Por Daniel Reboredo, historiador (EL CORREO DIGITAL, 11/08/08):
Era un acontecimiento anunciado. Georgia y más concretamente sus dos repúblicas separatistas de Osetia del Sur y Abjasia son una caldera hirviendo en la que EE UU y Rusia están echando un pulso de incierto resultado. Incertidumbre que desaparece al considerar los sufrimientos que el enfrentamiento bélico traerá y que son una obviedad como en cualquier conflicto cuando las armas son las que mandan. Las escaramuzas constantes de los aviones espías, las declaraciones más o menos incendiarias y el espíritu de enfrentamiento han dado lugar al bombardeo días atrás de la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, por aviones georgianos, a modo de preludio de la inmediata invasión terrestre de la república separatista que incluye las zonas montañosas de las regiones históricas georgianas de Imereti, Racha y Shida Kartli en las que se instalaron osetas procedentes del Cáucaso norte.
La historia reciente de Osetia del Sur (República Autónoma de Osetia en 1918 y región autónoma de Osetia del Sur en 1922) nace el 10 de noviembre de 1989 cuando el Congreso de Diputados Populares de la región la proclamó República Autónoma dentro de Georgia, lo que el Parlamento de Georgia declaró anticonstitucional. Diez meses más tarde, el 20 de septiembre de 1990, los osetas anunciaron la creación de la República soberana de Osetia del Sur, algo que el Parlamento de Georgia rechazó el 10 de diciembre para iniciar, un día más tarde, los enfrentamientos y el estado de excepción en la república. Estos enfrentamientos dieron paso a una verdadera guerra, desde enero de 1991, en la que murieron casi dos mil personas y en la que los separatistas manifestaron su deseo de unirse a Osetia del Norte y a Rusia, lo que el referéndum de 13 de noviembre de 2006, declarado ilegal por Georgia, ratificó con unos porcentajes del 99%.
El Acuerdo de Dagomis (14 de julio de 1992), entre Georgia y Rusia, autorizó el despliegue en la zona de fuerzas de paz, iniciándose un período en el que los osetas crearon un ejército similar y equiparable al georgiano. La calma, a pesar de las habituales escaramuzas entre las partes, se ha roto después de lo acaecido en los pasados días. El imparable avance georgiano y su rápida llegada a Tsjinvali ha obligado a los osetas (dirigidos por Eduard Kokoiti), todos con ciudadanía rusa, a pedir ayuda a Rusia que, a través del presidente del Parlamento, Borís Gryzlov, ha manifestado que protegerá a sus compatriotas. Mientras tanto, voluntarios rusos de Osetia del Norte y de Abjasia se han sumado a las fuerzas armadas osetas para contrarrestar la operación militar georgiana, cuya finalidad es «restaurar el orden constitucional», tal y como manifestó el presidente de Georgia, Mijail Saakashvili.
Aunque la República de Georgia no parece tener una gran importancia global (percepción errónea), EE UU ha invertido miles y miles de dólares en adiestrar y armar a su ejército, a la par que apoya sin duda alguna a un autoritario presidente que es una pieza clave para que el anillo de hierro de la OTAN cierre aún más a Rusia. Desde la disolución del Pacto de Varsovia en 1991, todos sus antiguos miembros y ex Estados de la URSS han sido tentados para formar parte de la organización militar occidental. Pero el interés no es sólo militar, ya que la región es de gran interés para los norteamericanos, al igual que para Rusia, al ser un enclave estratégico de primer orden y al pasar por allí importantes rutas de transporte energético (oleoducto caspio anglo-estadounidense desde Bakú en Azerbaiyán, pasando por Georgia al puerto turco de Ceyhan; gasoducto Bakú-Tbilisi-Erzurum que tantos beneficios da a Azerbaiyán).
Todo el Cáucaso está en los planes de control de Eurasia que estadounidenses y rusos quieren desarrollar y, por supuesto, protagonizar. Pero el problema secesionista de Osetia del Sur y de Abjasia no se resuelve a cañonazos, ni echando gasolina al fuego. Claro que cuando observamos comportamientos como los que han llevado a la independencia a Kosovo, entendemos lo que es la política internacional y su doble rasero. EE UU, gran paladín kosovar, podría hacer lo propio con Osetia del Sur y Abjasia. Sería igual de justo o de demencial. ¿Por qué un caso sí y los otros no? Rusia no siempre tiene la culpa de todo, aunque vele también por sus intereses que, en la mayoría de los casos, están más alejados de nosotros que los norteamericanos. En cualquier caso, las reflexiones anteriores nos sirven para recordar que estamos en el primer capítulo de lo que podríamos denominar de forma grandilocuente ‘las nuevas guerras caucásicas’, en las que repúblicas como la hoy olvidada Chechenia, Daguestán e Ingushetia pueden ser protagonistas de la tensión en el Cáucaso.
Era un acontecimiento anunciado. Georgia y más concretamente sus dos repúblicas separatistas de Osetia del Sur y Abjasia son una caldera hirviendo en la que EE UU y Rusia están echando un pulso de incierto resultado. Incertidumbre que desaparece al considerar los sufrimientos que el enfrentamiento bélico traerá y que son una obviedad como en cualquier conflicto cuando las armas son las que mandan. Las escaramuzas constantes de los aviones espías, las declaraciones más o menos incendiarias y el espíritu de enfrentamiento han dado lugar al bombardeo días atrás de la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, por aviones georgianos, a modo de preludio de la inmediata invasión terrestre de la república separatista que incluye las zonas montañosas de las regiones históricas georgianas de Imereti, Racha y Shida Kartli en las que se instalaron osetas procedentes del Cáucaso norte.
La historia reciente de Osetia del Sur (República Autónoma de Osetia en 1918 y región autónoma de Osetia del Sur en 1922) nace el 10 de noviembre de 1989 cuando el Congreso de Diputados Populares de la región la proclamó República Autónoma dentro de Georgia, lo que el Parlamento de Georgia declaró anticonstitucional. Diez meses más tarde, el 20 de septiembre de 1990, los osetas anunciaron la creación de la República soberana de Osetia del Sur, algo que el Parlamento de Georgia rechazó el 10 de diciembre para iniciar, un día más tarde, los enfrentamientos y el estado de excepción en la república. Estos enfrentamientos dieron paso a una verdadera guerra, desde enero de 1991, en la que murieron casi dos mil personas y en la que los separatistas manifestaron su deseo de unirse a Osetia del Norte y a Rusia, lo que el referéndum de 13 de noviembre de 2006, declarado ilegal por Georgia, ratificó con unos porcentajes del 99%.
El Acuerdo de Dagomis (14 de julio de 1992), entre Georgia y Rusia, autorizó el despliegue en la zona de fuerzas de paz, iniciándose un período en el que los osetas crearon un ejército similar y equiparable al georgiano. La calma, a pesar de las habituales escaramuzas entre las partes, se ha roto después de lo acaecido en los pasados días. El imparable avance georgiano y su rápida llegada a Tsjinvali ha obligado a los osetas (dirigidos por Eduard Kokoiti), todos con ciudadanía rusa, a pedir ayuda a Rusia que, a través del presidente del Parlamento, Borís Gryzlov, ha manifestado que protegerá a sus compatriotas. Mientras tanto, voluntarios rusos de Osetia del Norte y de Abjasia se han sumado a las fuerzas armadas osetas para contrarrestar la operación militar georgiana, cuya finalidad es «restaurar el orden constitucional», tal y como manifestó el presidente de Georgia, Mijail Saakashvili.
Aunque la República de Georgia no parece tener una gran importancia global (percepción errónea), EE UU ha invertido miles y miles de dólares en adiestrar y armar a su ejército, a la par que apoya sin duda alguna a un autoritario presidente que es una pieza clave para que el anillo de hierro de la OTAN cierre aún más a Rusia. Desde la disolución del Pacto de Varsovia en 1991, todos sus antiguos miembros y ex Estados de la URSS han sido tentados para formar parte de la organización militar occidental. Pero el interés no es sólo militar, ya que la región es de gran interés para los norteamericanos, al igual que para Rusia, al ser un enclave estratégico de primer orden y al pasar por allí importantes rutas de transporte energético (oleoducto caspio anglo-estadounidense desde Bakú en Azerbaiyán, pasando por Georgia al puerto turco de Ceyhan; gasoducto Bakú-Tbilisi-Erzurum que tantos beneficios da a Azerbaiyán).
Todo el Cáucaso está en los planes de control de Eurasia que estadounidenses y rusos quieren desarrollar y, por supuesto, protagonizar. Pero el problema secesionista de Osetia del Sur y de Abjasia no se resuelve a cañonazos, ni echando gasolina al fuego. Claro que cuando observamos comportamientos como los que han llevado a la independencia a Kosovo, entendemos lo que es la política internacional y su doble rasero. EE UU, gran paladín kosovar, podría hacer lo propio con Osetia del Sur y Abjasia. Sería igual de justo o de demencial. ¿Por qué un caso sí y los otros no? Rusia no siempre tiene la culpa de todo, aunque vele también por sus intereses que, en la mayoría de los casos, están más alejados de nosotros que los norteamericanos. En cualquier caso, las reflexiones anteriores nos sirven para recordar que estamos en el primer capítulo de lo que podríamos denominar de forma grandilocuente ‘las nuevas guerras caucásicas’, en las que repúblicas como la hoy olvidada Chechenia, Daguestán e Ingushetia pueden ser protagonistas de la tensión en el Cáucaso.
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