Por Adam Michnik, escritor polaco. Este artículo es un resumen de otro más amplio. Traducción de Jorge Ruiz Lardizábal (EL PAÍS, 17/08/08):
Le escribo porque la mayoría silenciosa no reacciona ante la campaña de difamación contra Walesa. Me desespera que se crucifique a una persona que supo plantarse cuando la valentía costaba muy cara. Le pido que haga oír su voz”. Decidí hablar, aunque sabía que no convencería a los sabuesos que trataban de despedazar a su presa. Conozco su mentalidad, recuerdo lo que escribieron de Walesa bajo la dictadura comunista. El libro que describe los contactos de Walesa con la policía comunista no es histórico ni científico, es un acta de acusación. Pero las acusaciones no son sentencias y, menos, cuando sus autores no son honestos, no entienden la época que describen, la compleja personalidad de Walesa ni el carácter de los agentes comunistas. Walesa, obrero joven e inexperimentado, pudo cometer un error, pero como activista de los sindicatos libres, líder de la huelga de Gdansk de 1980, presidente de Solidaridad, preso de la junta de Jaruzelski, líder de la resistencia clandestina, premio Nobel de la Paz y presidente de Polonia, no fue confidente de los comunistas.
La policía quería que se creyese que era un traidor y elaboró muchos documentos falsos que afirmaban que Walesa era el confidente Bolek, que vendía a sus colegas, líder de las huelgas por orden de la policía; que echó de Solidaridad a los mejores dirigentes y reunió a su cúpula en vísperas del golpe de Jaruzelski para que los comunistas la atrapasen y encarcelasen. Me pregunto, ¿qué policía del mundo desprestigia así a su agente?
El actual presidente de Polonia, Lech Kaczynski, tampoco se creía entonces que Walesa fuese un confidente. En cierta entrevista dijo que presentía que en el pasado de Walesa había algo oscuro, pero consideraba el problema zanjado. “Yo sabía que todos teníamos debilidades y que la policía pegaba a los obreros. Pensé que algo malo pudo ocurrir, pero consideré que Walesa supo levantar la cabeza y hacerse fuerte. Desempeñó un papel singular en la historia polaca y nunca creí que fuese un confidente”. El propio Walesa escribió: “Tuve contactos con la policía y no salí limpio de aquellos contactos. Me hicieron firmar algo”. Yo me lo creo. No sé si los documentos presentados en el libro son auténticos, pero sé que los policías no escribían en sus informes lo que oían, sino lo que querían oír. Pero supongamos que los documentos dicen la verdad y Walesa, a comienzos de los años setenta, tuvo contactos con la policía. Probablemente entonces lo hubiese condenado, pero hoy no puedo tirarle la primera piedra, porque recuerdo al líder de las huelgas, fiel a la causa aunque estuvo aislado un año de sus colegas. De su actitud inquebrantable dependían la suerte de Solidaridad y la lucha clandestina.
Con su firmeza, Walesa levantó su monumento que no destruirán esos seres ruines que no saben que uno no se conoce hasta que el destino no lo pone a prueba. Por eso siempre consideraré seres mezquinos a aquellos que, creyéndose puros, gozan descubriendo los pecados ajenos. Cuando dicen que buscan la verdad, ocultan que su verdad proviene de la mentira, porque la ruindad es hermana de la mentira. Si Walesa pisó en falso en los setenta hay que compadecerle, pero si supo romper con la policía y luchar contra la dictadura, hay que rendirle homenaje. Pocos se comportaron así.
Nunca fui cortesano de Walesa, muchas veces me atacó brutalmente y yo muchas veces lo critiqué, pero siempre fue para mí especial. En él convivían el egoísmo y la sabiduría campesina con el carisma del gran tribuno. Sabía hechizar a las masas y manipular a la gente, tenía la habilidad del intrigante y la grandeza del líder de una revolución pacífica. Carecía de cultura y de conocimientos, pero sabía aprovechar los consejos de los expertos, aunque siempre desconfiaba de ellos. Yo pensaba de él: “Es un tramposo honesto, un mentiroso sincero”, pero nunca un confidente.
Cuando perdió las presidenciales de 1995 oí hablar a dos de sus amigos ya enemistados con él: “Te comportas como si fueses la viuda de Walesa”, dijo uno y el otro le respondió: “Y tú como si te hubiese dejado huérfano”. Y los dos dijeron la verdad, porque Polonia sin Walesa en la vida política era otra.
Walesa se perdió muchas veces, pero ahora se ha perdido la democracia polaca, porque permite a unos miserables que traten de destruir a una gran figura con un suceso de hace más de 30 años. Leo los textos de esos seres mezquinos y veo puños dispuestos a golpear sin compasión, y es que la dictadura es el paraíso para los criminales y la democracia, el de los seres ruines.
Esos ruines se creen que todo es válido en la lucha por el poder, que la gente carece de principios y valores, que su único móvil es el egoísmo. Creen que todos son como ellos, pero Walesa nunca fue un ser ruin.
Jaroslaw Kaczynski, hermano del presidente, dijo que el libro que denigra a Walesa golpea al establishment, pero diga lo que diga, Walesa pasará a la historia y sus difamadores serán olvidados. Así piensa el establishment polaco que cree en la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero nunca dirá como los jacobinos: “Si no te hermanas conmigo, te mataré”. Cree en la tolerancia, el respeto por la dignidad humana, la bondad y la reconciliación y no en el odio y la revancha. Cree que los méritos se deben respetar, aunque sean de los adversarios, que la pluralidad de las razones y valores es un pilar de la democracia, que nadie dispone de la verdad absoluta y que no se delata a los compañeros, ni se patea al que yace en el suelo. Cree que los archivos de la policía comunista no pueden ser fuente de ningún saber positivo, porque están llenos de fango y mentiras. Los que se valen de esos archivos dan una victoria a la policía comunista.
Muchos de esos miserables dicen: la lucha contra el comunismo comenzó en Polonia en 2005, con el triunfo electoral de los hermanos Kaczynski. Prometieron una revolución moral y la pusieron en marcha según sus propias costumbres, declarando la guerra a todos los que tenían otras ideas o hicieron algo por la democracia, la libertad y la independencia sin deberles nada a los gemelos. Los canallas ponen la etiqueta de enemigos de la libertad de la ciencia y de la verdad a quienes les critican. Una vez me contaron que la policía comunista fabricó pruebas falsas sobre una aventura amorosa del entonces obispo de Cracovia, Karol Wojtyla, que posteriormente sería el papa Juan Pablo II. ¿Sacarán esos miserables esa “verdad” de los archivos comunistas?
Nunca pensé que, en el 25º aniversario del premio Nobel de la Paz, alguien pagaría así a Walesa lo que hizo por Polonia. Por eso, al creador de Solidarnosc, le deseo: “Que nunca te falte como bendición la maldición de tus enemigos”.
Le escribo porque la mayoría silenciosa no reacciona ante la campaña de difamación contra Walesa. Me desespera que se crucifique a una persona que supo plantarse cuando la valentía costaba muy cara. Le pido que haga oír su voz”. Decidí hablar, aunque sabía que no convencería a los sabuesos que trataban de despedazar a su presa. Conozco su mentalidad, recuerdo lo que escribieron de Walesa bajo la dictadura comunista. El libro que describe los contactos de Walesa con la policía comunista no es histórico ni científico, es un acta de acusación. Pero las acusaciones no son sentencias y, menos, cuando sus autores no son honestos, no entienden la época que describen, la compleja personalidad de Walesa ni el carácter de los agentes comunistas. Walesa, obrero joven e inexperimentado, pudo cometer un error, pero como activista de los sindicatos libres, líder de la huelga de Gdansk de 1980, presidente de Solidaridad, preso de la junta de Jaruzelski, líder de la resistencia clandestina, premio Nobel de la Paz y presidente de Polonia, no fue confidente de los comunistas.
La policía quería que se creyese que era un traidor y elaboró muchos documentos falsos que afirmaban que Walesa era el confidente Bolek, que vendía a sus colegas, líder de las huelgas por orden de la policía; que echó de Solidaridad a los mejores dirigentes y reunió a su cúpula en vísperas del golpe de Jaruzelski para que los comunistas la atrapasen y encarcelasen. Me pregunto, ¿qué policía del mundo desprestigia así a su agente?
El actual presidente de Polonia, Lech Kaczynski, tampoco se creía entonces que Walesa fuese un confidente. En cierta entrevista dijo que presentía que en el pasado de Walesa había algo oscuro, pero consideraba el problema zanjado. “Yo sabía que todos teníamos debilidades y que la policía pegaba a los obreros. Pensé que algo malo pudo ocurrir, pero consideré que Walesa supo levantar la cabeza y hacerse fuerte. Desempeñó un papel singular en la historia polaca y nunca creí que fuese un confidente”. El propio Walesa escribió: “Tuve contactos con la policía y no salí limpio de aquellos contactos. Me hicieron firmar algo”. Yo me lo creo. No sé si los documentos presentados en el libro son auténticos, pero sé que los policías no escribían en sus informes lo que oían, sino lo que querían oír. Pero supongamos que los documentos dicen la verdad y Walesa, a comienzos de los años setenta, tuvo contactos con la policía. Probablemente entonces lo hubiese condenado, pero hoy no puedo tirarle la primera piedra, porque recuerdo al líder de las huelgas, fiel a la causa aunque estuvo aislado un año de sus colegas. De su actitud inquebrantable dependían la suerte de Solidaridad y la lucha clandestina.
Con su firmeza, Walesa levantó su monumento que no destruirán esos seres ruines que no saben que uno no se conoce hasta que el destino no lo pone a prueba. Por eso siempre consideraré seres mezquinos a aquellos que, creyéndose puros, gozan descubriendo los pecados ajenos. Cuando dicen que buscan la verdad, ocultan que su verdad proviene de la mentira, porque la ruindad es hermana de la mentira. Si Walesa pisó en falso en los setenta hay que compadecerle, pero si supo romper con la policía y luchar contra la dictadura, hay que rendirle homenaje. Pocos se comportaron así.
Nunca fui cortesano de Walesa, muchas veces me atacó brutalmente y yo muchas veces lo critiqué, pero siempre fue para mí especial. En él convivían el egoísmo y la sabiduría campesina con el carisma del gran tribuno. Sabía hechizar a las masas y manipular a la gente, tenía la habilidad del intrigante y la grandeza del líder de una revolución pacífica. Carecía de cultura y de conocimientos, pero sabía aprovechar los consejos de los expertos, aunque siempre desconfiaba de ellos. Yo pensaba de él: “Es un tramposo honesto, un mentiroso sincero”, pero nunca un confidente.
Cuando perdió las presidenciales de 1995 oí hablar a dos de sus amigos ya enemistados con él: “Te comportas como si fueses la viuda de Walesa”, dijo uno y el otro le respondió: “Y tú como si te hubiese dejado huérfano”. Y los dos dijeron la verdad, porque Polonia sin Walesa en la vida política era otra.
Walesa se perdió muchas veces, pero ahora se ha perdido la democracia polaca, porque permite a unos miserables que traten de destruir a una gran figura con un suceso de hace más de 30 años. Leo los textos de esos seres mezquinos y veo puños dispuestos a golpear sin compasión, y es que la dictadura es el paraíso para los criminales y la democracia, el de los seres ruines.
Esos ruines se creen que todo es válido en la lucha por el poder, que la gente carece de principios y valores, que su único móvil es el egoísmo. Creen que todos son como ellos, pero Walesa nunca fue un ser ruin.
Jaroslaw Kaczynski, hermano del presidente, dijo que el libro que denigra a Walesa golpea al establishment, pero diga lo que diga, Walesa pasará a la historia y sus difamadores serán olvidados. Así piensa el establishment polaco que cree en la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero nunca dirá como los jacobinos: “Si no te hermanas conmigo, te mataré”. Cree en la tolerancia, el respeto por la dignidad humana, la bondad y la reconciliación y no en el odio y la revancha. Cree que los méritos se deben respetar, aunque sean de los adversarios, que la pluralidad de las razones y valores es un pilar de la democracia, que nadie dispone de la verdad absoluta y que no se delata a los compañeros, ni se patea al que yace en el suelo. Cree que los archivos de la policía comunista no pueden ser fuente de ningún saber positivo, porque están llenos de fango y mentiras. Los que se valen de esos archivos dan una victoria a la policía comunista.
Muchos de esos miserables dicen: la lucha contra el comunismo comenzó en Polonia en 2005, con el triunfo electoral de los hermanos Kaczynski. Prometieron una revolución moral y la pusieron en marcha según sus propias costumbres, declarando la guerra a todos los que tenían otras ideas o hicieron algo por la democracia, la libertad y la independencia sin deberles nada a los gemelos. Los canallas ponen la etiqueta de enemigos de la libertad de la ciencia y de la verdad a quienes les critican. Una vez me contaron que la policía comunista fabricó pruebas falsas sobre una aventura amorosa del entonces obispo de Cracovia, Karol Wojtyla, que posteriormente sería el papa Juan Pablo II. ¿Sacarán esos miserables esa “verdad” de los archivos comunistas?
Nunca pensé que, en el 25º aniversario del premio Nobel de la Paz, alguien pagaría así a Walesa lo que hizo por Polonia. Por eso, al creador de Solidarnosc, le deseo: “Que nunca te falte como bendición la maldición de tus enemigos”.
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