólido y firme con los países del norte de Europa, y dejar a los irresponsables países del sur que se las arreglaran con un sudo (o pseudo) más débil (el mérito de haber acuñado estos términos corresponde al ex jefe de Barclays Martin Taylor). Las ramificaciones económicas son complejas e inciertas, pero es posible que esta primavera represente el principio del fin de la eurozona; el paso definitivo y más audaz del europeísmo alemán de posguerra.
Quiero decir sin reservas que los británicos y los franceses son los que tienen menos derecho a quejarse de que los alemanes empiecen a comportarse como ellos. Sería pura hipocresía. Es una lástima que pase, porque, a largo plazo, los intereses de británicos, franceses, alemanes y todos los demás europeos exigen que nos pongamos de acuerdo en un mundo de nuevos gigantes como China, pero los alemanes tienen perfecto derecho moral a ser tan miopes y tener tanta estrechez de miras como nosotros.
Por tanto, en vez de quejarme, tomo nota de una última ironía. Hace 20 años, los conservadores euroescépticos británicos se alarmaron ante la perspectiva de que una Alemania unida nos impusiera un Superestado federal europeo. Algunos llegaron a gritar: “¡Un Cuarto Reich!”. Hoy, mientras los conservadores euroescépticos británicos se aproximan de nuevo al poder, podemos ver que el resultado imprevisto de la unificación alemana ha sido, en realidad, la aparición de una Europa más británica: con una ampliación espectacular hacia el este, más intergubernamental que federal, y con una Alemania que se dedica a defender tranquilamente sus intereses nacionales a su manera, como Gran Bretaña y Francia. La verdad es que quien debería colgar un mensaje de agradecimiento en la página web del 80º cumpleaños de Kohl es Margaret Thatcher. Otra cosa es si al viejo estadista le gustaría esa felicitación.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Este Sábado de Pascua, Helmut Kohl, el canciller de la unidad alemana, cumplirá 80 años. Para conmemorar la ocasión, la canciller Angela Merkel y muchas otras figuras alemanas pronunciarán bellas palabras de homenaje al viejo rey Kohl; pero la estrategia actual de su país respecto a Europa, sobre todo respecto a la atribulada eurozona, corre peligro de desmantelar su legado. Si nos preguntamos por qué hoy está tambaleándose el proyecto europeo, una de las principales razones es que el motor alemán se ha parado. Y si nos preguntamos por qué ha sucedido eso, la respuesta es: porque Alemania se ha convertido en un país “normal”, como Francia y Gran Bretaña. Si es que se nos puede considerar normales, claro está.
Siguiendo las huellas de su mentor, Konrad Adenauer, Kohl insistió siempre en que la unidad alemana y la unidad europea eran “dos caras de la misma moneda”. Una moneda que acabó siendo el euro. Kohl, como la mayoría de sus predecesores, estaba empeñado en la integración europea por dos motivos: porque, debido a su experiencia personal durante la guerra, creía en ella, y porque comprendía que era buena para los intereses nacionales de Alemania. Garantizar a los países vecinos que Alemania había cambiado y estaba completamente dispuesta a integrarse en Europa era la única forma de aspirar a conseguir su objetivo nacional: su reunificación libre y pacífica. Y así fue. Cuando surgió la inesperada oportunidad en 1989, Kohl la aprovechó sin dudarlo un instante; y toda Europa salió beneficiada. No podríamos tener una Europa libre y completa sin una Alemania libre y completa en su centro.
Por eso he colgado un mensaje de felicitación de cumpleaños en una página web creada con ese fin por el partido -a veces agradecido y a veces no- de Kohl (http://www.helmut-kohl.cdu.de/). Independientemente de que Kohl haya sido un gran hombre o no, sí hizo una gran obra, y la historia le recordará por ella. Entre los demás personajes que figuran como autores de felicitaciones en esa página web está Konrad Adenauer. Llama un poco la atención, salvo para quienes crean en el espiritismo, puesto que Adenauer murió en 1967; pero supongo que es uno de los nietos del gran canciller, que también se llama Konrad y es notario en Colonia.
Una de las consecuencias más trascendentales de la política de dos vías de Kohl fue que Alemania renunció a su amado marco por el euro. Tal vez ése era el objetivo de Kohl en cualquier caso, pero, al examinar con detalle los documentos históricos relacionados con la unificación alemana, queda claro que se comprometió explícitamente a ello para vencer la hostilidad de Mitterrand a la unificación. “La mitad de Alemania para contentar a Kohl, el marco para contentar a Mitterrand”, era una frase ingeniosa que corría en aquel tiempo. Después, Kohl utilizó la inmensa autoridad de la que disfrutaba en su país para impulsar el euro pese a la resistencia o la falta de entusiasmo de la mayoría de sus compatriotas.
Muchos economistas advirtieron que no era posible tener una unión monetaria duradera sin una política fiscal única o al menos más coordinada, que impusiera la misma disciplina a todos los Estados miembros, además de la posibilidad de hacer transferencias importantes a las zonas de la unión que estuvieran pasándolo peor. Es algo que nunca se hizo, aunque Kohl confiaba en lograrlo.
Igual que en las etapas anteriores de la Unión Europea, se suponía que la integración económica debía servir de catalizador para la integración política. La eurozona iba a ser el centro magnético de la unificación política. Sin embargo, en lo que se convirtió fue en un gran mercado para las exportaciones alemanas. Así que, en un magnífico ejemplo de la ley de las consecuencias imprevistas, aunque no hubo los beneficios políticos que se esperaban, sí unos beneficios económicos que no se esperaban tanto. Pero los fallos fundamentales del diseño de la unión monetaria europea no desaparecieron. Y este año han vuelto a aparecer, en forma de némesis griega.
Si fuera canciller hoy, Kohl seguramente habría reaccionado yendo un poco más allá: poniendo la política de la unidad europea a largo plazo por encima del coste inmediato, pero también avanzando hacia una unión fiscal -y, por extensión, política- más fuerte. Lo que ocurre es que, mientras tanto, Alemania ha cambiado. Antes de la unificación, era un país que quería ser supereuropeo, por razones de memoria personal, idealismo y un sentido de la responsabilidad histórica, pero también necesitaba serlo por su propio interés nacional. Después de la unificación, cuando se transformó en un país, por fin, plenamente independiente y soberano, esa necesidad se desvaneció. A partir de ese momento, todo pasó a depender del puro deseo, de la voluntad.
Los estudiosos de Alemania observaron con interés para descubrir si iba a mantener el excepcional compromiso europeo de la República Federal desde Adenauer hasta Kohl. ¿O acaso se convertiría en una Nación-Estado más “normal”, como Francia y Gran Bretaña, pendiente de sus intereses nacionales, partidaria de emplear los cauces europeos cuando le conviniera pero con sus propias condiciones, incluso a expensas de otros cuando le pareciera necesario? La relación especial que estableció con Rusia, incluido el acuerdo bilateral para cubrir sus necesidades energéticas, indicó con claridad hacia dónde se inclinaba la Alemania unificada. Ahora, su reacción ante la primera crisis histórica de la eurozona confirma esa conclusión.
Algunos critican y responsabilizan personalmente a Merkel por esta situación. El ex ministro de Exteriores Joschka Fischer dice que la que en otro tiempo era Señora Europa parece haberse convertido en Frau Germania. Desde luego, esta “canciller del centro”, precavida y aficionada a los consensos, carece de la audacia estratégica de un Adenauer o un Kohl; pero ni siquiera un líder más valiente podría hacer gran cosa cuando tiene a la opinión nacional en contra. Y, desde los estridentes titulares del diario sensacionalista Bild hasta las decisiones a regañadientes del Tribunal Constitucional alemán, es indudable que los alemanes no están dispuestos a hacer más sacrificios por “Europa”. Si pudieran, seguramente preferirían que les devolvieran el marco. O, a falta de eso, un pequeño nordo (o quizás neuro) sólido y firme con los países del norte de Europa, y dejar a los irresponsables países del sur que se las arreglaran con un sudo (o pseudo) más débil (el mérito de haber acuñado estos términos corresponde al ex jefe de Barclays Martin Taylor). Las ramificaciones económicas son complejas e inciertas, pero es posible que esta primavera represente el principio del fin de la eurozona; el paso definitivo y más audaz del europeísmo alemán de posguerra.
Quiero decir sin reservas que los británicos y los franceses son los que tienen menos derecho a quejarse de que los alemanes empiecen a comportarse como ellos. Sería pura hipocresía. Es una lástima que pase, porque, a largo plazo, los intereses de británicos, franceses, alemanes y todos los demás europeos exigen que nos pongamos de acuerdo en un mundo de nuevos gigantes como China, pero los alemanes tienen perfecto derecho moral a ser tan miopes y tener tanta estrechez de miras como nosotros.
Por tanto, en vez de quejarme, tomo nota de una última ironía. Hace 20 años, los conservadores euroescépticos británicos se alarmaron ante la perspectiva de que una Alemania unida nos impusiera un Superestado federal europeo. Algunos llegaron a gritar: “¡Un Cuarto Reich!”. Hoy, mientras los conservadores euroescépticos británicos se aproximan de nuevo al poder, podemos ver que el resultado imprevisto de la unificación alemana ha sido, en realidad, la aparición de una Europa más británica: con una ampliación espectacular hacia el este, más intergubernamental que federal, y con una Alemania que se dedica a defender tranquilamente sus intereses nacionales a su manera, como Gran Bretaña y Francia. La verdad es que quien debería colgar un mensaje de agradecimiento en la página web del 80º cumpleaños de Kohl es Margaret Thatcher. Otra cosa es si al viejo estadista le gustaría esa felicitación.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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