Por Driss Ksikes, escritor y dramaturgo marroquí. Traducción de José Luis Sánchez-Silva (EL PAÍS, 12/03/11):
Una de las consecuencias más hermosas de las revoluciones tunecina y egipcia, y de la dinámica 20 de febrero que se ha puesto en marcha en Marruecos, es que la providencia, sea cual sea su naturaleza, ha quedado fuera de juego desde el comienzo. Ante unas sociedades encolerizadas y crispadas, ya no sirve remitirse a la autoridad divina para justificar la sumisión; ni esgrimir el pretexto de la interminable lucha contra el integrismo para justificar el Estado de no derecho; ni escudarse en el economicismo para seguir aplazando la distribución de la riqueza; ni invocar una supuesta “minoría” o “inmadurez” de los pueblos para justificar el autoritarismo. Ahora, la partida se juega entre humanos, entre adultos que tratan de tú a tú a sus jefes, a los que ayer mismo percibían como divinidades intocables.
La irrupción de los clientes de la libertad. Al superar la servidumbre voluntaria, los pueblos de la región han comprendido por fin que si aquel que detenta arbitrariamente el poder abusa de él, es solo porque ellos han aceptado claudicar, porque consienten sin convicción o protestan en petit comité, o incluso en silencio.
El día en que esos pueblos traspasaron el muro del silencio, en que se autorizaron a sí mismos a salir de su mutismo de conveniencia, cruzaron el umbral de la ciudadanía. Se declararon “clientes” de la libertad. Reclamaron su parte de dignidad y justicia ante un mundo que los creía sometidos para siempre, consintientes ante unas ofertas injuriosas de prosperidad sin democracia (en Túnez) o de miseria sin horizonte regulador (en Egipto). En Marruecos, empiezan a hacerlo contra una seudolibertad otorgada sin contrapoderes.
Repartir mejor la riqueza y el poder, promover el acceso equitativo a una escuela que garantiza el ascenso social, someter a todo el mundo a una justicia realmente independiente. Los eslóganes despegados el 20 de febrero en 53 localidades marroquíes recuerdan ciertas evidencias, pero en todo caso evidencias desoídas durante mucho tiempo, dado que los cálculos tácticos de la sociedad cortesana prevalecieron sobre las necesidades estratégicas de la sociedad a secas. Las sociedades civil y política, que vienen perdiendo autonomía desde comienzos de los años 2000, han sido cómplices por cooptación, clientelismo y connivencia de intereses. Y las poblaciones afectadas, a su vez, han carecido de antenas de transmisión y de espacios de concertación creíbles. A la larga, estos errores debilitaron la vigilancia ética y política de los marroquíes a sus espaldas. Hoy, mediante ese gesto de contestación civil, tres cosas vuelven a ser posibles de pronto.
Lo que el 20 de febrero rehabilita. La dinámica -nacida de la Red, pero de ningún modo virtual- rehabilita, en primer lugar, el derecho a la controversia y al debate libre en el espacio público sobre los fundamentos del proyecto político en Marruecos y la excesiva centralidad de la monarquía en el tablero político-económico. En etapas anteriores, esta posibilidad de expresar abiertamente unas divergencias legítimas sobre cuestiones de gobernanza capitales simplemente fue enterrada, pues era percibida como una fuente probable de discordia. Hoy, asistimos a una inversión de esa tendencia. Los foros de Internet lo prueban, los intercambios improvisados durante la marcha del pasado 20 de febrero lo confirman. La necesidad de expresarse libremente sobre la estructura y el funcionamiento del poder, la limitación de las prerrogativas reales, la necesidad de una élite política responsable y susceptible de rendir cuentas, ya no es un lujo que se permiten algunos iluminados en salones aterciopelados, sino un paso obligado para volver a conectar a los marroquíes con su destino. Los artífices del 20 de febrero no se engañan. Para ellos, la élite corrupta y sectaria que sostiene las riendas no está a la altura. Pues cuanto más pequeña es la apuesta, más pequeños son los jugadores que entran en liza y más pequeños son sus manejos, sus intereses y las causas a las que sirven.
En segundo lugar, el 20 de febrero permite restablecer el ejercicio de la política a través de la relación de fuerzas. Desde que la antigua oposición confundió participación gubernamental con abdicación política, aceptación de una constitución a la baja en 1996 y amordazamiento de la ambición de una separación de poderes, los partidos susceptibles de tener algún peso en la balanza política se han convertido en sombras de sí mismos. Hoy, al no poder contar con intermediarios políticos fiables para garantizar un contrapoder, la exigencia de la relación de fuerzas llega desde la base, espontáneamente. Eso permite disociar la persona del rey -plebiscitada-, su papel de árbitro por encima del área de juego -apreciado- y el alcance de su función -por reevaluar- para crear un Estado reformista, virtuoso y más justo.
Finalmente, todo esto deja caduco un pacto implícito, nacido de los escombros de los atentados del 16 de mayo de 2003, según el cual la élite política y social aceptaba la permanencia del autoritarismo en la medida en que este parecía servir de muralla contra el integrismo. Hoy, este dilema falsamente corneliano entre dos males (autoritarismo frente a integrismo) ya no está de actualidad. El contexto ha redefinido las jerarquías: antes que nada, son un mercantilismo y una injusticia social favorecidos por una gobernanza no democrática los que amenazan los fundamentos de la paz social. El resto forma parte de la gestión política de la pluralidad. No se trata de dejar de lado las divergencias entre ideologías o de cerrar los ojos al fundamentalismo (del Estado y de la sociedad) en nombre de un consenso invertido, sino de sanear las reglas del juego para que ninguna verdad, ya sea sagrada o considerada como tal, no prevalezca sobre otra.
Una oportunidad inesperada que no hay que dejar pasar. El “baraka” popular de los marroquíes -que no hay que confundir con “la” baraka jerifiana que opone a los rentistas del sistema con aquellos que cuestionan sus abusos- recuerda más al Kifaya egipcio de 2008 -movimiento de protesta impulsado por los ciberactivistas egipcios tras los motines de Mahalla- que a los derrocamientos de 2011. Con la diferencia de que la rueda de la historia se ha acelerado después. Es tanto como decir que Marruecos tiene ante sí una pequeña ventana de lanzamiento para recuperar su retraso. ¿Cuál? El retraso en cumplir la promesa de una reforma real de la gobernanza y de salir de esa zona gris, ni democrática ni autocrática, que solo beneficia a los notables, los cortesanos y los líderes de lenguaje estereotipado.
A grandes rasgos, Marruecos lleva una década seduciendo a proveedores de fondos e inversionistas con una imagen de primero de la clase ambicioso. Hoy, corre el riesgo de verse adelantado por un Túnez triunfante y un Egipto exultante. Porque no hay que equivocarse. Todo es cuestión de energía colectiva y de sentido del interés general. Ahora bien, en Marruecos, reconozcámoslo, las orientaciones excesivamente mercantilistas, la propensión de las personas cercanas al rey a colocarse por encima de las leyes y a pisotearlas, y la ausencia de asunción de riesgos políticos para contrarrestar esas tendencias abusivas han favorecido las estrategias individuales y han afectado a la vida en común.
Para volver a dar sentido a la promesa de despegue en la que los marroquíes de todas las clases sociales creen desde fines de los años noventa, será necesaria una verdadera reactivación del espíritu de apertura, de audacia, debate e iniciativa. Por el momento, en vez de eso asistimos a un celo patriótico que insulta la inteligencia de la mayoría, da alas al espíritu inquisitorial de algunos y deja muy poco margen para aquellos que piensan o actúan de otro modo. Es hora de combatir la inercia que se desprende de ello. Y de aprovechar la bocanada de aire fresco insuflada por los “clientes” de la libertad para repensar el Marruecos de mañana, lejos de las tácticas complacientes que mantienen un statu quo suicida.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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