Por Lourdes Villardón Gallego, profesora titular de Psicopedagogía de la Universidad de Deusto (EL CORREO DIGITAL, 01/03/09):
Después de ver algunos capítulos de la serie ‘House’ no puedo negar que siento cariño por el protagonista, el Dr. House, un médico experimentado, con mucho conocimiento, arriesgado en sus métodos de diagnóstico y tratamiento, difícil compañero, déspota con sus pacientes y con los acompañantes, mordaz, agudo, inteligente… Me ha abierto su corazón, que trataba de proteger en una caja fuerte. Sin duda, la realización de la serie, las miradas robadas por la cámara y la banda sonora que acompaña a las imágenes son elementos que ayudan a aflorar estos sentimientos.
Sin embargo, mi cualidad de profesora universitaria vinculada al ámbito de la orientación no me permite simplemente gozar de la serie; la razón y la duda me amenazan en forma de posible transferencia a la vida real, o de aplicación a la docencia o de aprendizajes diferidos. A través de esta reflexión, quiero compartir mi inquietud, aunque con ello, o por ello, impida que los lectores simplemente disfruten de una hora televisiva excepcionalmente de calidad.
La reforma de la enseñanza universitaria pretende, entre otros aspectos, acercar la universidad a la sociedad ‘trayendo’ la sociedad a la universidad. Los graduados universitarios no deben ser eruditos en las materias que estudian, sino profesionales competentes y comprometidos. El primer paso hacia esta meta formativa es definir adecuadamente la profesión para comprender qué funciones tiene que desempeñar y qué competencias son necesarias para realizarlas de forma adecuada.
Hay profesiones, como la medicina, cuyo perfil profesional ha estado siempre bastante definido y asumido. Siempre hemos considerado, y seguimos haciéndolo, que los médicos tienen que diagnosticar y curar, para lo que es necesario que vayan actualizándose a medida que la ciencia avanza gracias a algunos profesionales dedicados a la investigación. Sin embargo, los tiempos cambian incluso para las profesiones más tradicionales y, por tanto, es necesaria la reflexión y la revisión de las competencias que se necesitan para ser un buen médico o una buena médica.
Llegados a este punto es donde el análisis del desempeño profesional de House me parece un ejercicio enriquecedor para los responsables de diseñar la formación de los futuros médicos. El hecho de que tanto el facultativo como los pacientes sean personajes de ficción no debe hacernos desestimar el ejercicio, aunque obviamente nos obliga a no hacer una transferencia directa, sino más bien diferida.
Desde mi posición de paciente (pasada y potencial) puedo ofrecer un somero análisis de mi visión sobre el tema, más como ejemplo a desarrollar que como ejercicio resuelto.
¿Se puede considerar House un médico competente? Aunque me gustaría, no me siento competente para responder con un ’sí’ o con un ‘no’. La respuesta para mí es tan decepcionante como ‘depende’. Depende del aspecto del desempeño profesional del que hablemos. Depende de qué entendamos por competencia.
Yo no tengo dudas de que, caso de padecer una enfermedad de las consideradas muy raras, querría que mi médico fuera House, porque es excepcionalmente eficaz para el diagnóstico y el tratamiento. Domina los síntomas que acompañan a cada enfermedad y conoce y aplica diferentes procedimientos para el diagnóstico diferencial. Los remedios que prescribe, una vez conocida la dolencia, también parecen ser eficaces. Pero, como deben conocer los profesionales de la medicina, las funciones del médico van más allá del diagnóstico y el tratamiento. Hemos compartido con el Dr. House sus dificultades para relacionarse con sus pacientes y con su equipo, sus dificultades para ponerse en el lugar del otro, para resolver conflictos, para reconocer sus propias limitaciones.
El médico tiene que relacionarse con el paciente y sus familiares. Esta relación incluye, entre otros aspectos: recabar información del entorno para realizar un buen diagnóstico y ajustar el tratamiento; transmitir información, positiva o negativa, con respecto al diagnóstico y al pronóstico; orientar sobre las diferentes opciones que se le presentan al paciente entre las que puede elegir; apoyar durante el proceso de la enfermedad; explicar a pacientes y familiares para que entiendan lo que ocurre y lo que se espera que ocurra.
Sin duda muchos médicos son competentes en su relación con el paciente porque cuentan con esta habilidad innata o porque lo han aprendido durante el desempeño profesional, pero pocos porque haya habido una formación intencional para el desarrollo de esta competencia en los estudios de esta licenciatura.
El problema está en aquellos profesionales ‘incompetentes’ en esta función. La sanidad, tanto pública como privada, está salpicada de pacientes que han preguntado y no han recibido respuesta o la han recibido pero no la han entendido, enfermos sin esperanza que no han esperado ni una sonrisa de apoyo por parte de la persona que en ese momento es su principal referente, ya que han puesto el destino en sus manos; decisiones que no se toman por desconocer las opciones, visitas médicas donde no se dirige ni la vista ni la palabra al paciente. Está salpicada de médicos que diagnostican, tratan y curan enfermedades, no enfermos.
Sin embargo, el paciente cada vez tiene más acceso a la información y hace cada vez preguntas más precisas a las que los médicos no están acostumbrados porque la medicina siempre ha sido inaccesible a los profanos. El enfermo es, cada vez, más consciente de sus derechos y es más capaz de reclamarlos. El enfermo, cada vez ‘endiosa’ menos al médico y lo valora de forma más ajustada, como un profesional con una función determinada en la sociedad. En definitiva, el paciente es cada vez más impaciente y más cliente.
Hay que aprovechar este momento en que la universidad está revisando los planes de estudio tomando como referente las funciones profesionales para diseñar acciones formativas que permitan desarrollar estas competencias interpersonales en los futuros médicos. Nosotros y nuestros descendientes lo agradeceremos.
No se trata de sustituir la formación actual sino de completarla para mejorarla. Se trata de formar doctores Home a partir de doctores House.
Y ahora, transmitidas mis reflexiones, déjenme disfrutar de la serie y de su protagonista.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Después de ver algunos capítulos de la serie ‘House’ no puedo negar que siento cariño por el protagonista, el Dr. House, un médico experimentado, con mucho conocimiento, arriesgado en sus métodos de diagnóstico y tratamiento, difícil compañero, déspota con sus pacientes y con los acompañantes, mordaz, agudo, inteligente… Me ha abierto su corazón, que trataba de proteger en una caja fuerte. Sin duda, la realización de la serie, las miradas robadas por la cámara y la banda sonora que acompaña a las imágenes son elementos que ayudan a aflorar estos sentimientos.
Sin embargo, mi cualidad de profesora universitaria vinculada al ámbito de la orientación no me permite simplemente gozar de la serie; la razón y la duda me amenazan en forma de posible transferencia a la vida real, o de aplicación a la docencia o de aprendizajes diferidos. A través de esta reflexión, quiero compartir mi inquietud, aunque con ello, o por ello, impida que los lectores simplemente disfruten de una hora televisiva excepcionalmente de calidad.
La reforma de la enseñanza universitaria pretende, entre otros aspectos, acercar la universidad a la sociedad ‘trayendo’ la sociedad a la universidad. Los graduados universitarios no deben ser eruditos en las materias que estudian, sino profesionales competentes y comprometidos. El primer paso hacia esta meta formativa es definir adecuadamente la profesión para comprender qué funciones tiene que desempeñar y qué competencias son necesarias para realizarlas de forma adecuada.
Hay profesiones, como la medicina, cuyo perfil profesional ha estado siempre bastante definido y asumido. Siempre hemos considerado, y seguimos haciéndolo, que los médicos tienen que diagnosticar y curar, para lo que es necesario que vayan actualizándose a medida que la ciencia avanza gracias a algunos profesionales dedicados a la investigación. Sin embargo, los tiempos cambian incluso para las profesiones más tradicionales y, por tanto, es necesaria la reflexión y la revisión de las competencias que se necesitan para ser un buen médico o una buena médica.
Llegados a este punto es donde el análisis del desempeño profesional de House me parece un ejercicio enriquecedor para los responsables de diseñar la formación de los futuros médicos. El hecho de que tanto el facultativo como los pacientes sean personajes de ficción no debe hacernos desestimar el ejercicio, aunque obviamente nos obliga a no hacer una transferencia directa, sino más bien diferida.
Desde mi posición de paciente (pasada y potencial) puedo ofrecer un somero análisis de mi visión sobre el tema, más como ejemplo a desarrollar que como ejercicio resuelto.
¿Se puede considerar House un médico competente? Aunque me gustaría, no me siento competente para responder con un ’sí’ o con un ‘no’. La respuesta para mí es tan decepcionante como ‘depende’. Depende del aspecto del desempeño profesional del que hablemos. Depende de qué entendamos por competencia.
Yo no tengo dudas de que, caso de padecer una enfermedad de las consideradas muy raras, querría que mi médico fuera House, porque es excepcionalmente eficaz para el diagnóstico y el tratamiento. Domina los síntomas que acompañan a cada enfermedad y conoce y aplica diferentes procedimientos para el diagnóstico diferencial. Los remedios que prescribe, una vez conocida la dolencia, también parecen ser eficaces. Pero, como deben conocer los profesionales de la medicina, las funciones del médico van más allá del diagnóstico y el tratamiento. Hemos compartido con el Dr. House sus dificultades para relacionarse con sus pacientes y con su equipo, sus dificultades para ponerse en el lugar del otro, para resolver conflictos, para reconocer sus propias limitaciones.
El médico tiene que relacionarse con el paciente y sus familiares. Esta relación incluye, entre otros aspectos: recabar información del entorno para realizar un buen diagnóstico y ajustar el tratamiento; transmitir información, positiva o negativa, con respecto al diagnóstico y al pronóstico; orientar sobre las diferentes opciones que se le presentan al paciente entre las que puede elegir; apoyar durante el proceso de la enfermedad; explicar a pacientes y familiares para que entiendan lo que ocurre y lo que se espera que ocurra.
Sin duda muchos médicos son competentes en su relación con el paciente porque cuentan con esta habilidad innata o porque lo han aprendido durante el desempeño profesional, pero pocos porque haya habido una formación intencional para el desarrollo de esta competencia en los estudios de esta licenciatura.
El problema está en aquellos profesionales ‘incompetentes’ en esta función. La sanidad, tanto pública como privada, está salpicada de pacientes que han preguntado y no han recibido respuesta o la han recibido pero no la han entendido, enfermos sin esperanza que no han esperado ni una sonrisa de apoyo por parte de la persona que en ese momento es su principal referente, ya que han puesto el destino en sus manos; decisiones que no se toman por desconocer las opciones, visitas médicas donde no se dirige ni la vista ni la palabra al paciente. Está salpicada de médicos que diagnostican, tratan y curan enfermedades, no enfermos.
Sin embargo, el paciente cada vez tiene más acceso a la información y hace cada vez preguntas más precisas a las que los médicos no están acostumbrados porque la medicina siempre ha sido inaccesible a los profanos. El enfermo es, cada vez, más consciente de sus derechos y es más capaz de reclamarlos. El enfermo, cada vez ‘endiosa’ menos al médico y lo valora de forma más ajustada, como un profesional con una función determinada en la sociedad. En definitiva, el paciente es cada vez más impaciente y más cliente.
Hay que aprovechar este momento en que la universidad está revisando los planes de estudio tomando como referente las funciones profesionales para diseñar acciones formativas que permitan desarrollar estas competencias interpersonales en los futuros médicos. Nosotros y nuestros descendientes lo agradeceremos.
No se trata de sustituir la formación actual sino de completarla para mejorarla. Se trata de formar doctores Home a partir de doctores House.
Y ahora, transmitidas mis reflexiones, déjenme disfrutar de la serie y de su protagonista.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
1 comentario:
WOw, es el primer termino que se me vino a a la mente, si estuviera enfermo de algo extraño me gustaría que el medico de cabecera fuera un doctor house que sin duda haria cosas aun extravengantes para sanarme, pero si tuviera un simple catarro no quisiera que alguien como él me tratara, apoyo que tengamos más medicos capaces y capacitados para la sociedad pero hay que tener bien claro que son entre ellos como entre nosotros muy distintos, ahora bien, que sean tan inteligentes como house pero tan ellos como quiseran serlo, sigue escribiendo
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