Por Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma y colaborador de BAKEAZ (EL CORREO DIGITAL, 13/08/08):
Muchos analistas se preguntan estos días por las razones que han podido conducir al presidente georgiano, Saakashvili, a lanzar en Osetia del Sur una ofensiva militar que parecía inequívocamente condenada al fracaso. Si cualquier conocedor de lo que se dirime hoy en el Cáucaso hubiera dado inmediatamente por descontado que la ofensiva en cuestión estaba llamada a provocar una inmediata réplica rusa, el sentido común recuerda, por añadidura, que la acción armada georgiana ha tenido que gozar, por fuerza, del beneplácito, y en su caso del apoyo logístico, norteamericano.
Aunque soy poco amigo de las explicaciones conspiratorias, por una vez me dejaré llevar por una de ellas. En algo recuerda -lo confesaré- a un argumento que se esgrimió con profusión cuando llegó el momento de explicar la anexión iraquí de Kuwait, en el verano de 1990. Entonces se sugirió que Estados Unidos le tendió una trampa a Sadam Hussein a través de eventuales garantías en el sentido de que una ocupación del emirato por Irak no tendría mayor respuesta norteamericana. Conforme a la interpretación dominante, del lado de la Casa Blanca el propósito oculto habría sido, claro, disfrutar de una oportunidad de oro para deshacerse de un régimen molesto que disputaba a EE UU, con manifiesta osadía, la hegemonía en Oriente Próximo y Medio.
El recordatorio de lo ocurrido en el Golfo Pérsico casi cuatro lustros atrás viene a cuento porque -parece- bien pueden invocarse circunstancias parecidas en el escenario georgiano de estas horas. Reseñemos por lo pronto que merece poco crédito la explicación que apunta que el presidente Saakashvili se lanzó el viernes pasado a una dudosa operación militar en Osetia del Sur para acallar críticas internas y desviar la atención con respecto a los numerosos problemas que plantea su gestión política. Nuestro hombre ha pasado en los últimos tiempos por tesituras mucho más delicadas que la de este verano y nadie parece sostener en serio la apreciación anterior, tanto más cuanto que, por sí sola, conduce inequívocamente a un escenario más bien suicida.
La observación que se impone llama la atención, antes bien, sobre un eventual engaño estadounidense a Saakashvili. Según esta percepción, la diplomacia norteamericana habría garantizado al presidente georgiano que Rusia, consciente de lo delicado que es cruzar la frontera de un Estado soberano y recelosa de la perspectiva de una confrontación abierta con EE UU, en modo alguno respondería militarmente a una ofensiva en Osetia del Sur. Georgia recuperaría así en plenitud, y con gloria, el control sobre esa república y la credibilidad del Kremlin quedaría en entredicho. De la mano de este ardid, la Casa Blanca le habría puesto en bandeja a Saakashvili un triunfo que vendría a consolidar definitivamente su posición.
El lector razonable se preguntará inmediatamente, claro, qué es lo que Washington ganaría de la mano de una apuesta tan delicada, que -no lo olvidemos, y merced a una reacción rusa muy diferente de la anunciada- podría dar al traste con el poder del aliado Saakashvili y trastabillar muchos de los esquemas de presión norteamericanos en el Cáucaso. La única respuesta solvente a ese interrogante señala que, de resultas de la intervención militar rusa -el horizonte más probable-, y tanto más cuanto que ésta no parece se haya caracterizado por mesura alguna, los ‘halcones’ de la Casa Blanca podrían insuflarle un aire nuevo a la alicaída confrontación con Moscú y reabrir de esta forma una tensión que vendría como anillo al dedo a sus intereses. La proximidad de las elecciones presidenciales estadounidenses le otorgaría valor añadido, en fin, a la jugada que nos ocupa, al amparo de argumentos interesantes para demonizar la aparente laxitud de las propuestas de Barack Obama.
No deseo ignorar que la hipótesis que expongo, como todas las que tienen un resuello conspiratorio, arrastra problemas no menores y obliga a acometer un notable ejercicio de imaginación. Quien se quede con esta legítima conclusión hará bien, eso sí, en proponer alguna explicación alternativa para la sorprendente conducta de la que han hecho gala en los últimos días los gobernantes georgianos.
Muchos analistas se preguntan estos días por las razones que han podido conducir al presidente georgiano, Saakashvili, a lanzar en Osetia del Sur una ofensiva militar que parecía inequívocamente condenada al fracaso. Si cualquier conocedor de lo que se dirime hoy en el Cáucaso hubiera dado inmediatamente por descontado que la ofensiva en cuestión estaba llamada a provocar una inmediata réplica rusa, el sentido común recuerda, por añadidura, que la acción armada georgiana ha tenido que gozar, por fuerza, del beneplácito, y en su caso del apoyo logístico, norteamericano.
Aunque soy poco amigo de las explicaciones conspiratorias, por una vez me dejaré llevar por una de ellas. En algo recuerda -lo confesaré- a un argumento que se esgrimió con profusión cuando llegó el momento de explicar la anexión iraquí de Kuwait, en el verano de 1990. Entonces se sugirió que Estados Unidos le tendió una trampa a Sadam Hussein a través de eventuales garantías en el sentido de que una ocupación del emirato por Irak no tendría mayor respuesta norteamericana. Conforme a la interpretación dominante, del lado de la Casa Blanca el propósito oculto habría sido, claro, disfrutar de una oportunidad de oro para deshacerse de un régimen molesto que disputaba a EE UU, con manifiesta osadía, la hegemonía en Oriente Próximo y Medio.
El recordatorio de lo ocurrido en el Golfo Pérsico casi cuatro lustros atrás viene a cuento porque -parece- bien pueden invocarse circunstancias parecidas en el escenario georgiano de estas horas. Reseñemos por lo pronto que merece poco crédito la explicación que apunta que el presidente Saakashvili se lanzó el viernes pasado a una dudosa operación militar en Osetia del Sur para acallar críticas internas y desviar la atención con respecto a los numerosos problemas que plantea su gestión política. Nuestro hombre ha pasado en los últimos tiempos por tesituras mucho más delicadas que la de este verano y nadie parece sostener en serio la apreciación anterior, tanto más cuanto que, por sí sola, conduce inequívocamente a un escenario más bien suicida.
La observación que se impone llama la atención, antes bien, sobre un eventual engaño estadounidense a Saakashvili. Según esta percepción, la diplomacia norteamericana habría garantizado al presidente georgiano que Rusia, consciente de lo delicado que es cruzar la frontera de un Estado soberano y recelosa de la perspectiva de una confrontación abierta con EE UU, en modo alguno respondería militarmente a una ofensiva en Osetia del Sur. Georgia recuperaría así en plenitud, y con gloria, el control sobre esa república y la credibilidad del Kremlin quedaría en entredicho. De la mano de este ardid, la Casa Blanca le habría puesto en bandeja a Saakashvili un triunfo que vendría a consolidar definitivamente su posición.
El lector razonable se preguntará inmediatamente, claro, qué es lo que Washington ganaría de la mano de una apuesta tan delicada, que -no lo olvidemos, y merced a una reacción rusa muy diferente de la anunciada- podría dar al traste con el poder del aliado Saakashvili y trastabillar muchos de los esquemas de presión norteamericanos en el Cáucaso. La única respuesta solvente a ese interrogante señala que, de resultas de la intervención militar rusa -el horizonte más probable-, y tanto más cuanto que ésta no parece se haya caracterizado por mesura alguna, los ‘halcones’ de la Casa Blanca podrían insuflarle un aire nuevo a la alicaída confrontación con Moscú y reabrir de esta forma una tensión que vendría como anillo al dedo a sus intereses. La proximidad de las elecciones presidenciales estadounidenses le otorgaría valor añadido, en fin, a la jugada que nos ocupa, al amparo de argumentos interesantes para demonizar la aparente laxitud de las propuestas de Barack Obama.
No deseo ignorar que la hipótesis que expongo, como todas las que tienen un resuello conspiratorio, arrastra problemas no menores y obliga a acometer un notable ejercicio de imaginación. Quien se quede con esta legítima conclusión hará bien, eso sí, en proponer alguna explicación alternativa para la sorprendente conducta de la que han hecho gala en los últimos días los gobernantes georgianos.
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