La comparación entre agricultura convencional y agricultura ecológica es un tema excesivamente controvertido, dado que se trata de opciones con espacio propio y, probablemente, sinérgico.
La agricultura ecológica surge como reacción frente al abuso de determinados agroquímicos y la evidencia de su nocividad. Ante ello, se propone una agricultura que solo use productos naturales, que no atente contra las condiciones de vida de la ganadería y sea cuidadosa con el entorno natural. Esta es la principal aportación de la agricultura ecológica: su sensibilidad y defensa de una agricultura sostenible frente a otras consideraciones productivas o comerciales. Esta batalla ya la ha ganado al poner en evidencia la soberbia tecnológica de algunos desarrollos.
Sin embargo, esta posición conlleva, cuando menos, tres fragilidades. La primera es comercial. Al tratarse de una opción económicamente más costosa, requiere un segmento de mercado que esté dispuesto a pagar más en razón de unas características determinadas de calidad. La segunda de ellas es su imposible generalización en la realidad actual; sus menores rendimientos no permitirían alimentar a toda la población mundial y sus mayores costes expulsarían del mercado a millones de demandantes que engrosarían el ya numeroso ejército de desnutridos. Un estudio del Instituto Francés de Investigación Agraria (INRA) concluye que, de media, durante 10 años los rendimientos de la agricultura ecológica en la región de Île-de- France fueron un 50% inferiores a los de la agricultura convencional. La tercera fragilidad es la evidencia de que natural no es equivalente a sano. La agricultura ecológica, para controlar las plagas, usa entre sus estrategias la del uso de productos naturales con funciones fitosanitarias; pero estos productos no son necesariamente inocuos; de hecho, los mejores venenos ya los había inventado la naturaleza. Tal como informa el experto en protección vegetal Jordi Giné, entre los productos fitosanitarios utilizados por la agricultura ecológica, recientemente se ha prohibido el uso de insecticidas de origen natural tales como la rotenona y la nicotina, y se ha limitado el uso del cobre como fungicida.
Por el contrario, la agricultura convencional ha apostado tradicionalmente por la productividad con la ayuda de la tecnología. Los éxitos en la erradicación del hambre de la llamada revolución verde han sido indudables, pero los abusos en el uso de agroquímicos y la pérdida de biodiversidad, también. Así, tras el gran salto adelante hacia una agricultura suficiente –capaz de alimentar al mundo hoy–, desde una posición más serena han emergido los objetivos de calidad hacia una agricultura sostenible –capaz de alimentar al mundo sin comprometer ni los hábitats ni los recursos de las futuras generaciones–. La más moderna tecnología se ha orientado a nuevas estrategias de lucha contra las plagas y a técnicas de producción amables con el medioambiente. Se van extendiendo los métodos de la producción integrada, que, sin renunciar radicalmente al uso de agroquímicos, dan prioridad a la lucha biológica contra las plagas –uso de depredadores del insecto plaga, técnicas de confusión sexual, etcétera– y al uso de material genético mejor adaptado. Por otra parte, se están generalizando las prácticas de no laboreo y se está desarrollando el conjunto de técnicas de la llamada agricultura de precisión, que circunscribe el uso de cualquier insumo, ya sea agua o un producto fitosanitario, a los requerimientos precisos del cultivo en un momento determinado, los cuales son detectados con biosensores o mediante teledetección y gestionados con las más avanzadas técnicas de la información y la comunicación. A su vez, desde la Administración se ha intensificado el control de los agroquímicos limitando el número de productos utilizables y definiendo los niveles y prácticas permitidas en su uso. En 1993 existían en la Unión Europea 973 sustancias activas autorizadas con finalidad fitosanitaria. Hoy, una vez revisadas estrictamente por la UE, restan solamente 313. Otro indicador nos ofrece el consumo de fertilizantes; desde 1990, el uso de fertilizantes nitrogenados en Catalunya ha disminuido un 42%.
Las técnicas agrícolas modernas proveen alimentos seguros en un proceso cada vez más exigente con los parámetros medioambientales y de bienestar animal. La tecnología está limando el hipotético conflicto entre producción de alimentos suficientes, salud humana y respeto al medioambiente. Este camino, como todos los que ha emprendido el desarrollo humano, no ha sido lineal y no ha estado libre de riesgos, pero los progresos están a la vista. Por ello, anatematizar la agricultura convencional desde la supuesta perfección puede situarnos en la esterilidad de la utopía y desprestigiar sin motivo una actividad que requiere una mejor valoración. La agricultura ecológica debe ser entendida como una opción de gran interés entre los segmentos de calidad de nuestra alimentación, pero sin establecerla como el único referente de una alimentación sana y sostenible.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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