Por Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia (ABC, 07/01/09):
Me incita a escribir la desgraciada muerte en Atenas de un estudiante, mal explicada, y sus ecos en una secuela de incidentes y en los ecos de estos ecos y en el temor a más ecos. Ya sabíamos, pero los hechos cada vez nos desafían más. No aspiro a dar recetas, sólo a presentar mi visión.
Muchísimos años pasé defendiendo el crecimiento del conocimiento en la enseñanza: cuánto más, mejor, a cuántos más, mejor. Pero cada vez se ve más claro que la masa estudiantil crece, pero no, baja, el conocimiento. Y crece el poder de los que buscan rebajarlo en la enseñanza: desde los pedagogos a los Ministros de los 60, como Faure y Villar, a la LOGSE viva y bien viva y, a través de mil fases, a los Hombres de Bolonia. Un «Programa de Reducción del Conocimiento en la Enseñanza», debería titularse. Con excepciones para los especialismos.
Sí, el proceso de rebajamiento de la Enseñanza dentro de una Sociedad de Rebajas, sigue y sigue. Se intenta así apaciguar a la creciente masa que se resiente del esfuerzo que implica el conocimiento, aspira a algo más fácil: menos estudios, menos filtros y exámenes, más colocación casi automática.
A las revueltas, los ministros contestan rebajando y añadiendo alguna beca o propina. Insuficiente. Deja margen amplio para la difusión del descontento y para su aprovechamiento, barriendo para adentro, por los antitodo.
Y es que la permeabilidad de masas cada vez más amplias al resentimiento contra el esfuerzo, a la utopía, a la difusión de vectores amplios y negativos, crece. Y a veces pensamos que poner el conocimiento y la memoria en el centro de la actividad de la adolescencia y juventud, invento de los griegos y sus seguidores, ha sido exagerado. El hombre es más que eso, quiere satisfacciones vitales, acción y poder aunque sea pasajero, antes que nada. Por eso es popular la protesta, que al menos hace correr la adrenalina. Pero para un sector y para el hombre todo, el conocimiento sigue siendo importante.
Total, no bastan aspirinas y «reformas». Las Universidades nacieron para el conocimiento: crearlo y difundirlo entre sectores crecientes. Aunque parece que esta visión toca fondo y los políticos se contentan con un pequeño barniz ¡para los más y aun para los menos! Añaden un puñado de promesas, a ver si cuelan. Pero no cuelan.
Las grandes masas de estudiantes y profesores tienen, como todas las masas, una dinámica propia. El yo-individuo del hombre de conocimiento es muy diferente del yo del hombremasa, que busca satisfacción y poder. Es hombre en los sentidos más básicos, más hedonistas y vitales y, al tiempo, más difíciles de satisfacer. ¿Quién podría saciarlos a todos?, se preguntaba ya Solón, el ateniense. El poder del estado es limitado; la utopía, poderosa. Sin duda sana a la larga, pero a la corta es buena sobre todo para los profesionales de la misma, no sabemos hasta qué punto de buena fe.
Crean, por solidaridad, enormes grupos anti- y los aprovechan, aunque suele ser sólo por un tiempo: los integrantes disfrutan de la adrenalina, luego se vienen abajo. Reciben del Poder, como pretendida solución, algunas rebajas -a la larga perjudiciales. Y esos saldos de rebaja sí que quedan. Y a poco se piden nuevas rebajas. Aunque sean parches: becas, aprobados masivos y cosas pequeñas.
Esta dinámica sigue, en forma cíclica. Parece que la enseñanza tradicional y el simple conocimiento son para muchos un yugo, su naturaleza les pide acción, se hunden gozosos en ella como la yesca en el fuego. Quieren o poder o, al menos, una vida fácil, que los demás les procurarán. Forman una masa crítica abierta (por un tiempo) a todo utopismo, propio o insuflado. Pero el simple conocimiento es esencial para el hombre.
En fin, muchos resultan manipulados, en un momento todo parece fácil: ¡el Estado puede resolverlo! Y si cede, aprietan más. El Estado, sin embargo, no puede darlo todo. Es más, llevado a su vez de utopismos, cada vez obliga más, a todos y cada uno, a entrar en un canal obligatorio de enseñanza, aunque sea rebajado, bolonizado. Pero aun para éste muchos no están preparados. Les crea problema y angustia y las rebajas no compensan.
Entonces, los sectores que de una forma u otra se convierten en guía, cíclicamente logran crear una masa crítica contra el esfuerzo que, sin claras recompensas a la vista, era el centro de la enseñanza. Esos sectores pueden amplificar al infinito el eco de un incidente, sobre todo si es sangriento. El incidente, ya ocasional, ya provocado, es su pegamento y su gasolina. Luego, todo vuelve a calmarse, por un tiempo, con ayuda de algunas propinas y rebajas -estas duraderas, por desgracia.
Hay, pues, en la naturaleza humana razones para cierta rebelión contra la enseñanza, contra que en ella pasen largos años muchos que están más interesados en la acción y en la vida. Pero una ruptura, por las buenas, no es nada fácil y el ciclo de la protesta y las rebajas y promesas se renueva indefinidamente.
En realidad, la situación no es nueva, sólo que más grave al variar el entorno social y aumentar la masa estudiantil y su capacidad de penetración por ideas utópicas. Desde antiguo, la Universidad creó apóstoles para toda la sociedad. Piénsese en Marx o Lenin o Castro: querían acción, proponían no contentarse con conocer el mundo (que conocían mal), querían transformarlo.
Pero hoy la sociedad facilita mucho la creación de masas críticas, dentro de sí misma, contra el esfuerzo y contra el mismo conocimiento. El eco de un incidente puede ampliarse al infinito, de boca a boca o móvil a móvil o noticiario a noticiario. Sobre todo si es sangriento. Hace que los sectores utopistas y anti- se coloquen en el centro. ¿Qué quieren? No se sabe bien: algo diferente del oscuro esfuerzo cotidiano sin claras perspectivas.
Difícil e ingenuo desmovilizar todo esto con unas pequeñas reformas. La verdadera reforma que algunos, sin decirlo, buscarían, es la del no-esfuerzo, la del Estado-arréglalo todo. En tanto, los hombres de conocimiento se hallan cada vez más en una situación difícil, entre tanto tinglado obligatorio y falso. Y a los Gobiernos lo único que se les ocurre es rebajar la presión de la olla –con daño de las mentes que disfrutan precisamente del conocimiento.
El dilema, en definitiva, es este: se piden o esperan, en incidentes provocados o no, desde luego explotados, rebajas lo mayor posibles para facilitar la vida de las crecientes masas, sometidas a exigencias difíciles. Pero el total de lo que se pide escapa al poder del Estado y de la Sociedad: ya pasó con los comunistas, ahora con los demócratas. Pequeñas rebajas y propinas, con desgracia para la cultura y el Conocimiento, se han hecho y se hacen cada día. Y no solucionan el problema. Logran sólo el ir tirando. Con creación de una especie de proletariado difícil de contentar y de una gran laguna en la estructura social.
El querer dar, en teoría, altos niveles obligatorios a todos y rebajárselos a muchos que sí los querrían, daña a todos al final. Los sectores masificados y los círculos anti- que los manipulan, crean estos círculos viciosos.
Parece que en nuestra sociedad el ideal de llevar a todos una cultura elevada choca con obstáculos insalvables para el Gobierno, las masas y la misma cultura. Rebajarla no ayuda a nada, lleva a más revueltas ¡y retorna el ciclo! Obligar a todos a ser bachilleres y, casi, doctores, ha sido un error. Más realismo hace falta, más salvar el conocimiento allí donde es posible, menos ofrecerlo de saldo, rebajado.
No todo es televisivo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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