Por Josep Oriol Pujol, Director general de la Fundació Pere Tarrés (EL PERIÓDICO, 12/08/08):
En una sobremesa de antiguos compañeros de una escuela de negocios se debatía la dificultad de encontrar personal cualificado y responsable. Todos se quedaron sorprendidos cuando el directivo de una empresa de comunicación afirmó, taxativo: “A igual formación y experiencia para cualquier puesto, yo elegiría siempre a quien fue camarero”. La razón: “Son personas que saben qué es trabajar, que aguantan todo tipo de excentricidades…”. Desconozco si los otros comensales, a partir de ese día, se fijan en la experiencia como camarero cuando alguien presenta un currículo en sus organizaciones. Lo que sí es cierto es que la categoría humana de las personas es fundamental para el éxito de cualquier empresa, sea mercantil, la pareja o unas vacaciones en grupo. Y creo no equivocarme mucho si aseguro que la categoría humana de las personas se forma en la infancia y la adolescencia.
EN UNA ÉPOCA en la que a mucha gente se le llena la boca criticando una juventud vacía de valores y alejada del compromiso y la implicación social, quizá el Día Internacional de la Juventud, que se celebra hoy, es un buen momento para reivindicar el papel de otra juventud que ejerce cada día una labor social y educativa tan esencial como invisible socialmente. La Fundació Pere Tarrés federa unos 180 centros de esplai que acogen a 15.000 niños, adolescentes y jóvenes gracias a la labor educativa y voluntaria de 4.000 monitores catalanes. Este es solo un ejemplo de los cerca de 14.000 monitores voluntarios que colaboran en entidades de ocio catalanas. Un ejemplo del compromiso de muchos chicos y chicas que, como opción de vida, apuestan por dedicar su tiempo libre acompañando a niños y jóvenes en su proceso de crecimiento. Estos jóvenes catalanes de entre 18 y 25 años deciden pasar la tarde del sábado, los fines de semana y sus vacaciones de verano no en discotecas, ni ante una pantalla de ordenador ni en centros comerciales, sino en actividades de esplai. Si aceptamos que los fundamentos de la categoría humana de las personas se construyen en la juventud, entonces sus inquietudes sociales, su interés educativo, su actitud comprometida y responsable son sin duda buenos pilares para el futuro. Según un estudio del Consejo de la Juventud de España, ejercer de monitor aporta competencias esenciales para el desarrollo profesional y personal como la capacidad de iniciativa, la creatividad, el trabajo en equipo o la resolución de conflictos. Es decir, una auténtica escuela de ciudadanía.
Y no solo para el futuro personal y profesional, sino también para el futuro de nuestra sociedad. No podemos olvidar que estos jóvenes son transmisores de valores, educan niños y les dan apoyo emocional. Además, asumen una importante función de integración de niños y jóvenes inmigrantes por estar situados en barrios con una fuerte presencia de familias recién llegadas. También realizan una valiosa función educativa con niños con dificultades especiales, afectados por el fracaso escolar, el absentismo, carencias afectivas y sociales, delincuencia o marginación. Y se convierten en modelos de referencia para los niños, adultos de mañana. La educación en el ocio es uno de los pocos ambientes positivos, de transformación social, en los que el menor aprende a actuar gratuitamente, a reflexionar de verdad, a compartir, a respetar… Seamos conscientes de que la proximidad que el niño o joven vive respecto de sus monitores no la vive con sus adultos. El niño y el adolescente, en su afirmación personal, suele tomar como modelo a sus iguales (compañeros de la misma edad o un poco mayores, como los monitores). De hecho, lo más habitual es intentar contraponerse a los hábitos de los adultos más cercanos. Por lo tanto, estos jóvenes que hacen de monitores voluntarios en su tiempo libre se convierten en un modelo de comportamientos, lenguajes, valores para las siguientes generaciones.
¿Y CUÁL ES este modelo? Un modelo de jóvenes que se detienen a reflexionar cómo ocupar parte de su tiempo de ocio de forma positiva, preguntándose qué pueden hacer, desde una contribución no remunerada, por los niños, el medio ambiente, el patrimonio cultural o un grupo de abuelos. Y que han descubierto que esto no es incompatible con el descanso ni la diversión. Analicemos las opciones: un campo de trabajo, hacer de voluntarios en cualquier proyecto, de monitores en un casal de verano, colonia o campamento, unirse a una organización de cooperación y colaborar con ellos en países en vías de desarrollo, trabajar en cualquier cosa para tener el orgullo de pagarse los propios gastos…
¡Y qué distinto será el balance de quien sabe que se ha enriquecido, que ha contribuido a un proyecto, que palpa los resultados que su aportación ha tenido para él y los demás! Qué positivo puede ser ese verano que siempre recordaremos por una travesía de montaña, por unos niños que nos miraban, por una ruta natural en la que se subsistía con lo mínimo… A buen seguro que pueden darse oportunidades excepcionales para nuestro crecimiento personal y quién sabe si por esto, aparentemente irrelevante, un día nos contratan en una empresa de comunicación.
En una sobremesa de antiguos compañeros de una escuela de negocios se debatía la dificultad de encontrar personal cualificado y responsable. Todos se quedaron sorprendidos cuando el directivo de una empresa de comunicación afirmó, taxativo: “A igual formación y experiencia para cualquier puesto, yo elegiría siempre a quien fue camarero”. La razón: “Son personas que saben qué es trabajar, que aguantan todo tipo de excentricidades…”. Desconozco si los otros comensales, a partir de ese día, se fijan en la experiencia como camarero cuando alguien presenta un currículo en sus organizaciones. Lo que sí es cierto es que la categoría humana de las personas es fundamental para el éxito de cualquier empresa, sea mercantil, la pareja o unas vacaciones en grupo. Y creo no equivocarme mucho si aseguro que la categoría humana de las personas se forma en la infancia y la adolescencia.
EN UNA ÉPOCA en la que a mucha gente se le llena la boca criticando una juventud vacía de valores y alejada del compromiso y la implicación social, quizá el Día Internacional de la Juventud, que se celebra hoy, es un buen momento para reivindicar el papel de otra juventud que ejerce cada día una labor social y educativa tan esencial como invisible socialmente. La Fundació Pere Tarrés federa unos 180 centros de esplai que acogen a 15.000 niños, adolescentes y jóvenes gracias a la labor educativa y voluntaria de 4.000 monitores catalanes. Este es solo un ejemplo de los cerca de 14.000 monitores voluntarios que colaboran en entidades de ocio catalanas. Un ejemplo del compromiso de muchos chicos y chicas que, como opción de vida, apuestan por dedicar su tiempo libre acompañando a niños y jóvenes en su proceso de crecimiento. Estos jóvenes catalanes de entre 18 y 25 años deciden pasar la tarde del sábado, los fines de semana y sus vacaciones de verano no en discotecas, ni ante una pantalla de ordenador ni en centros comerciales, sino en actividades de esplai. Si aceptamos que los fundamentos de la categoría humana de las personas se construyen en la juventud, entonces sus inquietudes sociales, su interés educativo, su actitud comprometida y responsable son sin duda buenos pilares para el futuro. Según un estudio del Consejo de la Juventud de España, ejercer de monitor aporta competencias esenciales para el desarrollo profesional y personal como la capacidad de iniciativa, la creatividad, el trabajo en equipo o la resolución de conflictos. Es decir, una auténtica escuela de ciudadanía.
Y no solo para el futuro personal y profesional, sino también para el futuro de nuestra sociedad. No podemos olvidar que estos jóvenes son transmisores de valores, educan niños y les dan apoyo emocional. Además, asumen una importante función de integración de niños y jóvenes inmigrantes por estar situados en barrios con una fuerte presencia de familias recién llegadas. También realizan una valiosa función educativa con niños con dificultades especiales, afectados por el fracaso escolar, el absentismo, carencias afectivas y sociales, delincuencia o marginación. Y se convierten en modelos de referencia para los niños, adultos de mañana. La educación en el ocio es uno de los pocos ambientes positivos, de transformación social, en los que el menor aprende a actuar gratuitamente, a reflexionar de verdad, a compartir, a respetar… Seamos conscientes de que la proximidad que el niño o joven vive respecto de sus monitores no la vive con sus adultos. El niño y el adolescente, en su afirmación personal, suele tomar como modelo a sus iguales (compañeros de la misma edad o un poco mayores, como los monitores). De hecho, lo más habitual es intentar contraponerse a los hábitos de los adultos más cercanos. Por lo tanto, estos jóvenes que hacen de monitores voluntarios en su tiempo libre se convierten en un modelo de comportamientos, lenguajes, valores para las siguientes generaciones.
¿Y CUÁL ES este modelo? Un modelo de jóvenes que se detienen a reflexionar cómo ocupar parte de su tiempo de ocio de forma positiva, preguntándose qué pueden hacer, desde una contribución no remunerada, por los niños, el medio ambiente, el patrimonio cultural o un grupo de abuelos. Y que han descubierto que esto no es incompatible con el descanso ni la diversión. Analicemos las opciones: un campo de trabajo, hacer de voluntarios en cualquier proyecto, de monitores en un casal de verano, colonia o campamento, unirse a una organización de cooperación y colaborar con ellos en países en vías de desarrollo, trabajar en cualquier cosa para tener el orgullo de pagarse los propios gastos…
¡Y qué distinto será el balance de quien sabe que se ha enriquecido, que ha contribuido a un proyecto, que palpa los resultados que su aportación ha tenido para él y los demás! Qué positivo puede ser ese verano que siempre recordaremos por una travesía de montaña, por unos niños que nos miraban, por una ruta natural en la que se subsistía con lo mínimo… A buen seguro que pueden darse oportunidades excepcionales para nuestro crecimiento personal y quién sabe si por esto, aparentemente irrelevante, un día nos contratan en una empresa de comunicación.
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