Por Gabriel Jackson, historiador estadounidense. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 12/08/08):
Una encuesta reciente de The New York Times muestra que el 31% de los votantes blancos y el 83% de los votantes negros tienen una opinión favorable del candidato demócrata putativo a la presidencia, Barack Obama. Confieso mi sorpresa y mi preocupación ante esa enorme diferencia, y en el presente artículo me gustaría sugerir las razones históricas por las que la “nación de inmigrantes” que más éxito ha tenido en el mundo sigue pensando de forma tan distinta sobre los negros que sobre cualquier otro componente étnico de su población.
Para empezar, siempre ha habido una “jerarquía” en la actitud de Estados Unidos hacia los inmigrantes. En los siglos XVIII y XIX había una clara preferencia por los anglosajones, germánicos y escandinavos. Eran sobre todo protestantes, sólidos granjeros, artesanos y miembros de las élites profesionales y sociales. Y antes de que, en el siglo XX, la antropología convenciera a la mayoría de las clases educadas de que todas las “razas” eran iguales, la mayoría de los norteamericanos daba por sentado que los pueblos del norte de Europa eran superiores.
Al mismo tiempo, los inmigrantes católicos irlandeses, judíos, mediterráneos, balcánicos y eslavos fueron constituyendo un segundo nivel de nuevos estadounidenses: útiles como trabajadores industriales y en los servicios, y candidatos a una asimilación gradual en una sociedad cuyos “valores” y cuyos dirigentes políticos y sociales seguían siendo sobre todo predominantemente del norte de Europa.
Hasta finales del siglo XIX, casi todos los inmigrantes procedían de Europa, pero la construcción del ferrocarril transcontinental, la apertura de minas y pesquerías y la agricultura intensiva en la costa del Pacífico atrajeron a un número cada vez mayor de latinoamericanos e inmigrantes del este asiático, mucho más “distintos” de los europeos del norte, física y culturalmente, que los pueblos eslavos y mediterráneos. Durante décadas, recibieron un trato de coolies y, en la II Guerra Mundial, miles de familias japonesas completamente inocentes fueron internadas en campos de concentración; no les llamaban japoneses, sino japs, con una connotación de maldad. Sin embargo, los estadounidenses siempre han admirado el trabajo duro, la competencia económica y profesional, así que, en la segunda mitad del siglo XX, los logros y el alto nivel educativo de la gente procedente del este de Asia permitió su rápida aceptación y su asimilación en la sociedad.
Los latinoamericanos no han tenido un éxito tan espectacular como los orientales, pero, en la medida en que se van convirtiendo en “clase media”, desde el punto de vista económico y educativo, también se ven aceptados como iguales por la mayoría.La gran excepción han sido los negros, que llegaron, no como inmigrantes voluntarios, sino como esclavos. En la época colonial, los dueños de plantaciones descubrieron que no podían hacer esclavos a los indios americanos, sino sólo matarlos o deportarlos a los territorios del oeste en los que aún no se habían asentado los granjeros blancos. En África, la esclavitud era común, por lo que era posible comprar esclavos a traficantes tanto negros como blancos, y así se hizo durante los dos siglos anteriores a 1808, cuando la Constitución americana, aprobada unos años antes, prohibió la trata de esclavos. Sin embargo, la importación se siguió haciendo de forma clandestina hasta la Guerra de Secesión (1861-1865). En teoría, los esclavos fueron legalmente emancipados en 1863, pero, aunque la Confederación perdió la guerra civil, las costumbres sureñas ganaron la “paz”, en el sentido de que los negros siguieron siendo una clase oprimida hasta mediados del siglo XX y las históricas leyes de derechos civiles de los años sesenta.
Desde entonces, los negros han progresado de manera considerable en la creación de su propia clase media y en una serie de logros profesionales y científicos que, poco a poco, van estableciendo su igualdad ante el resto de los estadounidenses.
No obstante, pese al terreno ganado desde mediados del siglo XX, los negros siguen sujetos a fuertes -aunque poco recono-cidos- prejuicios en comparación con las demás minorías étnicas. Existen al menos tres razones para esos prejuicios: 1) el desprecio por quienes, durante siglos, fueron esclavos; 2) el desprecio porque tienen familias menos estables que las de los descendientes de europeos y asiáticos; y 3) el temor a la supuesta agresividad sexual de los varones negros. En realidad, fue la conducta de los blancos la que creó las condiciones que generaron esos prejuicios.
Los señores blancos importaron a los negros como esclavos y, a lo largo de dos siglos, vendieron a maridos, mujeres y niños a distintos dueños que vivían a cientos de kilómetros de distancia, sin preocuparse en absoluto por mantener unidas a las familias. Y en cuanto a las relaciones sexuales, los señores blancos y sus hijos se llevaban a las mujeres negras a la cama sin preocuparse por sus sentimientos. Más del 80% de los negros americanos tiene algo de sangre blanca en sus venas, y el mestizaje forzoso impuesto por los amos blancos se transformó en una obsesión por la supuesta agresividad sexual de los negros.
Barack Obama no es descendiente de esclavos, sino hijo de un estudiante universitario de Kenia y una estadounidense blanca a la que su padre dejó cuando el niño era aún pequeño. Es decir, por sus orígenes, Obama se escapa a la trágica historia de la esclavitud, y eso hace quizá que esté menos a merced del desprecio no reconocido de los blancos hacia la población de antiguos esclavos.
Al mismo tiempo, algunos negros consideran tal vez que no representa del todo sus reivindicaciones históricas. En las primeras semanas de la campaña, cuando empezó a verse que Obama y McCain tenían todas las probabilidades de ser los dos candidatos, ambos se comprometieron a no permitir que sus portavoces explotaran la “raza” como tema político. Sin embargo, a medida que Obama ha moderado algunas de sus anteriores posturas izquierdistas, y ante el entusiasmo que la prensa y el público -tanto en Estados Unidos como en Europa- han mostrado por él como posible presidente, está claro que los conservadores han decidido que la única forma de impedir que salga elegido es destruir su reputación.
Internet, radio y televisión han empezado a llenarse de anuncios en su contra: se le ha relacionado con líderes negros “extremistas”. Tiene escasa experiencia política civil, y ninguna militar (en contraste con un héroe de guerra encarcelado y torturado en Vietnam). Es una estrella de cine, no un abogado ni político experimentado. Es un orador elocuente, pero no ha dicho cosas concretas sobre cómo resolver los problemas económicos y proteger a Estados Unidos del “terrorismo mundial”. La clase obrera blanca no confía en él y los estadounidenses más patriotas, en general, consideran que es un “elitista” y que se ha beneficiado de las leyes de “discriminación positiva”, que disminuyen las oportunidades educativas de los buenos estudiantes que no pertenecen a una minoría. Un truco malintencionado que ya ha recorrido Internet y los medios de comunicación es la insidia lanzada en un mitin republicano en Tejas con la leyenda “Si gana Obama, ¿seguirá siendo blanca la Casa Blanca?”.
Después de haber vivido la mayor parte de los últimos 25 años en España, no me siento capaz de calcular la fuerza de los prejuicios que puedan quedar en Estados Unidos. Pero la opinión pública estadounidense sigue dividida en función de los mismos criterios que produjeron unas elecciones muy reñidas en 2000 y 2004, y una brusca reacción contra la presidencia de Bush y Cheney en los dos últimos años.
Muchos comentaristas han dicho que “si Obama pierde las elecciones, será exclusivamente por su culpa”. Personalmente creo que, si la gran mayoría elige entre Obama y McCain como si ambos fueran blancos, seguramente ganará Obama, por los mismos motivos por los que ganaron Franklin Roosevelt, Harry Truman y John F. Kennedy. Y si pierde, será porque muchos millones de votantes no están preparados para votar a un presidente negro.
Una encuesta reciente de The New York Times muestra que el 31% de los votantes blancos y el 83% de los votantes negros tienen una opinión favorable del candidato demócrata putativo a la presidencia, Barack Obama. Confieso mi sorpresa y mi preocupación ante esa enorme diferencia, y en el presente artículo me gustaría sugerir las razones históricas por las que la “nación de inmigrantes” que más éxito ha tenido en el mundo sigue pensando de forma tan distinta sobre los negros que sobre cualquier otro componente étnico de su población.
Para empezar, siempre ha habido una “jerarquía” en la actitud de Estados Unidos hacia los inmigrantes. En los siglos XVIII y XIX había una clara preferencia por los anglosajones, germánicos y escandinavos. Eran sobre todo protestantes, sólidos granjeros, artesanos y miembros de las élites profesionales y sociales. Y antes de que, en el siglo XX, la antropología convenciera a la mayoría de las clases educadas de que todas las “razas” eran iguales, la mayoría de los norteamericanos daba por sentado que los pueblos del norte de Europa eran superiores.
Al mismo tiempo, los inmigrantes católicos irlandeses, judíos, mediterráneos, balcánicos y eslavos fueron constituyendo un segundo nivel de nuevos estadounidenses: útiles como trabajadores industriales y en los servicios, y candidatos a una asimilación gradual en una sociedad cuyos “valores” y cuyos dirigentes políticos y sociales seguían siendo sobre todo predominantemente del norte de Europa.
Hasta finales del siglo XIX, casi todos los inmigrantes procedían de Europa, pero la construcción del ferrocarril transcontinental, la apertura de minas y pesquerías y la agricultura intensiva en la costa del Pacífico atrajeron a un número cada vez mayor de latinoamericanos e inmigrantes del este asiático, mucho más “distintos” de los europeos del norte, física y culturalmente, que los pueblos eslavos y mediterráneos. Durante décadas, recibieron un trato de coolies y, en la II Guerra Mundial, miles de familias japonesas completamente inocentes fueron internadas en campos de concentración; no les llamaban japoneses, sino japs, con una connotación de maldad. Sin embargo, los estadounidenses siempre han admirado el trabajo duro, la competencia económica y profesional, así que, en la segunda mitad del siglo XX, los logros y el alto nivel educativo de la gente procedente del este de Asia permitió su rápida aceptación y su asimilación en la sociedad.
Los latinoamericanos no han tenido un éxito tan espectacular como los orientales, pero, en la medida en que se van convirtiendo en “clase media”, desde el punto de vista económico y educativo, también se ven aceptados como iguales por la mayoría.La gran excepción han sido los negros, que llegaron, no como inmigrantes voluntarios, sino como esclavos. En la época colonial, los dueños de plantaciones descubrieron que no podían hacer esclavos a los indios americanos, sino sólo matarlos o deportarlos a los territorios del oeste en los que aún no se habían asentado los granjeros blancos. En África, la esclavitud era común, por lo que era posible comprar esclavos a traficantes tanto negros como blancos, y así se hizo durante los dos siglos anteriores a 1808, cuando la Constitución americana, aprobada unos años antes, prohibió la trata de esclavos. Sin embargo, la importación se siguió haciendo de forma clandestina hasta la Guerra de Secesión (1861-1865). En teoría, los esclavos fueron legalmente emancipados en 1863, pero, aunque la Confederación perdió la guerra civil, las costumbres sureñas ganaron la “paz”, en el sentido de que los negros siguieron siendo una clase oprimida hasta mediados del siglo XX y las históricas leyes de derechos civiles de los años sesenta.
Desde entonces, los negros han progresado de manera considerable en la creación de su propia clase media y en una serie de logros profesionales y científicos que, poco a poco, van estableciendo su igualdad ante el resto de los estadounidenses.
No obstante, pese al terreno ganado desde mediados del siglo XX, los negros siguen sujetos a fuertes -aunque poco recono-cidos- prejuicios en comparación con las demás minorías étnicas. Existen al menos tres razones para esos prejuicios: 1) el desprecio por quienes, durante siglos, fueron esclavos; 2) el desprecio porque tienen familias menos estables que las de los descendientes de europeos y asiáticos; y 3) el temor a la supuesta agresividad sexual de los varones negros. En realidad, fue la conducta de los blancos la que creó las condiciones que generaron esos prejuicios.
Los señores blancos importaron a los negros como esclavos y, a lo largo de dos siglos, vendieron a maridos, mujeres y niños a distintos dueños que vivían a cientos de kilómetros de distancia, sin preocuparse en absoluto por mantener unidas a las familias. Y en cuanto a las relaciones sexuales, los señores blancos y sus hijos se llevaban a las mujeres negras a la cama sin preocuparse por sus sentimientos. Más del 80% de los negros americanos tiene algo de sangre blanca en sus venas, y el mestizaje forzoso impuesto por los amos blancos se transformó en una obsesión por la supuesta agresividad sexual de los negros.
Barack Obama no es descendiente de esclavos, sino hijo de un estudiante universitario de Kenia y una estadounidense blanca a la que su padre dejó cuando el niño era aún pequeño. Es decir, por sus orígenes, Obama se escapa a la trágica historia de la esclavitud, y eso hace quizá que esté menos a merced del desprecio no reconocido de los blancos hacia la población de antiguos esclavos.
Al mismo tiempo, algunos negros consideran tal vez que no representa del todo sus reivindicaciones históricas. En las primeras semanas de la campaña, cuando empezó a verse que Obama y McCain tenían todas las probabilidades de ser los dos candidatos, ambos se comprometieron a no permitir que sus portavoces explotaran la “raza” como tema político. Sin embargo, a medida que Obama ha moderado algunas de sus anteriores posturas izquierdistas, y ante el entusiasmo que la prensa y el público -tanto en Estados Unidos como en Europa- han mostrado por él como posible presidente, está claro que los conservadores han decidido que la única forma de impedir que salga elegido es destruir su reputación.
Internet, radio y televisión han empezado a llenarse de anuncios en su contra: se le ha relacionado con líderes negros “extremistas”. Tiene escasa experiencia política civil, y ninguna militar (en contraste con un héroe de guerra encarcelado y torturado en Vietnam). Es una estrella de cine, no un abogado ni político experimentado. Es un orador elocuente, pero no ha dicho cosas concretas sobre cómo resolver los problemas económicos y proteger a Estados Unidos del “terrorismo mundial”. La clase obrera blanca no confía en él y los estadounidenses más patriotas, en general, consideran que es un “elitista” y que se ha beneficiado de las leyes de “discriminación positiva”, que disminuyen las oportunidades educativas de los buenos estudiantes que no pertenecen a una minoría. Un truco malintencionado que ya ha recorrido Internet y los medios de comunicación es la insidia lanzada en un mitin republicano en Tejas con la leyenda “Si gana Obama, ¿seguirá siendo blanca la Casa Blanca?”.
Después de haber vivido la mayor parte de los últimos 25 años en España, no me siento capaz de calcular la fuerza de los prejuicios que puedan quedar en Estados Unidos. Pero la opinión pública estadounidense sigue dividida en función de los mismos criterios que produjeron unas elecciones muy reñidas en 2000 y 2004, y una brusca reacción contra la presidencia de Bush y Cheney en los dos últimos años.
Muchos comentaristas han dicho que “si Obama pierde las elecciones, será exclusivamente por su culpa”. Personalmente creo que, si la gran mayoría elige entre Obama y McCain como si ambos fueran blancos, seguramente ganará Obama, por los mismos motivos por los que ganaron Franklin Roosevelt, Harry Truman y John F. Kennedy. Y si pierde, será porque muchos millones de votantes no están preparados para votar a un presidente negro.
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