Por Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia (ABC, 15/03/09):
Intento, simplemente, comprender una serie de hechos históricos y sociales que hoy tenemos encima todos los hombres.El centro está en la tendencia igualitaria, que crece y es vista como racional y liberadora. Promete, en todo el mundo, nuevos niveles de libertad y bienestar también a las mujeres y a las razas más desfavorecidas. Obama es, por ejemplo, un negro americanizado, un americano más, como antes tantos polacos, italianos, alemanes, tailandeses, hispanos.
Pero el tema es complejo. Este igualitarismo llega a expensas de las culturas tradicionales, entre nosotros y fuera, amenaza su destrucción. Haría falta una conciliación. Estas culturas eran y son estructuras jerarquizadas que abarcan lo social, político, religioso, material, moral. Disgustan a muchos individuos independientes, que intentan simplemente liberarse de sus lazos. Al riesgo de sumergirse en una suma inorgánica, de pérdida de valores. También angustian a personas igual de independientes, que buscaron otra salida: una armonía feliz, que libere al hombre y evite, al tiempo, la anarquía individualista. Así Sócrates, Confucio, Buda, Platón. Y grandes movimientos que buscaron una solución para todos, una salvación, así el Cristianismo y el Islam. Fundaban un sistema perdurable, de base religiosa, que uniera a todos en valores y poderes superiores, comunes. Similarmente procedió el marxismo, pero sin impostación religiosa, claro. Sin embargo, de los griegos en adelante existe la razón que desmonta, iguala, busca la felicidad en la sola libertad, tiende a arruinar las estructuras jerárquicas, a disolverlas en una anarquía individualista. Y resulta que el orden y el sistema son también aspiraciones humanas. Y comportan lazos. ¿Cuáles cortar, cuáles respetar?
Esas tendencias liberadoras que, aparte de en los griegos, se apoyan en la naturaleza humana, han sido contenidas varias veces, en la Historia, por la creación de nuevos sistemas, ya he dicho, que también ofrecen felicidad en este mundo y, muchas veces, en el otro. Pero aún dentro de los sistemas más cerrados el ansia de libertad rebrota siempre. Pensemos por ejemplo en Giordano Bruno o en Omar Hayyam. O en tantas revoluciones. El ansia de libertad, sin más, unida a la de igualdad, atrae cada vez a más hombres, pese a sus riesgos.
Todo ese individualismo liberador, a veces libertario, con unos matices u otros, llegó, a partir de un momento y por unas u otras vías, de una cierta Grecia, porque hay varias. Y se ha extendido siempre a través de Europa, no puede negarse. Luego de América. Ha traído libertad y ampliación de nuestra cultura, qué duda cabe. Pero se cobra un precio: el sacrificio de las antiguas culturas, al menos en cuanto a borrar los límites entre grupos, jerarquías, conductas, entre unas culturas y otras. Es bueno y malo: a veces significa represión. Y trae el viejo problema, ya decía Tácito, de aunar autoridad y libertad. Y el problema del deseo, del querer más cada vez, que para Buda y muchos otros provocaba dolor, que Platón simbolizaba con los toneles que se llenan y vacían. Y que para Solón llevaba a un imposible: ¿quién podría saciarlos a todos?, se preguntaba. Pero esto queda para los filósofos y los hombres religiosos, para el hombre común hay un simple hecho, ya positivo, ya con dos caras. La cuestión es que la expansión igualitaria, de origen europeo, luego americano - de ciertos sectores, tan solo– llega a todas partes. Todos la absorben, en diferentes grados. Al tiempo, condenan a Europa y América como invasoras nada igualitarias. Ese igualitarismo disuelve las antiguas jerarquías - sociedad patriarcal, razas y culturas, valores religiosos- o las convierte en residuales. En distintos grados, a diferentes velocidades. Ataca antes o después, también, quiérase o no, a los sistemas idealistas, que cultivaban salvacionismos supra-individuales, religiosos a veces, a veces no.
Por ejemplo, al cristianismo, que se contrae y tiende a reducirse a grupos a veces mínimos, dejando, eso sí, hábitos o normas sociales. O al platonismo y el marxismo, en los que, simplemente, se deja de creer. El mismo islamismo, la reacción más dura frente al individualismo igualitario, sufre el impacto.Yo recuerdo a las minifalderas del Líbano y Damasco, recuerdo tantos rasgos de libertad que se extendían y hoy son reprimidos, están como dormidos, pero ya volverán. Y no hablemos de la Ciencia y la Tecnología, que acompañan siempre al influjo occidental. Influyen por mil vías en el individuo, uno a uno, crean necesidades y deseos de ser tratados como saben que son tratados los occidentales, aunque de momento hayan de aceptar sistemas sociales y políticos muy diferentes (pero que, a su vez, promueven la apertura aunque tratan de encauzarla). Al final del camino están la libertad y la igualdad y la ruina de las antiguas culturas y del conocimiento desinteresado. Para que algo pueda nacer, algo debe morir. En fin, el futuro es oscuro, pero de momento lo que tenemos es la idolización del cambio, que otras veces es necesario. Y el «wishful thinking» del progreso automático, indefinido. Con uno u otro sistema de gobierno. Hasta surgen tiranías que quieren forzar su paso de ese progreso, pero quitan la libertad.
Lo que es claro es el retroceso de las antiguas jerarquías: el varón o el hombre blanco pierden el predominio, la excepción se convierte en regla. Y el hombre blanco era el motor de las antiguas culturas, el modelo de las pequeñas minorías -que hoy son o tienden a ser mayorías-. Hoy él mismo está desconcertado, carga a veces con todas las culpas. El mundo crece. Pero la antigua cultura heredada, que tenía valores a veces olvidados, aquí mismo, en Occidente, hace agua. La literatura y la lectura caen en picado, somos pasivos ante el dominio abrumador de la imagen y la onda sonora y el ordenador; sólo nos queda el girar el botón. Pero también aportan cosas, no podemos girarlo siempre. Estamos en un límite a veces útil, a veces degradado e imposible. Ante un corte.
Y la cultura mínima progresa, pero la de alto nivel cae en todas partes, quedan los especialismos. La Historia se convierte en una colección de curiosidades. En los nuevos museos no hay tiempo ni espacio, son mezclas caóticas. Los grandes testigos del pasado se convierten en cáscaras vacías para turistas presurosos. Todo es igual a todo, que decía Papini. Y lo que más sufre es la enseñanza. Yo he luchado largamente para que los niveles cuantitativos, que suben, no lo hagan a expensas de los cualitativos. Lucha, parece, inútil. La enseñanza secundaria se convierte a pasos agigantados en primaria y aun así crece el fracaso escolar. Y, en la enseñanza superior, la propuesta de Bolonia - un pequeño grupo impone su voluntad- consiste, en suma, en rebajar la Universidad al nivel de la enseñanza secundaria y sacrificarlo todo a la tecnología. El Conocimiento no interesa. Quedan el primarismo pedagógico y el especialismo. Pero nos queda también el alma humana que, adormecida a veces ante tanta oferta, o real o ilusoria, despierta otras. Piensa, añora, desea, duda. ¿No habrá una conciliación en algo estable a que podamos agarrarnos? Cierto, hay la esperanza, el cambio favorable que ofrecen los políticos. Ya desde antiguo hombres iluminados anunciaban el Paraíso en la tierra. Como en la égloga de Virgilio. Pero nunca ha sido. Y es bien claro que ha habido progresos. Y que puede haber más. Y también hay riesgos inmensos, presentes ya.
He intentado una mínima pintura de las tendencias y las luces y sombras del mundo igualitario, que es o va camino de ser el de la Humanidad entera. No más. Y el futuro sigue más incierto que nunca. ¿Se impondrá todo eso? ¿Habrá reacciones? ¿Conciliaciones quizá? Todo lo que se pierde o ha perdido, ¿podrá reemplazarse de algún modo?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Intento, simplemente, comprender una serie de hechos históricos y sociales que hoy tenemos encima todos los hombres.El centro está en la tendencia igualitaria, que crece y es vista como racional y liberadora. Promete, en todo el mundo, nuevos niveles de libertad y bienestar también a las mujeres y a las razas más desfavorecidas. Obama es, por ejemplo, un negro americanizado, un americano más, como antes tantos polacos, italianos, alemanes, tailandeses, hispanos.
Pero el tema es complejo. Este igualitarismo llega a expensas de las culturas tradicionales, entre nosotros y fuera, amenaza su destrucción. Haría falta una conciliación. Estas culturas eran y son estructuras jerarquizadas que abarcan lo social, político, religioso, material, moral. Disgustan a muchos individuos independientes, que intentan simplemente liberarse de sus lazos. Al riesgo de sumergirse en una suma inorgánica, de pérdida de valores. También angustian a personas igual de independientes, que buscaron otra salida: una armonía feliz, que libere al hombre y evite, al tiempo, la anarquía individualista. Así Sócrates, Confucio, Buda, Platón. Y grandes movimientos que buscaron una solución para todos, una salvación, así el Cristianismo y el Islam. Fundaban un sistema perdurable, de base religiosa, que uniera a todos en valores y poderes superiores, comunes. Similarmente procedió el marxismo, pero sin impostación religiosa, claro. Sin embargo, de los griegos en adelante existe la razón que desmonta, iguala, busca la felicidad en la sola libertad, tiende a arruinar las estructuras jerárquicas, a disolverlas en una anarquía individualista. Y resulta que el orden y el sistema son también aspiraciones humanas. Y comportan lazos. ¿Cuáles cortar, cuáles respetar?
Esas tendencias liberadoras que, aparte de en los griegos, se apoyan en la naturaleza humana, han sido contenidas varias veces, en la Historia, por la creación de nuevos sistemas, ya he dicho, que también ofrecen felicidad en este mundo y, muchas veces, en el otro. Pero aún dentro de los sistemas más cerrados el ansia de libertad rebrota siempre. Pensemos por ejemplo en Giordano Bruno o en Omar Hayyam. O en tantas revoluciones. El ansia de libertad, sin más, unida a la de igualdad, atrae cada vez a más hombres, pese a sus riesgos.
Todo ese individualismo liberador, a veces libertario, con unos matices u otros, llegó, a partir de un momento y por unas u otras vías, de una cierta Grecia, porque hay varias. Y se ha extendido siempre a través de Europa, no puede negarse. Luego de América. Ha traído libertad y ampliación de nuestra cultura, qué duda cabe. Pero se cobra un precio: el sacrificio de las antiguas culturas, al menos en cuanto a borrar los límites entre grupos, jerarquías, conductas, entre unas culturas y otras. Es bueno y malo: a veces significa represión. Y trae el viejo problema, ya decía Tácito, de aunar autoridad y libertad. Y el problema del deseo, del querer más cada vez, que para Buda y muchos otros provocaba dolor, que Platón simbolizaba con los toneles que se llenan y vacían. Y que para Solón llevaba a un imposible: ¿quién podría saciarlos a todos?, se preguntaba. Pero esto queda para los filósofos y los hombres religiosos, para el hombre común hay un simple hecho, ya positivo, ya con dos caras. La cuestión es que la expansión igualitaria, de origen europeo, luego americano - de ciertos sectores, tan solo– llega a todas partes. Todos la absorben, en diferentes grados. Al tiempo, condenan a Europa y América como invasoras nada igualitarias. Ese igualitarismo disuelve las antiguas jerarquías - sociedad patriarcal, razas y culturas, valores religiosos- o las convierte en residuales. En distintos grados, a diferentes velocidades. Ataca antes o después, también, quiérase o no, a los sistemas idealistas, que cultivaban salvacionismos supra-individuales, religiosos a veces, a veces no.
Por ejemplo, al cristianismo, que se contrae y tiende a reducirse a grupos a veces mínimos, dejando, eso sí, hábitos o normas sociales. O al platonismo y el marxismo, en los que, simplemente, se deja de creer. El mismo islamismo, la reacción más dura frente al individualismo igualitario, sufre el impacto.Yo recuerdo a las minifalderas del Líbano y Damasco, recuerdo tantos rasgos de libertad que se extendían y hoy son reprimidos, están como dormidos, pero ya volverán. Y no hablemos de la Ciencia y la Tecnología, que acompañan siempre al influjo occidental. Influyen por mil vías en el individuo, uno a uno, crean necesidades y deseos de ser tratados como saben que son tratados los occidentales, aunque de momento hayan de aceptar sistemas sociales y políticos muy diferentes (pero que, a su vez, promueven la apertura aunque tratan de encauzarla). Al final del camino están la libertad y la igualdad y la ruina de las antiguas culturas y del conocimiento desinteresado. Para que algo pueda nacer, algo debe morir. En fin, el futuro es oscuro, pero de momento lo que tenemos es la idolización del cambio, que otras veces es necesario. Y el «wishful thinking» del progreso automático, indefinido. Con uno u otro sistema de gobierno. Hasta surgen tiranías que quieren forzar su paso de ese progreso, pero quitan la libertad.
Lo que es claro es el retroceso de las antiguas jerarquías: el varón o el hombre blanco pierden el predominio, la excepción se convierte en regla. Y el hombre blanco era el motor de las antiguas culturas, el modelo de las pequeñas minorías -que hoy son o tienden a ser mayorías-. Hoy él mismo está desconcertado, carga a veces con todas las culpas. El mundo crece. Pero la antigua cultura heredada, que tenía valores a veces olvidados, aquí mismo, en Occidente, hace agua. La literatura y la lectura caen en picado, somos pasivos ante el dominio abrumador de la imagen y la onda sonora y el ordenador; sólo nos queda el girar el botón. Pero también aportan cosas, no podemos girarlo siempre. Estamos en un límite a veces útil, a veces degradado e imposible. Ante un corte.
Y la cultura mínima progresa, pero la de alto nivel cae en todas partes, quedan los especialismos. La Historia se convierte en una colección de curiosidades. En los nuevos museos no hay tiempo ni espacio, son mezclas caóticas. Los grandes testigos del pasado se convierten en cáscaras vacías para turistas presurosos. Todo es igual a todo, que decía Papini. Y lo que más sufre es la enseñanza. Yo he luchado largamente para que los niveles cuantitativos, que suben, no lo hagan a expensas de los cualitativos. Lucha, parece, inútil. La enseñanza secundaria se convierte a pasos agigantados en primaria y aun así crece el fracaso escolar. Y, en la enseñanza superior, la propuesta de Bolonia - un pequeño grupo impone su voluntad- consiste, en suma, en rebajar la Universidad al nivel de la enseñanza secundaria y sacrificarlo todo a la tecnología. El Conocimiento no interesa. Quedan el primarismo pedagógico y el especialismo. Pero nos queda también el alma humana que, adormecida a veces ante tanta oferta, o real o ilusoria, despierta otras. Piensa, añora, desea, duda. ¿No habrá una conciliación en algo estable a que podamos agarrarnos? Cierto, hay la esperanza, el cambio favorable que ofrecen los políticos. Ya desde antiguo hombres iluminados anunciaban el Paraíso en la tierra. Como en la égloga de Virgilio. Pero nunca ha sido. Y es bien claro que ha habido progresos. Y que puede haber más. Y también hay riesgos inmensos, presentes ya.
He intentado una mínima pintura de las tendencias y las luces y sombras del mundo igualitario, que es o va camino de ser el de la Humanidad entera. No más. Y el futuro sigue más incierto que nunca. ¿Se impondrá todo eso? ¿Habrá reacciones? ¿Conciliaciones quizá? Todo lo que se pierde o ha perdido, ¿podrá reemplazarse de algún modo?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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