Por Nicolas Berggruen, fundador y presidente de Berggruen Holdings, una firma de inversiones, y Nathan Gardels, director de New Perspectives Quarterly. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 04/04/10):
China inventó la primera imprenta en 598 y publicó el primer periódico impreso en plancha xilográfica, Kaiyuan Za Bao, en 713 en Pekín. Sin embargo, en 2010, quiere poner obstáculos a la innovación en tecnología de la información que encabeza Google.
Para evitar la censura, Google ha trasladado su motor de búsqueda a Hong Kong y es posible que se vaya por completo de China después de que unos piratas, ocultos en las profundidades de la burocracia comunista -a fin de que ésta pueda afirmar que no sabe nada del asunto-, violaran los sistemas patentados de la compañía y localizaran las comunicaciones por correo electrónico entre disidentes chinos con el propósito de seguir la pista a sus redes sociales. No hay duda de que está fraguándose un choque entre la ruidosa batalla campal de Internet y la tradicional tendencia confuciana de China al orden, el respeto a la autoridad y una idea conformista de la armonía social.
Mientras intentan buscar el equilibrio en una relación en la que China sigue dependiendo en gran medida de que Estados Unidos consuma sus exportaciones y Estados Unidos sigue dependiendo en gran parte de que China compre deuda del Tesoro estadounidense, estos dos socios tan estrechamente enlazados en época de prosperidad no tienen más remedio que intensificar sus intercambios en los próximos años. Cuando, inevitablemente, las placas de la geocivilización choquen una contra otra y generen temblores, ¿será posible que se produzca el equivalente cultural a una subducción? ¿Será posible que, por ejemplo, se extienda hacia Oriente un mayor aprecio a la libertad de expresión y hacia Occidente un mayor aprecio a la idea de gobernar teniendo en cuenta el interés común y la perspectiva a largo plazo?
Por supuesto, hay mucha historia cultural por detrás de la interdependencia actual que contribuye a la velocidad de convergencia tectónica. El antiguo periodo chino de los “Reinos combatientes” acabó con un compromiso de lograr la integridad y la estabilidad territorial que, a su vez, derivó en la atención moderna al control político y la armonía social. El camino hacia la paz tras las guerras de religión en Occidente desembocó en los ideales opuestos: tolerancia y diversidad. En la tradición de Confucio, China se ha apoyado en la ética -incluidas las obligaciones del gobernante hacia los gobernados- y la educación para que sus instituciones fueran siempre sensibles, justas y honradas. Occidente se ha basado en los controles que proporciona la democracia.
No obstante, como propone el filósofo político Daniel A. Bell, es posible ver ciertos puntos comunes en las líneas de falla.
Aunque a los occidentales nos pueda parecer ilógico, China está quizá más abierta a reformas políticas fundamentales que Estados Unidos. Dado que, en este país, el imperio de la ley se basa en la idea de que el Estado está limitado por una serie de leyes preexistentes que son soberanas, cualquier sugerencia de modificar la Constitución es anatema.
En China, por el contrario, algunos intelectuales destacan que, según la teoría del Partido Comunista, el sistema actual es la “fase primaria del socialismo”, es decir, que es una etapa de transición hacia una forma superior de socialismo. Cuando se extienda la prosperidad, la base económica cambiará, por lo que la superestructura legal y política también debe cambiar.
Eso ha hecho que algunos estudiosos confucianos contemporáneos aleguen que las nuevas instituciones para la etapa superior de desarrollo deberán diseñarse a partir de las fuentes de legitimidad propias de la experiencia china: el conocimiento meritocrático de la clase dirigente, el pueblo y la tradición.
Bell, que es profesor en la Universidad Tsinghua de Pekín, ha llevado estas ideas más allá. Propone una cámara alta meritocrática cuyos miembros sean escogidos no mediante una elección sino mediante un examen, una asamblea democrática nacional, electa, que asesore a la cámara alta sobre sus “preferencias”, elecciones directas hasta las instancias provinciales y libertad de prensa.
El “líder simbólico del Estado” saldría elegido entre los miembros más notables de la cámara meritocrática.
Esta formulación y otras similares -sobre las que está en marcha un rico debate hoy en toda China- se atienen a la idea confuciana del Gobierno meritocrático mitigado por la responsabilidad ante el pueblo, pero no totalmente dominado por ella. Da la impresión de que es precisamente el tipo de modernización política, nada occidental, que vamos a ver en China a medida que adopte su propia forma de democracia.
China necesita a toda costa un sistema de responsabilidad de ese tipo para acabar con la arbitrariedad, la corrupción y el amiguismo que han acompañado a la primera etapa del socialismo. Pero además, parece que la estrategia propuesta por Bell tendría más probabilidades de mantener la estabilidad que la democracia parlamentaria occidental, por lo que sería un cambio de rumbo aceptable para China.
Lo paradójico es que, mientras los intelectuales chinos tratan de ampliar la responsabilidad democrática a medida que los pobres adquieren más educación y prosperidad, Estados Unidos tiene el problema contrario: la excesiva atención a lo inmediato por parte de los ciudadanos de las prósperas democracias de consumo perjudica la sostenibilidad a largo plazo.
Por consiguiente, si la innovación institucional en China podría tener como centro una cámara legislativa elegida y verdaderamente dotada de poder, aunque vigilada, a Estados Unidos le vendría bien una deliberación a largo plazo como la que ofrecen órganos del tipo de una cámara alta meritocrática y una entidad con la responsabilidad de asegurar la continuidad de Gobierno, que constituye un símbolo unificador en una sociedad cada vez más variada.
Durante la primera corriente de globalización, a principios del siglo XX, Sun Yat Sen intentó fundir las instituciones de la democracia occidental con la meritocracia confuciana. Tal vez hoy, cuando el “ascenso de los demás” está desafiando el dominio de Occidente, la imaginación política pueda abrirse otra vez a ideas nuevas. En esta ocasión no se tratará sólo de que las ideas occidentales vayan hacia Oriente, sino también de que las ideas orientales vayan hacia Occidente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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